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Samuel
Una Vida, varias vidas
CAPITULO I
Su hermana Silvia, siempre, le propone un regreso. Hasta ese límite en el tiempo. A manera de
frontera entre nacer de nuevo o repetir los hechos de una manera en la cual las secuencias,
aparezcan como repetición, con soporte en una constante. Siendo esta un ejercicio parecido a
retorcer la esperanza; asfixiándola a cada momento.
Daniel ha sido, para Samuel, una figura opaca. Como quiera que éste ha estado en una posición de
catalepsia conceptual. El solo hecho de tenerlo a su lado, ha significado como colateral, una
contradicción que ha crecido en el tiempo.
Porque Daniel se ha mantenido centrado en las propiedades o postulados básicos que lo han
atraído. Ha sido como satélite, víctima de la imantación moralista. Aquella que elimina, de por sí, la
búsqueda de opciones de libertad individual. Esto para no hablar de su concepto acerca de lo
colectivo. Él lo entiende como simple sumatoria, desde el origen y de las réplicas, avaladas por los
gestores de vida, aplanada, sin la sinuosidad propia de los avatares históricos.
Este sábado promete ser, para mí, tan lineal como los otros días. El recuerdo de los hechos del
viernes anterior, me sitúan en una laguna mental; en la cual la cual aparece la necesidad de
recomponer mi relación con Susana. Recomponer, sin que ello implique la reconsideración. Porque
ella, ha tenido y tiene una noción vertical de la vida. A manera de ejemplo. La ha entendido como
recortar los momentos históricos del crecimiento de los rituales a que convoca el entorno social.
Es y ha sido, algo así como sujeta nihilista, que valida, incluso la posibilidad de ejercer una opción
en la cual los más fuertes deben dominar, de manera inequívoca. Reivindicando el quehacer sin
ataduras. Tal vez por esto, su amor ha sido para mí un continuo hacer y deshacer valores y
principios. Para mí, lo mejor de Susana, actualmente, es su capacidad para convocar a un orgasmo
pletórico en escenas, en las cuales, sentir y otorgar una desinhibición plena. Con ella, la
imaginación erótica es una vivencia absoluta. Un placer sin límites.
Lo del viernes, entonces, fue un ejercicio espiritual y físico, que nos permitió acceder a orgasmos
bellos y absolutos. Terminar y volver a empezar…así, hasta desfallecer. Pero, hoy, apenas seis
horas, de nuestro ritual; regreso a la indefinición.
Un sábado, en que he sido conminado a la reiteración. Porque, es el retorno a lo que soy, en
ausencia de ella. Habiéndose extinguido las secuelas de la entrega; supone volver al sitio de
siempre. Daniel permanece ahí, expectante, como dispuesto a proponer su interpretación de vida.
Así mismo, Silvia, me ausculta con su mirada, sin matices. Transmitiéndome ese hilo conductor de
siempre. Presa de escenarios pasados. Como tutora perenne. Como imagen de madre extraviada
en el tiempo.
Corría el mes primero, de mi nacimiento. Desde ese momento, sentí la atadura. Veía a mi madre, la
sentía, la percibía como mujer con un ensimismamiento tatuado. Por los rigores del sometimiento.
Mi padre ejercía sobre ella una dominación absoluta. Su sexo era, para él, un receptáculo para su
violencia. La penetraba de manera sistemática. Ella sin querer. Con su imaginación restringida, casi
inexistente. Con un rol de simple asimilación. Yo me sentía producto de las vulneraciones. No sé
por qué mi madre resistía. Fuimos siete productos. En esa etapa de infancia temprana, escuchaba
las palabras incisivas de mi padre. Su respiración acelerada y el final. Un comienzo y un final
unilateral. Una condensación que mezclaba el dolor físico y espiritual de ella, con la satisfacción del
macho hegemónico. Simplemente, un coito brutal.
Yo deseaba no estar allí, en la misma cama. Deseaba estar lejos…muy lejos. Pero sentía la yunta
de la impotencia para fugarme. Para escoger sitio y entorno.
Cierto día, percibí la dureza del pezón. Mis labios y mi lengua succionaban una sequedad no grata.
No recreaba mi mente, como otras veces. No sentía el placer de mi madre. Más bien era, para ella,
una continuación del dolor físico. La sentía sollozando. Como desencantada. Como víctima de una
vulneración más. Creo que veía en mí una extensión de la infamia de mi padre. Sin odio, pero
tampoco con felicidad. Me decía: no me maltrates Samuelito. No reiteres ni profundices mi tristeza.
Márchate; antes de que yo naufrague. Eres como tu padre. Frío y dominante. Así fueron tus
hermanas. Sobre todo Silvia. Cuando ella tenía tu edad, respaldaba a tu padre. Reía cuando el
accedía al orgasmo, por la vía de una penetración violenta; cuando él explotaba en frases
entrecortadas, expresando su punto de llegada. Momento de satisfacción. No sé porque considero,
ahora, que ella deseaba ser yo.
Al volver, el lunes, al trabajo; sentí un desasosiego inmenso. Susana no había llegado aún. Su sitio
la esperaba. Con una soledad tan inmensa como la mía. Dependientes, el sitio y yo, de su calor.
Sentí que volaba hacia esos territorios en los cuales he soñado. El mar, el llano, la montaña.
El domingo anterior estuve, todo el día, dándole vueltas a mi posición de sujeto dependiente de
Susana. De su capacidad para inducir al placer. Me aterró pensar en que no fuera el único
depositario de su imaginación, Ya, antes, había sentido el mismo miedo. Porque, Susana, reivindica
la no sujeción. Proclama la explosión de los orgasmos. Diferenciándolos. Ella dice que hay
diferencias. Cada sujeto hombre debe ser avasallado en los sitios en los cuales siente más placer.
Sin homogeneidades. Es, el placer, una capacidad para identificar el tipo de necesidades de cada
quien. Hombre o mujer. Lo de ella es una sumatoria creativa de los lugares de mayor
vulnerabilidad. Así, entonces, se trata de identificarlos y de explotarlos.
Olga y Santiago son muy cercanos a Susana. Siempre he tenido la sospecha de que él y ella gozan
de la fortaleza de Susana. De su capacidad para inducir y sentir el placer absoluto. Como ese de
sentir que su clítoris constituye punto de partida y de llegada a la satisfacción plena. Uno y una. Sin
particiones. Cada quien coincide, ahí, con ella. Es un momento no unilateral, ni único. Es de todos y
de todas .Independientemente del número de libertarios; de partícipes del ejercicio que no
reconoce límites.
Jesús Sinisterra es un jefe soportado en las necesidades de la empresa. Asume su rol, como sujeto
perdulario. En él se encuentra el equilibrio mágico entre las necesidades de la empresa y su opción
de vida. Ya, Susana, me había comentado el año pasado, que Sinisterra, le había insinuado su
deseo de poseerla. Como extensión de su poder. No solo en lo que implica a sus exigencias de
rendimiento sino también en lo que hace con sus necesidades de sexo furtivo. Manteniendo el
esquema. Fundamentado en su condición de macho que combina el sexo formal con su dominada y
la informalidad con una amante.
Yo sentía por él un odio visceral. Tanto como gendarme empresarial, como por su capacidad para
utilizar su poder, como garante de su búsqueda de sexo. Una figura lasciva. Oportunista. Yo me
hacía a la idea de que Susana no claudicaría nunca ante la vergüenza que suponía acceder a los
requerimientos de Sinisterra. Sin embargo, me obnubilaba la duda. Porque, conocía los ímpetus de
Susana. De su manera de otorgar y sentir placer. Para Susana toda oportunidad es válida. Ella
decía: el placer es un elemento indispensable para vivir; no importa con quien o quienes se
construya y se sienta. Este es independiente de la raza o posición social. Para mí lo fundamental es
el placer en sí mismo.
El 31 de agosto fue mi primer aniversario. Ese día sentí que había poseído a mi madre. En una
suplantación imaginaria. La veía desnuda, bañándose. Veía todas sus formas al vestirse. Era
invitado obligado, porque demandaba cuidado. Y quien más que mi madre para satisfacerlo. Cierto
es, también, que solo recuerdo a Silvia. Aún, hoy, no tengo certeza de haber conocido a mis
rivales. Solo ella, Silvia, estuvo y está a mi lado. Adrián y Pitágoras, se marcharon. Se cansaron de
mi obsesión por mi madre. Olga, Maritza y Martha, viajaron con mi padre. Por imaginarios caminos.
Supe, últimamente, que habían traspasado la frontera entre la fantasía y la realidad. Como dueñas
de mi padre y enemigas de mi madre.
Veo pasar niños y niñas. Saltando, eludiendo caminos áridos. Buscando la felicidad en territorios
disímiles. El parque cercano, el país lejano. En construcciones efímeras. Cuando vuela, la
imaginación, no reconoce límites. Están al lado de la madre. Una bifurcación truncada. Ellos y
ellas, saturados de nostalgias, de tristezas. Yendo al encuentro de la alegría que no viene. Que se
queda allá, en el lejano horizonte quimérico. Ellos y ellas son yo, son Silvia. Porque he limitado mi
visual. Ni Olga, ni Maritza, ni Martha. Ellas se han ido, con el padre. Yo no sé si lo siguen por pasión
de hijas; o por alucinaciones de amantes.
Es el día 543, después de mi instalación como empleado en la empresa. Llegué como noria. Sin
tener roles definidos. Localicé a Susana, por su mirada. Ya la había visto antes. Cuando poseía a mi
madre, vía pezones duros: Desde que odié a mi padre por vulnerar su sexo; induciéndola al
orgasmo ilegítimo. O cuando, me vi., en el vientre, creciendo, como elemento extraño. Originado
en una juntura nefanda. Entre él y ella. Entre su sexo y el de ella. En una violencia reinventada. En
una sensación de tristeza. Siendo yo el promotor de la misma. Creciendo en ella. Ella con la
disposición de las esclavas. Que murmuran su inconformidad. Pero una murmuración que no
explota. Que se adormece, al ritmo de la tradición y de la moralidad.
En fin…, sea lo que sea, Susana estaba allí, con su mirada. Dominándome desde ese comienzo. Ella
aferrada a la máquina que tuerce el fruto. Sea de café, o de cacao o de ilusiones. Ella magnífica.
Exhibiendo sus botones a través de su blusa a rayas, transparente e insinuando, a través de su
jeans, ese triángulo hermoso que insinúa su sexo potente. Capaz de avasallar; sexo que transfiere
pasión, deseo. Sinisterra estaba ahí. Mirábamos el mismo trofeo. Él con su poder ya adquirido. Yo
con un toque de inocencia, parecida a la partitura de un bolero. El son de los amantes. Furtivos y
abiertos. Recatados, como deslealtad conmigo mismo. Pretendiendo esconder el deseo de fornicar,
desde ya, con ella. Ese suplicio constituido en la partición del yo. Entre el respeto y la ansiedad por
poseerla. Era, ella, el horizonte. De Sinisterra y el mío. Ya ella lo sabía y jugaba con las ilusiones.
Abominable una. Perversa la otra. Porque mi arrebato, pretendía ocultarlo. Disfrazarlo de pasión
sublime.
Yo había soñado, al décimo año, sintiendo celos con respecto a mi padre, que viajaba con Olga,
Maritza y Martha. Sentía deseos de gritar; de llamarlas. De arrebatárselas. De proponer un
convenio. De un lado ellas al lado mío y al lado de Silvia. Del otro mi madre con él. Necesitaba
liberarme de ella. No quería seguir relacionándola con mi horizonte. Porque la amaba. Siempre la
amé. Desde ese día en que sentí odio por mi padre, por vulnerarla. Por estar encima de ella,
jadeando, como macho perverso.
El 20 de abril, del año trece, yo estaba en el colegio. Corría el tercer periodo, del grado sexto.
Juliana, profesora de castellano, se esforzaba por convencernos acerca de la viabilidad de la
verdad, transmitida por las palabras. Los verbos. Los sufijos, los adjetivos y los sustantivos. Ella era
una mujer que inducía a la pasión. Un cuerpo absolutamente bien formado. Con una mirada
cautivante. Se decía que el profesor de religión, Pedro, la poseía. Yo, sin prestar atención a sus
lecturas, me imaginaba en su vientre. Como el de mi madre. Siendo sujeto derivado de la
vulneración. Con la diferencia de que, aquí, yo era el vulnerador, al mismo tiempo que el fruto no
deseado. Para mí, era la reiteración de mi relación con la madre. Siendo feto indeseado. Pero,
siendo poseedor a la fuerza. La desvestía con la mirada. Sentía una erección prematura. Sentía a
Juliana. Sí, a Juliana. No a la profesora Juliana. Me preparaba para retar a Pedro. Ese era mi rival.
Ya no era el padre. Era él. Y lo veía como objeto de mi odio. Sentía deseos de retarlo. A campo
abierto. Él y yo. El hombre adulto y el niño…al final de la jornada, me sentía triunfante. Aniquilando
a Pedro.
El día, aniversario de la independencia, madrugué, más de lo acostumbrado. Tenía una cita con la
celebración patriótica. Una formalidad. Como tantas otras que inducen a mirar, en retrovisor, los
acontecimientos. Desde hace mucho tiempo, a pesar de mi corta edad, había arribado a una noción
en la cual la libertad se asociaba a la sinceridad. Me consideraba un sujeto libre. Ante todo, desde
el día aquel, en que le dije a mi madre que la amaba y que la defendería de las acciones
vulneradoras de mi padre. En ese entonces, ya había cumplido dos meses. Ya había recorrido su
cuerpo. Ya sabía que tenía pezones erectos, en los cuales no se reflejaban el afán y la violencia de
mi padre. Permanecían como recién hechos. Ese día, dispuse que la liberaría. Que me iría con ella a
territorios lejanos. Que sería su amante absoluto y perpetuo. Ella dormía, cansada de soportar ese
aliento aciago y ordinario del padre. Descansaba de otro ejercicio unilateral. Mi padre yacía
dormido, satisfecho. Yo sentía deseos de matarlo de aislarlo de reclamar para mí su trofeo.
Ese mismo día conocí a la hermana de Susana. Tenía, como ella, una mirada punzante,
dominadora. Era alumna del Liceo María Auxiliadora. Este colegio era elitista. Tanto así que no
permitía el más mínimo contacto con los hacedores de herejías. Es decir de las familias cuyos hijos
e hijas, no estuvieran matriculados en el misterio trinitario. Sin embargo, Betsabé, era iconoclasta.
Lo digo porque, cierto día, la vi., en el parque revolcándose con Eliseo. Hombre, este duro, pétreo.
Parecido a mi padre.
Burbano era un muchacho delgado, pero lleno de fibra. Había llegado al barrio, procedente de
Bahía Solano. Desde su arribo, había cortejado a Silvia. Recuerdo el día en que, al subir las
escaleras, sentí un calor abrazador. Silvia era poseída por Burbano. Era una lucha intensa, violenta,
pero sublime. Burbano expelía fuego. Su falo era como un asta, habilitada para soportar vientos y
miles de banderas. Silvia sollozaba, gritaba, en un forcejeo en el cual Burbano era el orientador y la
autoridad. Apenas sí le permitía a Silvia momentos de descanso. Una acción reiterativa. Una
repetición infinita. Consumieron cuatro horas. Yo me inmovilicé. En uno de los descansos se
percataron de mi presencia. Silvia aparentó una sonrisa cándida, inocente. Maté a Burbano, de la
misma manera como había soñado que mataba a Santiago, mi padre.
Todo, porque Silvia es la suplantación de mi madre. Como la conocí aquel día en que se entregó a
Francisco Peñuela, su primer amante. Sucedió 10 años antes de conocer a su segundo amante,
Santiago. Quien creyera que yo ya estaba ahí. Como una especie de proyecto futuro. Yo estaba con
ella, incluso, desde el mismo día de su nacimiento. Ella y yo, fuimos cómplices. Yo callé, cuando
Peñuela la hizo suya. La vi. y la sentí apartando sus piernas, para dar entrada a un falo inmenso.
Un entrar y salir casi infinito. Porque ninguno de los dos se rendía. Recuerdo, también, que maté a
Peñuela. Corté su inmenso instrumento de placer y lo coloqué a la entrada del barrio.
La pregunta que ahora me hago es: ¿por qué no hice lo mismo con Santiago? En lo de Peñuela
hubo, al menos placer. Mi conclusión derivó del jadeo común y del cansancio sublime común.
Santiago, por el contrario, no tiene ni falo espléndido, ni hacía gritar a mi madre, como Peñuela
Estar ahí, seguir…hasta el infinito.
A veces he creído que soy hijo de Peñuela y no de Santiago. Porque, en esa plenitud de posesión,
en la que mi madre sucumbía con gusto a la fortaleza de Francisco, a su violencia fálica, valía la
pena ser resultado. No como en el caso de Santiago y mi madre. En donde lo prevaleciente fue la
violencia ignominiosa del macho sin ningún agregado de deleite, de fascinación, de éxtasis.
José Luis Fandiño es hermano de mi madre. Su condición de pariente cercano, lo indujo a reclamar
un sitio en la familia. Como yo, aborrecía a mi padre. Tal vez, porque encontraba en él la réplica de
su padre…y el de mi madre. Recuerdo como miró a Silvia, a sus ocho años, cuando ella se divertía
en el baño desnuda. La atraía hacia él. Acariciaba su aberturita clitórica Por más que ella
denunciaba, ni padre, ni madre se daban por aludido y aludida. La aberturita de Silvia enrojecía y
yo veía crecer el falo del tío, queriendo reventar la protección de sus pantalones.
Hasta cierto punto, asumí una posición diferente, cuando Burbano penetraba la insondable y plena
abertura clitórica de Silvia, hasta el cansancio sublime. No sé si ella recuerda lo del tío. Tampoco, si
lo asocia con la acción de Burbano. Lo cierto es que yo quisiera ser él. Porque Silvia, siempre me ha
atraído. Sobre todo, desde el día en que me enseñó su sexo. Yo tenía escasos cinco años. Un color
rosado hermoso. Una estrechez casi divina. Lo digo, porque al dejar conducir mi mano, por ella,
hacia su cuerpo, palpé ese orificio bello, bordeado por escasos vellos.
Ya Susana había comenzado su actividad. Yo la veía ir y venir. Dando órdenes. Comprometiendo
sus conocimientos en las pruebas cotidianas que demanda la realidad. Yo, por el contrario,
permanecía inmóvil. Como una estatua, creada por Pigmalión, indescifrable; sin saber qué hacer.
Cuando Sinisterra me habló yo estaba abstraído. Todavía miraba a Susana. Sinisterra me ordenó
bajar al primer piso, para recibir una mercancía que venía desde Somalia. Era como raro el negocio.
Porque el emblema de las cajas, hablaba de etnias suprimidas, ignoradas. Que se vendían como
recordatorios para los turistas en Cartagena. Con el correr de los años, creo haber identificado el
destino de las cajas. No sé porque se me asemejan a Basurto, a la periferia de la ciudad. En ese
drama de ser la otra cara. Aquella que se desenvuelve en la marginalidad absoluta. Dueña solo de
su miseria.
Carmen María Arregoces, madre de Daniel, fue la segunda amante de Estanislao Verdún, su padre.
Daniel siempre fue cercano al concepto aquel que define al varón como ejemplo a seguir, como
autoridad que hay que reconocer, por encima de la autoridad de la madre. Tal vez por eso, Daniel
creció en un maremágnum conceptual. De un lado la figura paterna de Estanislao remarcando a
diario acerca de la necesidad de construir un gran varón, a como diera lugar. De otro, la imagen
lejana de su madre, otorgadora de sensibilidad y de ternura. Por esto Daniel es un híbrido.
Navegando entre la sensibilidad de Carmen María y la pragmática e indolente política del padre.
Es mi contrario. Yo he amado y poseído a mi madre. El ama al padre, entendido como vertiente de
masculinidad, de fortaleza y de capacidad. Su lejanía, con respecto a la madre, ha sido absoluta.
Hasta el punto que Carmen María no reconoce en él ningún agregado suyo.
El día en que Juan Carlos Urrutia llegó a nuestra casa; yo cumplía 15 años. Un hombre gris. Un
tanto como Teseo suplantado. Con un fuerte olor a mar. Clásico, sin aristas centrípetas. Venía de
Asia. Entendí, en un comienzo, que procedía de Pakistán. Había recorrido más de medio planeta,
buscando tranquilidad. Así, conoció a mi madre. Yo estaba en ella, pero a cinco lustros de emerger
como criatura independiente. Aprendí a conocer y distinguir sus olores. Mi madre, con apenas 15
años, tenía la costumbre de desear la aventura. Como si en ella estuviera el placer de vivir la vida.
Un día cualquiera, Urrutia la avasalló. Yo percibí, como en el caso de Peñuela, un desahogo. La vi.,
otra vez, sucumbir ante la fortaleza del falo. Lo que no entendí en ese entonces, ni ahora, es el
porqué de su insistencia en ser recorrida, paso a paso. Su exigencia era esa. Distinta a la posesión
de Santiago. Creo que m i madre odiaba la tosquedad, que le importaba la capacidad para la
imaginación erótica. Creo que ella, siempre buscó un equilibrio entre el placer físico, así fuera
violento, y la ternura. Mi padre no poseía ni uno ni otra.
Cuando bajé al primer piso, por orden de Sinisterra, me encontré con un arrume de cajas inmenso.
El problema no estaba tanto en subirlas; como en identificarlas y darles un sitio dependiendo de
esa identificación. Mi hice acompañar de Jerónimo, un chico más tímido que yo. Con el trabajo
unificado, logramos avanzar en la identificación étnica. Lo de Somalia era una especie de logotipo
común. Lo verdadero tenía que ver con la guía interna. La autorización para importar somalíes,
congoleños, nigerianos, sudafricanos, entre otras.
Al terminar la selección, elaboramos un informe sucinto. Un inventario de voces y comportamientos
étnicos que, después serían utilizados como prototipo de sociedades en perspectiva de consolidar.
Una figura parecida a la torre excretora de culturas y de lenguas.
Sinisterra no se inmutó. Para él, daba lo mismo una que otra. Su retraso cultural, humanístico era
tal, que podía confundir un dialecto originario de la India, con uno originado en Senegal. Lo suyo
no era, en absoluto, la cotejación lingüística. Lo suyo, era la lascivia, la aproximación a las mujeres,
soñar con ellas sometidas a su falo, a sus burdas caricias. Susana estaba en su mira.
Otra vez sábado. 9:40 a.m. A no ser por mis fantasiosas expresiones, hubiera creído que era otro
día. Diferente. Tráfico pesado, este territorio. Desde Calígula hasta Epitecto. Sus horizontes son los
mismos: ¡la nada¡
Everardo y Patricia, camino abajo. Como si la vida se erigiera en referente de Centauros y Lapitas.
Un orgasmo fugaz. Un ovillo como el de Teseo. Una búsqueda perenne.
Todo está, más o menos, definido. No sé por qué, aún ahora, recuerdo lo mucho que he amado
ese tipo de acciones. Ensayar y competir con lo que no ha sido mío. Mi “ética de lo posible”. Desde
Uribe Uribe, hasta Samper. Un sesgo en las verdades. Un acumulado de sensaciones que remiten a
que el tiempo, para nosotros, se ha detenido.
Desde Gaitán, hasta Galán. Un nudo gordiano. La ecuación asimétrica. La fuerza de la gravedad
invertida. Lo de abajo, arriba. Lo de arriba, abajo.
De todas maneras Sinisterra ha asumido destrezas:…hubo, una vez, un hombre valiente. Sin
ataduras. Sin tristezas. Macho de pocas palabras…para qué palabras. Se decía, así mismo. Era
tanto como pedirle cuentas al viento, siendo llama eterna. Sus argucias eran conocidas por todos.
Desde el mar hasta la sierra. Siendo, aquí, mar una dualidad y sierra, asentamientos equívocos,
pero dominantes. Tanto lo uno como lo otro. En esto, Sinisterra se parece a Santiago, mi padre.
Fundamentalmente en sus actitudes malvadas, a la hora de relacionarse con las mujeres.
La muerte es objeto de controversia, a partir de reivindicar la verdad de los detractores, con
ejercicios cíclicos; calculados vía distribución de Gauss, como probabilidad que ejerce, como favor
otorgado en una réplica perversa de los Cangaceiros.
Jueves 31: Otra vez la versión de que el territorio de lo sublime no existe. Es efímero.
Entre tierno y vandálico. Voz a voz, conocí el dolor de la madre de mi madre. En esto Raquel
España es experta. En transmitir verdades y mentiras. Es ella quien define, comunica, acerca de
objetos, personas y principios.
Sigo añorando la verdad. Trato de no confundir el tiempo, ni los espacios. Sigue siendo mi “ética de
lo posible”. Me veo actuar como Aquiles y como Sísifo. Es mi mensaje. En este tiempo, percibo lo
troyano, como acercamiento a la vida, desde la muerte.
El asunto es que regresé de mi viaje al pasado. Sentí como si hubiese asumido un itinerario
cargado de vicisitudes. No más, al partir, enfrenté el dilema asociado a la significación que adquiere
la ilusión, Susana. Cuando se pretende recuperar la memoria con respecto a los hechos idos. Mi
madre y Santiago. Silvia y Burbano. Aquellos que según la ortodoxia inherente a la lógica, no
pueden ser recuperados; a no ser que se descifre el código vinculado a la libertad para trasgredir
las consecuencias de la relación, espacio tiempo.
Sin embargo, a pesar de mi capacidad para percibir y concretar el sentido que tiene la asociación
de conceptos, había sido vulnerada desde la época de mi primer encuentro con mi madre. En ese
lejano día en que ella no había nacido aún. Y que yo ya estaba ahí, esperándola. Hasta el día en
que conocí a Santiago, violando el sexo de mi madre. Agrediéndola.
Ahora recuerdo que siempre he estado atado a un condicionante en el cual la vida es reinventada,
como lo es la realidad. Un devenir constante. Hechos y acciones sin nexo con la certeza. Nunca he
podido entender la dinámica concreta, del ser y haber sido. Esto supone la existencia de un
requisito básico: reconocerse a sí mismo. De no ser así, los entornos y las vivencias, no son otra
cosa que representaciones autos construidos, a partir del hilo conductor invisible que soporta el
tránsito de un lugar a otro, sin horizonte. Esto es lo mismo que la ausencia de identidad.
De todas maneras, mi viaje al pasado estuvo precedido por aquel momento en el cual conocí a
Susana. Aunque recuerdo donde, es como si no conociera el sitio. Por lo tanto nunca he podido
discernir acerca de los límites entre la interacción con mi yo y el contacto con los personajes que he
ido creando. En un ejercicio de iteración, en el cual cada personaje me propone una interpretación
de los referentes y de los conceptos. Siendo así, entonces, amar, odiar, vulnerar, ser vulnerado, y
vivir, siguen siendo para mí fantasmas que me acechan, como simples agregados, sumatorias
inconscientes.
Lo cierto es que, Susana ha adquirido forma. Según los códigos biológicos. He deseado palpar su
vientre. Sería una estrategia para recorrerla. Pero no en la misma forma que lo hizo mi padre con
mi mujer-madre. He sentido la necesidad de penetrar esa zona estrecha y punzante, mimetizada en
sedosos vellos y que ella llegara al éxtasis, y oírla susurrar metáforas. Susurros y metáforas que no
escuché a mi madre, cuando Santiago la avasallaba a la fuerza.
Sentirme invadido e invasor. Navegar en ese mar corporal inmenso, tierno, insinuante. Imaginando
la cúpula de templos oscuros; como territorios ofertantes de ilusiones y creencias, para todos los
seres como yo. Ávidos de espacios para la alucinación; necesitados de significados para la vida.
Al regresar de ese viaje, me encontré con el sábado siguiente. Absolutamente solo. Como al
principio de mi periplo por los lugares en que esperé a mi madre…buscando, de manera constante,
equilibrios a bordo de mi itinerario. Con la certeza de mi desencuentro
Hilvanar acontecimientos, es una prueba soportada en la lógica. El hecho de conocer el oficio de la
autoridad, de la cual Sinisterra es intermediario. Supone, asimismo, distanciamiento en relación con
mi rol inmediato. Susana no es así. Ella ejerce su labor, como sintiendo una felicidad absoluta. Una
abstracción que no le permite ver a las etnias comercializadas. Mucho menos, las consecuencias de
ese comercio. Tal vez por esto está más cercana a Sinisterra que a mí. Lo de ella es una
complicidad matizada por el exceso de egolatría. Porque, ella, es su cuerpo. Una transversalidad,
en la cual no importa sino la capacidad para cautivar. Ya lo había dicho y ya lo había insinuado. Su
anarquía conceptual y práctica es el camino para no comprometerse en disquisiciones.
Ese día, en que conocí a su hermana, Susana vestía un gris liviano. Casi todas las cosas tocadas
por ella, tienen la misma connotación. De su blanco o negro discursivo, desprendía un quehacer
exterior, en donde no existe lugar para la controversia. Siempre se ha comprometido en acciones
de radicalidad, sin que medie ninguna discusión. La más visible, sin duda, es su ímpetu al momento
de descifrar los códigos sexuales. Sin necesidad de preguntar, ni de reflexionar, convoca a quienes
la observamos, a una excitación casi alucinada.
El padre de Susana había transitado por varios países. Un aventurero absoluto. Conoció a Batista
en su breve paso por Cuba. Se convirtió en su asesor e intérprete de ideas y convicciones. Por esto,
no es de extrañar su versión en torno a Martí. Lo llamó pigmeo intelectual. Aduciendo que la única
expresión posible es el control del poder; independientemente de sus consecuencias. Había
heredado de su padre, el talante de corsario perverso. A sus veinticinco años, originó una disputa
por el poder en Guatemala. Propuso convertir a Miguel Ángel Asturias en reo continuo, traidor a la
patria. Por esto, tal vez, Susana avaló la invasión de la Empajada de España, por parte de los
gendarmes. Aún hoy, Susana insiste en que, a veces, es necesario extirpar de raíz, aquello que
puede derivar en un cuestionamiento a la legitimidad del poder, no importa a que intereses sirve.
Es de la idea de que todo poder es legítimo, en la medida en que satisfaga las necesidades de
quien o quienes lo detenten.
Hasta cierto punto, la opción nietzscheana y wagneriana, asumida por Hitler, ha sido lo mejor que
pudo haber pasado para la humanidad. Porque los arios deben conducir al mundo. No importando
los campos de concentración y el genocidio. En esto, Susana, propone una interpretación en la cual
Mussolini y Franco son hijos bastardos del antisemitismo y de la perspectiva de los arios.
Es un ser extraño, Susana. Heredera de unas convicciones estereotipadas del poder. Por eso lo
ejerce de esa manera. Su convocatoria perenne es a la cautivación, a partir de su sexo. Lo cierto es
que no hay ni habrá ninguno como el suyo. Con solo mirarla, fluyen imaginarios heréticos. Sueños
en que se prolongan, de manera infinita, el deseo por poseerla. Sueños que esclavizan. Es una
sujeta aria. Lucha de manera tenaz por lograr los propósitos de extensión del dominio de lo sexual,
por encima de principios. Es una doctrina sacralizada.
Precisamente, el primero de enero de 1959, el padre de Susana, huyó de la Habana. Estuvo
viajando por todo el Caribe. Desde Haití, en donde se entrevistó con Duvalier, hasta Nicaragua, en
la que compartió con Somoza, en Managua. Aprendió, también, de su padre, el don de la
adulación.
Transcurría mi aniversario 14. Mi madre, se enamoró de Alejandro Verdaguer. Un ciudadano
Uruguayo, anodino. Lo único que lo destacaba era haber sido mercenario en Paraguay, en época de
Alfredo Stroessner. Entre otras cosas, se distinguió por su capacidad de servicio como auriga del
dictador. Al momento de conocerlo, tenía 42 años. Desde el comienzo yo le hice saber, con mi
mirada, que era un varón celoso. Y que mi madre era mía y no de él.
Sin embargo, se cuenta de él, que había estado 40 años tratando de establecer, con alguna
exactitud, el número real de puntos brillantes a espacio abierto. El problema no residía en la
condición de abajo o arriba, en eso de mirarlos para contar.
Aún hoy, no se ha podido descifrar su pasión por este oficio. En una aproximación, hace tres años,
le hizo a su madre el siguiente comentario: en uno de mis sueños, cuatro años atrás, Prometeo
habló conmigo. Un mensaje claro. Tanto como dibujar en palabras unos ojos inmensos instalados
en la cara oculta de la luna. La posibilidad de contemplar la belleza azabache de los mismos, tiene
como prerrequisito el recorrido por ese inmenso vacío azul, que es tal, en razón a la refracción de
luz solar en la línea de protección adyacente a la Tierra. Su color negro, emerge a partir de la
pérdida de luminosidad. Algo así como quiera que es condición indispensable para que confluyan
estos momentos la validación de la posibilidad de identificar el brillo desde Uruguay.
Prometeo me advirtió, eso sí, que debía descontar de la suma adquirida, los planetas atrapados por
el Sol, con su imantación. De todas maneras, el resultado final no podía ser igual al obtenido en
una operación divisoria de 0 sobre 0.
Cuentan que, Federica Maidana, novia perenne de Alejandro, ese mismo día de marzo en que
Prometeo hizo la revelación; adjuntó una observación, así: la única posibilidad de descanso, en el
interregno de la tarea impuesta, tiene relación con los noventa minutos en que Peñarol y Nacional,
diriman superioridad y que coincidan con el primer eclipse entre 2025 y 2034, sumados a los que
Talleres de Córdoba ( en la vecina Argentina), asuma con el Nantes francés, al día siguiente de esta
interacción Sol y Luna.
También cuentan que, en octubre 31, en 2035, Francesca Gavilán, madre paraguaya de Federica,
insinuó que su hija y su yerno escamotearon la celebración, a raíz de sus expresiones visionarias
enfermizas. Mirando hacia arriba (desde Paraguay y Uruguay), contando puntos luminosos.
Se dice que, el Prometeo de Alejandro, el mismo que reveló el secreto aprendido de Zeus, en su
encadenamiento infinito y en su dolor visceral, originado en el asedio continuo del ave enviada por
el Padre, transfirió al pueblo paraguayo, parte de su castigo. Y que, por esto, se justificaba la
vigencia de los generales, liderados por Stroessner
Alejandro Verdaguer, ofreció a mi madre la posibilidad de viajar a Montevideo. Ante las dudas de
ella, en términos de que yo quedaba en situación de soledad; él le planteó ¡o soy yo; o es él.¡
Obviamente mi madre accedió a su petición. Entre otras razones, porque mi madre me consideraba
un sujeto amargado. Al cual lo persigue la sombra de Santiago, como fantasma violador. Ya, desde
mi encuentro con ella, antes de nacer, me consideraba un advenedizo. Como suplicante. Como
individuo que reclama para sí, el trofeo vinculado a palpar su orgasmo. El cual, a decir verdad, no
ha tenido, de manera plena, en abundancia.
En Montevideo, Rosa (ese es el nombre de mi madre), estuvo escoltando a Verdaguer. Ese es el
nombre de su oficio. Algo así como llamarla amante vergonzante. Así, estuvo tres años.
Cuando ella regresó, yo estaba con Silvia; quien me había brindado apoyo, para matizar su soledad
y la mía. Ya no era lo mismo. A decir verdad, yo la odiaba. Un odio que se transformó de latente a
real; a partir de su preferencia por su amante.
Nos contó de sus aventuras; de su búsqueda de amor, al lado de quien ya, antes que a ella, tenía
una amante de nombre Federica. Ella era, para Verdaguer, un objeto de consumo rápido. Su
verdadera ilusión, estaba del lado de Federica. Mujer casi mágica, en lo que la magia tiene de
posibilidad para construir sueños patéticos. Tanto así que, que se le endilga el hecho de haber
producido la pócima que utilizaron Stroessner, en Paraguay, J.C. Galtieri en Argentina y Humberto
Castelo Branco en Brasil, cuando este derrocó a Joao Goulart.
La madre de Juliana, había llegado desde Méjico. Conoció a Ernesto Gardeazábal, se enamoró de
él. El matrimonio fue un tanto acelerado, a raíz de su preñez.
.
Transcurridos seis meses, después del matrimonio, nació Juliana. Desde su temprana infancia,
alucinó de manera continua. Cada evento alucinante estuvo relacionado con su posición como
oferente. Su destinatario fue siempre Valbuena; al que conoció, cuando ella estaba aún en vientre
de Mariana, su madre. Un hecho bastante incómodo. Porque inducía a pensar que ese perdulario,
la visitaba en ausencia de Ernesto. Juliana, siempre mantuvo la sensación de haber visto a
Valbuena, al lado de Mariana, sobre ella, aturdiéndola con sus groseros susurros de amante
insaciado.
Nunca trató de hablar con su padre al respecto. Mantuvo esa alucinación en secreto. Habiendo
crecido, ya como graduada en pedagogía aplicada, supo de mis desvaríos, como subyugado por mi
madre, aún antes de que ella naciera. Siendo así, me convocaba a que le relatara mí recorrido por
esos caminos, a veces áridos, otras veces pletóricos de pasión por ella. Una pasión inconfesada,
hasta ese instante.
Con sus pretensiones de mujer en capacidad de analizar cualquier acción humana y proponer
alternativas; me hablaba. En una perorata inacabada. Yo la escuchaba, no con interés en lo que
decía. Más bien, por saberme cerca de su cuerpo insinuante, perfecto. En esto competía, sin
saberlo, con Susana. Las dos, mujeres perfectas. La una (Susana), consiente de su poder sexual;
Juliana, consiente de su capacidad para arropar con su cuerpo, al hombre que llegara a amarla, con
la convicción de alcanzar el equilibrio entre sexo y un rol activo, intelectual, en capacidad para
transformar el mundo.
Al despedirme de Juliana, volví a casa. Me sentía todavía obnubilado. Como sujeto que aspira a ser
amado por una diosa que transfiere pasión en cada uno de sus movimientos…hasta que quedaba
dormido, abrazando la almohada que le había robado a mi madre; que todavía conserva su olor a
mujer. Ese olor que no termina, inconfundible. Porque es el olor a mujer en sublime celo. Yo amaba
esa almohada, la rescaté antes de que Verdaguer le impregnara ese olor amargo y nefando que
poseía y al que he odiado.
Cuando Francesca Gavilán, conoció a Susana, esta estaba tratando descifrar cierta lectura asociada
con el caso del Prometeo Verdagueriano. Había conocido la leyenda, un día en que, estando al lado
de su máquina podadora de etnias y al lado de Sinisterra, recibió una llamada de su padre. Andaba
por Paraguay, buscando asilo perenne. No tanto asilo físico, lo de él era una constante sensación
de estar perdido espiritualmente. Susana le dijo, padre, no recuerdo el camino, pero me ingeniaré
la manera de llegar. Nos vemos en Asunción. No te preocupes por mí, tengo la posibilidad de algún
dinero. En este negocio, la empresa tiene perspectivas halagadoras. La etnias son como corolarios
a los cuales se arriba, simplemente fingiendo preocupación por lo ancestral. Tanto es así que
hemos negociado con los norteños, una transferencia cultural, incluida la patente. Ante todo, con
las posibilidades que otorga el Amazonas. Desde Bolivia, hasta Brasil.
Mientras hablaba con Atanasio, Sinisterra deslizaba sus manos por las piernas de Susana. Ya no
resistía. Habían encontrado los conceptos comunes. Una y otro, se sabían poseedores de un
extraño poder. Un magnetismo viciado que atraía. Habían progresado, ya conocían de los huitotos;
de su religión, de sus mitos, de sus sueños. Desatando las cajas que contenían los acumulados
históricos de las etnias, habían encontrado un escrito: “Hablando así, buscó en la casa, en las ollas,
debajo de los tiestos. Pero no había. Por esa razón Uikiegi desató una tempestad desde los confines
del mundo. La tempestad sacudía
la casa. Mientras ellos buscaban en los zarzos, el viento sacudía la casa y levantaba las crisnejas.
Entonces vieron a Magieza; la vieron muy claramente allí donde el viento había levantado las
crisnejas, estaba acostada en una hamaca en lo alto de la casa.
Oye, madre, dijiste que tú misma habías cogido los frutos de achiote. ¿Quién es la que está allí
arriba? ¿Por qué ocultaste a la famosa Magieza? Ella cogió el ramillete de achiote. ¡Ve a traerla!
¡Bájala para devorarla, ya que cogió el ramillete de achiote!. Timada ¡bájala para devorarla! – Dijo
Uikiegi y el jaguar Timada fue por una viga, sacó a Magieza de la hamaca y la lanzó abajo...”
Este y otros textos llegaron desde Manaos, fueron robados. Los exhibieron como trofeo, se
quedaron con ellos y los subastaron de manera subrepticia. Eran fruto de la investigación realizada
por Konrad Theodor Preuss. Tal vez, el más valioso dice: “...al llegar a la superficie de la tierra,
saliendo del hueco del que vinimos nosotros, se topó con Gaimi quien venía por entre los árboles
iguyina, que estaban al borde de ese hueco. Jidiroma disparó contra Gaimi porque era bonito, pero
no dio en el blanco. Gaimi se había transformado en una gota de rocío y dormía. Colgaba en forma
de mico churuco y dormía...”
Susana acordó con Atanasio, verse en las afueras de Asunción, en casa de Francesca Gavilán, un
día después de haber sido preñada por Sinisterra.
Al despertar, ese sábado de abril, encontré a Susana a mi lado…solo entonces comprendí que había
soñado cosas muy extrañas. Antes de despertar había visto a Susana ondeando una bandera teñida
en la sangre de su primogénito, el hijo de Sinisterra.
Me quedó la sensación amarga a que conduce toda dicotomía. Lo mío era algo así como un perfil
esquizofrénico, que se adhiere al espíritu. Que te acompaña
He estado deambulando todo el tiempo. Desde que me he negado a reconocer y
aceptar la realidad; no percibo señales de vida. Algo así me había sucedido antes. Por ejemplo, en
mi infancia, los sueños desbordaban mi entorno. Era algo así como un sujeto inmóvil. Inmerso en
situaciones determinadas por un imaginario perturbado. Tanto así que, a cada momento, ejercía
como referente. Ese que, cuando requería de espacio para asumir la vida; de motivaciones
ancladas en la felicidad, no tan distante o efímera. Me zambullía en un mar de nostalgias absolutas.
Creo que estuvo conmigo desde el vientre.
Lo cierto es que, hoy, no veo diferencia. Esos sueños amarrados a escenarios difusos, permeados
por una sensación de contra ternura; se han reiterado en el tiempo. Es un desasosiego innato. Sigo
sin percibir la realidad como momento válido para desplegar mi vida. Es una saturación de
expresiones inocuas. Al menos eso creo. Porque vivir la vida no es simplemente asumir como sujeto
con movimiento. Supongo que es algo más trascendente. Como, por ejemplo, amar y sentirse
amado. Lo mío es una postura ecléctica. Es un ejercicio, en el cual se asfixia la lucidez. En el cual
no existen ni recuerdos, ni horizontes de esperanza.
En mí, la esperanza, está hecha de una lucha constante. Contra la lógica que soporta al quehacer
diario. Es un abismo. Una sima sin refugios ni momentáneos, ni duraderos. Es decir, una existencia
estática. Sin la ilusión como fundamento primero de la imaginación válida, oferente de acciones no
saturadas de angustias. Ni de desequilibrios tan continuos.
La realidad, entonces, me conmueve. De tal manera que, a cada paso, navego sin brújula. En
donde la rosa de los vientos no señala ninguna opción, distinta a iniciativas recortadas. Como esas
en las que me veo restringiendo tu cuerpo y tu vida, al mínimo posible. Como aspirando a andar sin
ti. A sentir una innovación diferente al ejercicio de sujeto sin ilusiones
No sé por qué, al regresar de cada sueño, percibo la reiteración de mi infancia. Porque, cada
sueño, era y es, ahora, una continuidad áspera, árida. Tal vez sea, porque nunca he tenido
verdaderas certezas. Con respecto a la vida. Incluida tú; desde el momento en que te conocí;
ejerciendo como imantación discontinua, dicotómica. Como bifurcación fría. Como caminos
recorridos y por recorrer. Tal vez sea porque no he tenido la sensación de libertad, distinta a la
libertad de la cometa, dirigida, atada a tus manos. Muchas veces invisibles. Otras veces con la
visibilidad agrietada; más hostil que esos recuerdos, en los cuales aparezco como sujeto atávico.
…Será porque nunca he sentido tu cuerpo y tú ser completo, convocándome a ser feliz, sin
restricciones; sin sentirme consecuencia esquizofrénica. Sin tocar la irrealidad como lastre. Todo
esto le expresé a Susana, mientras ella dormía.
Ese mismo día asumí el reto de no volver a alucinar. Porque me estaba convirtiendo en esclavo de
mi pasado. Salí del cuarto, necesitaba respirar un aire diferente. Sin las convulsiones inherentes a
esos momentos enfermizos. Estuve en todos los lugares que había conocido. Tratando de modificar
el futuro que hoy me acompaña. Como si quisiera mover al menos unos elementos que permitieran
una continuidad en el tiempo, diferente. Sin ese acoso hacia mi madre, sin Santiago, sin
Verdaguer, sin los exorcismos de Juliana, sin las erosiones sistemáticas que me sitúan al borde del
abismo. Ese abismo parecido al hueco de los huitotos.
Al terminar el día, me encontré con Daniel. No sé por qué me alegró verlo; a pesar de mis
profundas contradicciones con él. Con su manera de ver y vivir la vida. Tal vez fue porque, al
encontrarlo, me había sumergido en la soledad. Verlo, entonces, suponía que alguien más que yo
existía en el mundo.
Daniel, como siempre, me indagó acerca de todo. Como tratando de localizar mi yo, en las
preguntas y en mis respuestas. Un tipo de indagación, como variante perversa de las indagaciones
de Juliana.
Silvia, me dijo, está en el país del invierno. Acostumbraba, Daniel, utilizar un lenguaje figurado,
achatado, sin imaginación. Eso del país del invierno, traducía la casa de mi madre, con los rastros
de Verdaguer. Un significado del invierno, en el cual emergía, en silencio, de nuevo, mi pasado. Ese
que estuve tratando de modificar, desde el principio, para ubicarme en este presente de una
manera diferente. Al menos en contacto con cuadros alegres, con sitios y con personas sin ningún
asomo de actitudes que duelen y que me convocan permanentemente a sentirme sujeto sin oficio
distinto a cargar con la culpa de haber conocido, amado y poseído a mi madre aún antes de que
ella naciera. Asumiendo, sin quererlo, el perfil de Santiago, de Verdaguer de…
Corría el mes de enero de un año más de aniversario. Ya había perdido la cuenta. Creo que era el
número treinta. Encontré, después de tanto tiempo, a Martha. Tenía, ella, unos ojos cansados de
mirar lo cotidiano, en gris. Supe que se había separado del lado de Santiago. Había rodado por
ahí, por donde los sitios son, a la vez nuevos y repetidos. Me dijo, he estado buscándote. Desde
que nos separamos he pensado siempre en ti. Sigues siendo, para mí, un ícono que retrotrae los
caminos andados. Te he visto en mis sueños; jugando con las palabras, como a los acertijos.
Siempre te has distinguido por la capacidad para hilvanar los hechos, de manera tal que estos
aparezcan unidos a tus recuerdos, a tus dolores, a tu vida. Una vida que siempre pretendes
explicar, a partir de ese rol tuyo. Incierto, pero tan real como los avatares de la humanidad. Has
sido y sigues siendo digno representante de las angustias que exhibe la humanidad entera. Sin
conocer la razón de ser de la felicidad. Creyendo que esta es sinónimo de la tristeza al revés y no
como un agente autónomo, válido por sí mismo.
Al escucharla, recordé lo del sábado aquel, en que salí dispuesto a no alucinar, buscando el pasado
para deshacer este presente y recomponer mi futuro. Sus palabras eran duras, laceraban de tal
forma que sentí deseos de ahogarla con la almohada de mi madre, la que me acompañaba todas
las noches. O de montarla y cabalgarla, hasta que hubiera derramado hasta la última gota de mi
riqueza líquida, amarillenta, de varón bandido que ha sido desnudado de sus principios, por
aquellas palabras expresadas de manera vehemente. Recuerdo que, algo así, sentí el día en que mi
madre me conminó a no seguir siendo su centinela. Cuando, marchó con Verdaguer. Esa noche, en
sueños, la cabalgué, la horadé, hasta que me deshice de ese acumulado de nostalgias, por la vía
que siempre lo he hecho, por la vía edípica, en su versión más cruel.
Después de despedir a Martha, dormí en profundo. Volví a ver a Susana, a Atanasio, a Sinisterra;
como máquinas depredadoras de las etnias. Volví a escuchar las palabras de los mitos huitotos.
Esta vez, estaba en un sitio cercano a la antigua Biafra. Una localización ambigua. Porque, al
mismo tiempo, veía los paisajes abrumados de Inglaterra, de Italia, de Portugal. Un ir y venir
tatuado. Con los negros, niños, niñas, mujeres, hombres, clamando por su libertad. Demandando
justicia ante el arrasamiento racial. Vi a Lumumba, en el antiguo Congo; vi. a Idhi Amín,
recorriendo desiertos a lomo de su pueblo. Vi a los Nazis, otra vez, a la ofensiva, matando a todo
que no fuera ario. En esta parte del sueño, recordé las posturas de Susana y de Atanasio. Vi a los
reyes Fernando de Aragón e Isabel de Castilla reconquistando a Granada, subyugando a judíos y a
musulmanes, aniquilando sus culturas, sus religiones, hasta lograr un equilibrio cultural, bajo su
hegemonía. Vi a Colón y a sus piratas, entrando a América, avasallando, aniquilando. Recordé mi
lectura de Las Venas Abiertas.
Desperté, como casi siempre, desmoronado, lleno de estigmas, como las de los enfermizos
visionarios católicos. No pude levantarme. Deseaba no hacerlo, quería morir ahí, en ese silencio
cómplice.
Al no morir ese día, continué mi rutina. Estuve en la empresa, hablé con Susana, profundicé mi
odio hacia Sinisterra. Este estaba vociferando. Increpaba a los y las empleadas. Palabras sueltas,
incoherentes, pero de una dureza grosera. Como todo lo que se relacionaba con su ser y con sus
actuaciones.
Invité a Susana a almorzar. A decir verdad, nunca lo había hecho. Nos dirigimos al “Sinrazón”, un
restaurante cercano a la empresa. Se distinguía por sus menús extraños. Un poco como la cocina
de nuestro pacífico. Pero saturada de pimienta y ají. Una sazón parecida a la de los mejicanos.
Pedimos, según la carta, lo del día.
Lo nuestro seguía igual. Mientras comíamos, nos mirábamos, como seres adportas de deshacer lo
andado. Tantos vericuetos; tantos laberintos. Nos transmitíamos ausencia de vida real.
Proponíamos interpretaciones que nos alejaran de nosotros mismos. Ella veía en mí, un sujeto
acabado, sin energía, sin compromiso consigo mismo. Yo veía en ella, el cuerpo absoluto, tanto
como el de Juliana. No veía en ella sino su imagen desnuda. Con su triángulo pélvico, con sus
pezones erectos, con sus piernas que terminaban en ese lugar de inacabada oferta de placer para
ser saciado; una propuesta perenne, para mí y para cualquiera que deseara amarla.
Dejamos la mesa y despedimos ese encuentro. Ella, creo yo, con la convicción de que yo no era
otra cosa que una sumatoria de tristezas. Un hombre lleno de nostalgias. Sin más presente que la
interdicción con respecto a la vida. Yo, con la sensación de haber perdido la posibilidad de atraerla,
de motivarla. Porque, en mi opinión, el amor es eso, una lucha constante por convocar imágenes y
acciones lúdicas y una pasión que bordea todos los lugares cercanos y lejanos. Al lado de quien
amamos. Yendo al pasado, convirtiéndolo en presagio de un presente sin erosiones espirituales. Y
un futuro, a partir de ahí, soportado en esos momentos, en los cuales la ilusión se transforma en
posibilidad de ser felices. Una felicidad no saturada de repeticiones. Más bien, creando imágenes y
lugares siempre nuevos. Siempre autónomos. Sin permitir que el entorno, como inmediata
exterioridad dominada por las voces, nuestras voces, secretas y abiertas. Convocando al mundo a
que nos mire y sienta esa felicidad con nosotros.
Juliana estaba sentada, analizando los reportes escolares. El trabajo, para ella, es un reto
constante. Lo asume, no como rutina. No es lineal. Cada hecho y cada acción suyos, constituyen un
universo de sensaciones siempre nuevas. Lo pedagógico asumido como motivación a investigar y a
construir. No como inexpresivas admoniciones académicas formales. La escuela, como escenario
para ofrecer nuevas interpretaciones; para ejercer una relación de continua interacción. Yo veía en
ella, a pesar de lo hablado ese día en que cuestioné sus métodos, un referente siempre válido. No
solo por su cuerpo; sino con agregados expansivos, con un crecimiento exponencial. Algo así como
entender su condición de mujer oferente, libertaria
Le hablé. No con palabras prefabricadas. Porque, la vi. inmersa en su tarea. Y no sé por qué, la
compare con Susana. En ese tipo de comparación que pretende ser motivación para deshacer una
relación y comenzar otra, diferente, nueva. Ya antes me había pasado, cuando observaba a mi
madre. Cuando la veía en mis alucinaciones. La veía en esa interpretación de lo real, como
multiplicación de opciones. A veces como guerrera situada en territorios dominados y avasallados.
Guerrera enérgica, incendiando su entorno con gritos de libertad. Otras veces, como mujer
asfixiada por los rigores del sometimiento. Otras veces como diosa maravillosa. Proponiéndole a
Sísifo una solución al ejercicio continuo, en cumplimiento de su castigo.
Mis palabras, produjeron un efecto no preciso. Juliana respondió con frases asimiladas a una
sensación de fatiga. Un tanto híbrida. Como queriendo expresar satisfacción por verme. Pero, al
mismo tiempo, como tratando de enfatizar acerca de la molestia por verse interrumpida.
Hablamos poco. Se decidió a proponerme asistir con ella a una conferencia acerca de “El proceso”
de J. Kafka. Concretamente a una conferencia ofrecida en el auditorio del colegio de abogados, y
en la cual se abordaría una interpretación jurídica de la obra. Hasta cierto punto me pareció
paradójica la invitación. Porque la entendí como convocatoria para acceder a un personaje tan
complejo como el escritor, justo en el momento en que sentía la necesidad de atravesar ese límite
entre mi patología nostálgica y la tranquilidad, a manera de equilibrio entre el estar ahí, viviendo y
aspirar a la felicidad.
El día de la conferencia, Juliana me llamó por teléfono para recordarme el compromiso adquirido.
Va ser una jornada importadísima, me dijo. Un encuentro con la complejidad que adquiere la vida,
me reiteró.
Nos encontramos a la entrada del auditorio, llevaba un traje completo, de color negro. Un traje
estrecho, que realzaba sus formas. Yo la miré extasiado. Nunca la había visto tan bella y tan
insinuante.
El expositor, un profesor joven y sonriente. Con gestos que transmitían seguridad y convicción en lo
que hacía. Sus actitudes transmitían cierta sensación de compromiso. Vi, en él, una réplica creativa
de Juliana.
Antes de empezar su intervención, nos obsequió una copia escrita del contenido. Juliana y yo nos
sentamos juntos. Le tomé la mano, como queriendo que me transmitiera ese interés que reflejaba
en sus ojos. Pero, al mismo tiempo, esperanza.
Una vez terminada la conferencia, Juliana abordó al profesor Arenas. Yo veía en ella, unos ojos
escrutadores hacia él. Ojos que trasmitían admiración. Sentí que me había abandonado. Era, para
mí, un estar con ella, sin estar. Como falso acompañante. Le dijo, profesor, nunca había asistido a
un evento como este. Usted estuvo maravilloso. Quisiera, algún día, estar con usted y que me
dedicara un momento, para expresarle algunas dudas que tengo, respecto a las consideraciones
filosóficas del derecho penal. Siempre me ha apasionado ese hecho de mirar, la nomenclatura del
análisis jurídico, en el cual los y las sujetos, nos vemos inmersos en la necesidad del castigo,
porque vulneramos las normas que rigen la interacción social. Hablar con usted de ese ejercicio del
poder y de la coacción que hacen posible el equilibrio. Mirar con usted esa interpretación del nexo
entre el poder y la religión, como usted lo expresó en su conferencia.
-Mire, profesora Juliana, el día en que usted asistió al coloquio sobre los derechos de las mujeres,
quedé impresionado por su manera de interpretar la revolución cultural y de valores que se han
derivado del proceso relacionado con la lucha de las mujeres por su emancipación. Inclusive, tuve
la intención de hablar con usted. Sin embargo no lo pude hacer, ya que debía estar en el
aeropuerto, para viajar a Brasilia. Trataré de concretar un encuentro. Puede ser, la próxima
semana. De todas maneras yo la llamo para precisar día y hora.
Yo era un asistente pasivo a ese diálogo. Sentí una indignación profunda. Una mezcla de
impotencia y celos. Siempre me ocurre lo mismo, cuando me siento insignificante. Cuando se
reitera mi ignorancia ante los procesos trascendentales, colectivos. Como quiera que soy un sujeto
que interiorizo los entornos, a partir de códigos preestablecidos. Códigos que no son otra cosa que
el resultado de mi incapacidad. Porque, soy sujeto aprisionado, atado a la yunta de un pasado lleno
de momentos que he vivido. Momentos de insatisfacción espiritual. Una aridez, convertida en
angustia, en nostalgias mías, en los cuales mi relación con los otros y las otras, no es más que
sumatoria de soledades y de interpretaciones, en las cuales confundo mis sueños con la realidad.
Vinculado a mi madre, en sus acciones que transmiten la imposibilidad para encontrarse. En su
concepto de amor de amantes. En sus continuos rechazos a mi exigencias.
Acompañé a Juliana hasta el colegio. Al despedirnos, sentí que mis deseos furtivos, por acercarme
a ella y poseerla, estaban absolutamente distantes de concretarse. Porque, queda claro que lo de
ella es una condición de amante latente, solo para quienes podían asumir, con ella, la vida en todo
lo que esta tiente de pasión y de entrega. Pedro Arenas era su ícono referente.
Cuando Isolina Girardot despertó, el día primero de abril de 2025, recordó lo sucedido el día
anterior.
Estuvo con Isabel Pamplona, en Anápolis, ciudad siempre acogedora. Uno de los aspectos más
importantes, hacía referencia a la manera de abordar la doctrina de la libertad. Doctrina inmersa en
vacíos conceptuales. Algo así como entender su dinámica, anclada a la teoría de “vista atrás”.
Es decir, una reiteración en torno al hilo conductor: por más que avancemos en el discurso
libertario, navegamos en el remolino de la repetición. Significa desandar, por lo menos en la noción
de asumir los hechos, en un contexto de cotidianidad, agresivo.
Ya Isabel le había advertido a Isolina sobre las consecuencias relacionadas con la depravación
vigente. Los malos tratos recibidos avanzaban exponencialmente. Inclusive, Isabel, hizo referencia
a la cantidad de momentos vividos bajo el énfasis de los textos producidos. Textos que relacionan
la libertad con esquemas discursivos. Unos esquemas de fulgurantes palabras huecas.
De hechos formales. Inclusive le recordó lo sucedido el 8 de marzo anterior. Cuando enfrentaron la
fatiga de los escenarios y de las intervenciones alusivas a la mujer. Como ícono, en constante
crecimiento. Una forma de respaldar la interpretación de los aportes, en términos de epopeyas
vinculadas con la defensa de sí mismas en la ciudad, en el campo, en el hogar; utilizando un
lenguaje impúdico. Una reflexión atada a la globalización. Un contexto en el cual se vulneraba la
emancipación, por la vía de utilizar ese referente, como doctrina soportada en la superficialidad;
cuando no con una variante perversa del homenaje a las madres, de por si degradado, absorbido
por la literatura y las prácticas inveteradas. Como aquella de hacer coincidir afecto y respeto, con la
oferta de mercancías.
No obstante, en esa referencia, Isabel postuló la posibilidad de rehacer el concepto de libertad de
las mujeres. Tal vez, volver al origen de la declaración primera. Esa derivada de las obreras y las
mujeres libertarias, cuando erigieron la lucha autonómica, soportada en la dignidad, contra los
atropellos, contra la asimilación de sus reivindicaciones, a simples acciones cautivas de la lógica de
una sociedad absolutamente centrada en la opción de la ternura como la implicación de las mujeres
en el proceso orientado por el rotulo: nacieron para ser madres. Esa huelga de las mujeres obreras
en una empresa de Estados Unidos, en 1910, constituye referente obligado, al momento de valorar
la celebración del 8 de marzo, como el Día Internacional de las Mujeres.
Asimismo, Isabel, hizo alusión a la variante de transformar esa degradación absoluta, por la vía de
otorgarles el derecho, inmóvil, pasivo y condicionado, a la expresión. En eventos y celebraciones.
Es obvio, decía Isabel, que no ha habido traslado de lo allí expresado, a una generalización real, en
el día a día.
Para Isolina, ese día de abril de 2025, fue la reafirmación de su autonomía. Pues decidió su ruptura
con Adrián, su gendarme y tutor en casa. Aquel que siempre reivindicó en público su condición de
amante libertario que compartía con ella la opción de vida vinculada con el concepto de autonomía
plena. Un desdoblamiento que ella no soportó más.
Yo no tenía certeza, si Isolina había estado conmigo en la caminata que hice en compañía de
Susana y Juliana. Lo único claro, para mí, fue su recuerdo, al quedarme dormido, una vez en casa,
después de despedirme de Juliana.
Isolina fue compañera de Martha y de Maritza en los primeros grados de escuela. Había conocido a
Adrián, mi hermano, en una fiesta, realizada en celebración de los cuarenta años de Liceo
Nietzsche, en el cual trabajaba Juliana. Morena, esbelta, un cabello crespo, pegado al cráneo.
Nunca pretendió alisárselo. Se sentía feliz con esa prueba de su afro descendencia. Fue mi
confidente en los momentos de angustia causados por el quehacer perverso de la empresa.
De ella aprendí el amor por nuestras raíces. Siempre me ha acompañado su recuerdo. Mujer
abierta, sincera y de una fortaleza impresionante para enfrentar los rigores asociados a la lucha por
los derechos de las etnias. Cercana a todo el proceso reivindicatorio de la equidad y solidaridad de
género. Acompañante de las mujeres de la Ruta del Pacífico. Conocedora de los crímenes de lesa
humanidad en el país. Y, por lo mismo, tejedora de posibilidades libertarias de las negras y los
negros. De nuestros nativos wayú, huitotos, de los paeces; de los de la Sierra Nevada.
El día que se conoció de la tragedia provocada en Bojayá y en la cual murieron más de 100 negros
y negras, mujeres, niños, niñas, adultos; Isolina promovió un clamor social, un repudio al hecho y
de solidaridad. Asimismo ocurrió, cuando en Barrancabermeja, fueron asesinados y asesinadas
personas, civiles; trabajadores y trabajadoras
De todas maneras, ese día, al despertar tenía la esperanza de encontrarla, de que lo soñado era
realidad. Quería que me repitiera esas imágenes escritas que leí en el sueño. Pero no. Isolina no
estaba. En su lugar estaba esa sombra de la soledad. Esa que me acompaña a cada momento.
Pensé en Juliana, en su mirada hacia el profesor Arenas. Pensé en Susana, en la cita que tuvimos y
que nos distanció más. Pensé en Sinisterra en su pérfida pasión por el enriquecimiento, en su
malvada tendencia a engañar y a fornicar, con consentimiento o sin él.
Maritza estaba sentada en el vergel. Una casa inmensa. Había conocido a un hombre con el poder
que otorga el hecho de tener dinero en abundancia. Su nombre era Pánfilo. Individuo de malas
mañas. Con extensiones de tierra, casi infinitas. Conocedor del negocio que alucina Controlador de
procesos de envíos, de siembras, de crímenes ligados a esos procesos. Demasiado rico. Demasiado
hacedor de poderes y macropoderes. Tanto que, en 2002, auxilió a campañas políticas hacia los
instrumentos de poder. Año aciago ese. Cuando se conoció de un discurso ampuloso vinculado con
la seguridad y la paz. Cuando, la asunción al poder ejecutivo, constituyó un pulso entre la libertad y
la ignominia la presencia de una versión bastarda de la libertad. Una extensión de poderes y
macropoderes, en todos los ámbitos. Una manera de proponer la interpretación de la lógica. Una
manera de poner de revés la búsqueda de la libertad. Un tanto como el fascismo de Mussolini,
anclado en la denominada voz del pueblo. En la expresión no cierta de que éste nunca se equivoca.
La voz del pueblo es la voz de Dios, en crecimiento exponencial. En donde todo es sensato y
posible, por la vía de la teoría de que el fin justificaba los medios.
Pánfilo Castaño, era un hombre pragmático. Así se había hecho rico. Así había comprado su
posibilidad de crecer en un entorno de corrupción. Lleno de expresiones que conducen a validar el
poder, por la vía de construir un equilibrio entre el delito y los crímenes, con el ejercicio de un
poder ejecutivo vertical, supuestamente democrático.
Al llegar, saludé a Maritza. Ella permaneció inmóvil, en silencio. Se creía sujeta de alto vuelo. Por lo
mismo, significaba el hecho de que sus circundantes le reverenciaran. Un hacer la vida, por la vía
del control. En donde el dinero permite ascender de estrato y de controlar poderes y micropoderes.
Por fin atendió mi expresión. Me dijo, Ezequiel tú eres incorregible. Sigues pegado al recuerdo de
nuestra madre. Por el contrario, yo aprendí la lógica de lo cotidiano, de lo real. De aquello que,
siendo real, permite la manipulación. Es un empoderarse de los ofrecimientos que otorga la vida.
En el cual los valores no existen, en el cual, lo que vale es sentirse pleno, sin afugias.
Yo, seguía diciendo Maritza, estoy aquí, porque he podido interpretar la magia de ese equilibrio. En
eso, apareció Pánfilo, con su esotérica presencia, saludando en la distancia. Asumiendo que yo,
también, era sujeto controlado.
Me dijo: estoy aquí, no por tu hermana que parece una fufurufa, sino por la fascinación que ofrece
el poder y el logro del equilibrio. Como si de antemano supieras que no existe barrera para el poder
dinero.
Yo, me resistí a la veleidad de Pánfilo. A su peculiar manera de entender la vida como simples
sumas y restas. En el cual, lo humano se traduce en simple expectación
Una vez terminada la conversación con Maritza, me dirigí al Teatro Esparta, en donde se realizaba
una conferencia, titulada, Estado, poder, educación y bienestar. El conferencista era el mismo
profesor Pedro Arenas. Había conocido de la misma, por una llamada que me hizo Juliana y me
invitó.
Más tarde comprendí que, Juliana, había concretado con el profesor Arenas, una reunión, o para
ser más preciso, un estar, después de la disertación. La denominación de la intervención, hablaba
de la noción de poder educación y de bienestar social en América Latina. Antes de empezar, el
profesor Arenas, pidió, al auditorio, un reconocimiento hacia la labor realizada por Juliana en El
colegio Federico Nietzsche.
.
Aparentemente era, una visión congruente. La entendía después, como una figura que puede servir
como ícono, como referente para un programa de gobierno. Y, en realidad, el ciudadano A., lo
asumió como soporte de su campaña. Es obvio que su implementación, depende de las
circunstancias, como todo hecho y toda realidad en la que, cada quien, construye su universo de
conceptos. Este es claro y preciso. Coincido con él en cuanto discurso propuesto. Pero, me enerva
la manera en la que lo ejercitan como instrumento válido para perpetuarse en el poder. En ese
contexto entendí, entonces los principios de Pánfilo y la perspectiva en el poder, por parte del
ciudadano A, Una base teórica insoslayable, pero una apropiación absolutamente perversa de la
misma, para desarrollar una forma de gobierno avasalladora de los conceptos de verdad, de
democracia y del rol de los ciudadanos y ciudadanas.
Al terminar, el profesor Arenas se acercó a Juliana y la besó en los labios. Todo lo anterior se me
vino encima, aplastándome., cual peso de toneladas de cemento. Me sentí como sujeto enfermizo,
que había trasegado por todos los entornos, buscando en Juliana una perspectiva de libertad y de
gozo. Este último, en relación a lo que más me ha fascinado y que lo viví en mi madre: el placer
sexual, como soplo divino indispensable para vivir. Como tónico espiritual. La exacerbación de mí
odio al profesor Arenas, vino después de haberle escuchado a Juliana, unas palabras al profesor
Arenas:…por fin me has preñado. Espero que ese hijo o hija se parezca a ti, como, norte del
proceso de fundamentación intelectual.
Como alucinado, dejé atrás a Juliana y al odiado profesor Arenas. Regresé donde Maritza, le pedí el
favor de anunciarme con Pánfilo. Hablé con él. Le hice saber de mis deseos de venganza. Le pedí el
favor de realizar una acción, para lograrlo. En concreto, le pedí que me ayudara a eliminar a un
rival. Pánfilo, acostumbrado a este tipo de requerimientos, me expresó que lo haría. Solo tenía que
describir al sujeto, fijar hora, sitio y día. Lo demás corría por su cuenta.
El día 32 de mi nacimiento, Olga me despertó. No pude ocultar mi malestar. Me habló de algo
parecido a iniciar un nuevo día. Me acompañaba, todavía, el sabor un tanto dulzón, de la leche de
mi madre. Ella dormía. Olga me enseñó una foto y un anuncio, recortado del periódico. Hablaban
de un señor Arenas que había sido atacado por sicarios, al momento de salir de la universidad. La
crónica, además hablaba de una mujer que acompañaba al profesor Arenas. Ella sufrió heridas de
alguna consideración, pero se hallaba fuera de peligro en el Hospital Samaritano. Sentí una alegría
perversa. Como si esta noticia ya estuviera previamente diseñada. No solo por el hecho en sí, sino
por el alcance de la misma. Yo había estado interactuando con mi madre. Cuando llegó Santiago,
sentí ese desconcierto visceral, parecido al miedo y al odio. Cabalgó sobre mi madre toda la noche,
hasta que la sintió sin aliento. No por placer, más bien por el cansancio físico que produce el asco y
el dolor de sentirse violada, vulnerada.
Caminé largo tiempo. Parecía un enano de sesenta años, cuando apenas si llegaba a un tamaño
normal para mí edad y a una desesperanza. Brutal. Como cada que soy convocado a rendir
cuentas ante los visires gubernamentales. Aquellos que controlaban la infancia, con el propósito de
adecuar su comportamiento hacia una sociedad de impecable blancura exterior, y de un profundo
respeto por los bienes del otro o de la otra,. Una ciudad artificiosa, en donde vale lo híbrido como
sistema de vida. Sin placer real y sin poder cortejar a la mujer a quien uno ama. Al margen de las
afugias cotidianas.
Olga, era una de esas mujeres-niñas, que lo sabía todo. Tanto en términos de intimidad sexual,
como también en términos de exterioridad social. Sabía, a manera de ejemplo, del cortejo del
amante que pretende dominar a una hembra, de manera casi salvaje. También sabía del origen del
orgasmo. Ella misma me confesó que, a sus tres años, ya sabía explorar su clítoris, de tocarlo y de
vaciarse de dicha. Le dije al oído: si buscas una información más precisa, si averiguas por la mujer
que acompañaba al profesor Arenas; te haré lo que siempre deseas. Una exploración por tu sexo,
con mi lengua y mis manos. Haciéndote explotar de pasión y de satisfacción, parecido a lo que le
hago a mi madre, cuando no puede dormir y necesita hacerlo.
Olga, me miró desconcertada. Sin embargo accedió a mi solicitud. Salió de casa, con la mira puesta
en el premio que yo le ofrecía. Estuvo en el Colegio Nietzsche. Habló con la asistente de la
dirección. Preguntó por la profesora Juliana, fingiendo ser una colega que conocía a Juliana, desde
la infancia. La asistente le comunicó que la profesora Juliana había sido herida en un atentado en el
cual murió el profesor universitario Pedro Arenas. Está recluida en el Hospital Distrital,
recuperándose de heridas relativamente leves.
Al regresar a casa, yo estaba en posición de acecho. Desnudo, con mi pene afuera, erecto. Olga me
contó lo averiguado y reclamó su trofeo. La avasallé con furia, le rompí el traje, me sumergí en ese
sitio en donde las piernas terminan. En ese lugar hermoso de todas las mujeres y que es mi
constante convocante. Luego subí a su vientre, me deslicé hacia sus pechos ya inflamados en un
temblor, como si estuvieran simulando un terremoto. Lamí sus pezones, los succioné, de igual
manera que lo hago todas las noches con mi madre, cuando Santiago no ha llegado.
Exhausta, Olga, se perdió en la obscuridad del cuarto. Regresó, desnuda al pasado; al lugar que
era su nicho y desde el cual proyectaba sus apariciones de futuro; según las circunstancias y los
requerimientos de sujetos como este hermano suyo que la convocaba constantemente.
Adrián estaba sentado en su despacho ministerial. Había logrado ascender hasta allí, a través de
Pánfilo, quien contaba con algunos cupos en la frondosa burocracia afín al ciudadano A. Este, a su
vez, había alcanzado un aura mágica. Un poder absoluto. Un control mediático sobre la población.
Tenía un particular concepto sobre el poder y su relación con el manejo de la verdad. Siendo esta
presentada de tal manera, que su enrevesado marco teórico le permitía una manipulación
constante. Una verdad suya, según las circunstancias. Sumaba verdades, como se suman peones
políticos. Es decir, lo suyo, es una contravía a la lógica humanista. Ese tipo de lógica que absorbe,
adormece, a partir de un discurso aparentemente simple, pero que, en realidad, está cargado de
mensajes subliminales, como dicen ahora los semiólogos.
Mi hermano había sido expulsado del entorno de Isolina. Ella se negó a continuar siendo sometida.
En un ejercicio de plena consecuencia con sus principios. Adrián conoció a Pánfilo, el día en que
Maritza lo llamó para que asistiera a un acto político convocado por su amante y en apoyo a varias
candidaturas regionales. Por esta vía, le dijo Maritza, lograremos que el ciudadano A., acceda al
poder.
Ya, de tiempo atrás, Pánfilo había promovido la creación de grupos de gendarmes violentos. Una
envoltura que tenía como fines directos e indirectos, la destrucción de ilusiones de libertad y de
sobrevivencia económica, por parte de quienes él suponía enemigos del orden establecido. Una
variante del bandidaje similar a la Camorra italiana, a los Cangaceiros en el Brasil; a los
escuadrones de la muerte en Argentina y en Uruguay. Del mismo tipo de quienes promovieron la
violencia contra los seguidores del presidente Allende en Chile, en las barriadas de Santiago.
El día del acto político, Adrián asistió. Coincidió con la implementación del acto de libertad realizado
por Isolina Girardot. Siguió de cerca, con mucha atención, las intervenciones verbales de los
promotores, futuros controladores de poderes regionales y, aún, de aquellos que aspiraban un sitio
en el Congreso de la República. Hablaron, a manera de contar anécdotas, de sus realizaciones.
Estas, en muchas ocasiones, suponían la eliminación directa o camuflada de líderes contradictores,
de sus familias. En universo de interpretaciones que hacían de su actividad un instrumento
avasallante, pérfido.
Al terminar la reunión, Maritza relacionó a Adrián con Pánfilo. Este, con un aire de satisfacción
inocultable, le dijo a mi hermano: espero tenerte por acá con más frecuencia. Si tienes alguna
necesidad cuenta conmigo. Adrián respondió: actualmente me encuentro sin una actividad laboral
permanente. Además, Isolina, la negra revolucionaria, me ha expulsado de casa. Pánfilo, aprovechó
esta denuncia, para expresar la reafirmación y la validez del exterminio a quienes se oponen a
entrar en razón, bajo el control de sus dependientes y del ciudadano A.
Cuando quieras vengarte, cuenta conmigo. Te hacemos el trabajito de limpieza que necesitas.
Lo cierto es que Adrián se comprometió con Pánfilo a trabajar a su lado, en ese proceso de control
y de violencia, justificando esta última, en razón de la necesidad de orden en el país.
El día en que el cuerpo de Isolina Girardot fue encontrado en las afueras de la capital, luego de
haber sido sacada violentamente de su casa, por un grupo de hombres encapuchados, había sido
reportada como desaparecida. Ese día, yo estaba al lado de Susana. Había concertado con ella una
entrevista, después de la jornada laboral en la empresa. Al conocer la noticia, Susana me dijo: mira
Ezequiel, ese tipo de personas, como Isolina, no deberían existir. Son personas que no permiten el
desarrollo de opciones de beneficio. No permiten la implementación de medidas conducentes a la
restauración del ordenamiento institucional. Son algo así como la extensión de los promotores de la
anarquía. Ya lo hemos visto en el pasado aquí mismo. Pero, también los vemos en Santiago, en
Buenos Aires, en Montevideo, en Brasilia. A decir verdad, dijo al final, quien lo haya hecho, hizo
muy buen trabajo. Ojala lo hagan permanentemente con personas de su tipo.
Ante la interpretación que Susana le dio a la desaparición y muerte de Isolina, la miré con rabia.
Esa misma que sentía por Pánfilo, por Sinisterra, por Adrián, por Maritza, por sus seguidores…por el
ciudadano A. Sin embargo era una rabia interior que no se transformaba en acciones directas en su
contra. Algo parecido a interiorizar el descontento. Pero con un miedo absoluto a hacerlo público.
Siempre me sucede que quiero expresar algo, sentido, necesario; termino en la inactividad. En un
sometimiento absoluto. Inclusive, en muchos de mis sueños, he cohonestado con la satrapía. En
uno de ellos, en mi lejana infancia, busqué la venganza, como hombre traicionado, por parte de
una mujer y de su amante. Mujer que todavía no he podido identificar en la realidad. Lo mío, en
ese entonces, no fue otra cosa que una proyección de mi verdadera catadura, como sujeto incapaz
de superar la dicotomía entre querer ser libertario y consecuente y un ser sometido por la variante
perversa de promover actos sexuales vandálicos. Así lo he hecho con mi madre, con Olga, con
Martha…y así he querido hacerlo con Juliana, quien se ha convertido en mi obsesión, a quien
quiero horadar con mi falo insaciado; hasta matarla de dolor físico y de vulneración espiritual. He
querido violarla de manera constante.
Lo mío, pensé, no es otra cosa que una lucha iniciada desde antes de nacer mi madre, desde mi
vida fetal en su vientre, desde que la vulneré el primer día de mi nacimiento, como sujeto que
activa su psiquis, a partir de añorar las explosiones eróticas de ella y de cualquier mujer. Como
sujeto que odia a Santiago, a Verdaguer y a los amantes de mi madre niña, antes de yo nacer.
A pesar de mis convicciones enrevesadas, asfixiadas por mi mundo interior, asistí a un acto de
desagravio, ante el cadáver de Isolina. Invité a Juliana. Ella se hizo presente en compañía del
profesor Arenas. La miré y lo miré; deseando que Pedro Arenas estuviera ahí, ocupando el lugar
que ahora ocupa Isolina. Deseando verla resucitada. Deseando verlo en ese cajón, o en una fosa
común.
En una fracción de tiempo, me vi. Levantar de un sueño. Estaba con Olga. Le dije algo parecido a
la necesidad de conocer el paradero de Juliana. Al mismo tiempo, estaba recordando un sueño
anterior en el que Pánfilo, accedía a una petición mía. Nubarrones que ocultaban hechos conexos
con esa interioridad que he mantenido toda la vida. Sesgada, antiética, vulneradora, asfixiada por
mi noción del sexo emparentada con el concepto de mujer, en el que esta sirve solo para ser
avasallada, cabalgada, saciada, insaciada. Solo como objeto viviente al que siempre la espera un
falo. El mío y el de todos nosotros los hombres.
Un día después del acto de desagravio a Isolina, Juliana me hizo llegar un texto escrito por uno de
sus hermanos. El texto venía con una nota adjunta. En la misma Juliana decía:”…para mi amigo
Ezequiel Ojala leas esto, considero que abrirá tus sentidos en relación con la vida de los otros y de
las otras…y contigo.
Escribir acerca uno mismo, supone asumir el reto de ser absolutamente sincero. Porque está de por
medio el encuentro con aquellas verdades ocultas. Aquellas que, a veces, no me atrevo a
reconocer.
Lo cierto es que, mi vida, ha transcurrido de manera sinuosa. Es decir, ha estado alejada de la
homogeneidad. Es tanto como entenderla vinculada con hechos que, en sucesión, se asimilan a
estados de ánimo; a lo que podríamos llamar expresiones originadas en mi manera de relacionarme
con el entorno cercano y con todo el mundo exterior.
Mi infancia, en esa primera etapa que algunos han dado en llamar la primera aproximación a la
interacción con los otros y con las otras, transcurrió sin afugias en lo que tiene que ver con el
aspecto económico. Es decir, sin los contratiempos ni las limitaciones que han tenido y tienen otros
niños (as).
Lo anterior no supone, en una perspectiva integral, la ausencia de dificultades. Entre otras razones
porque, en esa dimensión de integralidad, es necesario incluir lo que antes denominé “estados de
ánimo”. Estos, para mí, no son otra cosa que momentos en los cuales me invadía la tristeza y la
soledad relativa asociada con cierta forma de distanciamiento, con respecto a mi padre a mi madre.
Algo así como saberme incomprendido.
Con el correr del tiempo, en la medida en que iba creciendo, ese distanciamiento y esa percepción
de no ser reconocido de manera plena como persona, me fui acercando más a la exterioridad. Era
como una búsqueda de vivencias colectivas, disociadas del entorno inmediato familiar. No puedo
negar que, ese proceso, fue y ha sido conflictivo. Es algo así como relacionarlo con la identificación
de hechos y acciones que antes no había conocido.
Todo lo anterior, cruzado por las condiciones que imperaban y marcaban esa exterioridad. Una
ciudad y un país en donde se desarrollan procesos sociales, políticos y económicos traumáticos.
Con situaciones de violencia y en donde la inequidad se profundiza de manera constante. Si bien es
cierto mi percepción de estos hechos no ha sido plena, aun ahora, no es menos cierto que es una
realidad que impacta; así no tenga mucha claridad en cuanto a su origen.
A mis casi quince años, me considero un adolescente relativamente sensible. Me he esforzado por
reivindicar mi libertad y autonomía; en contextos en los cuales han existido expresiones
autoritarias. Tengo claro que esto le sucede, también, a muchos y muchas adolescentes. Lo que
pasa es que asumo la individualización. Y esto supone reconocerme como persona. Como lo que
soy, con diferencias precisas con respecto a los jóvenes de mi edad.
Al terminar su lectura, lo destruí con rabia. No quería parecerme al sujeto que lo escribió. Odié a
Juliana, a su hermano…a todos y a todas. Lo mío era y es otra cosa. Soy Edipo vergonzante. Deseo
a mi madre, a mis hermanas, a Juliana, a Susana…a todas. Estoy bien así, como sujeto sui géneris,
que abrirá una nueva era. Recordé escenas de la película “Silencio de los inocentes”. Me vi
reflejado en el vulnerador. Recordé la novela “El perfume”, yo era el buscador de la esencia del ser
humano, por la vía malvada. Recordé a “Los niños del Brasil”, con Susana contemplaba el esfuerzo
por revivir el ego ario.
En la noche de ese día en que palpé el sexo de mi madre, de Olga, de Maritza, de Martha, de
Juliana; me inventé otro yo. Ese que a veces deambula por mi mente. Ese que, en momentos de
debilidad acerca de mis convicciones, veo tierno, amante sincero, respetuoso de las mujeres,
compartiendo con ellas sus opciones de libertad.
Sinisterra estuvo en casa de Susana. Celebraban la conquista de un nuevo mercado para la
empresa. España había sido un tanto renuente a comprar la patente del registro étnico. Por fin
habían logrado superar el obstáculo asociado a una especie de remordimiento. Una sensación de
culpabilidad que derivaba de su presencia en esta parte de América.
Dicha celebración, incluía la entrega de condecoraciones a quienes se habían destacado en la
empresa, por su capacidad de sometimiento a su desarrollo y fortalecimiento. Susana era una de
ellas. Sinisterra la había propuesto ante la dirección de la empresa. Con el título: a la más capaz de
nuestras impulsadoras. Condecoración que incluía una bonificación económica.
Yo asistí a ese evento. Lo hice como propietario del yo cuestionador encubierto, de la perversa
actividad empresarial. Por el mismo hecho de ser cuestionador encubierto, fui invitado. No alcancé
el tope de sometimiento requerido. Me asignaron 50 puntos de 100. Apenas obvio, Susana alcanzó
100 de 100.
Sinisterra habló. Se deshizo en halagos verbales a Susana. La presentó como una mujer dinámica,
emprendedora, capaz de sacar adelante a la empresa, por encima de cualquier consideración o
principio.
Tres días después supe que Susana había volado mucho más bajo. Había claudicado ante el incisivo
Sinisterra. Habían viajado a un lugar cerca de la capital y estuvieron dos días encerrados;
otorgándose al placer que brinda el forcejeo grosero, sin otro aliciente que vaciarse.
Tal vez mi descontento y caracterización de ese hecho, era una muestra de mi capacidad para
engañarme a mí mismo. Porque, en fin de cuentas, ha sido ese mi estilo de vida. En sueños y en la
realidad. Repudiaba lo de Susana y Sinisterra, realmente, porque no era yo el horadador de
Susana.
Corría el mes de agosto el año en que llegué a los 35 años. Se celebraba en la ciudad un encuentro
de estudiantes de filosofía e historia. Este evento fue organizado por la universidad en la cual es
profesor Pedro Arenas. Juliana me hizo llegar el cuadernillo con la invitación. Se incluía una
conferencia del profesor Arenas, titulada LA Virtud y la ética en Sócrates.
Decidí asistir a la conferencia. Lo hice, en el interregno de mis constantes reflexiones. Sabía, de
ante mano, que Juliana y el profesor Arenas, aparecerían ante el público, como concordantes en
sus principios y valores. Como agentes del conocimiento profunda acerca de la historia de la
humanidad. Como defensores de la libertad de pensamiento y de la prodigalidad que permite la
filosofía, como soporte.
Efectivamente, al llegar al auditorio, ya estaban ahí Arenas y Juliana. Organizaban los documentos
y la logística inherente a la conferencia. Un auditorio colmado de estudiantes e intelectuales de la
capital, de otras ciudades y del exterior.
Introducción.
“…El ambiente cultural y las preocupaciones de Sócrates son las mismas que de los sofistas. Pero
más allá de una crítica [a lo establecido] tan radical como fuera la de los demás sofistas, domina en
él su absoluto empeño por "buscar la verdad", convencido de su existencia y de la posibilidad de
alcanzarla.
A esta tarea convoca a sus conciudadanos y particularmente a los más jóvenes, a los que insta a
que indaguen por sí mismos la verdad en torno a la condición humana…”1
He considerado pertinente iniciar este trabajo, con la anterior cita. Fundamentalmente, porque
permite situar un contexto adecuado; comoquiera que pretendo profundizar en algunos aspectos
vinculados con la teoría socrática en torno a la significación que tienen la virtud y la ética como
valores inherentes a la humanidad.
La noción de ética está asociada a la actitud y al comportamiento en un entorno social preciso.
Cada sujeto, individualmente considerado, asume un rol determinado que lo define y concreta
1
Arje, j de Echano y otros autores. B.U.P. Ediciones Vicens-Vives S.A., España 1995.
como ser que se diferencia de los demás. Es tanto como entender que la dinámica de la vida
colectiva, no puede suponer la pérdida de la identidad.
Digamos que reconocerse, implica una primera identificación del significado básico como sujeto;
en lo que este tiene de vigencia como expresión de lo humano que se concreta.. Esto supone una
interacción originada en el “descubrimiento” de la diferencia que, a su vez, está asociado al
desarrollo de las percepciones primarias que, por esto mismo, permiten agregados hacia la
construcción de acciones y realizaciones complejas. En otras palabras, se trata de logros
individuales y colectivos denominados (...en una sumatoria lógica, mas no de lineal) cultura.
La desagregación de roles, en escenarios de intervención y presencia de los sujetos, trasciende a
la sola posición adjudicada por la diferenciación biológica, natural. Se entiende como elaboraciones
en nexo con ese reconocimiento de sí; como esa expresión que trasciende a lo primario y se
convierte en pauta, en códigos instaurados como necesarios, que requieren ser acatados, sin que
necesariamente, implique a la identificación o, inclusive, así supongan una posición en contravía de
la autonomía y la libertad para el desarrollo de la individualidad.
Entonces, cada construcción cultural; pasa por la imposición de un determinado modelo, de una
determinada guía o procedimiento para consolidar el reconocimiento que invoca cada individuo; en
un contexto que reclama y requiere ordenar y pautar la vida; como soporte para articular, para
justificar el “equilibrio” entre quienes conviven en un espacio territorial y han heredado
procedimientos, costumbres y visiones de lo natural. Por lo tanto se entienden comunes. Se asume,
en consecuencia, que “se ha estado ahí”..., “y se está ahora”; con los condicionantes y las
imposiciones que han sido previamente desarrolladas y acumuladas, como agregados que
comprometen.
Visto así, la noción de lo social, se erige como colateral de los acumulados y agregados culturales
compartidos (...Impuestos) y que ejercen como condicionantes; para hombres y mujeres en
escenarios territoriales y geográficos determinados. Inclusive, la misma noción de geografía,
territorio y espacio, está relacionada con las identificaciones previamente establecidas y
transmitidas.
Desde esta perspectiva, la profundización en torno a los postulados socráticos, supone hablar de la
interacción como necesidad. Pero esta interacción debe desenvolverse con arreglo a pautas
construidas no desde una posición egoísta, en la cual cada individuo reivindique su expresión como
prioridad, vulnerando a los demás; sino que debe construirse a partir de valorar la búsqueda de la
justificación, de la razón de ser de esa interacción. En mi opinión, lo que Sócrates reivindicó como
conocimiento y su nexo con la verdad; no fue otra cosa que una opción vida en la cual, el progreso
de la sociedad, esté soportado en la generación, desarrollo y consolidación de valores sólidos, como
guías constantes, que trasciendan lo inmediato y se proyecten hacia el futuro.
2. El conocimiento y la verdad.
Sócrates confrontó con firmeza las posiciones vigentes. Podría decirse que, esa confrontación,
estuvo anclada en la reivindicación de la gestión individual de cada sujeto, basada en la indagación
y la reflexión. A partir de ahí, postular nuevas interpretaciones. Así, entonces, el conocimiento no
puede ser una dádiva. Tampoco es un privilegio heredado. Se adquiere con el esfuerzo individual,
ligado a la participación en escenarios concretos que convocan a la discusión y el intercambio. Solo
así puede entenderse la magnitud de los retos que tiene la humanidad. Sócrates, entonces, realiza
un ejercicio individual y lo conecta con un ejercicio colectivo, social. Convoca a unir esfuerzos para
acceder a opciones de mayor jerarquía. Entendida, esta última, como mayor dimensión. La moral,
la virtud y la ética, en consecuencia, son realizaciones que se insertan en el cuadro de valores de la
sociedad; a partir de esas acciones vinculadas con el conocimiento y con la asunción de esos retos.
La visión socrática, en mi interpretación, es una absolutización del esfuerzo individual en la
búsqueda de referentes, a partir del desarrollo del conocimiento. Vista así, esa visión, podría
aparecer como la reivindicación del individualismo, en abstracción del contexto social en que cada
individuo intervine. Sin embargo, efectuado un análisis de conjunto, es posible entrever que él
entiende la acción individual como un punto de partida; como un instrumento con el cual la
sociedad puede llegar a alcanzar y realizar postulados plenos de justicia equidad.
De otra parte, la opción socrática, es una invitación a trabajar por ser consecuentes. Esto traduce,
no ejercer posiciones de desdoblamiento. Cada sujeto debe adquirir conciencia acerca de su rol.
Debe esforzarse por hacer coincidir lo que dice ser de si mismo, con sus intervenciones prácticas,
cotidianas.
Veamos esto, en la siguiente reseña.
“…2.1 La tarea moral. Para Sócrates el saber fundamental es el saber acerca del hombre. La
tarea más importante de cada uno es el cuidado del alma, y la del político, hacer mejores a los
ciudadanos. El saber que defiende es, pues, ante todo, moral o práctico y, además, universal. Se
trata de conocer para poder obrar bien. Sostiene que en el conocimiento está el secreto de la
actuación moral. El conocimiento es virtud, el vicio es la ignorancia, y el remedio está en que la
virtud puede ser enseñada. Cuando el hombre conoce el bien, obra con rectitud: nadie se equivoca
a sabiendas. La causa de que los hombres obren mal no está en una debilidad sino en un error
intelectual: juzgan como bueno o conveniente lo que no es tal.
Por esta razón invita a cada uno a preguntarse sobre qué‚ sea el bien, en la confianza de que –sin
necesidad de "molestar a los dioses"– la razón que anida en cada uno puede alumbrar ese
conocimiento. Esta búsqueda le da al hombre su felicidad.
Establece así esta secuencia:
–Conocer. ¿Para qué? –Para obrar bien.
–Obrar bien. ¿Para qué? –Para ser feliz.
–El sabio es feliz.
2.2 Superación del relativismo. También Sócrates, como los demás sofistas, es crítico con lo
establecido. No se trata de aceptar los valores tradicionalmente admitidos o las opiniones
establecidas aunque sean las de la mayoría.
Es preciso buscar lo que las cosas son y, en concreto, qué sea la justicia, la virtud o el bien.
Paradójicamente admite con los sofistas que la virtud puede enseñarse, pero no admite que haya
maestros, porque el conocimiento se encuentra en nosotros y sólo se necesita un método adecuado
–que desde luego no es la retórica para sacarlo a luz.
Lo importante es buscar lo auténtico por uno mismo; sólo el individuo autónomo puede dar razón
de sus actos, estableciendo así la prioridad de la "razón" (conciencia) como instancia última moral,
culminando y superando, de esa manera, la crítica sofística y el relativismo moral, porque no se
puede separar lo que es bueno para uno de lo que es bueno sin más.
2.3 La virtud es conocimiento. Al considerar que todas las virtudes morales son formas de
conocimiento, Sócrates entiende que seríamos justos si conociéramos la justicia, porque no interesa
un saber teórico sino práctico, porque no queremos, en último término, saber qué es la justicia sino
"ser justos", o que cosa sea la valentía, sino "ser valientes". …”2
3. Hacia una interpretación de la visión socrática en la actualidad.
El ser individual es, de por sí, complejo. En cuanto logra, aún en su condición de individuo (a)
primario (a), construir su propia visión de la exterioridad. Este proceso está asociado a los sentidos
biológicos. La percepción, como ejercicio inicial que permite acceder a insumos externos, ejerce
como instrumento para recolectar esos datos y procesarlos. Ya ahí, la diferenciación se establece
por la vía del seguimiento y continuidad, originados en la capacidad para retener la información e
interpretarla. No es una memoria simbólica ni formal, como la de los otros animales. Esa memoria
trasciende a la repetición simple de lo aprendido, a manera de expresión espontánea y/o de
respuesta instintiva a motivaciones externas. Por el contrario, es una memoria en constante
actividad y que actúa como recurso pleno e intencional, cuando se hace necesario recordar lo visto
antes, lo vivido; a partir de experiencias individuales y colectivas. Así y solo así se puede entender
la capacidad que adquiere cada sujeto (a), para proponer y desarrollar opciones dirigidas al proceso
de transformación de la exterioridad. Pero también, para entender la construcción de una
simbología para sí; de tal manera que ejerza como instrumento fundamental, a la hora de definir
sus propias perspectivas; en cuanto expectativas originadas en su propia pulsación con respecto a
los (as) ) otros (as). Entonces, la esperanza, la ilusión, los afectos, el placer como elaboración suya;
constituyen referentes en los cuales se cruzan la individualidad y lo colectivo. No como derogación
de lo primero en función de lo segundo; sino como interacción que el (la) sujeto (a) individual
acepta, e incluso propone, en el camino hacia la obtención de un determinado fin. Ya, en esta
expresión, es pertinente entrever la influencia (...en esa memoria individual, como acumulado
constante) de las tradiciones aprehendidas por la vía de la imposición y/o de la experiencia directa,
que adquieren determinadas instancias simbólicas; construidas a partir de procesos individuales y
colectivos. Así entonces, a manera de ejemplo, cabe analizar en ese espectro; el rol de la religión,
de los códigos y paradigmas que ejercen como limitaciones al desarrollo pleno de la individualidad,
en cuanto adquieren una significación que trasciende a cada sujeto (a) y lo (a) obliga a un
acatamiento; so pena de quedar por fuera de esa figura de concertación colectiva que lo (a)
compromete. No reconocer la concertación (a la manera de equilibrio); tuvo siempre (...y tiene
ahora) para cada sujeto (a) repercusiones profundas. Inclusive, de su aceptación o no, depende en
muchos casos la existencia suya como sujeto (a) individual vivo, como actor válido.
En este contexto cabe una expresión relacionada con la incidencia que adquieren las opciones
propuestas, por parte de los (a) sujetos (as) individuales; en lo que hace referencia a la
interpretación de las pautas, paradigmas y condiciones vigentes en un determinado período
histórico. En sí esas pautas y condiciones, no son otra cosa que construcciones colectivas que
trasciendan a cada individuo (a). Podría aseverarse inclusive que, en las mismas; cada sujeto se
subsume, como quiera que no le está permitido transgredirlas. Está obligado, en consecuencia, a
asumir una interpretación similar a la que realizan los (as) otros (as). Si su decisión es hacer
trasgresión, bien sea por la vía de proponer una interpretación diferente y/o de asumir la opción
directa de cuestionarlas y trabajar por su destrucción; se entiende que asume las consecuencias a
que esto conlleva…Entonces se configura, a partir de esa intervención individual, una confrontación
con la simbología e iconografías colectivas. Aquí, en esa confrontación, se enfrenta la construcción
individual con la construcción colectiva. Esto es válido, como decíamos arriba, tanto para los
paradigmas colectivos asociados a la religión; como para aquellos paradigmas asociados a la noción
de ordenamiento y de jerarquización. Queda claro, asimismo, que estas construcciones colectivas,
son posteriores a la apropiación primigenia de la exterioridad, a la internalización primera realizada
por cada sujeto (a) en su contacto inicial con la naturaleza. Es decir, son elaboraciones,
desarrolladas en el tiempo y en el espacio; como acciones consientes o inconscientes (...o mediante
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Ibíd..
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Samuel

  • 1. Samuel Una Vida, varias vidas CAPITULO I Su hermana Silvia, siempre, le propone un regreso. Hasta ese límite en el tiempo. A manera de frontera entre nacer de nuevo o repetir los hechos de una manera en la cual las secuencias, aparezcan como repetición, con soporte en una constante. Siendo esta un ejercicio parecido a retorcer la esperanza; asfixiándola a cada momento. Daniel ha sido, para Samuel, una figura opaca. Como quiera que éste ha estado en una posición de catalepsia conceptual. El solo hecho de tenerlo a su lado, ha significado como colateral, una contradicción que ha crecido en el tiempo. Porque Daniel se ha mantenido centrado en las propiedades o postulados básicos que lo han atraído. Ha sido como satélite, víctima de la imantación moralista. Aquella que elimina, de por sí, la búsqueda de opciones de libertad individual. Esto para no hablar de su concepto acerca de lo colectivo. Él lo entiende como simple sumatoria, desde el origen y de las réplicas, avaladas por los gestores de vida, aplanada, sin la sinuosidad propia de los avatares históricos. Este sábado promete ser, para mí, tan lineal como los otros días. El recuerdo de los hechos del viernes anterior, me sitúan en una laguna mental; en la cual la cual aparece la necesidad de recomponer mi relación con Susana. Recomponer, sin que ello implique la reconsideración. Porque ella, ha tenido y tiene una noción vertical de la vida. A manera de ejemplo. La ha entendido como recortar los momentos históricos del crecimiento de los rituales a que convoca el entorno social. Es y ha sido, algo así como sujeta nihilista, que valida, incluso la posibilidad de ejercer una opción en la cual los más fuertes deben dominar, de manera inequívoca. Reivindicando el quehacer sin ataduras. Tal vez por esto, su amor ha sido para mí un continuo hacer y deshacer valores y principios. Para mí, lo mejor de Susana, actualmente, es su capacidad para convocar a un orgasmo pletórico en escenas, en las cuales, sentir y otorgar una desinhibición plena. Con ella, la imaginación erótica es una vivencia absoluta. Un placer sin límites. Lo del viernes, entonces, fue un ejercicio espiritual y físico, que nos permitió acceder a orgasmos bellos y absolutos. Terminar y volver a empezar…así, hasta desfallecer. Pero, hoy, apenas seis horas, de nuestro ritual; regreso a la indefinición. Un sábado, en que he sido conminado a la reiteración. Porque, es el retorno a lo que soy, en ausencia de ella. Habiéndose extinguido las secuelas de la entrega; supone volver al sitio de siempre. Daniel permanece ahí, expectante, como dispuesto a proponer su interpretación de vida. Así mismo, Silvia, me ausculta con su mirada, sin matices. Transmitiéndome ese hilo conductor de siempre. Presa de escenarios pasados. Como tutora perenne. Como imagen de madre extraviada en el tiempo. Corría el mes primero, de mi nacimiento. Desde ese momento, sentí la atadura. Veía a mi madre, la sentía, la percibía como mujer con un ensimismamiento tatuado. Por los rigores del sometimiento. Mi padre ejercía sobre ella una dominación absoluta. Su sexo era, para él, un receptáculo para su violencia. La penetraba de manera sistemática. Ella sin querer. Con su imaginación restringida, casi inexistente. Con un rol de simple asimilación. Yo me sentía producto de las vulneraciones. No sé
  • 2. por qué mi madre resistía. Fuimos siete productos. En esa etapa de infancia temprana, escuchaba las palabras incisivas de mi padre. Su respiración acelerada y el final. Un comienzo y un final unilateral. Una condensación que mezclaba el dolor físico y espiritual de ella, con la satisfacción del macho hegemónico. Simplemente, un coito brutal. Yo deseaba no estar allí, en la misma cama. Deseaba estar lejos…muy lejos. Pero sentía la yunta de la impotencia para fugarme. Para escoger sitio y entorno. Cierto día, percibí la dureza del pezón. Mis labios y mi lengua succionaban una sequedad no grata. No recreaba mi mente, como otras veces. No sentía el placer de mi madre. Más bien era, para ella, una continuación del dolor físico. La sentía sollozando. Como desencantada. Como víctima de una vulneración más. Creo que veía en mí una extensión de la infamia de mi padre. Sin odio, pero tampoco con felicidad. Me decía: no me maltrates Samuelito. No reiteres ni profundices mi tristeza. Márchate; antes de que yo naufrague. Eres como tu padre. Frío y dominante. Así fueron tus hermanas. Sobre todo Silvia. Cuando ella tenía tu edad, respaldaba a tu padre. Reía cuando el accedía al orgasmo, por la vía de una penetración violenta; cuando él explotaba en frases entrecortadas, expresando su punto de llegada. Momento de satisfacción. No sé porque considero, ahora, que ella deseaba ser yo. Al volver, el lunes, al trabajo; sentí un desasosiego inmenso. Susana no había llegado aún. Su sitio la esperaba. Con una soledad tan inmensa como la mía. Dependientes, el sitio y yo, de su calor. Sentí que volaba hacia esos territorios en los cuales he soñado. El mar, el llano, la montaña. El domingo anterior estuve, todo el día, dándole vueltas a mi posición de sujeto dependiente de Susana. De su capacidad para inducir al placer. Me aterró pensar en que no fuera el único depositario de su imaginación, Ya, antes, había sentido el mismo miedo. Porque, Susana, reivindica la no sujeción. Proclama la explosión de los orgasmos. Diferenciándolos. Ella dice que hay diferencias. Cada sujeto hombre debe ser avasallado en los sitios en los cuales siente más placer. Sin homogeneidades. Es, el placer, una capacidad para identificar el tipo de necesidades de cada quien. Hombre o mujer. Lo de ella es una sumatoria creativa de los lugares de mayor vulnerabilidad. Así, entonces, se trata de identificarlos y de explotarlos. Olga y Santiago son muy cercanos a Susana. Siempre he tenido la sospecha de que él y ella gozan de la fortaleza de Susana. De su capacidad para inducir y sentir el placer absoluto. Como ese de sentir que su clítoris constituye punto de partida y de llegada a la satisfacción plena. Uno y una. Sin particiones. Cada quien coincide, ahí, con ella. Es un momento no unilateral, ni único. Es de todos y de todas .Independientemente del número de libertarios; de partícipes del ejercicio que no reconoce límites. Jesús Sinisterra es un jefe soportado en las necesidades de la empresa. Asume su rol, como sujeto perdulario. En él se encuentra el equilibrio mágico entre las necesidades de la empresa y su opción de vida. Ya, Susana, me había comentado el año pasado, que Sinisterra, le había insinuado su deseo de poseerla. Como extensión de su poder. No solo en lo que implica a sus exigencias de rendimiento sino también en lo que hace con sus necesidades de sexo furtivo. Manteniendo el esquema. Fundamentado en su condición de macho que combina el sexo formal con su dominada y la informalidad con una amante. Yo sentía por él un odio visceral. Tanto como gendarme empresarial, como por su capacidad para utilizar su poder, como garante de su búsqueda de sexo. Una figura lasciva. Oportunista. Yo me hacía a la idea de que Susana no claudicaría nunca ante la vergüenza que suponía acceder a los requerimientos de Sinisterra. Sin embargo, me obnubilaba la duda. Porque, conocía los ímpetus de Susana. De su manera de otorgar y sentir placer. Para Susana toda oportunidad es válida. Ella decía: el placer es un elemento indispensable para vivir; no importa con quien o quienes se
  • 3. construya y se sienta. Este es independiente de la raza o posición social. Para mí lo fundamental es el placer en sí mismo. El 31 de agosto fue mi primer aniversario. Ese día sentí que había poseído a mi madre. En una suplantación imaginaria. La veía desnuda, bañándose. Veía todas sus formas al vestirse. Era invitado obligado, porque demandaba cuidado. Y quien más que mi madre para satisfacerlo. Cierto es, también, que solo recuerdo a Silvia. Aún, hoy, no tengo certeza de haber conocido a mis rivales. Solo ella, Silvia, estuvo y está a mi lado. Adrián y Pitágoras, se marcharon. Se cansaron de mi obsesión por mi madre. Olga, Maritza y Martha, viajaron con mi padre. Por imaginarios caminos. Supe, últimamente, que habían traspasado la frontera entre la fantasía y la realidad. Como dueñas de mi padre y enemigas de mi madre. Veo pasar niños y niñas. Saltando, eludiendo caminos áridos. Buscando la felicidad en territorios disímiles. El parque cercano, el país lejano. En construcciones efímeras. Cuando vuela, la imaginación, no reconoce límites. Están al lado de la madre. Una bifurcación truncada. Ellos y ellas, saturados de nostalgias, de tristezas. Yendo al encuentro de la alegría que no viene. Que se queda allá, en el lejano horizonte quimérico. Ellos y ellas son yo, son Silvia. Porque he limitado mi visual. Ni Olga, ni Maritza, ni Martha. Ellas se han ido, con el padre. Yo no sé si lo siguen por pasión de hijas; o por alucinaciones de amantes. Es el día 543, después de mi instalación como empleado en la empresa. Llegué como noria. Sin tener roles definidos. Localicé a Susana, por su mirada. Ya la había visto antes. Cuando poseía a mi madre, vía pezones duros: Desde que odié a mi padre por vulnerar su sexo; induciéndola al orgasmo ilegítimo. O cuando, me vi., en el vientre, creciendo, como elemento extraño. Originado en una juntura nefanda. Entre él y ella. Entre su sexo y el de ella. En una violencia reinventada. En una sensación de tristeza. Siendo yo el promotor de la misma. Creciendo en ella. Ella con la disposición de las esclavas. Que murmuran su inconformidad. Pero una murmuración que no explota. Que se adormece, al ritmo de la tradición y de la moralidad. En fin…, sea lo que sea, Susana estaba allí, con su mirada. Dominándome desde ese comienzo. Ella aferrada a la máquina que tuerce el fruto. Sea de café, o de cacao o de ilusiones. Ella magnífica. Exhibiendo sus botones a través de su blusa a rayas, transparente e insinuando, a través de su jeans, ese triángulo hermoso que insinúa su sexo potente. Capaz de avasallar; sexo que transfiere pasión, deseo. Sinisterra estaba ahí. Mirábamos el mismo trofeo. Él con su poder ya adquirido. Yo con un toque de inocencia, parecida a la partitura de un bolero. El son de los amantes. Furtivos y abiertos. Recatados, como deslealtad conmigo mismo. Pretendiendo esconder el deseo de fornicar, desde ya, con ella. Ese suplicio constituido en la partición del yo. Entre el respeto y la ansiedad por poseerla. Era, ella, el horizonte. De Sinisterra y el mío. Ya ella lo sabía y jugaba con las ilusiones. Abominable una. Perversa la otra. Porque mi arrebato, pretendía ocultarlo. Disfrazarlo de pasión sublime. Yo había soñado, al décimo año, sintiendo celos con respecto a mi padre, que viajaba con Olga, Maritza y Martha. Sentía deseos de gritar; de llamarlas. De arrebatárselas. De proponer un convenio. De un lado ellas al lado mío y al lado de Silvia. Del otro mi madre con él. Necesitaba liberarme de ella. No quería seguir relacionándola con mi horizonte. Porque la amaba. Siempre la amé. Desde ese día en que sentí odio por mi padre, por vulnerarla. Por estar encima de ella, jadeando, como macho perverso. El 20 de abril, del año trece, yo estaba en el colegio. Corría el tercer periodo, del grado sexto. Juliana, profesora de castellano, se esforzaba por convencernos acerca de la viabilidad de la verdad, transmitida por las palabras. Los verbos. Los sufijos, los adjetivos y los sustantivos. Ella era una mujer que inducía a la pasión. Un cuerpo absolutamente bien formado. Con una mirada cautivante. Se decía que el profesor de religión, Pedro, la poseía. Yo, sin prestar atención a sus
  • 4. lecturas, me imaginaba en su vientre. Como el de mi madre. Siendo sujeto derivado de la vulneración. Con la diferencia de que, aquí, yo era el vulnerador, al mismo tiempo que el fruto no deseado. Para mí, era la reiteración de mi relación con la madre. Siendo feto indeseado. Pero, siendo poseedor a la fuerza. La desvestía con la mirada. Sentía una erección prematura. Sentía a Juliana. Sí, a Juliana. No a la profesora Juliana. Me preparaba para retar a Pedro. Ese era mi rival. Ya no era el padre. Era él. Y lo veía como objeto de mi odio. Sentía deseos de retarlo. A campo abierto. Él y yo. El hombre adulto y el niño…al final de la jornada, me sentía triunfante. Aniquilando a Pedro. El día, aniversario de la independencia, madrugué, más de lo acostumbrado. Tenía una cita con la celebración patriótica. Una formalidad. Como tantas otras que inducen a mirar, en retrovisor, los acontecimientos. Desde hace mucho tiempo, a pesar de mi corta edad, había arribado a una noción en la cual la libertad se asociaba a la sinceridad. Me consideraba un sujeto libre. Ante todo, desde el día aquel, en que le dije a mi madre que la amaba y que la defendería de las acciones vulneradoras de mi padre. En ese entonces, ya había cumplido dos meses. Ya había recorrido su cuerpo. Ya sabía que tenía pezones erectos, en los cuales no se reflejaban el afán y la violencia de mi padre. Permanecían como recién hechos. Ese día, dispuse que la liberaría. Que me iría con ella a territorios lejanos. Que sería su amante absoluto y perpetuo. Ella dormía, cansada de soportar ese aliento aciago y ordinario del padre. Descansaba de otro ejercicio unilateral. Mi padre yacía dormido, satisfecho. Yo sentía deseos de matarlo de aislarlo de reclamar para mí su trofeo. Ese mismo día conocí a la hermana de Susana. Tenía, como ella, una mirada punzante, dominadora. Era alumna del Liceo María Auxiliadora. Este colegio era elitista. Tanto así que no permitía el más mínimo contacto con los hacedores de herejías. Es decir de las familias cuyos hijos e hijas, no estuvieran matriculados en el misterio trinitario. Sin embargo, Betsabé, era iconoclasta. Lo digo porque, cierto día, la vi., en el parque revolcándose con Eliseo. Hombre, este duro, pétreo. Parecido a mi padre. Burbano era un muchacho delgado, pero lleno de fibra. Había llegado al barrio, procedente de Bahía Solano. Desde su arribo, había cortejado a Silvia. Recuerdo el día en que, al subir las escaleras, sentí un calor abrazador. Silvia era poseída por Burbano. Era una lucha intensa, violenta, pero sublime. Burbano expelía fuego. Su falo era como un asta, habilitada para soportar vientos y miles de banderas. Silvia sollozaba, gritaba, en un forcejeo en el cual Burbano era el orientador y la autoridad. Apenas sí le permitía a Silvia momentos de descanso. Una acción reiterativa. Una repetición infinita. Consumieron cuatro horas. Yo me inmovilicé. En uno de los descansos se percataron de mi presencia. Silvia aparentó una sonrisa cándida, inocente. Maté a Burbano, de la misma manera como había soñado que mataba a Santiago, mi padre. Todo, porque Silvia es la suplantación de mi madre. Como la conocí aquel día en que se entregó a Francisco Peñuela, su primer amante. Sucedió 10 años antes de conocer a su segundo amante, Santiago. Quien creyera que yo ya estaba ahí. Como una especie de proyecto futuro. Yo estaba con ella, incluso, desde el mismo día de su nacimiento. Ella y yo, fuimos cómplices. Yo callé, cuando Peñuela la hizo suya. La vi. y la sentí apartando sus piernas, para dar entrada a un falo inmenso. Un entrar y salir casi infinito. Porque ninguno de los dos se rendía. Recuerdo, también, que maté a Peñuela. Corté su inmenso instrumento de placer y lo coloqué a la entrada del barrio. La pregunta que ahora me hago es: ¿por qué no hice lo mismo con Santiago? En lo de Peñuela hubo, al menos placer. Mi conclusión derivó del jadeo común y del cansancio sublime común. Santiago, por el contrario, no tiene ni falo espléndido, ni hacía gritar a mi madre, como Peñuela Estar ahí, seguir…hasta el infinito. A veces he creído que soy hijo de Peñuela y no de Santiago. Porque, en esa plenitud de posesión, en la que mi madre sucumbía con gusto a la fortaleza de Francisco, a su violencia fálica, valía la
  • 5. pena ser resultado. No como en el caso de Santiago y mi madre. En donde lo prevaleciente fue la violencia ignominiosa del macho sin ningún agregado de deleite, de fascinación, de éxtasis. José Luis Fandiño es hermano de mi madre. Su condición de pariente cercano, lo indujo a reclamar un sitio en la familia. Como yo, aborrecía a mi padre. Tal vez, porque encontraba en él la réplica de su padre…y el de mi madre. Recuerdo como miró a Silvia, a sus ocho años, cuando ella se divertía en el baño desnuda. La atraía hacia él. Acariciaba su aberturita clitórica Por más que ella denunciaba, ni padre, ni madre se daban por aludido y aludida. La aberturita de Silvia enrojecía y yo veía crecer el falo del tío, queriendo reventar la protección de sus pantalones. Hasta cierto punto, asumí una posición diferente, cuando Burbano penetraba la insondable y plena abertura clitórica de Silvia, hasta el cansancio sublime. No sé si ella recuerda lo del tío. Tampoco, si lo asocia con la acción de Burbano. Lo cierto es que yo quisiera ser él. Porque Silvia, siempre me ha atraído. Sobre todo, desde el día en que me enseñó su sexo. Yo tenía escasos cinco años. Un color rosado hermoso. Una estrechez casi divina. Lo digo, porque al dejar conducir mi mano, por ella, hacia su cuerpo, palpé ese orificio bello, bordeado por escasos vellos. Ya Susana había comenzado su actividad. Yo la veía ir y venir. Dando órdenes. Comprometiendo sus conocimientos en las pruebas cotidianas que demanda la realidad. Yo, por el contrario, permanecía inmóvil. Como una estatua, creada por Pigmalión, indescifrable; sin saber qué hacer. Cuando Sinisterra me habló yo estaba abstraído. Todavía miraba a Susana. Sinisterra me ordenó bajar al primer piso, para recibir una mercancía que venía desde Somalia. Era como raro el negocio. Porque el emblema de las cajas, hablaba de etnias suprimidas, ignoradas. Que se vendían como recordatorios para los turistas en Cartagena. Con el correr de los años, creo haber identificado el destino de las cajas. No sé porque se me asemejan a Basurto, a la periferia de la ciudad. En ese drama de ser la otra cara. Aquella que se desenvuelve en la marginalidad absoluta. Dueña solo de su miseria. Carmen María Arregoces, madre de Daniel, fue la segunda amante de Estanislao Verdún, su padre. Daniel siempre fue cercano al concepto aquel que define al varón como ejemplo a seguir, como autoridad que hay que reconocer, por encima de la autoridad de la madre. Tal vez por eso, Daniel creció en un maremágnum conceptual. De un lado la figura paterna de Estanislao remarcando a diario acerca de la necesidad de construir un gran varón, a como diera lugar. De otro, la imagen lejana de su madre, otorgadora de sensibilidad y de ternura. Por esto Daniel es un híbrido. Navegando entre la sensibilidad de Carmen María y la pragmática e indolente política del padre. Es mi contrario. Yo he amado y poseído a mi madre. El ama al padre, entendido como vertiente de masculinidad, de fortaleza y de capacidad. Su lejanía, con respecto a la madre, ha sido absoluta. Hasta el punto que Carmen María no reconoce en él ningún agregado suyo. El día en que Juan Carlos Urrutia llegó a nuestra casa; yo cumplía 15 años. Un hombre gris. Un tanto como Teseo suplantado. Con un fuerte olor a mar. Clásico, sin aristas centrípetas. Venía de Asia. Entendí, en un comienzo, que procedía de Pakistán. Había recorrido más de medio planeta, buscando tranquilidad. Así, conoció a mi madre. Yo estaba en ella, pero a cinco lustros de emerger como criatura independiente. Aprendí a conocer y distinguir sus olores. Mi madre, con apenas 15 años, tenía la costumbre de desear la aventura. Como si en ella estuviera el placer de vivir la vida. Un día cualquiera, Urrutia la avasalló. Yo percibí, como en el caso de Peñuela, un desahogo. La vi., otra vez, sucumbir ante la fortaleza del falo. Lo que no entendí en ese entonces, ni ahora, es el porqué de su insistencia en ser recorrida, paso a paso. Su exigencia era esa. Distinta a la posesión de Santiago. Creo que m i madre odiaba la tosquedad, que le importaba la capacidad para la imaginación erótica. Creo que ella, siempre buscó un equilibrio entre el placer físico, así fuera violento, y la ternura. Mi padre no poseía ni uno ni otra.
  • 6. Cuando bajé al primer piso, por orden de Sinisterra, me encontré con un arrume de cajas inmenso. El problema no estaba tanto en subirlas; como en identificarlas y darles un sitio dependiendo de esa identificación. Mi hice acompañar de Jerónimo, un chico más tímido que yo. Con el trabajo unificado, logramos avanzar en la identificación étnica. Lo de Somalia era una especie de logotipo común. Lo verdadero tenía que ver con la guía interna. La autorización para importar somalíes, congoleños, nigerianos, sudafricanos, entre otras. Al terminar la selección, elaboramos un informe sucinto. Un inventario de voces y comportamientos étnicos que, después serían utilizados como prototipo de sociedades en perspectiva de consolidar. Una figura parecida a la torre excretora de culturas y de lenguas. Sinisterra no se inmutó. Para él, daba lo mismo una que otra. Su retraso cultural, humanístico era tal, que podía confundir un dialecto originario de la India, con uno originado en Senegal. Lo suyo no era, en absoluto, la cotejación lingüística. Lo suyo, era la lascivia, la aproximación a las mujeres, soñar con ellas sometidas a su falo, a sus burdas caricias. Susana estaba en su mira. Otra vez sábado. 9:40 a.m. A no ser por mis fantasiosas expresiones, hubiera creído que era otro día. Diferente. Tráfico pesado, este territorio. Desde Calígula hasta Epitecto. Sus horizontes son los mismos: ¡la nada¡ Everardo y Patricia, camino abajo. Como si la vida se erigiera en referente de Centauros y Lapitas. Un orgasmo fugaz. Un ovillo como el de Teseo. Una búsqueda perenne. Todo está, más o menos, definido. No sé por qué, aún ahora, recuerdo lo mucho que he amado ese tipo de acciones. Ensayar y competir con lo que no ha sido mío. Mi “ética de lo posible”. Desde Uribe Uribe, hasta Samper. Un sesgo en las verdades. Un acumulado de sensaciones que remiten a que el tiempo, para nosotros, se ha detenido. Desde Gaitán, hasta Galán. Un nudo gordiano. La ecuación asimétrica. La fuerza de la gravedad invertida. Lo de abajo, arriba. Lo de arriba, abajo. De todas maneras Sinisterra ha asumido destrezas:…hubo, una vez, un hombre valiente. Sin ataduras. Sin tristezas. Macho de pocas palabras…para qué palabras. Se decía, así mismo. Era tanto como pedirle cuentas al viento, siendo llama eterna. Sus argucias eran conocidas por todos. Desde el mar hasta la sierra. Siendo, aquí, mar una dualidad y sierra, asentamientos equívocos, pero dominantes. Tanto lo uno como lo otro. En esto, Sinisterra se parece a Santiago, mi padre. Fundamentalmente en sus actitudes malvadas, a la hora de relacionarse con las mujeres. La muerte es objeto de controversia, a partir de reivindicar la verdad de los detractores, con ejercicios cíclicos; calculados vía distribución de Gauss, como probabilidad que ejerce, como favor otorgado en una réplica perversa de los Cangaceiros. Jueves 31: Otra vez la versión de que el territorio de lo sublime no existe. Es efímero. Entre tierno y vandálico. Voz a voz, conocí el dolor de la madre de mi madre. En esto Raquel España es experta. En transmitir verdades y mentiras. Es ella quien define, comunica, acerca de objetos, personas y principios. Sigo añorando la verdad. Trato de no confundir el tiempo, ni los espacios. Sigue siendo mi “ética de lo posible”. Me veo actuar como Aquiles y como Sísifo. Es mi mensaje. En este tiempo, percibo lo troyano, como acercamiento a la vida, desde la muerte. El asunto es que regresé de mi viaje al pasado. Sentí como si hubiese asumido un itinerario cargado de vicisitudes. No más, al partir, enfrenté el dilema asociado a la significación que adquiere
  • 7. la ilusión, Susana. Cuando se pretende recuperar la memoria con respecto a los hechos idos. Mi madre y Santiago. Silvia y Burbano. Aquellos que según la ortodoxia inherente a la lógica, no pueden ser recuperados; a no ser que se descifre el código vinculado a la libertad para trasgredir las consecuencias de la relación, espacio tiempo. Sin embargo, a pesar de mi capacidad para percibir y concretar el sentido que tiene la asociación de conceptos, había sido vulnerada desde la época de mi primer encuentro con mi madre. En ese lejano día en que ella no había nacido aún. Y que yo ya estaba ahí, esperándola. Hasta el día en que conocí a Santiago, violando el sexo de mi madre. Agrediéndola. Ahora recuerdo que siempre he estado atado a un condicionante en el cual la vida es reinventada, como lo es la realidad. Un devenir constante. Hechos y acciones sin nexo con la certeza. Nunca he podido entender la dinámica concreta, del ser y haber sido. Esto supone la existencia de un requisito básico: reconocerse a sí mismo. De no ser así, los entornos y las vivencias, no son otra cosa que representaciones autos construidos, a partir del hilo conductor invisible que soporta el tránsito de un lugar a otro, sin horizonte. Esto es lo mismo que la ausencia de identidad. De todas maneras, mi viaje al pasado estuvo precedido por aquel momento en el cual conocí a Susana. Aunque recuerdo donde, es como si no conociera el sitio. Por lo tanto nunca he podido discernir acerca de los límites entre la interacción con mi yo y el contacto con los personajes que he ido creando. En un ejercicio de iteración, en el cual cada personaje me propone una interpretación de los referentes y de los conceptos. Siendo así, entonces, amar, odiar, vulnerar, ser vulnerado, y vivir, siguen siendo para mí fantasmas que me acechan, como simples agregados, sumatorias inconscientes. Lo cierto es que, Susana ha adquirido forma. Según los códigos biológicos. He deseado palpar su vientre. Sería una estrategia para recorrerla. Pero no en la misma forma que lo hizo mi padre con mi mujer-madre. He sentido la necesidad de penetrar esa zona estrecha y punzante, mimetizada en sedosos vellos y que ella llegara al éxtasis, y oírla susurrar metáforas. Susurros y metáforas que no escuché a mi madre, cuando Santiago la avasallaba a la fuerza. Sentirme invadido e invasor. Navegar en ese mar corporal inmenso, tierno, insinuante. Imaginando la cúpula de templos oscuros; como territorios ofertantes de ilusiones y creencias, para todos los seres como yo. Ávidos de espacios para la alucinación; necesitados de significados para la vida. Al regresar de ese viaje, me encontré con el sábado siguiente. Absolutamente solo. Como al principio de mi periplo por los lugares en que esperé a mi madre…buscando, de manera constante, equilibrios a bordo de mi itinerario. Con la certeza de mi desencuentro Hilvanar acontecimientos, es una prueba soportada en la lógica. El hecho de conocer el oficio de la autoridad, de la cual Sinisterra es intermediario. Supone, asimismo, distanciamiento en relación con mi rol inmediato. Susana no es así. Ella ejerce su labor, como sintiendo una felicidad absoluta. Una abstracción que no le permite ver a las etnias comercializadas. Mucho menos, las consecuencias de ese comercio. Tal vez por esto está más cercana a Sinisterra que a mí. Lo de ella es una complicidad matizada por el exceso de egolatría. Porque, ella, es su cuerpo. Una transversalidad, en la cual no importa sino la capacidad para cautivar. Ya lo había dicho y ya lo había insinuado. Su anarquía conceptual y práctica es el camino para no comprometerse en disquisiciones. Ese día, en que conocí a su hermana, Susana vestía un gris liviano. Casi todas las cosas tocadas por ella, tienen la misma connotación. De su blanco o negro discursivo, desprendía un quehacer exterior, en donde no existe lugar para la controversia. Siempre se ha comprometido en acciones de radicalidad, sin que medie ninguna discusión. La más visible, sin duda, es su ímpetu al momento
  • 8. de descifrar los códigos sexuales. Sin necesidad de preguntar, ni de reflexionar, convoca a quienes la observamos, a una excitación casi alucinada. El padre de Susana había transitado por varios países. Un aventurero absoluto. Conoció a Batista en su breve paso por Cuba. Se convirtió en su asesor e intérprete de ideas y convicciones. Por esto, no es de extrañar su versión en torno a Martí. Lo llamó pigmeo intelectual. Aduciendo que la única expresión posible es el control del poder; independientemente de sus consecuencias. Había heredado de su padre, el talante de corsario perverso. A sus veinticinco años, originó una disputa por el poder en Guatemala. Propuso convertir a Miguel Ángel Asturias en reo continuo, traidor a la patria. Por esto, tal vez, Susana avaló la invasión de la Empajada de España, por parte de los gendarmes. Aún hoy, Susana insiste en que, a veces, es necesario extirpar de raíz, aquello que puede derivar en un cuestionamiento a la legitimidad del poder, no importa a que intereses sirve. Es de la idea de que todo poder es legítimo, en la medida en que satisfaga las necesidades de quien o quienes lo detenten. Hasta cierto punto, la opción nietzscheana y wagneriana, asumida por Hitler, ha sido lo mejor que pudo haber pasado para la humanidad. Porque los arios deben conducir al mundo. No importando los campos de concentración y el genocidio. En esto, Susana, propone una interpretación en la cual Mussolini y Franco son hijos bastardos del antisemitismo y de la perspectiva de los arios. Es un ser extraño, Susana. Heredera de unas convicciones estereotipadas del poder. Por eso lo ejerce de esa manera. Su convocatoria perenne es a la cautivación, a partir de su sexo. Lo cierto es que no hay ni habrá ninguno como el suyo. Con solo mirarla, fluyen imaginarios heréticos. Sueños en que se prolongan, de manera infinita, el deseo por poseerla. Sueños que esclavizan. Es una sujeta aria. Lucha de manera tenaz por lograr los propósitos de extensión del dominio de lo sexual, por encima de principios. Es una doctrina sacralizada. Precisamente, el primero de enero de 1959, el padre de Susana, huyó de la Habana. Estuvo viajando por todo el Caribe. Desde Haití, en donde se entrevistó con Duvalier, hasta Nicaragua, en la que compartió con Somoza, en Managua. Aprendió, también, de su padre, el don de la adulación. Transcurría mi aniversario 14. Mi madre, se enamoró de Alejandro Verdaguer. Un ciudadano Uruguayo, anodino. Lo único que lo destacaba era haber sido mercenario en Paraguay, en época de Alfredo Stroessner. Entre otras cosas, se distinguió por su capacidad de servicio como auriga del dictador. Al momento de conocerlo, tenía 42 años. Desde el comienzo yo le hice saber, con mi mirada, que era un varón celoso. Y que mi madre era mía y no de él. Sin embargo, se cuenta de él, que había estado 40 años tratando de establecer, con alguna exactitud, el número real de puntos brillantes a espacio abierto. El problema no residía en la condición de abajo o arriba, en eso de mirarlos para contar. Aún hoy, no se ha podido descifrar su pasión por este oficio. En una aproximación, hace tres años, le hizo a su madre el siguiente comentario: en uno de mis sueños, cuatro años atrás, Prometeo habló conmigo. Un mensaje claro. Tanto como dibujar en palabras unos ojos inmensos instalados en la cara oculta de la luna. La posibilidad de contemplar la belleza azabache de los mismos, tiene como prerrequisito el recorrido por ese inmenso vacío azul, que es tal, en razón a la refracción de luz solar en la línea de protección adyacente a la Tierra. Su color negro, emerge a partir de la pérdida de luminosidad. Algo así como quiera que es condición indispensable para que confluyan estos momentos la validación de la posibilidad de identificar el brillo desde Uruguay.
  • 9. Prometeo me advirtió, eso sí, que debía descontar de la suma adquirida, los planetas atrapados por el Sol, con su imantación. De todas maneras, el resultado final no podía ser igual al obtenido en una operación divisoria de 0 sobre 0. Cuentan que, Federica Maidana, novia perenne de Alejandro, ese mismo día de marzo en que Prometeo hizo la revelación; adjuntó una observación, así: la única posibilidad de descanso, en el interregno de la tarea impuesta, tiene relación con los noventa minutos en que Peñarol y Nacional, diriman superioridad y que coincidan con el primer eclipse entre 2025 y 2034, sumados a los que Talleres de Córdoba ( en la vecina Argentina), asuma con el Nantes francés, al día siguiente de esta interacción Sol y Luna. También cuentan que, en octubre 31, en 2035, Francesca Gavilán, madre paraguaya de Federica, insinuó que su hija y su yerno escamotearon la celebración, a raíz de sus expresiones visionarias enfermizas. Mirando hacia arriba (desde Paraguay y Uruguay), contando puntos luminosos. Se dice que, el Prometeo de Alejandro, el mismo que reveló el secreto aprendido de Zeus, en su encadenamiento infinito y en su dolor visceral, originado en el asedio continuo del ave enviada por el Padre, transfirió al pueblo paraguayo, parte de su castigo. Y que, por esto, se justificaba la vigencia de los generales, liderados por Stroessner Alejandro Verdaguer, ofreció a mi madre la posibilidad de viajar a Montevideo. Ante las dudas de ella, en términos de que yo quedaba en situación de soledad; él le planteó ¡o soy yo; o es él.¡ Obviamente mi madre accedió a su petición. Entre otras razones, porque mi madre me consideraba un sujeto amargado. Al cual lo persigue la sombra de Santiago, como fantasma violador. Ya, desde mi encuentro con ella, antes de nacer, me consideraba un advenedizo. Como suplicante. Como individuo que reclama para sí, el trofeo vinculado a palpar su orgasmo. El cual, a decir verdad, no ha tenido, de manera plena, en abundancia. En Montevideo, Rosa (ese es el nombre de mi madre), estuvo escoltando a Verdaguer. Ese es el nombre de su oficio. Algo así como llamarla amante vergonzante. Así, estuvo tres años. Cuando ella regresó, yo estaba con Silvia; quien me había brindado apoyo, para matizar su soledad y la mía. Ya no era lo mismo. A decir verdad, yo la odiaba. Un odio que se transformó de latente a real; a partir de su preferencia por su amante. Nos contó de sus aventuras; de su búsqueda de amor, al lado de quien ya, antes que a ella, tenía una amante de nombre Federica. Ella era, para Verdaguer, un objeto de consumo rápido. Su verdadera ilusión, estaba del lado de Federica. Mujer casi mágica, en lo que la magia tiene de posibilidad para construir sueños patéticos. Tanto así que, que se le endilga el hecho de haber producido la pócima que utilizaron Stroessner, en Paraguay, J.C. Galtieri en Argentina y Humberto Castelo Branco en Brasil, cuando este derrocó a Joao Goulart. La madre de Juliana, había llegado desde Méjico. Conoció a Ernesto Gardeazábal, se enamoró de él. El matrimonio fue un tanto acelerado, a raíz de su preñez. . Transcurridos seis meses, después del matrimonio, nació Juliana. Desde su temprana infancia, alucinó de manera continua. Cada evento alucinante estuvo relacionado con su posición como oferente. Su destinatario fue siempre Valbuena; al que conoció, cuando ella estaba aún en vientre de Mariana, su madre. Un hecho bastante incómodo. Porque inducía a pensar que ese perdulario, la visitaba en ausencia de Ernesto. Juliana, siempre mantuvo la sensación de haber visto a Valbuena, al lado de Mariana, sobre ella, aturdiéndola con sus groseros susurros de amante insaciado.
  • 10. Nunca trató de hablar con su padre al respecto. Mantuvo esa alucinación en secreto. Habiendo crecido, ya como graduada en pedagogía aplicada, supo de mis desvaríos, como subyugado por mi madre, aún antes de que ella naciera. Siendo así, me convocaba a que le relatara mí recorrido por esos caminos, a veces áridos, otras veces pletóricos de pasión por ella. Una pasión inconfesada, hasta ese instante. Con sus pretensiones de mujer en capacidad de analizar cualquier acción humana y proponer alternativas; me hablaba. En una perorata inacabada. Yo la escuchaba, no con interés en lo que decía. Más bien, por saberme cerca de su cuerpo insinuante, perfecto. En esto competía, sin saberlo, con Susana. Las dos, mujeres perfectas. La una (Susana), consiente de su poder sexual; Juliana, consiente de su capacidad para arropar con su cuerpo, al hombre que llegara a amarla, con la convicción de alcanzar el equilibrio entre sexo y un rol activo, intelectual, en capacidad para transformar el mundo. Al despedirme de Juliana, volví a casa. Me sentía todavía obnubilado. Como sujeto que aspira a ser amado por una diosa que transfiere pasión en cada uno de sus movimientos…hasta que quedaba dormido, abrazando la almohada que le había robado a mi madre; que todavía conserva su olor a mujer. Ese olor que no termina, inconfundible. Porque es el olor a mujer en sublime celo. Yo amaba esa almohada, la rescaté antes de que Verdaguer le impregnara ese olor amargo y nefando que poseía y al que he odiado. Cuando Francesca Gavilán, conoció a Susana, esta estaba tratando descifrar cierta lectura asociada con el caso del Prometeo Verdagueriano. Había conocido la leyenda, un día en que, estando al lado de su máquina podadora de etnias y al lado de Sinisterra, recibió una llamada de su padre. Andaba por Paraguay, buscando asilo perenne. No tanto asilo físico, lo de él era una constante sensación de estar perdido espiritualmente. Susana le dijo, padre, no recuerdo el camino, pero me ingeniaré la manera de llegar. Nos vemos en Asunción. No te preocupes por mí, tengo la posibilidad de algún dinero. En este negocio, la empresa tiene perspectivas halagadoras. La etnias son como corolarios a los cuales se arriba, simplemente fingiendo preocupación por lo ancestral. Tanto es así que hemos negociado con los norteños, una transferencia cultural, incluida la patente. Ante todo, con las posibilidades que otorga el Amazonas. Desde Bolivia, hasta Brasil. Mientras hablaba con Atanasio, Sinisterra deslizaba sus manos por las piernas de Susana. Ya no resistía. Habían encontrado los conceptos comunes. Una y otro, se sabían poseedores de un extraño poder. Un magnetismo viciado que atraía. Habían progresado, ya conocían de los huitotos; de su religión, de sus mitos, de sus sueños. Desatando las cajas que contenían los acumulados históricos de las etnias, habían encontrado un escrito: “Hablando así, buscó en la casa, en las ollas, debajo de los tiestos. Pero no había. Por esa razón Uikiegi desató una tempestad desde los confines del mundo. La tempestad sacudía la casa. Mientras ellos buscaban en los zarzos, el viento sacudía la casa y levantaba las crisnejas. Entonces vieron a Magieza; la vieron muy claramente allí donde el viento había levantado las crisnejas, estaba acostada en una hamaca en lo alto de la casa. Oye, madre, dijiste que tú misma habías cogido los frutos de achiote. ¿Quién es la que está allí arriba? ¿Por qué ocultaste a la famosa Magieza? Ella cogió el ramillete de achiote. ¡Ve a traerla! ¡Bájala para devorarla, ya que cogió el ramillete de achiote!. Timada ¡bájala para devorarla! – Dijo Uikiegi y el jaguar Timada fue por una viga, sacó a Magieza de la hamaca y la lanzó abajo...” Este y otros textos llegaron desde Manaos, fueron robados. Los exhibieron como trofeo, se quedaron con ellos y los subastaron de manera subrepticia. Eran fruto de la investigación realizada por Konrad Theodor Preuss. Tal vez, el más valioso dice: “...al llegar a la superficie de la tierra, saliendo del hueco del que vinimos nosotros, se topó con Gaimi quien venía por entre los árboles
  • 11. iguyina, que estaban al borde de ese hueco. Jidiroma disparó contra Gaimi porque era bonito, pero no dio en el blanco. Gaimi se había transformado en una gota de rocío y dormía. Colgaba en forma de mico churuco y dormía...” Susana acordó con Atanasio, verse en las afueras de Asunción, en casa de Francesca Gavilán, un día después de haber sido preñada por Sinisterra. Al despertar, ese sábado de abril, encontré a Susana a mi lado…solo entonces comprendí que había soñado cosas muy extrañas. Antes de despertar había visto a Susana ondeando una bandera teñida en la sangre de su primogénito, el hijo de Sinisterra. Me quedó la sensación amarga a que conduce toda dicotomía. Lo mío era algo así como un perfil esquizofrénico, que se adhiere al espíritu. Que te acompaña He estado deambulando todo el tiempo. Desde que me he negado a reconocer y aceptar la realidad; no percibo señales de vida. Algo así me había sucedido antes. Por ejemplo, en mi infancia, los sueños desbordaban mi entorno. Era algo así como un sujeto inmóvil. Inmerso en situaciones determinadas por un imaginario perturbado. Tanto así que, a cada momento, ejercía como referente. Ese que, cuando requería de espacio para asumir la vida; de motivaciones ancladas en la felicidad, no tan distante o efímera. Me zambullía en un mar de nostalgias absolutas. Creo que estuvo conmigo desde el vientre. Lo cierto es que, hoy, no veo diferencia. Esos sueños amarrados a escenarios difusos, permeados por una sensación de contra ternura; se han reiterado en el tiempo. Es un desasosiego innato. Sigo sin percibir la realidad como momento válido para desplegar mi vida. Es una saturación de expresiones inocuas. Al menos eso creo. Porque vivir la vida no es simplemente asumir como sujeto con movimiento. Supongo que es algo más trascendente. Como, por ejemplo, amar y sentirse amado. Lo mío es una postura ecléctica. Es un ejercicio, en el cual se asfixia la lucidez. En el cual no existen ni recuerdos, ni horizontes de esperanza. En mí, la esperanza, está hecha de una lucha constante. Contra la lógica que soporta al quehacer diario. Es un abismo. Una sima sin refugios ni momentáneos, ni duraderos. Es decir, una existencia estática. Sin la ilusión como fundamento primero de la imaginación válida, oferente de acciones no saturadas de angustias. Ni de desequilibrios tan continuos. La realidad, entonces, me conmueve. De tal manera que, a cada paso, navego sin brújula. En donde la rosa de los vientos no señala ninguna opción, distinta a iniciativas recortadas. Como esas en las que me veo restringiendo tu cuerpo y tu vida, al mínimo posible. Como aspirando a andar sin ti. A sentir una innovación diferente al ejercicio de sujeto sin ilusiones No sé por qué, al regresar de cada sueño, percibo la reiteración de mi infancia. Porque, cada sueño, era y es, ahora, una continuidad áspera, árida. Tal vez sea, porque nunca he tenido verdaderas certezas. Con respecto a la vida. Incluida tú; desde el momento en que te conocí; ejerciendo como imantación discontinua, dicotómica. Como bifurcación fría. Como caminos recorridos y por recorrer. Tal vez sea porque no he tenido la sensación de libertad, distinta a la libertad de la cometa, dirigida, atada a tus manos. Muchas veces invisibles. Otras veces con la visibilidad agrietada; más hostil que esos recuerdos, en los cuales aparezco como sujeto atávico. …Será porque nunca he sentido tu cuerpo y tú ser completo, convocándome a ser feliz, sin restricciones; sin sentirme consecuencia esquizofrénica. Sin tocar la irrealidad como lastre. Todo esto le expresé a Susana, mientras ella dormía.
  • 12. Ese mismo día asumí el reto de no volver a alucinar. Porque me estaba convirtiendo en esclavo de mi pasado. Salí del cuarto, necesitaba respirar un aire diferente. Sin las convulsiones inherentes a esos momentos enfermizos. Estuve en todos los lugares que había conocido. Tratando de modificar el futuro que hoy me acompaña. Como si quisiera mover al menos unos elementos que permitieran una continuidad en el tiempo, diferente. Sin ese acoso hacia mi madre, sin Santiago, sin Verdaguer, sin los exorcismos de Juliana, sin las erosiones sistemáticas que me sitúan al borde del abismo. Ese abismo parecido al hueco de los huitotos. Al terminar el día, me encontré con Daniel. No sé por qué me alegró verlo; a pesar de mis profundas contradicciones con él. Con su manera de ver y vivir la vida. Tal vez fue porque, al encontrarlo, me había sumergido en la soledad. Verlo, entonces, suponía que alguien más que yo existía en el mundo. Daniel, como siempre, me indagó acerca de todo. Como tratando de localizar mi yo, en las preguntas y en mis respuestas. Un tipo de indagación, como variante perversa de las indagaciones de Juliana. Silvia, me dijo, está en el país del invierno. Acostumbraba, Daniel, utilizar un lenguaje figurado, achatado, sin imaginación. Eso del país del invierno, traducía la casa de mi madre, con los rastros de Verdaguer. Un significado del invierno, en el cual emergía, en silencio, de nuevo, mi pasado. Ese que estuve tratando de modificar, desde el principio, para ubicarme en este presente de una manera diferente. Al menos en contacto con cuadros alegres, con sitios y con personas sin ningún asomo de actitudes que duelen y que me convocan permanentemente a sentirme sujeto sin oficio distinto a cargar con la culpa de haber conocido, amado y poseído a mi madre aún antes de que ella naciera. Asumiendo, sin quererlo, el perfil de Santiago, de Verdaguer de… Corría el mes de enero de un año más de aniversario. Ya había perdido la cuenta. Creo que era el número treinta. Encontré, después de tanto tiempo, a Martha. Tenía, ella, unos ojos cansados de mirar lo cotidiano, en gris. Supe que se había separado del lado de Santiago. Había rodado por ahí, por donde los sitios son, a la vez nuevos y repetidos. Me dijo, he estado buscándote. Desde que nos separamos he pensado siempre en ti. Sigues siendo, para mí, un ícono que retrotrae los caminos andados. Te he visto en mis sueños; jugando con las palabras, como a los acertijos. Siempre te has distinguido por la capacidad para hilvanar los hechos, de manera tal que estos aparezcan unidos a tus recuerdos, a tus dolores, a tu vida. Una vida que siempre pretendes explicar, a partir de ese rol tuyo. Incierto, pero tan real como los avatares de la humanidad. Has sido y sigues siendo digno representante de las angustias que exhibe la humanidad entera. Sin conocer la razón de ser de la felicidad. Creyendo que esta es sinónimo de la tristeza al revés y no como un agente autónomo, válido por sí mismo. Al escucharla, recordé lo del sábado aquel, en que salí dispuesto a no alucinar, buscando el pasado para deshacer este presente y recomponer mi futuro. Sus palabras eran duras, laceraban de tal forma que sentí deseos de ahogarla con la almohada de mi madre, la que me acompañaba todas las noches. O de montarla y cabalgarla, hasta que hubiera derramado hasta la última gota de mi riqueza líquida, amarillenta, de varón bandido que ha sido desnudado de sus principios, por aquellas palabras expresadas de manera vehemente. Recuerdo que, algo así, sentí el día en que mi madre me conminó a no seguir siendo su centinela. Cuando, marchó con Verdaguer. Esa noche, en sueños, la cabalgué, la horadé, hasta que me deshice de ese acumulado de nostalgias, por la vía que siempre lo he hecho, por la vía edípica, en su versión más cruel. Después de despedir a Martha, dormí en profundo. Volví a ver a Susana, a Atanasio, a Sinisterra; como máquinas depredadoras de las etnias. Volví a escuchar las palabras de los mitos huitotos. Esta vez, estaba en un sitio cercano a la antigua Biafra. Una localización ambigua. Porque, al mismo tiempo, veía los paisajes abrumados de Inglaterra, de Italia, de Portugal. Un ir y venir
  • 13. tatuado. Con los negros, niños, niñas, mujeres, hombres, clamando por su libertad. Demandando justicia ante el arrasamiento racial. Vi a Lumumba, en el antiguo Congo; vi. a Idhi Amín, recorriendo desiertos a lomo de su pueblo. Vi a los Nazis, otra vez, a la ofensiva, matando a todo que no fuera ario. En esta parte del sueño, recordé las posturas de Susana y de Atanasio. Vi a los reyes Fernando de Aragón e Isabel de Castilla reconquistando a Granada, subyugando a judíos y a musulmanes, aniquilando sus culturas, sus religiones, hasta lograr un equilibrio cultural, bajo su hegemonía. Vi a Colón y a sus piratas, entrando a América, avasallando, aniquilando. Recordé mi lectura de Las Venas Abiertas. Desperté, como casi siempre, desmoronado, lleno de estigmas, como las de los enfermizos visionarios católicos. No pude levantarme. Deseaba no hacerlo, quería morir ahí, en ese silencio cómplice. Al no morir ese día, continué mi rutina. Estuve en la empresa, hablé con Susana, profundicé mi odio hacia Sinisterra. Este estaba vociferando. Increpaba a los y las empleadas. Palabras sueltas, incoherentes, pero de una dureza grosera. Como todo lo que se relacionaba con su ser y con sus actuaciones. Invité a Susana a almorzar. A decir verdad, nunca lo había hecho. Nos dirigimos al “Sinrazón”, un restaurante cercano a la empresa. Se distinguía por sus menús extraños. Un poco como la cocina de nuestro pacífico. Pero saturada de pimienta y ají. Una sazón parecida a la de los mejicanos. Pedimos, según la carta, lo del día. Lo nuestro seguía igual. Mientras comíamos, nos mirábamos, como seres adportas de deshacer lo andado. Tantos vericuetos; tantos laberintos. Nos transmitíamos ausencia de vida real. Proponíamos interpretaciones que nos alejaran de nosotros mismos. Ella veía en mí, un sujeto acabado, sin energía, sin compromiso consigo mismo. Yo veía en ella, el cuerpo absoluto, tanto como el de Juliana. No veía en ella sino su imagen desnuda. Con su triángulo pélvico, con sus pezones erectos, con sus piernas que terminaban en ese lugar de inacabada oferta de placer para ser saciado; una propuesta perenne, para mí y para cualquiera que deseara amarla. Dejamos la mesa y despedimos ese encuentro. Ella, creo yo, con la convicción de que yo no era otra cosa que una sumatoria de tristezas. Un hombre lleno de nostalgias. Sin más presente que la interdicción con respecto a la vida. Yo, con la sensación de haber perdido la posibilidad de atraerla, de motivarla. Porque, en mi opinión, el amor es eso, una lucha constante por convocar imágenes y acciones lúdicas y una pasión que bordea todos los lugares cercanos y lejanos. Al lado de quien amamos. Yendo al pasado, convirtiéndolo en presagio de un presente sin erosiones espirituales. Y un futuro, a partir de ahí, soportado en esos momentos, en los cuales la ilusión se transforma en posibilidad de ser felices. Una felicidad no saturada de repeticiones. Más bien, creando imágenes y lugares siempre nuevos. Siempre autónomos. Sin permitir que el entorno, como inmediata exterioridad dominada por las voces, nuestras voces, secretas y abiertas. Convocando al mundo a que nos mire y sienta esa felicidad con nosotros. Juliana estaba sentada, analizando los reportes escolares. El trabajo, para ella, es un reto constante. Lo asume, no como rutina. No es lineal. Cada hecho y cada acción suyos, constituyen un universo de sensaciones siempre nuevas. Lo pedagógico asumido como motivación a investigar y a construir. No como inexpresivas admoniciones académicas formales. La escuela, como escenario para ofrecer nuevas interpretaciones; para ejercer una relación de continua interacción. Yo veía en ella, a pesar de lo hablado ese día en que cuestioné sus métodos, un referente siempre válido. No solo por su cuerpo; sino con agregados expansivos, con un crecimiento exponencial. Algo así como entender su condición de mujer oferente, libertaria
  • 14. Le hablé. No con palabras prefabricadas. Porque, la vi. inmersa en su tarea. Y no sé por qué, la compare con Susana. En ese tipo de comparación que pretende ser motivación para deshacer una relación y comenzar otra, diferente, nueva. Ya antes me había pasado, cuando observaba a mi madre. Cuando la veía en mis alucinaciones. La veía en esa interpretación de lo real, como multiplicación de opciones. A veces como guerrera situada en territorios dominados y avasallados. Guerrera enérgica, incendiando su entorno con gritos de libertad. Otras veces, como mujer asfixiada por los rigores del sometimiento. Otras veces como diosa maravillosa. Proponiéndole a Sísifo una solución al ejercicio continuo, en cumplimiento de su castigo. Mis palabras, produjeron un efecto no preciso. Juliana respondió con frases asimiladas a una sensación de fatiga. Un tanto híbrida. Como queriendo expresar satisfacción por verme. Pero, al mismo tiempo, como tratando de enfatizar acerca de la molestia por verse interrumpida. Hablamos poco. Se decidió a proponerme asistir con ella a una conferencia acerca de “El proceso” de J. Kafka. Concretamente a una conferencia ofrecida en el auditorio del colegio de abogados, y en la cual se abordaría una interpretación jurídica de la obra. Hasta cierto punto me pareció paradójica la invitación. Porque la entendí como convocatoria para acceder a un personaje tan complejo como el escritor, justo en el momento en que sentía la necesidad de atravesar ese límite entre mi patología nostálgica y la tranquilidad, a manera de equilibrio entre el estar ahí, viviendo y aspirar a la felicidad. El día de la conferencia, Juliana me llamó por teléfono para recordarme el compromiso adquirido. Va ser una jornada importadísima, me dijo. Un encuentro con la complejidad que adquiere la vida, me reiteró. Nos encontramos a la entrada del auditorio, llevaba un traje completo, de color negro. Un traje estrecho, que realzaba sus formas. Yo la miré extasiado. Nunca la había visto tan bella y tan insinuante. El expositor, un profesor joven y sonriente. Con gestos que transmitían seguridad y convicción en lo que hacía. Sus actitudes transmitían cierta sensación de compromiso. Vi, en él, una réplica creativa de Juliana. Antes de empezar su intervención, nos obsequió una copia escrita del contenido. Juliana y yo nos sentamos juntos. Le tomé la mano, como queriendo que me transmitiera ese interés que reflejaba en sus ojos. Pero, al mismo tiempo, esperanza. Una vez terminada la conferencia, Juliana abordó al profesor Arenas. Yo veía en ella, unos ojos escrutadores hacia él. Ojos que trasmitían admiración. Sentí que me había abandonado. Era, para mí, un estar con ella, sin estar. Como falso acompañante. Le dijo, profesor, nunca había asistido a un evento como este. Usted estuvo maravilloso. Quisiera, algún día, estar con usted y que me dedicara un momento, para expresarle algunas dudas que tengo, respecto a las consideraciones filosóficas del derecho penal. Siempre me ha apasionado ese hecho de mirar, la nomenclatura del análisis jurídico, en el cual los y las sujetos, nos vemos inmersos en la necesidad del castigo, porque vulneramos las normas que rigen la interacción social. Hablar con usted de ese ejercicio del poder y de la coacción que hacen posible el equilibrio. Mirar con usted esa interpretación del nexo entre el poder y la religión, como usted lo expresó en su conferencia. -Mire, profesora Juliana, el día en que usted asistió al coloquio sobre los derechos de las mujeres, quedé impresionado por su manera de interpretar la revolución cultural y de valores que se han derivado del proceso relacionado con la lucha de las mujeres por su emancipación. Inclusive, tuve la intención de hablar con usted. Sin embargo no lo pude hacer, ya que debía estar en el
  • 15. aeropuerto, para viajar a Brasilia. Trataré de concretar un encuentro. Puede ser, la próxima semana. De todas maneras yo la llamo para precisar día y hora. Yo era un asistente pasivo a ese diálogo. Sentí una indignación profunda. Una mezcla de impotencia y celos. Siempre me ocurre lo mismo, cuando me siento insignificante. Cuando se reitera mi ignorancia ante los procesos trascendentales, colectivos. Como quiera que soy un sujeto que interiorizo los entornos, a partir de códigos preestablecidos. Códigos que no son otra cosa que el resultado de mi incapacidad. Porque, soy sujeto aprisionado, atado a la yunta de un pasado lleno de momentos que he vivido. Momentos de insatisfacción espiritual. Una aridez, convertida en angustia, en nostalgias mías, en los cuales mi relación con los otros y las otras, no es más que sumatoria de soledades y de interpretaciones, en las cuales confundo mis sueños con la realidad. Vinculado a mi madre, en sus acciones que transmiten la imposibilidad para encontrarse. En su concepto de amor de amantes. En sus continuos rechazos a mi exigencias. Acompañé a Juliana hasta el colegio. Al despedirnos, sentí que mis deseos furtivos, por acercarme a ella y poseerla, estaban absolutamente distantes de concretarse. Porque, queda claro que lo de ella es una condición de amante latente, solo para quienes podían asumir, con ella, la vida en todo lo que esta tiente de pasión y de entrega. Pedro Arenas era su ícono referente. Cuando Isolina Girardot despertó, el día primero de abril de 2025, recordó lo sucedido el día anterior. Estuvo con Isabel Pamplona, en Anápolis, ciudad siempre acogedora. Uno de los aspectos más importantes, hacía referencia a la manera de abordar la doctrina de la libertad. Doctrina inmersa en vacíos conceptuales. Algo así como entender su dinámica, anclada a la teoría de “vista atrás”. Es decir, una reiteración en torno al hilo conductor: por más que avancemos en el discurso libertario, navegamos en el remolino de la repetición. Significa desandar, por lo menos en la noción de asumir los hechos, en un contexto de cotidianidad, agresivo. Ya Isabel le había advertido a Isolina sobre las consecuencias relacionadas con la depravación vigente. Los malos tratos recibidos avanzaban exponencialmente. Inclusive, Isabel, hizo referencia a la cantidad de momentos vividos bajo el énfasis de los textos producidos. Textos que relacionan la libertad con esquemas discursivos. Unos esquemas de fulgurantes palabras huecas. De hechos formales. Inclusive le recordó lo sucedido el 8 de marzo anterior. Cuando enfrentaron la fatiga de los escenarios y de las intervenciones alusivas a la mujer. Como ícono, en constante crecimiento. Una forma de respaldar la interpretación de los aportes, en términos de epopeyas vinculadas con la defensa de sí mismas en la ciudad, en el campo, en el hogar; utilizando un lenguaje impúdico. Una reflexión atada a la globalización. Un contexto en el cual se vulneraba la emancipación, por la vía de utilizar ese referente, como doctrina soportada en la superficialidad; cuando no con una variante perversa del homenaje a las madres, de por si degradado, absorbido por la literatura y las prácticas inveteradas. Como aquella de hacer coincidir afecto y respeto, con la oferta de mercancías. No obstante, en esa referencia, Isabel postuló la posibilidad de rehacer el concepto de libertad de las mujeres. Tal vez, volver al origen de la declaración primera. Esa derivada de las obreras y las mujeres libertarias, cuando erigieron la lucha autonómica, soportada en la dignidad, contra los atropellos, contra la asimilación de sus reivindicaciones, a simples acciones cautivas de la lógica de una sociedad absolutamente centrada en la opción de la ternura como la implicación de las mujeres en el proceso orientado por el rotulo: nacieron para ser madres. Esa huelga de las mujeres obreras en una empresa de Estados Unidos, en 1910, constituye referente obligado, al momento de valorar la celebración del 8 de marzo, como el Día Internacional de las Mujeres.
  • 16. Asimismo, Isabel, hizo alusión a la variante de transformar esa degradación absoluta, por la vía de otorgarles el derecho, inmóvil, pasivo y condicionado, a la expresión. En eventos y celebraciones. Es obvio, decía Isabel, que no ha habido traslado de lo allí expresado, a una generalización real, en el día a día. Para Isolina, ese día de abril de 2025, fue la reafirmación de su autonomía. Pues decidió su ruptura con Adrián, su gendarme y tutor en casa. Aquel que siempre reivindicó en público su condición de amante libertario que compartía con ella la opción de vida vinculada con el concepto de autonomía plena. Un desdoblamiento que ella no soportó más. Yo no tenía certeza, si Isolina había estado conmigo en la caminata que hice en compañía de Susana y Juliana. Lo único claro, para mí, fue su recuerdo, al quedarme dormido, una vez en casa, después de despedirme de Juliana. Isolina fue compañera de Martha y de Maritza en los primeros grados de escuela. Había conocido a Adrián, mi hermano, en una fiesta, realizada en celebración de los cuarenta años de Liceo Nietzsche, en el cual trabajaba Juliana. Morena, esbelta, un cabello crespo, pegado al cráneo. Nunca pretendió alisárselo. Se sentía feliz con esa prueba de su afro descendencia. Fue mi confidente en los momentos de angustia causados por el quehacer perverso de la empresa. De ella aprendí el amor por nuestras raíces. Siempre me ha acompañado su recuerdo. Mujer abierta, sincera y de una fortaleza impresionante para enfrentar los rigores asociados a la lucha por los derechos de las etnias. Cercana a todo el proceso reivindicatorio de la equidad y solidaridad de género. Acompañante de las mujeres de la Ruta del Pacífico. Conocedora de los crímenes de lesa humanidad en el país. Y, por lo mismo, tejedora de posibilidades libertarias de las negras y los negros. De nuestros nativos wayú, huitotos, de los paeces; de los de la Sierra Nevada. El día que se conoció de la tragedia provocada en Bojayá y en la cual murieron más de 100 negros y negras, mujeres, niños, niñas, adultos; Isolina promovió un clamor social, un repudio al hecho y de solidaridad. Asimismo ocurrió, cuando en Barrancabermeja, fueron asesinados y asesinadas personas, civiles; trabajadores y trabajadoras De todas maneras, ese día, al despertar tenía la esperanza de encontrarla, de que lo soñado era realidad. Quería que me repitiera esas imágenes escritas que leí en el sueño. Pero no. Isolina no estaba. En su lugar estaba esa sombra de la soledad. Esa que me acompaña a cada momento. Pensé en Juliana, en su mirada hacia el profesor Arenas. Pensé en Susana, en la cita que tuvimos y que nos distanció más. Pensé en Sinisterra en su pérfida pasión por el enriquecimiento, en su malvada tendencia a engañar y a fornicar, con consentimiento o sin él. Maritza estaba sentada en el vergel. Una casa inmensa. Había conocido a un hombre con el poder que otorga el hecho de tener dinero en abundancia. Su nombre era Pánfilo. Individuo de malas mañas. Con extensiones de tierra, casi infinitas. Conocedor del negocio que alucina Controlador de procesos de envíos, de siembras, de crímenes ligados a esos procesos. Demasiado rico. Demasiado hacedor de poderes y macropoderes. Tanto que, en 2002, auxilió a campañas políticas hacia los instrumentos de poder. Año aciago ese. Cuando se conoció de un discurso ampuloso vinculado con la seguridad y la paz. Cuando, la asunción al poder ejecutivo, constituyó un pulso entre la libertad y la ignominia la presencia de una versión bastarda de la libertad. Una extensión de poderes y macropoderes, en todos los ámbitos. Una manera de proponer la interpretación de la lógica. Una manera de poner de revés la búsqueda de la libertad. Un tanto como el fascismo de Mussolini, anclado en la denominada voz del pueblo. En la expresión no cierta de que éste nunca se equivoca. La voz del pueblo es la voz de Dios, en crecimiento exponencial. En donde todo es sensato y posible, por la vía de la teoría de que el fin justificaba los medios.
  • 17. Pánfilo Castaño, era un hombre pragmático. Así se había hecho rico. Así había comprado su posibilidad de crecer en un entorno de corrupción. Lleno de expresiones que conducen a validar el poder, por la vía de construir un equilibrio entre el delito y los crímenes, con el ejercicio de un poder ejecutivo vertical, supuestamente democrático. Al llegar, saludé a Maritza. Ella permaneció inmóvil, en silencio. Se creía sujeta de alto vuelo. Por lo mismo, significaba el hecho de que sus circundantes le reverenciaran. Un hacer la vida, por la vía del control. En donde el dinero permite ascender de estrato y de controlar poderes y micropoderes. Por fin atendió mi expresión. Me dijo, Ezequiel tú eres incorregible. Sigues pegado al recuerdo de nuestra madre. Por el contrario, yo aprendí la lógica de lo cotidiano, de lo real. De aquello que, siendo real, permite la manipulación. Es un empoderarse de los ofrecimientos que otorga la vida. En el cual los valores no existen, en el cual, lo que vale es sentirse pleno, sin afugias. Yo, seguía diciendo Maritza, estoy aquí, porque he podido interpretar la magia de ese equilibrio. En eso, apareció Pánfilo, con su esotérica presencia, saludando en la distancia. Asumiendo que yo, también, era sujeto controlado. Me dijo: estoy aquí, no por tu hermana que parece una fufurufa, sino por la fascinación que ofrece el poder y el logro del equilibrio. Como si de antemano supieras que no existe barrera para el poder dinero. Yo, me resistí a la veleidad de Pánfilo. A su peculiar manera de entender la vida como simples sumas y restas. En el cual, lo humano se traduce en simple expectación Una vez terminada la conversación con Maritza, me dirigí al Teatro Esparta, en donde se realizaba una conferencia, titulada, Estado, poder, educación y bienestar. El conferencista era el mismo profesor Pedro Arenas. Había conocido de la misma, por una llamada que me hizo Juliana y me invitó. Más tarde comprendí que, Juliana, había concretado con el profesor Arenas, una reunión, o para ser más preciso, un estar, después de la disertación. La denominación de la intervención, hablaba de la noción de poder educación y de bienestar social en América Latina. Antes de empezar, el profesor Arenas, pidió, al auditorio, un reconocimiento hacia la labor realizada por Juliana en El colegio Federico Nietzsche. . Aparentemente era, una visión congruente. La entendía después, como una figura que puede servir como ícono, como referente para un programa de gobierno. Y, en realidad, el ciudadano A., lo asumió como soporte de su campaña. Es obvio que su implementación, depende de las circunstancias, como todo hecho y toda realidad en la que, cada quien, construye su universo de conceptos. Este es claro y preciso. Coincido con él en cuanto discurso propuesto. Pero, me enerva la manera en la que lo ejercitan como instrumento válido para perpetuarse en el poder. En ese contexto entendí, entonces los principios de Pánfilo y la perspectiva en el poder, por parte del ciudadano A, Una base teórica insoslayable, pero una apropiación absolutamente perversa de la misma, para desarrollar una forma de gobierno avasalladora de los conceptos de verdad, de democracia y del rol de los ciudadanos y ciudadanas. Al terminar, el profesor Arenas se acercó a Juliana y la besó en los labios. Todo lo anterior se me vino encima, aplastándome., cual peso de toneladas de cemento. Me sentí como sujeto enfermizo, que había trasegado por todos los entornos, buscando en Juliana una perspectiva de libertad y de gozo. Este último, en relación a lo que más me ha fascinado y que lo viví en mi madre: el placer sexual, como soplo divino indispensable para vivir. Como tónico espiritual. La exacerbación de mí
  • 18. odio al profesor Arenas, vino después de haberle escuchado a Juliana, unas palabras al profesor Arenas:…por fin me has preñado. Espero que ese hijo o hija se parezca a ti, como, norte del proceso de fundamentación intelectual. Como alucinado, dejé atrás a Juliana y al odiado profesor Arenas. Regresé donde Maritza, le pedí el favor de anunciarme con Pánfilo. Hablé con él. Le hice saber de mis deseos de venganza. Le pedí el favor de realizar una acción, para lograrlo. En concreto, le pedí que me ayudara a eliminar a un rival. Pánfilo, acostumbrado a este tipo de requerimientos, me expresó que lo haría. Solo tenía que describir al sujeto, fijar hora, sitio y día. Lo demás corría por su cuenta. El día 32 de mi nacimiento, Olga me despertó. No pude ocultar mi malestar. Me habló de algo parecido a iniciar un nuevo día. Me acompañaba, todavía, el sabor un tanto dulzón, de la leche de mi madre. Ella dormía. Olga me enseñó una foto y un anuncio, recortado del periódico. Hablaban de un señor Arenas que había sido atacado por sicarios, al momento de salir de la universidad. La crónica, además hablaba de una mujer que acompañaba al profesor Arenas. Ella sufrió heridas de alguna consideración, pero se hallaba fuera de peligro en el Hospital Samaritano. Sentí una alegría perversa. Como si esta noticia ya estuviera previamente diseñada. No solo por el hecho en sí, sino por el alcance de la misma. Yo había estado interactuando con mi madre. Cuando llegó Santiago, sentí ese desconcierto visceral, parecido al miedo y al odio. Cabalgó sobre mi madre toda la noche, hasta que la sintió sin aliento. No por placer, más bien por el cansancio físico que produce el asco y el dolor de sentirse violada, vulnerada. Caminé largo tiempo. Parecía un enano de sesenta años, cuando apenas si llegaba a un tamaño normal para mí edad y a una desesperanza. Brutal. Como cada que soy convocado a rendir cuentas ante los visires gubernamentales. Aquellos que controlaban la infancia, con el propósito de adecuar su comportamiento hacia una sociedad de impecable blancura exterior, y de un profundo respeto por los bienes del otro o de la otra,. Una ciudad artificiosa, en donde vale lo híbrido como sistema de vida. Sin placer real y sin poder cortejar a la mujer a quien uno ama. Al margen de las afugias cotidianas. Olga, era una de esas mujeres-niñas, que lo sabía todo. Tanto en términos de intimidad sexual, como también en términos de exterioridad social. Sabía, a manera de ejemplo, del cortejo del amante que pretende dominar a una hembra, de manera casi salvaje. También sabía del origen del orgasmo. Ella misma me confesó que, a sus tres años, ya sabía explorar su clítoris, de tocarlo y de vaciarse de dicha. Le dije al oído: si buscas una información más precisa, si averiguas por la mujer que acompañaba al profesor Arenas; te haré lo que siempre deseas. Una exploración por tu sexo, con mi lengua y mis manos. Haciéndote explotar de pasión y de satisfacción, parecido a lo que le hago a mi madre, cuando no puede dormir y necesita hacerlo. Olga, me miró desconcertada. Sin embargo accedió a mi solicitud. Salió de casa, con la mira puesta en el premio que yo le ofrecía. Estuvo en el Colegio Nietzsche. Habló con la asistente de la dirección. Preguntó por la profesora Juliana, fingiendo ser una colega que conocía a Juliana, desde la infancia. La asistente le comunicó que la profesora Juliana había sido herida en un atentado en el cual murió el profesor universitario Pedro Arenas. Está recluida en el Hospital Distrital, recuperándose de heridas relativamente leves. Al regresar a casa, yo estaba en posición de acecho. Desnudo, con mi pene afuera, erecto. Olga me contó lo averiguado y reclamó su trofeo. La avasallé con furia, le rompí el traje, me sumergí en ese sitio en donde las piernas terminan. En ese lugar hermoso de todas las mujeres y que es mi constante convocante. Luego subí a su vientre, me deslicé hacia sus pechos ya inflamados en un temblor, como si estuvieran simulando un terremoto. Lamí sus pezones, los succioné, de igual manera que lo hago todas las noches con mi madre, cuando Santiago no ha llegado.
  • 19. Exhausta, Olga, se perdió en la obscuridad del cuarto. Regresó, desnuda al pasado; al lugar que era su nicho y desde el cual proyectaba sus apariciones de futuro; según las circunstancias y los requerimientos de sujetos como este hermano suyo que la convocaba constantemente. Adrián estaba sentado en su despacho ministerial. Había logrado ascender hasta allí, a través de Pánfilo, quien contaba con algunos cupos en la frondosa burocracia afín al ciudadano A. Este, a su vez, había alcanzado un aura mágica. Un poder absoluto. Un control mediático sobre la población. Tenía un particular concepto sobre el poder y su relación con el manejo de la verdad. Siendo esta presentada de tal manera, que su enrevesado marco teórico le permitía una manipulación constante. Una verdad suya, según las circunstancias. Sumaba verdades, como se suman peones políticos. Es decir, lo suyo, es una contravía a la lógica humanista. Ese tipo de lógica que absorbe, adormece, a partir de un discurso aparentemente simple, pero que, en realidad, está cargado de mensajes subliminales, como dicen ahora los semiólogos. Mi hermano había sido expulsado del entorno de Isolina. Ella se negó a continuar siendo sometida. En un ejercicio de plena consecuencia con sus principios. Adrián conoció a Pánfilo, el día en que Maritza lo llamó para que asistiera a un acto político convocado por su amante y en apoyo a varias candidaturas regionales. Por esta vía, le dijo Maritza, lograremos que el ciudadano A., acceda al poder. Ya, de tiempo atrás, Pánfilo había promovido la creación de grupos de gendarmes violentos. Una envoltura que tenía como fines directos e indirectos, la destrucción de ilusiones de libertad y de sobrevivencia económica, por parte de quienes él suponía enemigos del orden establecido. Una variante del bandidaje similar a la Camorra italiana, a los Cangaceiros en el Brasil; a los escuadrones de la muerte en Argentina y en Uruguay. Del mismo tipo de quienes promovieron la violencia contra los seguidores del presidente Allende en Chile, en las barriadas de Santiago. El día del acto político, Adrián asistió. Coincidió con la implementación del acto de libertad realizado por Isolina Girardot. Siguió de cerca, con mucha atención, las intervenciones verbales de los promotores, futuros controladores de poderes regionales y, aún, de aquellos que aspiraban un sitio en el Congreso de la República. Hablaron, a manera de contar anécdotas, de sus realizaciones. Estas, en muchas ocasiones, suponían la eliminación directa o camuflada de líderes contradictores, de sus familias. En universo de interpretaciones que hacían de su actividad un instrumento avasallante, pérfido. Al terminar la reunión, Maritza relacionó a Adrián con Pánfilo. Este, con un aire de satisfacción inocultable, le dijo a mi hermano: espero tenerte por acá con más frecuencia. Si tienes alguna necesidad cuenta conmigo. Adrián respondió: actualmente me encuentro sin una actividad laboral permanente. Además, Isolina, la negra revolucionaria, me ha expulsado de casa. Pánfilo, aprovechó esta denuncia, para expresar la reafirmación y la validez del exterminio a quienes se oponen a entrar en razón, bajo el control de sus dependientes y del ciudadano A. Cuando quieras vengarte, cuenta conmigo. Te hacemos el trabajito de limpieza que necesitas. Lo cierto es que Adrián se comprometió con Pánfilo a trabajar a su lado, en ese proceso de control y de violencia, justificando esta última, en razón de la necesidad de orden en el país. El día en que el cuerpo de Isolina Girardot fue encontrado en las afueras de la capital, luego de haber sido sacada violentamente de su casa, por un grupo de hombres encapuchados, había sido reportada como desaparecida. Ese día, yo estaba al lado de Susana. Había concertado con ella una entrevista, después de la jornada laboral en la empresa. Al conocer la noticia, Susana me dijo: mira Ezequiel, ese tipo de personas, como Isolina, no deberían existir. Son personas que no permiten el desarrollo de opciones de beneficio. No permiten la implementación de medidas conducentes a la
  • 20. restauración del ordenamiento institucional. Son algo así como la extensión de los promotores de la anarquía. Ya lo hemos visto en el pasado aquí mismo. Pero, también los vemos en Santiago, en Buenos Aires, en Montevideo, en Brasilia. A decir verdad, dijo al final, quien lo haya hecho, hizo muy buen trabajo. Ojala lo hagan permanentemente con personas de su tipo. Ante la interpretación que Susana le dio a la desaparición y muerte de Isolina, la miré con rabia. Esa misma que sentía por Pánfilo, por Sinisterra, por Adrián, por Maritza, por sus seguidores…por el ciudadano A. Sin embargo era una rabia interior que no se transformaba en acciones directas en su contra. Algo parecido a interiorizar el descontento. Pero con un miedo absoluto a hacerlo público. Siempre me sucede que quiero expresar algo, sentido, necesario; termino en la inactividad. En un sometimiento absoluto. Inclusive, en muchos de mis sueños, he cohonestado con la satrapía. En uno de ellos, en mi lejana infancia, busqué la venganza, como hombre traicionado, por parte de una mujer y de su amante. Mujer que todavía no he podido identificar en la realidad. Lo mío, en ese entonces, no fue otra cosa que una proyección de mi verdadera catadura, como sujeto incapaz de superar la dicotomía entre querer ser libertario y consecuente y un ser sometido por la variante perversa de promover actos sexuales vandálicos. Así lo he hecho con mi madre, con Olga, con Martha…y así he querido hacerlo con Juliana, quien se ha convertido en mi obsesión, a quien quiero horadar con mi falo insaciado; hasta matarla de dolor físico y de vulneración espiritual. He querido violarla de manera constante. Lo mío, pensé, no es otra cosa que una lucha iniciada desde antes de nacer mi madre, desde mi vida fetal en su vientre, desde que la vulneré el primer día de mi nacimiento, como sujeto que activa su psiquis, a partir de añorar las explosiones eróticas de ella y de cualquier mujer. Como sujeto que odia a Santiago, a Verdaguer y a los amantes de mi madre niña, antes de yo nacer. A pesar de mis convicciones enrevesadas, asfixiadas por mi mundo interior, asistí a un acto de desagravio, ante el cadáver de Isolina. Invité a Juliana. Ella se hizo presente en compañía del profesor Arenas. La miré y lo miré; deseando que Pedro Arenas estuviera ahí, ocupando el lugar que ahora ocupa Isolina. Deseando verla resucitada. Deseando verlo en ese cajón, o en una fosa común. En una fracción de tiempo, me vi. Levantar de un sueño. Estaba con Olga. Le dije algo parecido a la necesidad de conocer el paradero de Juliana. Al mismo tiempo, estaba recordando un sueño anterior en el que Pánfilo, accedía a una petición mía. Nubarrones que ocultaban hechos conexos con esa interioridad que he mantenido toda la vida. Sesgada, antiética, vulneradora, asfixiada por mi noción del sexo emparentada con el concepto de mujer, en el que esta sirve solo para ser avasallada, cabalgada, saciada, insaciada. Solo como objeto viviente al que siempre la espera un falo. El mío y el de todos nosotros los hombres. Un día después del acto de desagravio a Isolina, Juliana me hizo llegar un texto escrito por uno de sus hermanos. El texto venía con una nota adjunta. En la misma Juliana decía:”…para mi amigo Ezequiel Ojala leas esto, considero que abrirá tus sentidos en relación con la vida de los otros y de las otras…y contigo. Escribir acerca uno mismo, supone asumir el reto de ser absolutamente sincero. Porque está de por medio el encuentro con aquellas verdades ocultas. Aquellas que, a veces, no me atrevo a reconocer. Lo cierto es que, mi vida, ha transcurrido de manera sinuosa. Es decir, ha estado alejada de la homogeneidad. Es tanto como entenderla vinculada con hechos que, en sucesión, se asimilan a estados de ánimo; a lo que podríamos llamar expresiones originadas en mi manera de relacionarme con el entorno cercano y con todo el mundo exterior.
  • 21. Mi infancia, en esa primera etapa que algunos han dado en llamar la primera aproximación a la interacción con los otros y con las otras, transcurrió sin afugias en lo que tiene que ver con el aspecto económico. Es decir, sin los contratiempos ni las limitaciones que han tenido y tienen otros niños (as). Lo anterior no supone, en una perspectiva integral, la ausencia de dificultades. Entre otras razones porque, en esa dimensión de integralidad, es necesario incluir lo que antes denominé “estados de ánimo”. Estos, para mí, no son otra cosa que momentos en los cuales me invadía la tristeza y la soledad relativa asociada con cierta forma de distanciamiento, con respecto a mi padre a mi madre. Algo así como saberme incomprendido. Con el correr del tiempo, en la medida en que iba creciendo, ese distanciamiento y esa percepción de no ser reconocido de manera plena como persona, me fui acercando más a la exterioridad. Era como una búsqueda de vivencias colectivas, disociadas del entorno inmediato familiar. No puedo negar que, ese proceso, fue y ha sido conflictivo. Es algo así como relacionarlo con la identificación de hechos y acciones que antes no había conocido. Todo lo anterior, cruzado por las condiciones que imperaban y marcaban esa exterioridad. Una ciudad y un país en donde se desarrollan procesos sociales, políticos y económicos traumáticos. Con situaciones de violencia y en donde la inequidad se profundiza de manera constante. Si bien es cierto mi percepción de estos hechos no ha sido plena, aun ahora, no es menos cierto que es una realidad que impacta; así no tenga mucha claridad en cuanto a su origen. A mis casi quince años, me considero un adolescente relativamente sensible. Me he esforzado por reivindicar mi libertad y autonomía; en contextos en los cuales han existido expresiones autoritarias. Tengo claro que esto le sucede, también, a muchos y muchas adolescentes. Lo que pasa es que asumo la individualización. Y esto supone reconocerme como persona. Como lo que soy, con diferencias precisas con respecto a los jóvenes de mi edad. Al terminar su lectura, lo destruí con rabia. No quería parecerme al sujeto que lo escribió. Odié a Juliana, a su hermano…a todos y a todas. Lo mío era y es otra cosa. Soy Edipo vergonzante. Deseo a mi madre, a mis hermanas, a Juliana, a Susana…a todas. Estoy bien así, como sujeto sui géneris, que abrirá una nueva era. Recordé escenas de la película “Silencio de los inocentes”. Me vi reflejado en el vulnerador. Recordé la novela “El perfume”, yo era el buscador de la esencia del ser humano, por la vía malvada. Recordé a “Los niños del Brasil”, con Susana contemplaba el esfuerzo por revivir el ego ario. En la noche de ese día en que palpé el sexo de mi madre, de Olga, de Maritza, de Martha, de Juliana; me inventé otro yo. Ese que a veces deambula por mi mente. Ese que, en momentos de debilidad acerca de mis convicciones, veo tierno, amante sincero, respetuoso de las mujeres, compartiendo con ellas sus opciones de libertad. Sinisterra estuvo en casa de Susana. Celebraban la conquista de un nuevo mercado para la empresa. España había sido un tanto renuente a comprar la patente del registro étnico. Por fin habían logrado superar el obstáculo asociado a una especie de remordimiento. Una sensación de culpabilidad que derivaba de su presencia en esta parte de América. Dicha celebración, incluía la entrega de condecoraciones a quienes se habían destacado en la empresa, por su capacidad de sometimiento a su desarrollo y fortalecimiento. Susana era una de ellas. Sinisterra la había propuesto ante la dirección de la empresa. Con el título: a la más capaz de nuestras impulsadoras. Condecoración que incluía una bonificación económica.
  • 22. Yo asistí a ese evento. Lo hice como propietario del yo cuestionador encubierto, de la perversa actividad empresarial. Por el mismo hecho de ser cuestionador encubierto, fui invitado. No alcancé el tope de sometimiento requerido. Me asignaron 50 puntos de 100. Apenas obvio, Susana alcanzó 100 de 100. Sinisterra habló. Se deshizo en halagos verbales a Susana. La presentó como una mujer dinámica, emprendedora, capaz de sacar adelante a la empresa, por encima de cualquier consideración o principio. Tres días después supe que Susana había volado mucho más bajo. Había claudicado ante el incisivo Sinisterra. Habían viajado a un lugar cerca de la capital y estuvieron dos días encerrados; otorgándose al placer que brinda el forcejeo grosero, sin otro aliciente que vaciarse. Tal vez mi descontento y caracterización de ese hecho, era una muestra de mi capacidad para engañarme a mí mismo. Porque, en fin de cuentas, ha sido ese mi estilo de vida. En sueños y en la realidad. Repudiaba lo de Susana y Sinisterra, realmente, porque no era yo el horadador de Susana. Corría el mes de agosto el año en que llegué a los 35 años. Se celebraba en la ciudad un encuentro de estudiantes de filosofía e historia. Este evento fue organizado por la universidad en la cual es profesor Pedro Arenas. Juliana me hizo llegar el cuadernillo con la invitación. Se incluía una conferencia del profesor Arenas, titulada LA Virtud y la ética en Sócrates. Decidí asistir a la conferencia. Lo hice, en el interregno de mis constantes reflexiones. Sabía, de ante mano, que Juliana y el profesor Arenas, aparecerían ante el público, como concordantes en sus principios y valores. Como agentes del conocimiento profunda acerca de la historia de la humanidad. Como defensores de la libertad de pensamiento y de la prodigalidad que permite la filosofía, como soporte. Efectivamente, al llegar al auditorio, ya estaban ahí Arenas y Juliana. Organizaban los documentos y la logística inherente a la conferencia. Un auditorio colmado de estudiantes e intelectuales de la capital, de otras ciudades y del exterior. Introducción. “…El ambiente cultural y las preocupaciones de Sócrates son las mismas que de los sofistas. Pero más allá de una crítica [a lo establecido] tan radical como fuera la de los demás sofistas, domina en él su absoluto empeño por "buscar la verdad", convencido de su existencia y de la posibilidad de alcanzarla. A esta tarea convoca a sus conciudadanos y particularmente a los más jóvenes, a los que insta a que indaguen por sí mismos la verdad en torno a la condición humana…”1 He considerado pertinente iniciar este trabajo, con la anterior cita. Fundamentalmente, porque permite situar un contexto adecuado; comoquiera que pretendo profundizar en algunos aspectos vinculados con la teoría socrática en torno a la significación que tienen la virtud y la ética como valores inherentes a la humanidad. La noción de ética está asociada a la actitud y al comportamiento en un entorno social preciso. Cada sujeto, individualmente considerado, asume un rol determinado que lo define y concreta 1 Arje, j de Echano y otros autores. B.U.P. Ediciones Vicens-Vives S.A., España 1995.
  • 23. como ser que se diferencia de los demás. Es tanto como entender que la dinámica de la vida colectiva, no puede suponer la pérdida de la identidad. Digamos que reconocerse, implica una primera identificación del significado básico como sujeto; en lo que este tiene de vigencia como expresión de lo humano que se concreta.. Esto supone una interacción originada en el “descubrimiento” de la diferencia que, a su vez, está asociado al desarrollo de las percepciones primarias que, por esto mismo, permiten agregados hacia la construcción de acciones y realizaciones complejas. En otras palabras, se trata de logros individuales y colectivos denominados (...en una sumatoria lógica, mas no de lineal) cultura. La desagregación de roles, en escenarios de intervención y presencia de los sujetos, trasciende a la sola posición adjudicada por la diferenciación biológica, natural. Se entiende como elaboraciones en nexo con ese reconocimiento de sí; como esa expresión que trasciende a lo primario y se convierte en pauta, en códigos instaurados como necesarios, que requieren ser acatados, sin que necesariamente, implique a la identificación o, inclusive, así supongan una posición en contravía de la autonomía y la libertad para el desarrollo de la individualidad. Entonces, cada construcción cultural; pasa por la imposición de un determinado modelo, de una determinada guía o procedimiento para consolidar el reconocimiento que invoca cada individuo; en un contexto que reclama y requiere ordenar y pautar la vida; como soporte para articular, para justificar el “equilibrio” entre quienes conviven en un espacio territorial y han heredado procedimientos, costumbres y visiones de lo natural. Por lo tanto se entienden comunes. Se asume, en consecuencia, que “se ha estado ahí”..., “y se está ahora”; con los condicionantes y las imposiciones que han sido previamente desarrolladas y acumuladas, como agregados que comprometen. Visto así, la noción de lo social, se erige como colateral de los acumulados y agregados culturales compartidos (...Impuestos) y que ejercen como condicionantes; para hombres y mujeres en escenarios territoriales y geográficos determinados. Inclusive, la misma noción de geografía, territorio y espacio, está relacionada con las identificaciones previamente establecidas y transmitidas. Desde esta perspectiva, la profundización en torno a los postulados socráticos, supone hablar de la interacción como necesidad. Pero esta interacción debe desenvolverse con arreglo a pautas construidas no desde una posición egoísta, en la cual cada individuo reivindique su expresión como prioridad, vulnerando a los demás; sino que debe construirse a partir de valorar la búsqueda de la justificación, de la razón de ser de esa interacción. En mi opinión, lo que Sócrates reivindicó como conocimiento y su nexo con la verdad; no fue otra cosa que una opción vida en la cual, el progreso de la sociedad, esté soportado en la generación, desarrollo y consolidación de valores sólidos, como guías constantes, que trasciendan lo inmediato y se proyecten hacia el futuro. 2. El conocimiento y la verdad. Sócrates confrontó con firmeza las posiciones vigentes. Podría decirse que, esa confrontación, estuvo anclada en la reivindicación de la gestión individual de cada sujeto, basada en la indagación y la reflexión. A partir de ahí, postular nuevas interpretaciones. Así, entonces, el conocimiento no puede ser una dádiva. Tampoco es un privilegio heredado. Se adquiere con el esfuerzo individual, ligado a la participación en escenarios concretos que convocan a la discusión y el intercambio. Solo así puede entenderse la magnitud de los retos que tiene la humanidad. Sócrates, entonces, realiza un ejercicio individual y lo conecta con un ejercicio colectivo, social. Convoca a unir esfuerzos para acceder a opciones de mayor jerarquía. Entendida, esta última, como mayor dimensión. La moral, la virtud y la ética, en consecuencia, son realizaciones que se insertan en el cuadro de valores de la sociedad; a partir de esas acciones vinculadas con el conocimiento y con la asunción de esos retos.
  • 24. La visión socrática, en mi interpretación, es una absolutización del esfuerzo individual en la búsqueda de referentes, a partir del desarrollo del conocimiento. Vista así, esa visión, podría aparecer como la reivindicación del individualismo, en abstracción del contexto social en que cada individuo intervine. Sin embargo, efectuado un análisis de conjunto, es posible entrever que él entiende la acción individual como un punto de partida; como un instrumento con el cual la sociedad puede llegar a alcanzar y realizar postulados plenos de justicia equidad. De otra parte, la opción socrática, es una invitación a trabajar por ser consecuentes. Esto traduce, no ejercer posiciones de desdoblamiento. Cada sujeto debe adquirir conciencia acerca de su rol. Debe esforzarse por hacer coincidir lo que dice ser de si mismo, con sus intervenciones prácticas, cotidianas. Veamos esto, en la siguiente reseña. “…2.1 La tarea moral. Para Sócrates el saber fundamental es el saber acerca del hombre. La tarea más importante de cada uno es el cuidado del alma, y la del político, hacer mejores a los ciudadanos. El saber que defiende es, pues, ante todo, moral o práctico y, además, universal. Se trata de conocer para poder obrar bien. Sostiene que en el conocimiento está el secreto de la actuación moral. El conocimiento es virtud, el vicio es la ignorancia, y el remedio está en que la virtud puede ser enseñada. Cuando el hombre conoce el bien, obra con rectitud: nadie se equivoca a sabiendas. La causa de que los hombres obren mal no está en una debilidad sino en un error intelectual: juzgan como bueno o conveniente lo que no es tal. Por esta razón invita a cada uno a preguntarse sobre qué‚ sea el bien, en la confianza de que –sin necesidad de "molestar a los dioses"– la razón que anida en cada uno puede alumbrar ese conocimiento. Esta búsqueda le da al hombre su felicidad. Establece así esta secuencia: –Conocer. ¿Para qué? –Para obrar bien. –Obrar bien. ¿Para qué? –Para ser feliz. –El sabio es feliz. 2.2 Superación del relativismo. También Sócrates, como los demás sofistas, es crítico con lo establecido. No se trata de aceptar los valores tradicionalmente admitidos o las opiniones establecidas aunque sean las de la mayoría. Es preciso buscar lo que las cosas son y, en concreto, qué sea la justicia, la virtud o el bien. Paradójicamente admite con los sofistas que la virtud puede enseñarse, pero no admite que haya maestros, porque el conocimiento se encuentra en nosotros y sólo se necesita un método adecuado –que desde luego no es la retórica para sacarlo a luz. Lo importante es buscar lo auténtico por uno mismo; sólo el individuo autónomo puede dar razón de sus actos, estableciendo así la prioridad de la "razón" (conciencia) como instancia última moral, culminando y superando, de esa manera, la crítica sofística y el relativismo moral, porque no se puede separar lo que es bueno para uno de lo que es bueno sin más. 2.3 La virtud es conocimiento. Al considerar que todas las virtudes morales son formas de conocimiento, Sócrates entiende que seríamos justos si conociéramos la justicia, porque no interesa
  • 25. un saber teórico sino práctico, porque no queremos, en último término, saber qué es la justicia sino "ser justos", o que cosa sea la valentía, sino "ser valientes". …”2 3. Hacia una interpretación de la visión socrática en la actualidad. El ser individual es, de por sí, complejo. En cuanto logra, aún en su condición de individuo (a) primario (a), construir su propia visión de la exterioridad. Este proceso está asociado a los sentidos biológicos. La percepción, como ejercicio inicial que permite acceder a insumos externos, ejerce como instrumento para recolectar esos datos y procesarlos. Ya ahí, la diferenciación se establece por la vía del seguimiento y continuidad, originados en la capacidad para retener la información e interpretarla. No es una memoria simbólica ni formal, como la de los otros animales. Esa memoria trasciende a la repetición simple de lo aprendido, a manera de expresión espontánea y/o de respuesta instintiva a motivaciones externas. Por el contrario, es una memoria en constante actividad y que actúa como recurso pleno e intencional, cuando se hace necesario recordar lo visto antes, lo vivido; a partir de experiencias individuales y colectivas. Así y solo así se puede entender la capacidad que adquiere cada sujeto (a), para proponer y desarrollar opciones dirigidas al proceso de transformación de la exterioridad. Pero también, para entender la construcción de una simbología para sí; de tal manera que ejerza como instrumento fundamental, a la hora de definir sus propias perspectivas; en cuanto expectativas originadas en su propia pulsación con respecto a los (as) ) otros (as). Entonces, la esperanza, la ilusión, los afectos, el placer como elaboración suya; constituyen referentes en los cuales se cruzan la individualidad y lo colectivo. No como derogación de lo primero en función de lo segundo; sino como interacción que el (la) sujeto (a) individual acepta, e incluso propone, en el camino hacia la obtención de un determinado fin. Ya, en esta expresión, es pertinente entrever la influencia (...en esa memoria individual, como acumulado constante) de las tradiciones aprehendidas por la vía de la imposición y/o de la experiencia directa, que adquieren determinadas instancias simbólicas; construidas a partir de procesos individuales y colectivos. Así entonces, a manera de ejemplo, cabe analizar en ese espectro; el rol de la religión, de los códigos y paradigmas que ejercen como limitaciones al desarrollo pleno de la individualidad, en cuanto adquieren una significación que trasciende a cada sujeto (a) y lo (a) obliga a un acatamiento; so pena de quedar por fuera de esa figura de concertación colectiva que lo (a) compromete. No reconocer la concertación (a la manera de equilibrio); tuvo siempre (...y tiene ahora) para cada sujeto (a) repercusiones profundas. Inclusive, de su aceptación o no, depende en muchos casos la existencia suya como sujeto (a) individual vivo, como actor válido. En este contexto cabe una expresión relacionada con la incidencia que adquieren las opciones propuestas, por parte de los (a) sujetos (as) individuales; en lo que hace referencia a la interpretación de las pautas, paradigmas y condiciones vigentes en un determinado período histórico. En sí esas pautas y condiciones, no son otra cosa que construcciones colectivas que trasciendan a cada individuo (a). Podría aseverarse inclusive que, en las mismas; cada sujeto se subsume, como quiera que no le está permitido transgredirlas. Está obligado, en consecuencia, a asumir una interpretación similar a la que realizan los (as) otros (as). Si su decisión es hacer trasgresión, bien sea por la vía de proponer una interpretación diferente y/o de asumir la opción directa de cuestionarlas y trabajar por su destrucción; se entiende que asume las consecuencias a que esto conlleva…Entonces se configura, a partir de esa intervención individual, una confrontación con la simbología e iconografías colectivas. Aquí, en esa confrontación, se enfrenta la construcción individual con la construcción colectiva. Esto es válido, como decíamos arriba, tanto para los paradigmas colectivos asociados a la religión; como para aquellos paradigmas asociados a la noción de ordenamiento y de jerarquización. Queda claro, asimismo, que estas construcciones colectivas, son posteriores a la apropiación primigenia de la exterioridad, a la internalización primera realizada por cada sujeto (a) en su contacto inicial con la naturaleza. Es decir, son elaboraciones, desarrolladas en el tiempo y en el espacio; como acciones consientes o inconscientes (...o mediante 2 Ibíd..