Los Bancos se ha desecho de sus participaciones accionariales en LA SIDERURGICA CELSA y ahora todo esta pendiente del rescate de la empresa con fondos dela SEPI. La opinión publica critica a los fondos que han comprado las acciones con descuento.
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CELSA, SEPI Y FONDOS ESPECULATIVOS.
Manfred Nolte
Valga el título de la columna a propósito de los comentarios -casi todos
reprobatorios- volcados recientemente en los medios sobre la actuación de los
fondos de inversión en el caso CELSA, cuya viabilidad, como es sabido, depende
de una ayuda de la SEPI de alrededor de 550 millones de euros, el mayor rescate
del tiempo de pandemia. La crítica fundamental se centra en que la salvación de
la empresa con dinero publico favorezca sobre todo a los fondos especuladores
que se han hecho con capital de la empresa a precio de saldo, sin ánimo de
permanencia. Habiendo aquellos adquirido acciones de la compañía de los
bancos, a precio de saldo, el reflotamiento público podría acarrearles pingues
plusvalías en un breve plazo.
Es de dominio público que los fondos de inversión no tienen vocación de
permanencia indefinida en el accionariado, sino de vender al cabo de un tiempo,
obteniendo unas plusvalías si las circunstancias del mercado lo propician. El
fondo, corre, como es lógico, el peligro de perder cuanto ha invertido en la
empresa, hayasido o no a un precio reducido, extremoesteque se olvida con total
naturalidad. Se trataaquí de una actividad especulativa, que como yase ha dicho,
solivianta no pocos ánimos, aunque a nuestro entender la animadversión
dominante revista dudas razonables sobre su consistencia teórica.
Seguramente muchos lectores recordarán un clásico de la filmografía, ‘El tercer
hombre’ (1949) rodado sobre un guión de Graham Greene. Harry Lime, el
protagonista encarnado por Orson Welles es un traficante de penicilina
adulterada en la Viena ocupada por los aliados de la segunda Guerra mundial.
Harry Lime no es un especulador, como muchos dirían, sino un gánster sin
paliativos que al término de las enmarañadas secuencias de un ‘thriller’
irrepetible, acaba recibiendo su merecido. Gangster, no especulador.
Viene esto a cuenta de la tipificación de la conducta especulativa que merece
algún comentario. Porque la especulación no es ningún crimen, aunque pueda
frecuentemente confundirse con él.
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Especular no es otra cosa que visualizar expectativas y, en su caso, llevarlas a la
práctica. En tal sentido es una actividad básica del ser humano, racional y
necesaria. Diariamente, todos especulamos con nuestras vidas y trazamos
estrategias convenientes a nuestros intereses, resolviendo, con mayor o menor
fortuna, complicados sistemas de ecuaciones vitales repletos de variables
aleatorias.
Llevada al campo de la economía, la especulación consiste en la adopción de
‘posiciones’ –un concepto muy vasto-, con el ánimo de obtener un beneficio en
capital, distinto de una renta. Lo diferenciador de la conducta radica en que
aquellos carecen de interés en sí mismos y solo son un instrumento al servicio de
la variación de los precios. En expresión del Nóbel Samuelson, “los especuladores
no tienen ningún interés en el uso del producto, solo quieren comprarlo baratoy
venderlo caro”.
Durante siglos la única especulación conocida fue ‘larga’ adquiriendo un bien en
la confianza de su revalorización. Con la sofisticación de las finanzas se
introdujeron las posiciones ‘cortas’ vendiendo ahora para recomprar después
más barato. Las operaciones sin subyacente y, sobre todo, los derivados han
ampliado las posibilidades de la especulación financiera. Como es lógico, el
especulador se enriquece cuando acierta, pero cuando yerra deberá hacer frente
de igual modo a las pérdidas correspondientes.
Pero ¿cuál es el provecho de la especulación para los intereses generales del
mercado?
El primero concierne a los niveles de precios. La especulación únicamente acelera
la dinámica natural en la formación de los precios. De ahí su carácter
estabilizante. La especulación estrecha el desfase entre precios intrínsecos y
precios cotizados.
El segundo atañe a la incidencia de la liquidez sobre la economía real. Las trabas
al libre mercado generan incrementos de costes transaccionales debido a una
ampliación entre los márgenes de oferta y demanda de los activos. La liquidez
necesita muchas contrapartidas. Al restringirse la contrapartida especulativa se
comprometería parcialmente la liquidez del sistema.
Perollegados a estepunto también debemos reivindicar con firmeza la autonomía
de la economía normativa –de la política económica- frente a las propuestas de la
teoría económica en abstracto. En definitiva, el gobernante electo debe ejercer
sus facultades cuando sus juicios de valor así se lo aconsejen. De dos maneras.
La primera, aplicando terapias de choque en aquellos casos de especulación
unidireccional, que desencadenan el llamado ‘efecto banco de peces’. Después de
todo, el colapso económico mundial de 2007, surgido de una gigantesca burbuja
especulativa ha desmontado ‘la hipótesis de los mercados eficientes’ aunque sus
sumos sacerdotes se resistan a admitirlo.
La segunda consistiría en la promoción por parte de los poderes públicos de un
retorno a la economía real, cribando todos aquellos mecanismos de nulo o escaso
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valor social. El desfase actual entre la economía productiva y la financiera es en
ocasiones escandaloso. Es lógico que el ciudadano normal desconfíe del lema:
‘comprar y vender, nunca fabricar’. Aunque la consigna esté viciada en su raíz: al
fin, sin productos fabricados, no hay nada que comprar o vender.
Por eso resultan elogiables aquellas medidas de intervención que amortigüen
movimientos súbitos financieros y pasen una seña a los mercados de que, si los
especuladores tienen espacio para la persecución del lucro personal aun a costa
de conductas marginales, también los poderes públicos tienen la obligación y el
derecho para estar ahí y representar una contrapartida beligerante que permita
rearmarse a economías o sectores considerados de interés general. A cada uno lo
suyo.