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BIENESTAR, MISERIA Y FELICIDAD.
Manfred Nolte
Los humanos, un gran porcentaje de humanos, tenemos la querencia de
encasillar objetos o ideas. Clasificamos y coleccionamos sellos, anillos de puros,
ediciones de un libro o vehículos de época. Hasta coleccionamos a los muertos
bajo lápidas o en urnas y les asignamos reverentemente un lugar de honor.
Clasificar deriva del gran principio pitagórico del ‘cosmos’, esto es del ‘orden’ al
que sigue una escala de comparación entre sí de los diversos objetos. El orden,
estoes, la superación del caos esel requisito esencial de la construcción de la vida.
En economía las clasificaciones aparecen a centenares. Una de ellas distingue
entre bienes complementarios y sustitutivos. El carburante y el coche son
complementarios. Un billete de veinte euros es sustitutivo de otro del mismo
importe. Asíllegamos al tema de estacolumna: ¿son bienestar, miseria y felicidad
bienes o sentimientos de una u otra de las clases aludidas? La respuesta no es
tajante, porque se producen intersecciones. El lector tendrá la última palabra.
Veamos.
Desde la introducción en 1934 por el nobel ruso-americano Simón Kuznets del
controvertido concepto de PIB, este viene constituyendo el sinónimo del
bienestar de un país o región, un baremo del éxito económico. Así, la economía
española sufrió un revés descomunal a finales de 2020 cuando colapsó su PIB
hasta un -10,8%. Si calculamos la media del PIB entre el número de habitantes
nos situamos en el PIB per cápita. Como se ha dicho, clasificar lleva a comparar.
Así, España es la decimocuarta potencia mundial atendiendo a la Producción
Nacional en términos absolutos, pero cae al puesto 34 en términos relativos per
cápita, con una media de 29.000 dólares/año, con la mala noticia de que en el
periodo 2007-2021 el porcentaje ha caído un 4,7% hasta situarse en la cola de los
países en recuperación. Entre los 200 países que configuran aproximadamente el
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globo terráqueo estaría ahí, entre el 20% de países que disfrutan
promediadamente de mayor bienestar del planeta.
Pero el PIB está aquejado de graves limitaciones y otros índices toman el relevo
de la medición del bienestar de un país. Así el Índice de desarrollo humano (IDH)
de Naciones Unidas. Este parámetro no elude el PIB per cápita, pero le agrega
variables como el nivel de educación y la esperanza de vida. Dado que se
conceptúa como ‘desarrollo humano muy alto’ al alcanzado por un país con
niveles superiores al 0,80, y alcanzamos una puntuación de 0,904 puntos
situándonos en el puesto 25 de naciones, volvemos a una valoración aceptable.
España, sería el vigésimo quinto país del mundo con mejores condiciones de vida
para el desarrollo humano.
Como contrapunto, otros indicadores como el ‘Índice de Miseria’ del Instituto
Fraser señalan nuestros puntos débiles. Lamentablemente España ocupa la
primera y peor posición de este índice dentrode los países desarrollados, con una
puntuación de 23 frente al 19,8 del 2021 o el 14,6 de 2019, duplicando la media
de la eurozona. Creado por Arthur Okun en 1970, valora el nivel de malestar de
la población derivado de la evolución de dos variables económicas
fundamentales: el nivel de la inflación o coste de la vida y las dificultades de
acceso al mundo del trabajo. En ambos renglones nuestra economía se lleva la
negra palma del liderato.
El mix de todo lo dicho hasta ahora no impide que aparquemos los grandes
índices internacionales y nos guiemos por otras encuestas y resultados locales.
En este caso, en relación con el tema del sentimiento de felicidad subjetiva de
nuestra ciudadanía. Aunque en el llamado ‘Índice Mundial de Felicidad 2022’ de
Naciones Unidas figuramos en el puesto 29, en la encuesta del CIS de octubre de
2021, a la pregunta dirigida a los españoles de ‘¿en qué medida se considera Vd.
una persona feliz?’ en la que 10significa ‘completamente feliz’, la respuestamedia
es de 8,09, un notable alto rayando el sobresaliente, lo cual es digno de mención,
aunque las medias sean trampas estadísticas que no reflejen la realidad
segmentada.
En resumen, nuestra alta felicidad subjetiva que invita al optimismo es
concurrente a nuestra posición relativa en el gran teatro de las clasificaciones
mundiales previamente descritas, donde solamente ocupamos un asiento de
segunda clase preferente, un resultado no excesivamente halagüeño.
Así es el contradictorio país que habitamos.