‘In medio Virtus’, (‘la virtud se halla en el centro’), es un latinismo tomado de Aristóteles, quien en su ‘Ética a Nicómaco’ explica cómo la virtud se encuentra en el medio de dos vicios, el vicio por exceso y el vicio por defecto.
1. 1
CENTRALIDAD, POLITICA ECONOMICA Y POLITICA SOCIAL.
Manfred Nolte
‘In medio Virtus’, (‘la virtud se halla en el centro’), es un latinismo tomado de
Aristóteles, quien en su ‘Ética a Nicómaco’ explica cómo la virtud se encuentra en
el medio de dos vicios, el vicio por exceso y el vicio por defecto. A juicio del gran
filósofo helénico, el exceso y el defecto destruyen la virtud, mientras que el
término medio la conserva. Los seguidores de la citada máxima alaban el valor
absoluto de situarse amablemente en la equidistancia de los extremos, siempre
que no se caiga en la trampa del relativismo.
Aunque tengan algunos elementos comunes, la sentencia griega es distinta de la
‘aurea mediocritas’ (‘dorada medianía’), un tópico caracterizado por el intento de
alcanzar un punto medio, en el que uno no se vea afectado ni por las alegrías ni
por las penas, esto es, por las emociones desproporcionadas, y que aparece con
profusión en las odas de Horacio.
Cabe algún comentario sobre el centro político, económico y social, si es que
existe, y que elementos pueden configurarlo.
Una consideración previa a la centralidad se refiere a la distinta condescendencia
atribuida a los extremos. Socialmente, la extrema derecha suscita, en general,
sospechas y condenas, mientras que la extrema izquierda disfruta de una
aceptable permisividad. Vendría a ser esta última una enfermedad benigna que
se cura con el consejo de los años, mientras que aquella –la extrema derecha- se
constituye sin paliativos en un riesgo mayor, un discurso incurable al que hay que
combatir con toda la artillería mediática y de réplica social. Más aun, la extrema
izquierda, arrogándose el monopolio de la decencia moral habla en voz alta y se
constituye en la tesis a refutar, de tal modo que la extrema derecha suele jugar
durante un tiempo en desventaja y con un cierto complejo de inferioridad en las
formas. Puro maniqueísmo. La verdad es que ambos extremos son igualmente
inasumibles porque ambos contribuyen a socavar la democracia alejándose de la
centralidad.
Quizá, el principal y más generalizado ataque a la centralidad procede en los
últimos años del ideario populista. Los populismos atentan larvada o
directamente contra los valores democráticos en una secuencia de pasos
protocolizados. Arranca con un mesías carismático que promete rescatar al
2. 2
pueblo de los males e injusticias causados por el sistema vigente. Seguidamente
llega el amotinamiento contra el ‘establishment’, el imprescindible enemigo a
quien culpar de los males en curso. Se proscribe a las elites y a lo que éstas
promueven. Casi siempre los ‘no nacionales’ representan un cómodo blanco por
su carencia de derecho al voto. Paulatinamente, el autoritarismo intenta socavar
las instituciones mediante el cuestionamiento de la prensa libre y el sistema
judicial independiente hasta ensayar cambios en la constitución que conviertan
su poder en decisivo dando carpetazo al sistema de libertades. En todos ellos la
sustitución del caudillismo por la democracia se erige en la piedra angular. El
populismo es un movimiento al alza, causante de fenómenos significativos como
el Brexit británico, la elección de Trump en Estados Unidos, de Bolsonaro en
Brasil y de recientes coaliciones en Italia. Está presente con diversos grados de
intensidad y autoritarismo en países como Hungría y Polonia y aspira al poder en
Alemania, España, Austria, Suecia, Francia y Países Bajos. Su objetivo último, el
control absoluto de los resortes democráticos se consolida en las dictaduras
conocidas, desde Venezuela a Arabia Saudita, pasando por China, Turquía o
Rusia entre otras.
La centralidad económica no es independiente de la centralidad política. Citemos
un ejemplo químicamente puro, aunque haya resultado notablemente dañado
por los recientes descalabros energéticos: el ordoliberalismo alemán. Durante
décadas Berlín ha sido la voz hegemónica del viejo continente. Con el propio
ejemplo ha trasladado las banderas de la disciplina, el equilibrio fiscal y la
austeridad a la construcción de la Unión Europea. La plataforma moralizante de
la austeridad ha quedado fuera de toda posible negociación debido a su valor
estabilizante, por ser la antecámara de todas las eficacias.
El ordoliberalismo surge en 1930 en la Universidad de Friburgo dando origen a
la escuela del mismo nombre de la mano de economistas como Walter Eucken, y
Leonhard Miksch al que se uniría después quien fue canciller federal entre 1963
y 1966 , Ludwig Erhard , padre del milagro económico alemán, considerándose
un proyecto del liberalismo conservador cristiano-demócrata, con influencia de
las ‘expectativas racionales’ de los mercados, a medio camino del socialismo duro
de la planificación central y el laissez-faire sin rostro humano.
Paulatinamente deriva en el concepto de ‘economía social de mercado’ (‘soziale
Marktwitschaft’) rescatando valores anclados en la ética y el bien común –
disciplina, austeridad, emprendimiento- junto a la defensa de las libertades
individuales, en un Estado social tutelar que mantenga los principios del libre
mercado impidiendo posiciones hegemónicas o monopolísticas distorsionadoras
de aquel. La política monetaria se someterá a un Banco central independiente
garante de la estabilidad de precios. El equilibrio fiscal es responsabilidad del
ejecutivo, creando el marco para la acción libre de empresarios y representantes
de los trabajadores. En palabras de sus fundadores, ‘el orden del mercado
representa un orden ético’. El ordoliberalismo es otra forma de ‘Política del
Orden’ (‘Ordnungspolitik’) como peculiar idiosincrasia del hacer alemán. El
ordoliberalismo ha procurado a la economía alemana 60 años de estabilidad y
prosperidad.
También compete a la sociedad ocupar con determinación los espacios de la
centralidad. Que los grupos sociales huyan de los extremismos y que se suavicen
3. 3
las expresiones colectivas, incluso el lenguaje y los comportamientos, es la base
de una prosperidad estable. Una sociedad centrada produce políticos moderados,
ya que la primera selecciona a los segundos para que la gobiernen.
A Aristóteles todo esto le parecería coser y cantar.