1. COMPETITIVIDAD PARA LA INCLUSION SOSTENIBLE.
Manfred Nolte
Hay días de un difuso amanecer de contradicción, que es la palabra blanda de lo
que técnicamente constituye un oxímoron, esa horrible licencia literaria que
desafía al lector con conceptos opuestos y por lo tanto desconcertantes. Ya saben:
un silencio atronador, por ejemplo. Y es que, en el nuestro, en el nuevo paradigma
económico, la competitividad que llega deberá ser inclusiva o no será nada.
Hay que subirse al AVE del progreso y aceptar lo que dicen los más sabios y
audaces y tratar de desentrañar cómo la competividad que significa concurrencia
diferencial y pugna en una carrera abierta, deberá ser ahora solidaria, inclusiva y
sostenible. De que es verdad cabe poca duda, cuando los sabios la proclaman, de
los que no cabe sino fiarse ciegamente. Aunque no cabe olvidar que toda la teoría
de la competitividad, que nace con David Ricardo, es finalista y economicista. Se
trata de aumentar de forma eficiente la renta empresarial o nacional para
proporcionar a las personas concernidas el mayor nivel de bienestar posible ,
abastecer con un elevado y creciente nivel de vida a sus ciudadanos. Por eso es
hercúleo el salto mental a la competitividad inclusiva y sostenible, a la que sin
restricciones me adhiero.
Comencemos donde llegaba el estado del arte tradicional, con una definición. La
competitividad es la capacidad con la que cuenta una empresa, sector o país para
ganar rentabilidad de mercado en relación con sus competidores. Como muchas
otras cosas, la competitividad puede ser medida a través de índices. Los índices
2. de competitividad son los factores que explican la capacidad de un país para
producir bienes y servicios con estándares internacionales de tecnología y calidad
en forma eficiente, y como consecuencia lograr altos niveles de productividad y
niveles de renta. Una competitividad adelantada precisa de una buena calidad del
producto, así como de niveles idóneos de productividad, servicio e imagen.
Juntos estos ingredientes en dosis óptimas tendrán normalmente un efecto
directo generando la mayor satisfacción de los consumidores al menor precio, o
un precio asumible al comprador en función de atributos colaterales. El Foro
Económico Mundial en sus informes de referencia anual tabula los ingredientes
que a su juicio determinan el éxitoen este capítulo. Son doce que cito de corrido:
las instituciones, la infraestructura, la Estabilidad macroeconómica, la salud y
educación primarias, la educación secundaria y la formación, la eficiencia de los
mercados de los productos, la eficiencia en el sector laboral, la sofisticación del
mercado financiero, la preparación tecnológica, el tamaño del mercado, la
sofisticación de los negocios y la innovación.
Hasta aquí la ortodoxia previsiblemente caduca. Un arquetipo que ya no vale. La
crisis Covid ha modificado todos los parámetros y ha diseñado un nuevo
horizonte productivo. El mundo afronta los retos de tres nuevas grandes
transiciones: la demográfico-social, la energético-ambiental, y la tecnológico-
digital, de forma, como se ha dicho solidaria, inclusiva y sostenible.
Así lo ha defendido días atrás el Informe de Competitividad 2021 recién
publicado por el Instituto Vasco de Competitividad (IVC) de la Universidad de
Deusto. El leitmotiv rompedor es que lo que se aborda no es una competitividad
al uso, sino una competitividad inclusiva basada en la innovación y la
participación. Más en concreto, el IVC aventura que el País Vasco no tiene otra
alternativa que enfrentarse al reto de construir su futuro sobre las bases citadas
para mantener y aumentar su competitividad inclusiva en el contexto de unas
transiciones rápidas, disruptivas y acompañadas de varias incertidumbres.
Para afrontar las transiciones, -sostiene el estudio- será necesario trabajar en
cuatro elementos clave: la especialización económica y científico- tecnológica, las
infraestructuras físicas, las capacidades de las personas y los actores del
territorio. Dado el carácter social de las grandes transiciones, será necesario
reforzar la innovación no tecnológica dentro de la estrategia de innovación.
Asimismo, habrá que robustecer y poner en valor la economía fundamental, como
vector clave para el bienestar de las personas a través del desarrollo del sistema
sanitario, sistema educativo y sistema alimentario y para la productividad de
todos los sectores.
O sea que volvemos a lo de siempre, pero con ánimos renovados, mayor
concentración, ideales más elevados y apoyándonos en las crecientes
infraestructurasde todo tipo que hemos ido construyendo, incluidos los clústeres,
las agencias de desarrollo comarcal, y empresas de conocimiento relevante que
en el País Vasco con muchas. Como ya sabemos de toda la vida la mejora en las
capacidades de las personas, fuente de productividad, mejorará las transiciones,
anticipándose a las necesidades de los perfiles futuros, llevando a cabo una
gestión sofisticada del recorrido profesional de las personas; desarrollando
capacidades para la colaboración, el liderazgo colectivo y el desempeño en
entornos caracterizados por la diversidad; e impulsar la formación a lo largo del
3. ciclo de vida. En el centro, la formación como corazón de toda competividad
presente y futura. Luego hay que agregarle la inversión den I+D+i.
No se hacen mal las cosas en Euskadi. Para los que no lo sepan nuestra renta
mediana supera el nivel de la europea.
El reto fundamental, termina el escrito del IVC, es intensificar la colaboración
entre todos los actores y centrar a cada actor en su aportación de valor distintiva
para hacer frente a las transiciones.O sea, una competitividad más social en su
origen y planteamiento, aunque yorecomendaría no perder de vista como actúan
chinos, americanos y algunos países punteros más, y analizar si hacen algo
parecido.