Situando la base 100 en el año 2000, la productividad total de los factores ha alcanzado el índice de 122 en 2020 para Estados Unidos, de 117 para Alemania y de 105 para España.
1. 1
NUEVOS INDICES DE PRODUCTIVIDAD.
Manfred Nolte
Las verdades negadas son las más vengativas. Reaparecen, sin avisar y sin
maneras abofeteando nuestras conciencias, siempre de forma merecida. Si bien
desde estas mismas páginas se ha alertado en incontables ocasiones de este mal
endémico nacional, la oportunidad de insistir en el tema obedece a la autoridad
de quien recientemente ha alertado sobre el mismo. Y es que, días atrás, el
director general del Banco de España, Ángel Gavilán ha subrayado el problema
en una conferencia que lleva por título “El crecimiento de la productividad en la
economía española.” Se trata de una presentación que insiste en los temas
seculares que ya conocemos, pero que se inicia con un aldabonazo sobre la
situación actual frente a nuestros competidores, un resumen que hiere
profundamente la sensibilidad de quien ponga atención en escucharlo: “en las dos
últimas décadas, la tasa de crecimiento de la productividad en España ha sido
muy reducida y ha estado muy por debajo de la de otras economías de referencia.”
¿Cuánto por debajo? Situando la base 100 en el año 2000, la productividad total
de los factores ha alcanzado el índice de 122 en 2020 para Estados Unidos, de 117
para Alemania y de 105 para España. Además, la menor productividad española
frente a otros países europeos se observa en prácticamente todas las ramas de
actividad, descartando el atenuante de que pudiera tratarse de una cuestión de
especialización sectorial.
Conviene recordar que la menor productividad de un sistema es una lacra para el
crecimiento. La evidencia empírica atribuye al crecimiento de la productividad
hasta el 80% del crecimiento del consumo total per cápita, e incluso puede
estimarse que a largo plazo un punto de crecimiento de la productividad genera
el mismo porcentaje de aumento en el consumo y, en consecuencia, en la renta
nacional y en el empleo. El crecimiento del PIB de España viene produciéndose,
cuando crece, por el mero aumento de los factores de producción -más
trabajadores o más máquinas- y no por el crecimiento de la productividad.
Además, los problemas específicos de nuestro mercado de trabajo son producto
2. 2
en parte del rebote de ese déficit de productividad, llevándonos a soportar tasas
de desempleo diez puntos por debajo de nuestros homónimos europeos durante
los últimos cuarenta años. No se trata de un tema menor: Paul Krugman lo
resume certeramente cuando afirma que “la capacidad de un país para mejorar
su nivel de vida a lo largo del tiempo depende, casi enteramente, de su capacidad
para que la producción por trabajador empleado aumente”.
Las causas de nuestro retraso están suficientemente definidas, pero encuentran
una obstinada resistencia a su modificación. Comenzaremos por nuestro capital
humano, comparativamente menos preparado, con un serio problema a todos los
niveles del arco educacional. Según Eurostat, el 40,5% de los autónomos y el
35,1% de los empresarios españoles carecen de estudios, frente al 24,8% y el
20,1% de media europea. En general, los ciudadanos españoles estamos muy
alejados del espíritu de superación intelectual de los europeos y asiáticos.
En segundo término, España tiene un marco regulatorio obsoleto en lo que afecta
al mundo del trabajo. Nuestro sistema necesita acoger con más flexibilidad la
creación de nuevas empresas, saltando barreras y fiscalidades disuasorias.
Nuestro porcentaje de inversión en I+D+i debe asimismo incorporarse a las
medias europeas. En España el peso en el PIB de la inversión pública y privada
en Investigación y desarrollo se sitúa muy por debajo de los niveles que se
observan en la Unión europea. En conjunto nuestra inversión en I+D+i en 2020
(1,4% del PIB) se sitúa muy por debajo de la de Alemania (3,2%) de la eurozona
(2,23% del PIB) de Corea (4,81%) o Estados Unidos (3,45%).
En tercer lugar, la economía española dispone de un escaso nivel de digitalización
y un bajo capital intangible, con un universo empresarial en el predominan las
micro y pequeñas empresas con escasa o nula capacidad para investigar e
innovar. El reducido tamaño del tejido empresarial español es uno de los factores
que inciden en la baja productividad agregada en nuestro país. Esto se debe, no
solo a que la productividad tiende a aumentar con el tamaño empresarial, sino
también a que es precisamente en las compañías españolas de menor tamaño
donde se observa un diferencial de productividad más negativo con respecto a sus
equivalentes europeas. La estructura empresarial en España con una proporción
desequilibrada de Pymes en relación con la media europea – cerca del 90% de las
empresas españolas tiene menos de 10 trabajadores, muchas de ellas familiares-
constituye una de las primeras causas de nuestro retraso en eficiencia productiva,
debido a la baja inversión de reposición y en I+D+i y a la baja profesionalización
de sus gestores y de su equipo humano. Por el contrario, la OCDE muestra que la
productividad de las grandes empresas españolas está alineada con las de los
países desarrollados por su capacidad homologable en inversión para la
innovación y la creación de economías de escala de las que las pymes carecen.
En cuanto a la gestión del balance, las empresas pequeñas tienen más
restricciones para obtener financiación ajena y son, por tanto, más dependiente
de los fondos propios y más vulnerables ante reveses cíclicos, lo que estimula la
contratación temporal, notoriamente anti productiva: los contratos temporales
suelen ser de muy corta duración y ofrecen escasos incentivos para invertir en
formación, lo cual, a su vez, obstaculiza el crecimiento de la productividad.
Tampoco puede olvidarse la relación impuestos – productividad: cuanto mayor
es la cuña impositiva menor será la cantidad de fondos propios disponibles por la
3. 3
empresa para financiar nueva inversión, aspecto que juega contra la pequeña
empresa.
Un tema capital llama en estos momentos a nuestra puerta. El reto de sacar el
máximo provecho de la ejecución del programa NextGenerationEU. Una rigurosa
selección de los proyectos a financiar con el programa NGEU podría elevar de
forma muy significativa la tasa de crecimiento potencial de la economía española
al final de esta década. Lamentablemente, la distribución y transparencia de las
asignaciones europeas dista de ser eficiente e ilusionante.