Resulta sorprendente que un cuasi-octogenario esté poniendo el mundo patas arriba y pueda recuperar el prestigio perdido por los Estados Unidos y poner en pie su economia.
1. BIDEN: CAMBIAR PELIGRO POR POSIBILIDAD.
Manfred Nolte
Para los veteranos, como el que firma esta columna, provoca admiración y
constituye un estímulo el contemplar cómo el líder de la primera potencia
mundial, a quien falta poco para unirse al restringido club de los octogenarios
está poniendo el mundo patas arriba. No es el único, -ahí están el Papa Bergoglio,
la Reina Isabel de Inglaterra y algunos más- pero en la hora de la pandemia se su
ejemplo cobra especial relevancia. Recién cumplido el periodo de gracia de los
cien días de gobierno, viene de subir el salario mínimo a los ciudadanos de los
Estados Unidos, y en breve pondrá coto a los desmanes de las empresas
americanas deslocalizadas en jurisdicciones de baja fiscalidad mediante un tipo
de gravamen mínimo abstrayendo del cotizado fuera de sus fronteras.
Durante los últimos cuatro años, la Administración Trump descompuso el
Departamento de Estado, desairó a sus aliados tradicionales, aplaudió a los
regímenes autoritarios, canceló tratados y acuerdos clave y avivó conflictos por
todo el planeta. Ahora le corresponde a Joe Biden devolver la cordura al escenario
sociopolítico restaurando los compromisos multilaterales rotos por su
predecesor, reconstruir las relaciones diplomáticas y reafirmar el liderazgo
estadounidense en el exterior. Todo esto es bueno para occidente y ya se atisban
señas de que lo será para los países del sur, ojalá que en breve.
Como las palabras deben ajustarse al espacio asignado, el tema central aquí será
la reflexión sobre la llevanza del líder americano del programa de recuperación
de la crisis económica Covid, de las políticas que ha utilizado para sanar las graves
2. heridas de la economía americana, buscando alguna comparación con las
acometidas en el resto de las economías centrales, en especial de la española.
Mientras la economía china, recuperada sanitariamente hace meses, navega de
nuevo a velocidad de dos dígitos, la americana está marcando una nítida ‘V’ de
despegue. El PIB de Estados Unidos ha crecido un 6,4% anualizado en el primer
trimestre de 2021, confirmando el rumbo marcado por el 4,3% en el último
trimestre de 2020. A su lado, otros índices globales dan pie al optimismo como el
alza de precio en los metales industriales o el máximo histórico del comercio
mundial, un registro extraordinariamente importante como pronóstico de
tendencia.
Pero nada de esto ha salido gratis. Nos referimos a las ingentes sumas de dinero
puestas a disposición del sistema tanto para alentar la economía productiva -las
políticas degasto fiscal-, como aquellas otras procedentes de los Bancos Centrales
para asegurarse de que, mientras haya crisis, el coste del dinero será nulo y que
cualquier empresa que conserve un hilo de vida, tenga una opción de sobrevivir.
Centrándonos en Estados Unidos, es la americana, con mucho, la economía que
más dinero y más decididamente, ha puestosobre la mesa. Apuntalando el primer
peldaño puesto por Trump, la suma de ayudas emprendidas o previstas por el
gigante americano asciende a 6,3 billones de dólares, a los que hay que añadir
medio billón más sustanciado en avales públicos, préstamos y participaciones en
el capital de las empresas. En su primer discurso ante el congreso, el miércoles
pasado, el presidente Biden planteó nuevas inversiones en infraestructura,
educación, cuidado infantil e investigación científica, programas que "nos
impulsarán hacia el futuro" y permitirían a los EE. UU. competir plenamente con
China. Horas antes, Biden anunció la tercera propuesta de financiación
doméstica. Este conjunto de propuestas reflejan la ambición de restaurar al
gobierno federal al papel que había desempeñado en otros tiempos, durante el
‘New Deal’ de la crisis del 29 y alguno más. Se trata, según el mandatario yanqui,
de “trocar peligro en posibilidad”. No sin contrapartidas fiscales: los superricos
están llamados a contribuir hasta aumentar la recaudación en un billón de euros.
Estas arriesgadas propuestas del presidente suponen, como es lógico, un riesgo
para un país polarizado ideológica y culturalmente en torno a la imposición.
¿Cómo se compara el esfuerzo americano con el resto del mundo? El gasto
excepcional -gasto directo y condonaciones- incurrido por Estados Unidos
equivale al 27,5% de su PIB al que hay que añadir compromisos temporales o
contingentes -avales- por un 2,5%. A continuación, destacan Japón con un 15,9%
y un 28,3% respectivamente. Alemania se ha centrado muy básicamente en las
líneas de avales (27,8%), al igual que Italia (35,3% del PIB).
En España, el gasto y las otras medidas indirectas suponen, respectivamente, el
7,6% y el 15,6% del PIB. No es poco lo realizado por el Gobierno de Madrid sobre
el tejido de la economía española. Pero proporcionalmente, dada la
vulnerabilidad de los sectores expuestos a la crisis (turismo, servicios,
restauración y otros) y el modestísimo crecimiento de nuestra productividad
tardaremos más en recuperarnos que otros países industriales. El alto porcentaje
de avales concedidos, llamado a registrar impagos en buena medida, constituye
ahora una fuente de preocupación comparativa.
3. Bruselas y los fondos Nueva Generación serán decisivos, si no jugamos en exceso
a la ruleta. El ‘Plan de recuperación y resiliencia’ entregado a Bruselas el día 30
por el Gobierno prevémovilizar 70.000 millones entre2021 y 2023. No obstante,
persisten las dudas sobre su diseño y estamos mareando en exceso la perdiz en
torno a las reformas estructurales requeridas, sobre todo en materia laboral, de
pensiones y fiscalidad.
Después del retroceso (-0,5%) en el PIB del primer trimestre de 2021, el país
necesita un rotundo espaldarazo de confianza.