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1
HISTORIAS DEL CHIMBILAX
(O LA ESTATUA DEL ANGEL)




     ESCRITO POR:
   LA INSOPORTABLE




                           2
LA INSOPORTABLE SON:


       BALAM (OLTO JIMENEZ C.)


 STAROSTA (RAFAEL BEJARANO F.)




                              3
INDICE




                              Pág.
1. LA MADRE MITAD CUERVO      6
2. SENDOS MACHETAZOS          11
3. LA ESTATUA DEL ANGEL       16
4. MOTEL HOLIDAY              18
5. LA MASCARA AFRICANA        23
6. EL PROTOTIPO PERDIDO       26
7. LA YURIS                   28
8. MUJERES                    30
9. FRENTE A LA ESTUFA         31
10. TUMBA DE MI               37
11. LA RAIZ DE UNO            40
12. RINCON ROMANO             43
13. YEGUA                     45
14. LABERINTO (CAJA NEGRA)    48
15. CAFETAL                   52
16. EL FESTIVAL DEL RETORNO   55
17. SOCORRO                   57
18. JABALI HEMBRA             60
19. PLANAZOS                  64
20. DOS CHICOS IMAGINARIOS    65


                                   4
21. RETOÑO               69
22. EL HOMBRE DE HIELO   73
23. MADERA NAZI          77
24. HOMBRES              82
25. LA BIBLIOTECA        83




                              5
LA MADRE MITAD CUERVO


El amor de madre. Dícese de la manifestación del amor de Dios en la tierra.
Dios en el espejo final. Tarjeticas en mayo para recordarles cuanto se les
quiere, presentes para palpitarles que tal vez, todo no es un descuido. Un
importante psicoanalista, amigo mío, me aseguro que todo hombre busca a
su madre en las mujeres con que se relaciona –y hay que aclarar- de la
manera más formal. Aunque si esto es cierto en muchas de las comunidades
eucarísticas, marianas y hasta laicas, en ocasiones repetidas aparecen casos
donde ciertos individuos deberían odiar a su madre. El águila sale del
cascaron, pero nunca amara a la frau Eva.


Dentro de este grupo de desafortunados y casi excluidos de las campañas
publicitarias donde el amor de madre vende miles de millones de dólares,
se encuentra un viejo conocido que tenía como madre al más espantoso
engendro de la naturaleza hasta ahora conocida. El joven, cuyo nombre
dejare en secreto y tranquilo que dicho anonimato le asegura un vida mas
sosegada en el barro, creció como crecen los pastos de la enorme llanura:
porque si.


Su madre y su hermanita (próximo animal de proporciones babilónicas)
hicieron de la vida del criaturo un enorme sartén que le freía en sus propios
jugos. Entremos en detalles. Día tras día, madrugada tras madrugada, se le
enviaba con unas cantinas hasta el lugar del ordeño habitual y las vacas le
saludaban con ternura moviendo la cola sin parar, tal vez la única
manifestación de cariño a tempranas horas. En las tardes, en todas la tardes,
debido al oficio de su tan querida progenitora, el se quedaba totalmente
indefenso con su hermana, que le hacia recordar cual corta es la vida.

                                                                           6
Lamentaciones, lloriqueos, peticiones absurdas y todo soportado con
valentía estoica, para que al regresar la madre, mitad cuervo, le acusara de
faltas imaginarias y le transfiriera una reprimenda espiralada y sin piedad.


Pero eso no es todo. El padre no le traía mayores satisfacciones, ya que
para fortuna de los miembros de la familia, huyo después de la
trasformación última que dio lugar a lo que se conoció después como Ex, y
le monto sanamente una moza capital que le trajo bienestar a su magullado
corazón. Desafortunadamente para nuestro chino querido, la mamá vio en
su hijo –de paso vivo retrato- la manifestación de la traición de aquel
hombre al cual habia dado parte de su escamosa piel de cocodrilo y años
preciosos de su vida. Memorias de elefante del ojo inferior.


Un día me invitó a su casa y me dijo que le ayudara hacer una tarjeta del
día de las madres, pues manifestaba que su mano diestra no podía moverse,
algo extraño, muy extraño, ya que minutos antes estuvimos jugando ping-
pong y las manos le funcionaron perfecto. Yo lo mire poco convencido,
pero por esa lastima tan verrionda que me dio, lo ayude. Saco de un ancho
cajón un pedazo de cartulina untado de alguna magma desconocida y lo
puso con cuidado sobre la mesa. Yo note que se empezó a mover de modo
singular, pero como andaba pendiente de las onces que le habían dejado
junto a la nevera, no le preste mayor atención. De una pequeña cartera de
lana, saco dos colores: uno rojo y otro negro. Colores de catatumbas
olvidadas en la sal de su inmortal depresión. Yo ya andaba con la jeta
metida en el plato de las galletas, cuando escuche gruñidos extraños. Lo
note desencajado, desorbitado, emitiendo sonidos grotescos, como secretos
que se susurran suavemente al oído. Yo tome el color rojo y empecé a
escribir las primeras líneas de lo que entendía entre las ondas de sus
agitadas palabras. Lloraba. Pedía a su madre que lo recordara. Que no


                                                                               7
olvidara quien era. Los rayos de la tarde traspasaban las ventanas pero no
trasponían sombras entre estos sucesos. Jadeaba reciamente y su cara
empezó a cambiar de aspecto. Orejas que se alargan, mejillas que se
agrandan. Destilaba grasa, la cual salpicaba la cartulina ya tan manchada de
él mismo. Yo lo miraba y como no entendía que le ocurría continúe como
si nada estuviera pasando. No pensé en teletransportarme de lugar. Creo
que en el fondo, poco o nada me interesaba. Empezó a asaltar cada espacio
de la casa con gritos alargados en fade out. Soltó el color negro, ya que no
pudo sostenerlo por más tiempo. Sus dedos ahora eran pezuñas que
chocaban torpemente contra el suelo. Yo me retire, un poco asustado y me
fui a la cocina, a ver que le habían dejado de comer. Había una estampita
de la virgen del Carmen electroacústica pegada en el refrigerador, y a ella
me encomendé mientras destapa los víveres de la familia y goloseaba
encantado. Escuche que me llamaba en un lamento zulú, pero yo estaba
ocupado. Sin embargo me asome y observe espantado que se había
convertido en un cerdo con mirada humana. Estaba inmóvil en medio de la
sala, razón por la cual no me preocupe mas, pues lo vi cómodo. Fui hasta la
estufa, me serví una copiosa comida y me senté en el sofá feliz de saciar mi
hambre. De vez en cuando le arrojaba mendrugos de comida, los cuales el
olía, y dejaba a un lado. Una lágrima gruesa rodó por su ahora peludo
rostro. Me llene de compasión y en acto piadoso le empecé a dar suaves
palmadas en la cabeza. Le deje las sobras del plato en la alfombra, pues no
quise ser descortés con el cochinillo. Sentí en sus ojos que se clavaban en
mí, un odio infinito y eso me molesto. No había derecho a tanta
desconsideración. Yo lo acompañe para ayudarlo y así me pagaba. Decidí
salir de la casa de inmediato. Cerré con indignación la puerta y me aleje de
aquel lugar.




                                                                          8
La madre del otrora chico llego entrada la noche y muy cansada después de
recoger a su hijita amada de la guardería. Al entrar lo primero que noto fue
el desorden del hogar y monto en cólera inmediata. El yin y el yang ya no
estaban en su lugar. Vio la carta en la mesa y mas se molesto colmada de
langostas cerebrales al ver que ni siquiera para eso su hijo tenía orden. Que
vergüenza. El plato que yo había dejado estaba aun en el piso y fue cuando
se encegueció en rabia materna tipo tsunami. Lo encontró en su cuarto
escondido debajo de la cama, llorando y vuelto un completo puerco. Lo
agarro de las puntiagudas orejas y con el primer zapato que encontró
empezó a recriminarle lo mal hijo que era, mientras atinaba fuertes
porrazos en su hocico. Estaba cansada de la dejadez de su vástago, el cual,
según veía, era un completo marrano. Decidió ponerle punto final a la
situación y lo llevo arrastrando hasta la cocina, envuelta en la música de
fondo de las risas de la niñita, encapsulada en placer al ver a su hermano
siendo reprendido. Con firmeza tomo el cuchillo de cortar los tomates para
los inmundos guisos que preparaba y con absoluta certeza castro al
muchacho, que ahora se revolcaba dolorido entre las matas de cilantro y
llantén de la huerta de la casa.


- Algún día me lo agradecerá. – Le grito con absoluta seguridad mientras lo
encerraba en el cuartucho maloliente donde se guardaban las herramientas.
Con el miembro de su hijo aun en la mano, entro de nuevo a la sala y al no
encontrar mas, tomo la carta hecha en cartulina y lo envolvió.


- Mi niña hermosa, toma, bota esto a la basura.
- Mama ¿Me lo puedo quedar?
- Bueno mi sol…haz lo que tú quieras.
- Gracias mamita. Eres la mejor…



                                                                           9
Los días pasaron y a nuestro cerdo púber no se le dejaba salir de allí, pues
era el castigo impuesto. Yo fui un par de veces, pero a causa de su encierro,
deje de hacerlo. Termine alejándome de él, pues ya no teníamos nada en
común. Los caminos se habían bifurcado.


Y así fue que mi viejo conocido se quedo allí, encerrado en aquel cuarto,
husmeando con su hocico por las rendijas de la puerta, por donde
observaba a veces, a su hermana jugar con su falo, el cual ella le mostraba
desafiante, con una hermosa sonrisa en sus rosados labios…




                                                                          10
SENDOS MACHETAZOS


Desde el otro lado de la calle pudo ver el interior de la cantina. Si no fuera
por unas nubes que filtraron el caudal luminoso de esa tarde soleada,
seguramente no hubiera podido inspeccionar a los únicos cuatro clientes
del lugar, los cuales ocupaban una de las cinco mesas con sillas sin
espaldar, donde se encontraba Luisita, la mujer de sus amores.


La momentánea reducción de luz solar dio paso a una ola de luz caudalosa
que inundo las calles, sus ojos apuntaban por casualidad a una forma
masculina que se aclaro en alta definición, exagerada claridad para que la
mujer pudiera ver al hombre que desde lejos la observara y, además, junto
con un frío repentino en la nuca, reconocer de quien se trataba: Bernabé, su
primer amor, su primera vez y única desilusión, hasta la fecha.


Sabiéndose descubierto, Bernabé entro a sentarse junta a la puerta,
acompañado de tres amigos. Pidieron cerveza, una botella de aguardiente,
sal y limón. Bebieron la primera ronda de cervezas frías sin pronunciar
palabra, mientras la música se movía entre los espacios vacíos de la
proximidad agobiante de los amantes pasados. Pesado el ambiente por los
vapores calurosos del cemento, anidando cuanto olor había en las
proximidades de la plaza de mercado, entraba sin atajo, el viento,
moviendo el cabello crespo de la mujer cuya silla daba de frente a la mesa:
Luisa con sus rizos aerodinámicos, indicadores de la velocidad y la
dirección del viento.




                                                                           11
Ella dejo de verlo haciendo en este intento un esfuerzo brutal, parecía estar
compitiendo con su prima, Eucaris, a quien de las dos pudiera aguantar
mas, sin parpadear. Fue también su prima la que trajo a su vida ese cuerpo
extraño que arde al abrir el ojo, esa momentánea sensación indefinible, que
trajo un dolor inefable, que muchos bautizan como amor. Fue un día de
mercado cuando le presento a ese hombre de brazos gruesos, bigote espeso
y sonrisa amplia, por el que instantáneamente se sintió atraída y deseosa.
Sin embargo, una fuerza universal debilitaba su voluntad de no mirar hacia
la puerta.


Tres hechos puntuales desencadenaron la machetera. Primero fueron las
miradas sostenidas entre Bernabé y Luisa, conformando un vínculo secreto,
código para descifrar los impulsos repatriados desde espacios olvidados,
aunque negados. Influyeron las lágrimas de la mujer que no dejaban de
lubricar su simbólico ojo irritado, depreciando los altísimos costos que un
buen hombre había pagado por tener, a su lado, a una mujer, que amaba sin
intereses, cuyo corazón y pasión pertenecía a otro. Por último, la canción
insistente que sonaba en la rokola; una dedicatoria de los tiempos de
noviazgo, cuando decidió compensar una de las tantas infidelidades, con
una canción que no decía, particularmente, nada sobre el perdón.


Ese que vez ahí, amor-dijo la mujer señalando con su dedo hacia la mesa
junto a la puerta- es el ultimo escollo entre tu y mi corazón…se fiel a tu
esfuerzo, del que soy victima feliz; se guerrero consagrado a tu palabra; se
mi salvador…


Abrazó al hombre que, como ancla, le ataba al mundo que dejo de tener el
sabor y el color de los días aciagos, pero intensos, del pasado; al hombre
que puso las tildes faltantes en su impronunciable destino y al que le debe,


                                                                          12
según su instinto, la gratitud y la costumbre, una de las mas fervorosas
declaraciones de guerra. Recordó las palabras de su abuela, quien le había
asegurado que un hombre necesita sentir que cada cosa conseguida –con el
objeto de ser valorada – sea fruto de un esfuerzo, una perdida, una guerra o
una competencia.


- ¿Quieres un pacto de sangre? – Pregunto el hombre sorprendido- ¿Quieres
rasgar la hoja, mal escrita, de un amor martirizante?… escucho tu pedido y
lo añoro desde siempre, viéndolo a él reluciente en tus miradas distantes.
Pero hay una inquietud en mi alma, y quiero una respuesta: ¿Es realmente
mi necesidad de venganza los que me hará batirme en aceros afilados o son
los hilos que has atado en mí que mueves sin piedad?


La mujer lo miro fijamente. Puso una de sus, pequeñas y blancas, manos en
la mejilla de la barba incipiente, y se acerco lentamente hacia sus labios
gruesos; aterrizo en ellos un beso inédito, inspirada en la proximidad del
ser que dio origen a ese clase de besos, y con ello quiso responder la
pregunta, comprobando con ello la extraña política utilizada por las
mujeres, donde el sofisma abunda.


- Vuelve conmigo después de tu proeza –le dijo suplicante- y encontraras
en la noche un cuerpo al que, si bien has probado, no has todavía
disfrutado. Regresa con su cabeza en la mano y yo en pago te daré mi alma,
y dejare que gires la llave para entrar por completo.


Una mujer que miente es un objeto de infinita belleza, pero su esplendor es
perecedero, tanto como lo es la aurora. Conozco a muchos hombres
apasionados por las infinitas manifestaciones del amanecer. Sin embargo,
minutos después que ha circulado la mentira en el torrente sanguíneo, los


                                                                         13
rostros palidecen y la irradiación se esfuma. Luisa pareció una pintura
renacentista y en la cercanía de su extasiado admirador, la mentira se
transformó en catalizador de la tragedia. El engaño había exigido mucho de
ella, por eso, cuando se marcho el hombre a la sanguinaria confrontación,
quedo convertida en un uva pasa metida en unos jeans ajustados.


- ¡Salga que tenemos que tratar un asunto! –Le grito a Bernabé el hombre
manipulado- traiga el machete afilado, o pida prestado uno, que esta
discusión se hace con el metal.


Bernabé sorprendido se levanto de su silla. Lo había tomado por sorpresa la
petición de aquel hombre que, hasta ese día, era un desconocido. Aunque
no tardo en adivinar que todo había sido la manifestación del vengativo
carácter de una mujer. Tomo el machete prestado de uno de los amigos y
salió a la calle, en el que se congregaban los curiosos. Solo cuando estaba
frente al hombre que lo desafiaba, machete en mano, sintió la culpa, como
no la había sentido antes, por haber dejado a la mujer que amaba, creyendo
que el tiempo podría con todo.


¿Matarás a un desconocido sin antes saber su nombre? –Dijo Bernabé
moviéndose lentamente en círculo, perseguido por el adversario- ¿segaras
la vida de un hombre que no te ha hecho nada y al que no le interesa
pelear?


- Seré breve antes de embestir – dijo el hombre quien señalaba con la punta
del machete – un pedazo de mi integridad, trozo importante y voluptuoso,
esta infectado con tu presencia, es un tumor que volvió a crecer y quiero
que desaparezca.



                                                                        14
Y diciendo esto se le fue encima a Bernabé, con la totalidad afilada de la
hoja del machete, en la que no encontró resistencia alguna. Sendos
machetazos en el cuerpo del inmóvil contrincante que hacia de su
sufrimiento una ofrenda a Dios por sus pecados, queriendo con ello, entrar
al cielo. Faltando un movimiento para acabar con la vida del oponente,
ahora tasajeado en el suelo, bramo una pistola en la cercanía que con una
única y certera bala atravesó la cabeza del asesino, que caía
estruendosamente en el cemento.


- Hemos cumplido con nuestro deber – dijo uno de los amigos del finado –
al emparejar las victimas del combate. ¡Corramos que nuestro tiempo debe
continuar y nunca hacen falta las venganzas!




                                                                       15
LA ESTATUA DEL ANGEL


El la recordaba escondido detrás de las hojas secas del cementerio. El la
soñaba mientras dormía dentro de una de las bóvedas vacías. La adivinaba
escondida entre el aire que respiraba lenta y profundamente. Velaba su
sueño eterno cada día, cada hora, cada minuto. El la habia amado, la amaba
y la amaría eternamente. Custodiaba sus horas, el paso de cada estación,
bebiendo de su recuerdo. Compuso una canción para los dos, que le
cantaba dulcemente y con tristeza en las noches limpias de primavera.
Destruía todo fantasma que sus ojos construían, para taparla con su
devoción. El la perdió en un amor adolescente, cuando ella, deprimida y
ausente, se suicido cortándose las venas con pasión, una semana santa.
Desde entonces el nunca se movió de su lugar, quería ser parte de ella,
quería morir. Pero por esas raras cosas del destino, el nunca murió.
Entonces decidió vivir en el cementerio para siempre. Duro muchos
diciembres vagando por las hileras repletas de tumbas. Hablaba con los
muertos, danzaba con la luz de los rayos en las tormentas repletas de frio.
Acompaño a su amada, firme y dispuesto. Nunca quiso huir a la necesidad
imperativa, por momentos, de continuar con su vida. Permaneció firme,
siempre presente ante el vendaval, o el calor atrayente. Calcaba los minutos
que sobraban de su tiempo en una pared sin sombras, para así, tener más
tiempo para ella. Montaba la cresta de la luz mística, desafiando todo
elemento, en honor a ella. Y oraba mucho, para que el alma de su amada
fuera a otro lugar, a otro espacio feliz y sagrado. Llegaron los años de la
vejez y el continuaba allí, escondido en el bosquecillo detrás del suelo
santo, cuando la policía o los vecinos iban a sacarlo de aquel lugar. Los


                                                                         16
árboles ya lo reconocían y lo entendían como un gigante, al cual
respetaban, por el fenómeno paranormal de los parpados de savia que
bordeaban el alma de aquel hombre, lleno de amor. Nunca pudieron hacerlo
ir de allí. Lloraba desesperado por la ausencia material de su amada y reía
encantado con su proximidad astral. En los momentos mas duros del
cansancio, volaba entre los nidos de las golondrinas y se reunía con esa voz
que le decía “por siempre y para siempre” Era el desquicio absoluto que
reflejaba una pantalla grande, que era la tarde en donde el se quedaba
flotando hasta caer, solo por descansar la piernas, cansadas de tanto estar
tan firme. Finalmente, una noche, su cuerpo se despidió del mundo, pero su
alma no quería irse. Se agarro fuertemente a los poros de la oscuridad
nocturna y se quedo así, vagando en el oleaje del viento. Entonces bajo un
ángel hermoso del cielo y en su insondable piedad copio su forma divina en
yeso, mientras cantaba bandas sonoras del cielo con voz de tonel de oro.
Cuando la tuvo lista, Deposito el alma de aquel loco enamorado y escribió
de esta manera singular el destino del enamorado coloso que ahora
permanece inmóvil y contento, custodiando la entrada del cementerio,
convertido en la estatua del ángel. La misma que cuando la gente la ve en
la entrada se hinca y se santigua.




                                                                         17
MOTEL HOLIDAY


Desde el segundo piso del motel se pueden ver las calles que llevan al
parque central. Las ventanas de las habitaciones son reducidas, así es que
solo desde el pasillo que da a la calle, como un balcón alargado, es adonde
en las noches de diciembre se puede ver el alumbrado navideño y a las
personas que salen en las noches a caminar por las mismas miserables rutas
del pueblo. Los pisos y las chambranas de madera junto con los faroles
monocromáticos –que se repiten cada año- hacen también del edificio una
atracción mas para los transeúntes que ven en el balcón uno de los
detonantes de recuerdos apasionados.


Carmelo, sentado en el suelo del corredor no quiere perderse detalle de lo
que sucede dentro de aquel cuarto de cuya puerta es vecino. Sujeta en su
mano un papel de irregular forma tal como si fuera arrancado de la hoja
final de un cuaderno. Mira la nota y pasa su mano temblorosa por su
cabello. Mira hacia arriba y en el trayecto de su mirada, que da al infinito,
pasa un albatros que se mueve con el viento.


Adentro la mujer que ama (en secreto) hace de su sexo el amor de una
noche. Sube en el cuerpo de su amante como una trapecista en celo, muerde
la lengua picante que le retoca el clítoris adrede. Lame y succiona, segura y
feliz, sonríe y su sonrisa es hechicera: como parte de sus veinte recursos.
No le importa el tiempo de la pasión, porque no se siente espiada. El varón




                                                                          18
que la captura solo sabe una cosa: “Detrás de una mujer hermosa hay un
hombre hastiado de comérsela”.


Es como un cuchillo afilado en la espalda, los quejidos de su amor
platónico. Aunque siempre ha disfrutado de su voz, en el teléfono cuando
contesta (él solo llama y no habla); en la calle, cuando es infinitamente
espiada y ahora, en la explanitud de una perfecta clavada.


Se toma el pecho con ambos brazos mientras sigue excitado el choque
constante de la cama contra la pared, producto de ese envión interminable
que hurga con sevicia la vulva de la chica. Sabe bien del banquete que se
esta propinando el hombre, y reprocha a los dioses el no poder ser el.
Siempre distantes, pero con ganas de abrirla en dos, cada vez que la
percibe. Late endemoniado en la locura infernal de los celos que se
encapsulan para una mejor digestión. De repente todo sonido se apaga y el
sabe que ella ya ha sido insuflada con la materia vil que emana aquel varón
chorreándola como caramelo en chocolate caliente. Se queda despistado
unos minutos y se va sollozando hasta su cama, mientras se inflinge amor
el mismo, a dos manos.


Eran como las tres de la madrugada cuando escucho ruidos muy tenues en
el pasillo. Una puerta que chirrea mientras se cierra con cuidado y deja
dormir de nuevo a todos los habitantes. Es el hombre que se marcha,
dejando a su Venus despencada en la cama. Se queda dando botes
geométricos sobre las cobijas, hasta que llega al fin la mañana.
Como todos los días, Carmelo se dispone a preparar su ritual: Tinto con dos
de azúcar, pan aliñado, huevos revueltos y una silla, para sentarse junto al
ojo de la puerta, a esperar hasta las diez de la mañana, hora en la cual su



                                                                         19
delirio hecho carne sale para ir a comprar el diario. Pasaron las horas, pero
extrañamente ese día, ella no asomo.


Esto genero en el personaje una dislocación absoluta. Se siento asfixiado
pues no sabia que hacer con su vida. Siempre hacia lo mismo: Salía
disimulado detrás de ella, la seguía hasta el quiosco de revistas, luego al
café, donde ella se sentaba y pedía un café con leche y se quedaba
distraída leyendo el periódico. Luego se dirigía donde Alicia, una de sus
mejores amigas y chismeaban asomadas por la ventana, hasta que llegaba
la hora de almorzar. Era cuando Carmelo volvía presuroso al hotel y
alistaba los mismos discos de siempre, para que cuando ella volviera
percibiera que el escuchaba Jazz y se llevara de el, la imagen de un hombre
culto. Luego se dirigía hasta su baño, que colindaba con el de ella y
escuchaba extasiado como corría el agua de la ducha mientras imaginaba,
repleto de lujuria, como el liquido recorría los senos firmes y redondos de
su amada, sus caderas amplias y exquisitas y por que no, su sexo caliente,
que en ocasiones, para su placer privado, emanaba un vaporcillo producto
del contacto con el agua fría.


Daba vueltas por su habitación, se mordía los puños con rabia, se asomo
más de cincuenta veces a la puerta, pero nada. El cuarto de al lado estaba
en la mas absoluta calma. ¿Y si salio en la madrugada con el tipo aquel?
No. Yo solo vi salir al hombre. Se repetía intentando descifrar de alguna
manera que habia pasado.


Los días pasaron infinitos para el, y la chica no daba señales de aparecer.
Bajo a la recepción del hotel y pregunto por su inquilina, argumentando
que le habia prestado algo y necesitaba recogerlo. El casero informo que no
la habia visto y llamando al cuarto, dedujo que no se encontraba en las


                                                                          20
instalaciones. Carmelo desesperaba y empezó a cambiar de modo extraño.
Su obsesión lo delimito y termino enceguecido de coraje rompiendo los
muebles de su habitación, molestando así al dueño del hotel que intento
echarlo. Un cheque con una generosa suma, puso fin a la discusión.


Tres días con sus noches completo sin verla. Su alma se aniquilo a si
misma y no resistiendo mas, decidió esa medianoche ingresar furtivamente
al cuarto de la mujer. Armándose de ganzúas y valor, finalmente dio vuelta
al cerrojo e ingreso enloquecido de emoción y pánico.


Todo estaba en un silencio extraño. Pero no era el que resultaba producto
de las noches. No. Este tenía algo misterioso. Las cortinas estaban corridas,
pero la luna llena, mostraba todo con claridad en la pequeña sala de estar.
Vio en la alfombra las prendas que su amada usaba la ultima vez que la vio
y a unos cuantos pasos, su ropa interior. Se acerco fervorosamente y no
resistiendo, la tomo y la olio con fuerza apretando aquellas bragas contra su
rostro. En una mesita había botellas de vino destapadas y vaciadas. Dos
copas junto a estas y un cenicero repleto de colillas. “La fiesta habia sido
dura”. Pensó Carmelo mientras avanzaba hacia la habitación de la mujer.


Al abrir la puerta, un fuerte olor salio del cuarto enredado en la mas infinita
oscuridad. A tientas logro hallar el interruptor y la luz revelo la verdad. Allí
estaba ella, completamente desnuda, como si estuviera aun dormida, pero
su color amoratado, las manchas de sangre por doquier y la herida en su
cuello informaban claramente que estaba muerta. Carmelo apoyo su
espalda contra la pared y se deslizo impactado hasta quedar allí sentado,
contemplando la surrealista escena.




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Sus ojos se posaron en una botella de vino, aun sin destapar, que estaba
bajo la cama. Con sus pies la trajo hacia si y la destapo bebiendo sorbos
largos, mientras encendía sus cigarrillos sin freno alguno.


“No es justo” Pensaba “Ni siquiera tuve la oportunidad de decirle lo que yo
sentía” Lagrimas de rabia rodaban por su cansado rostro.”¿Ahora que hago,
que hago?” Se repetía tontamente hasta vaciar por completo, la botella de
vino.


La miraba fijamente y se sentía doblemente extraño ya que, a pesar de la
escena, la desnudes de la chica lo excitaba. Ese cuerpo carmesí encerraba
toda belleza y ni la sangre ni la descomposición podrían alterarla. No cabía
duda alguna, era una diosa.


La policía entro violentamente, alarmada por las llamadas de los demás
huéspedes, quienes informaron que algo extraño estaba sucediendo en
aquel cuarto. Encontraron a Carmelo desnudo, penetrando aquel cadáver
maloliente una y otra vez. El pueblo lo vio salir del hotel, aquel ocho de
diciembre, esposado, pero con una extraña sonrisa de satisfacción en sus
labios…




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LA MASCARA AFRICANA


Nunca supe muy bien por que aquel profesor habia llegado a parar a
aquellas tierras cafeteras, tan lejanas del calor y el bullicio de la costa. Solo
entiendo que se adapto perfectamente a los climas y costumbres que distan
bastante de las fichas de domino tropical y hamacas de arena. El camuflaje
le funciono perfecto.


Yo bostezaba esa mañana, encorvado en el viejo pupitre escolar, intentando
con poca pericia, plasmar en la hoja de mantequilla el croquis del
continente africano. El personaje de ébano con forma de esfera, enseñaba
en aquel salón que colindaba con las matas de plátano desteñido del
rastrojero de nadie de las montañas. Zambo este atrapado en el universo de
la exageración. Daba su cátedra detrás de la banda sonora de percusiones
de tambores de cuero de res templado, como sus historias sin sentido.
Nosotros éramos la tribu que observaba inquietada y hastiada de desechos
defecados por la boca de un ciego guiando ciegos. Disco en el labio, a mil
revoluciones, macerado por una aguja oxidada que daba la impresión de
que la victrola se iba a descoser en cualquier momento. Hablaba historias
sin sentido, convencido que el nutriente inyectado a las cabezas de sus
alumnos germinaría haciéndolos mas listos. A grosso modo, yo diría que
era un imbécil…


Las hienas animaban con ruiditos de fondo la clase, que avanzaba con
dificultad, como una oruga a punto de explotar. Este profesor de acento
láser costero, nos sumergía en el estanque de la no educación, hasta


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hacernos perder el oxigeno. Velaba, eso si, porque las puntas de las lanzas
de sus palabras se enterraran certeras en las cebras de nuestros ojos,
palabras rodantes y mitocondrias volando. Contaba historias de
hipopótamos blancos de cien codos de altura, que bailaban danzas a
escondidas de la noche, orando por el regreso de las lluvias. Hablaba de
jirafas con cuello escalonado, por donde subían los eunucos que
declamaban dadivas a los dioses del fuego. Inventaba lugares que eran
planicies encarnadas en la tundra, desde donde recorría pasajes de su
infancia, envolviéndolas con la malaria de la historia política de nuestro
país, cordilleras de aburrimiento, y ese sabor en la boca de que uno salía
del aula, sabiendo menos de cuando entro.


Teníamos en nuestras filas, para alivio de la tribu, a un chico que
aficionaba por tallar mascaras africanas de madera. En una noche de
copiosos mosquitos, nos reunimos a hurtadillas al borde del pantano y le
encomendamos una misión, a la cual este no se pudo rehusar.


Como todas las madrugadas, nos dirigimos a la choza del protuberante
desinformador de nuestras vidas, y junto a mi fiel militante seguidor del
cadomblè, al cual le teníamos por nombre “El negro” le robamos la
bombilla de la entrada, por enésima vez. Esa era la señal, para el inicio de
nuestro elaborado plan. El proxeneta de mentiras, se calzo sus gruesas
chanclas de ajuste imperfecto en el dedo mayor del pie, y salió a corroborar
lo que ya sabía de antemano: lo habían robado. Salió con la yesca en las
manos, intentando rasgar las tinieblas y fue ahí, donde mis compañeros y
yo, caímos encima de esta pelota de manteca y falsedades, propinándole
fuerte cocotazos en la cabeza, hasta hacerle perder el sentido.




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En medio de aquella mañana naciente se pudo ver a un grupo de viajeros
arrastrando con energía el cuerpo deforme del profesor de geografía del
colegio, rumbo a la casa de nuestro amigo el tallador.


Este nos recibió con chispas secas de excitación en sus ojos y nos pidió que
lo pusiéramos encima del banco de trabajo. Lo sujetamos fuertemente con
correas y luego nos pidió, de manera educada, que lo dejáramos solo.


Nos sentamos en el living del hogar y pasamos las horas comiendo raíces
de mandioca y lavando nuestros uniformes con índigo, pues teníamos
clases de calistenia al mediodía. Escuchábamos gritos atroces y lamentos
marroquíes desde el taller, pero nadie se atrevió a asomarse. Decidimos
entretenernos trepando palmeras y bajando cocos, para saciar nuestra sed
en aquella mañana redentora.


Finalmente el artista asomo con una sonrisa definida en su jeta, de oreja a
oreja. Nos pidió que pasáramos a ver su obra febril y entramos presa de la
emoción y el pánico.


Allí estaba, colgada en la pared, la mascara tallada en la propia piel de
nuestro querido profesor, y para alivio de todos, tenia la boca cocida. Sus
ojos delataban espanto, al ver desperdigados por todo el taller, sus propios
sesos, que nos servirían para más tarde, como congas encantadas del
berebere.


Desperté exaltado y confundido. La clase ya habia terminado. Decepcione
al ver que todo habia sido un sueño. Ya estaba por irme cuando vi pasar por
la ventana la silueta de un enorme elefante…



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EL PROTOTIPO PERDIDO


Sabíamos que el amanecer traía consigo las cigarras venenosas desde la
montaña. Sabíamos que el viento de tierradentro era prolijo en esporas
araña que se depositan en los pulmones y comen destruyendo cada
bronquio. Nos había dicho muchas veces acerca del prototipo en el que
están inscritos los resabios del sacerdote, robado de una piedra antigua que
el Vaticano guarda en uno de esos salones secretos en los que es imposible
entrar. Y ninguna advertencia sirvió para detenernos en la búsqueda, que
sabíamos traería tranquilidad a nuestro pueblo.


Después de la última bomba las personas habían perdido la esperanza. La
luna los devoro sin piedad. Gritos desesperados aturdieron la montaña, la
cual se quejo herida y maltrecha por algo. Campesinos desenfundaron sus
machetes y se hicieron un harakiri improvisado. Las mujeres corrieron
camino abajo, hasta llegar al cruce de carreteras y escaparon a la capital.
Entonces decidieron, sin querer, terminar con toda la farsa y encendieron
todas las casas. El fuego se veía como una inmensa ola anaranjada que
llamo la atención de los paramos, que se quejaron bostezando por la
interrupción anormal del cotidiano sueño. Mar de llamas en donde
decidieron ahogar su temor. La incomprensión. El día llego y el sol marco
las casas con su luz. Casas que ahora son de viento. Nuestra partida
obedeció a las circunstancias, nada más que a ello, porque en las ruinas del
Líbano –así se llama el maldito pueblo- habíamos construido una verdadera
promesa. Que nadie diga que lo que intentamos es un árbol de raíces

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muertas, porque desde la desesperación han surgido las soluciones, desde la
crucifixión fue vertido el perdón para el mundo, sin restricciones, en
democracia; tan olvidad en estos días. Así que si ahora quieren regresar que
se acostumbren al nuevo nombre, ya no es Líbano, es Cantabria hogar de
los valientes, origen del nuevo equilibrio, bandera ondeante en los andes.


Aun quedan resinas del tal Líbano, pero cada vez son menos visibles, pues
cada vez están quedando más y más cubiertas por la hiedra.




                                                                             27
LA YURIS


Retiro sabroso a las montañas enmalezadas, con Nilmar y La Yuris, que era
una nena de planes abiertos y animados. Éramos como agujas desquiciadas
de brújulas corpóreas en celo. Los dos la vimos reírse descomunalmente
hasta el lejísimos, mientras nos tocaba abajo con actitud sonora. Nilmar, el
tenaz para las tramas, se la en revesó a discreción y sin interrupción, con
apetito montañero, ese de frijoles y lentejas, mientras yo aprendía como
indígena africano: viendo y practicando. Después llego mi turno, y yo
arremetí con furia en la faena taurina, con mi capote morado, haciéndole la
media verónica a la jovencita, con todo y esferas. Mi compañero, sediento
de tanto vagar por los desiertos de la masturbación, se le volvió a montar
encima con su tubo de ensayo, atiborrándole otra dosis de suero urético. La
Yuris, maniobrada por los hilos de su ninfomanía, tomo mi obelisco
pélvico y se lo sorbió hasta que mi interno universo lácteo fabrico de nuevo
el producto, empapándole su rostro de semen, en completo silencio. Nunca
olvidare la imagen de sus costillas marcadas de ramas y piedrecillas cuando
se levanto para colocarse de nuevo sus calzones rosados, untados de
nuestra jalea masculina. Un mordisco coqueto con color de frecuencia
modulada se dejo ver en uno de sus senos y al darse cuenta, nos mando a
comer mierda mientras bajaba apresurada trocha abajo hacia el pueblo. El
Nilmar se toteo de la risa y yo me quede ahí parado, con la bragueta abierta
y los testículos desocupados. Eran ya más de las seis de la tarde y nos
fuimos tras ella, pues era fácil perderse entre los crecidos rastrojales del
monte. Bajamos por algunos minutos y nos preocupamos de no ver señales
de nuestra compañera. Solo se escuchaban tenues ladridos en lo más


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profundo de las insólitas paredes del bosque. Me llamo mucho la atención
percibir que esos aullidos excitaban mi tester. Se me hacían familiares y los
traspuse en mi saliva, mientras escupía.


Nilmar continuaba su camino en segura señal que la Yuris le importaba un
carajo. Yo por mi parte, trataba de encontrar algún indicio que me llevara a
ella, pero nada. El manto nocturno cayó en incongruentes surcos y
llegamos a tientas a la carretera que daba al pueblo. Bajamos en silencios
redondos y Nilmar se despidió en la curva que daba hacia su casa. Yo me
dormí esa noche fastidiado dejando escapar la noche entre los ladridos de
parlante de los perros de la calle, que estaban más alborotados que nunca.




No volvimos a vernos. Nilmar, con el paso de los días, pasaba por mi lado
y ni me saludaba. Yo hice otro tanto, pues a mi también me era indiferente.
A veces recordaba a la Yuris y me preguntaba que había sido de ella.


Un día, la gente del pueblo se encontró intranquilizada, ya que los perros se
estaban yendo en manada hasta el monte aquel. Monte Tauro. Formaron
una comitiva, en la cual yo me incluí, para ver que era lo que pasaba. Los
sabuesos corrían enloquecidos entre los árboles, oliendo de vez en cuando
el piso, rastreando su objetivo. Se nos adelantaron un poco, y cuando los
alcanzamos, todos quedamos boquiabiertos al verlos montar, gozones y con
la lengua afuera, a un animal con calzones rosados enredados entre sus
patas.


- “¡Que vaina!” – Pensé. La Yuris se había vuelto una perra.




                                                                             29
Y mi pueblo, feliz de mostrar su piedad al dejar al descubierto, lo que debe
mantenerse en secreto.



                               MUJERES

Ella adivina siempre cada átomo de lo que piensa su madre antes que en las
mañanas le habrá la puerta de su cuarto. Ella sabe que ya es mujer, y su
madre lo sospecha.




                                                                         30
FRENTE A LA ESTUFA


Recuerdo ahora esos años de mi infancia, sentados cerca del calor de la
estufa de leña, cuando la familia se reunía a esperar los tamales, circulaban
como el chocolate y las empanadas las historias, como un ingrediente más
de las comidas navideñas. Siempre empezaban cuando se acababa la
novena de aguinaldos y esperábamos al niño Dios. La función iniciaba con
más personas para lo que estaba construida la cocina y en la cercanía de la
enorme estufa; con el parpadeo del fogón y el sonido repetitivo de los
grillos afuera.


Mi mente me trajo una de esas noches. El abuelo empezó a contarnos una
historia que se desenfundo en forma de relato inquietante. Se llamaba: La
historia de la profesora. Un cuento que nace en las entrañas mismas de mi
pueblo y describe a una mujer de unos cincuenta años que se encargaba de
dar la cátedra de español en el colegio ese que queda en la entrada del
pueblo. Siempre fue un personaje sui generis, que creció en un internado
para señoritas, dirigido por monjas enclaustradas que prohibían todo tipo de
conducta o pensamiento alejado de su férrea disciplina. Por esta razón,
siendo tan niña, se valía de una vela y bajo el amparo encriptador de las
cobijas, leía libros prohibidos y poesía de escritores malditos. Genero en su
cerebro, una realidad tangencial que delimito su rol en la sociedad y a la
vez, abrió el ojo dormido de la percepción material conocida. Pasó por su
adolescencia la época del hipismo y allí conoció toda clase de sustancias
que expandieron sus neuronas más allá de lo permitido por esas extrañas

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leyes de dios. Encontró una noche de drogas y alcohol, un portal inanimado
y tuvo tratos extraños con el chimbiláx diabólico, que le concedió poderes
desiguales en su adentro. Fue así que encaro animada la práctica alquimista
y de esta experimentación obtuvo como resultado la formula mística de
traer a la vida material, cualquier tipo de forma humana pintada al óleo. Se
entretuvo en la soledad de su hogar dando vida a toda clase de obras: la
gioconda le comento el por que de su enigmática sonrisa, un autorretrato de
Da vinci, le confeso en un amanecer de truenos, secretos que no le
pertenecían, Tutankamon y su mascara de oro aclaro para ella, todos los
secretos del antiguo Egipto. Esta maestra vivía fascinada recopilando la
historia de la humanidad y decidió llevar un libro, en donde guardo todos
estos datos.


Los años pasaron y la profesora llego al pueblo en donde conoció a un
hombre con el cual se caso. Pero para su desdicha, no podían tener hijos.
Esto la sumergió en una tristeza infinita y se avoco a la enseñanza, como
forma de olvidar sus pesares. Su esposo no conocía nada acerca de las
habilidades secretas de su mujer y ella dejo de practicar aquella alquimia
salvaje por muchos años, pues ahora su vida era toda para la enseñanza y
para su hogar.


Pero después de varios lustros, el deseo de ser madre se apodero
completamente de ella. Deseaba tener un hijo con todas sus fuerzas y llego
una extraña oportunidad que le valió muchas consideraciones.


Una tarde fue a visitar a sus padres. Su madre, de avanzada edad, le pidió el
favor de ir al cuarto de san alejo de la casa y buscar unos jarrones de flores,
para regalárselos. La maestra ingreso al cuarto, tomo lo que buscaba, pero
noto que en un rincón, habia unos cuadros enfundados en una tela


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amarillenta. Recordando su viejo oficio, los tomo y se los llevo a casa, a
escondidas de sus progenitores.


Se encerró en su cuarto, mientras su esposo estaba fuera del hogar, y
desenfundo los marcos. Uno de ellos era un óleo temático del libro “La
divina comedia” en donde se visualizaban todos los anillos del infierno. Se
podían ver miles de almas en sufrimiento, todas sometidas por el enemigo
malo. El otro cuadro era un retrato. Se quedo sorprendida al ver que era un
retrato ¡Nada mas ni nada menos que de ella misma! Tenía
aproximadamente unos nueve años y fue pintado en la década del cuarenta.
Se le podía ver con una suave mirada, tez blanca, muy blanca, y ojos azules
brillantes, producto de la pericia del artista que la pinto. La profesora se
quedo largo rato allí, contemplando el fresco y tuvo una idea que le pareció
brillante, pero que le costaría mas de lo que se podría imaginar.


Los meses pasaron y un día su esposo tuvo que salir, por negocios, fuera
del pueblo por algunos días. Ella lo despidió, extrañamente emocionada.
Luego se dirigió a su cuarto y de un gran cajón, extrajo los viejos
materiales con los cuales practicaba su alquimia salvaje. Su idea era traer a
la vida a aquella niña del óleo, para así, convertirla en su hija. ¡Quería
convertirse en la madre de ella misma!


Durante horas revolvió sustancias y calentó en su pebetero toda clase de
polvos y aguas. Luego vertió todo en un tubo de ensayo y agrego unas
cuantas gotas al retrato.


Fue entonces cuando su arte surgió efecto. Del marco empezó a salir, lenta
y complicadamente, la niña, que era ella misma y se quedo allí parada,
silenciosa y hermosa. La profesora lloro de la emoción de por fin tener una


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hija y la abrazo con dulzura. Pero noto que su hija no le decía nada y
permanecía inmóvil y fría. Al ver esto, se dirigió de nuevo a la mesa y
reviso cuidadosamente todos los materiales utilizados, sus apuntes y el
procedimiento, para ver en que habia fallado. Pero no encontró nada. La
niña continuaba allí estática. Respiraba, si, de eso no habia duda. Entonces
¿Qué ocurría? Tal vez la falta de practica durante tantos años le habia
hecho perder su tan singular don. Furiosa maldijo al chimbiláx diabólico y
arrojo todo el contenido de la mesa al suelo, en un arrebato de ira y locura
incontrolable. Luego se sentó en el suelo, dolorida a llorar, bajo la mirada
fija del ser que habia traído a la vida.


Pero entonces ocurrió lo peor. En su rabioso movimiento de tirar todo al
suelo, volcó tambien el tubo de ensayo que contenía la sustancia en
cuestión, que cayó por completo sobre el otro cuadro que habia traído de la
casa de sus padres: El óleo del infierno. En poco tiempo todas estas almas
retratadas y sufrientes volvieron a la vida y escaparon presurosas, pues se
habían liberado, sin saber, de su tortura eterna. La maestra, presa de un
incontrolable temor, se quedo como petrificada con la escena y por mas que
quiso, no pudo mover ni un dedo.


Un olor a azufre inmundo lleno en ese instante toda la habitación. Ante los
ojos horrorizados de la mujer se le presento el chimbiláx diabólico. “Le has
dado libertad a todas mis almas sometidas. Tu error ha sido tan grande que
deberás pagarlo eternamente, tal y como lo estaban haciendo todas ellas.
Nunca debí haber hecho tratos contigo” Un grito sordo se escucho después
de eso en aquella casa. Después todo quedo en silencio.


El esposo regreso días después ¡Y cual fue su sorpresa! Su esposa no estaba
por ningún lado. Lo más inquietante fue que encontró a una niñita, sentada


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en su sala, leyendo los libros de su mujer. El hombre se le acerco y la única
respuesta que encontró fue:


- Yo soy tu hija.


El hombre recorrió la casa entera, pero no encontró nada. Solo percibió que
algo habia ocurrido en su cuarto, pues habia allí toda clase de cosas tiradas
en el suelo: Botellas, un pebetero, sustancias extrañas, pero nada que le
diera el paradero de su esposa. El fuerte olor a azufre, aun impregnado en
las cortinas, le infundió temor. Dos días después se fue del pueblo,
llevándose todas sus pertenencias, y por supuesto, a su nueva hija. Lo único
que no se llevo, por recomendación de esta, fue un cuadro abandonado en
un rincón, el cual ella misma cubrió con una sabana blanca.


- Esto dejémoslo aquí padre. No lo quiero llevar.


El cuadro cubierto retrataba a una mujer gritando en el infierno, con sus
manos extendidas como si quisiera escapar de allí. Solo un ojo entrenado
podría percibir que de los ojos del dibujo, brotaban minúsculas lágrimas,
que eran reales.


El fuego de la estufa se apago. Todos quedamos en silencio después de
escuchar aquella historia. Yo alargue un sorbo largo de chocolate y
pregunte:


- ¿Y que paso con las almas que se escaparon del infierno?
- Esas almas – Contesto el abuelo – Aun permanecen por hay vagando por
los montes del pueblo. Por eso, ir solos al río, o ir al nacimiento de agua a
jugar con la manguera, desobedecer a los mayores, dejar la sopa, burlarse


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del mal ajeno, bañarse el viernes santo, decir palabras soeces, mentir,
hurtar, todo eso es peligroso porque se pueden encontrar con alguna de
ellas y se les puede meter en el cuerpo.


Nos quedamos mirándonos aterrados.


- Pero tranquilos, no se preocupen. Si se portan bien, nada malo les va a
pasar. Vamonos a dormir…


¡Ay, abuelo!... ¿Por que nunca te hice caso?...




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TUMBA DE MÍ


Mi sueño recurrente debió desaparecer el mismo día que decidí sacar de mi
mente las viejas rencillas que, noche a noche, habías dejado en mi
habitación.


Comenzaba la pesadilla viéndome en la entrada del cementerio. Un
cementerio distinto cada noche. Una puerta con rejas blancas, también
invariable, de las cuales una hoja estaba abierta. Adentro, miles de tumbas.
A veces de diferente tamaño, pero casi siempre simétricas incrustadas en
paredes altas, como apartados aéreos sin números de identificación. Me
detenía siempre a contemplar las bóvedas familiares finamente adornadas
con imágenes de santos en metal fundido. A veces solo había cruces de
madera oscura en una inmensa llanura de ocre falso, ordenadas en líneas
paralelas, equidistantes, todas adornadas con cintas rojas amarradas en la
intersección forjadoras de la cruz, haciendo de moños para regalo, con
largas puntas que daban hasta el suelo.


Un cementerio en particular llamo siempre mi atención. Los sepulcros que
encontré al cruzar la puerta ídem, eran de un tamaño colosal. Cada lapida
tenía un tamaño similar a la fachada de una casa. Un rio corría sobre una
canal de mármol blanco, por la mitad del pasillo central, en el cual flotaban
brazos mutilados de muñecas de plástico. Avance, como lo hacía en todos
los sueños,   adentrándome hacia un lugar donde una tumba atraía mi
atención. Al ponerme frente a ella descubrí que existía una escalera que
daba al interior, los escalones tenían una altura considerable, debido a ello,

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tuve que saltar con cuidado amortiguando la caída. Sin dolor pero con
estrujones verídicos pude salvar los veintinueve escalones que daban al
nivel inferior. La pieza sólida de granito, que hacía de lapida, estaba
iluminada por dos veladoras tan grandes como pilares de iglesia. Curioso
fue encontrar también allí, en el enorme salón, dos, aparentemente,
cómodos sofás en cuero negro, tal vez para visitantes de tamaño
descomunal.


El recorrido onírico continuaba con una minuciosa, aunque infructuosa,
búsqueda de nombres en las lapidas, solo adornadas con relieves de la
virgen, y con números de tres cifras que empezaban con cinco. Haciendo
esta pesquisa me encontraba de repente en un lugar libre de tumbas, en la
que solo podía verse un sepulcro simular a los que había visto pero alejado
y detrás de él una puerta, un bosque, un pacillo o una forma cubierta con
una manta negra, de los que intuía algo estaba allí, observándome. Incluso
en el cementerio de gigantes, tuve la sensación que detrás de uno de esos
sillones había algo escondido. A pesar de mi desconfianza, siempre me
acerque a mirar la lápida, en la que encontraba horrorizado el único nombre
grabado en todo el cementerio, el cual siempre fue el mío.


Salía corriendo, huyendo de eso a lo que le temía, pero que nunca vi, a
pesar que muchas veces miraba hacia atrás. Dejaba atrás los pasillos, o las
cruces, las bóvedas familiares, las fuentes, las estatuas. Las escaleras altas
tampoco fueron impedimento, pese a que en ese sueño pude escuchar las
pisadas, que hacían templar el suelo, y la respiración del ser, como un
ventarrón que se filtra en los pisos superiores de un hotel frente al mar.


Despertaba con los primeros y tenues rayos del sol en la mañana, que como
un flotador para niños me salvaba de ahogarme en mi propia creación.


                                                                             38
Segundos después estabas tú en mi cabeza, en la noche precedente al sueño
recurrente, viendo por la ventana el cielo que se había descubierto; nunca
pudiste resistirte a dejar la ventana cerrada, mientras me traías tus
inconformidades, el abanico de necedades en las que sufrías.




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LA RAIZ DE UNO


La raíz de uno fue un día uno. Semejante descubrimiento lo hicimos el día
que le llevamos un trabajo al profesor de matemáticas, y eso que estábamos
en once grado y sabíamos de esta operación desde hace ya varios años,
pero nunca lo habíamos comprobado. Es que el resultado trae conclusiones
interesantes cuando se extrapola en numeral con la relación a objeto o a
sujeto; o sea, uno es yo, tú, él o eso. Nuestro profesor, en alguna noche de
estudio, decidió sacarse a si mismo una raíz cuadrada…y lo logró.


De este cálculo germino como un lirio un pequeño maestro de encéfalo
gigante y de nariz afilada, el cual llamó, equivocadamente, hijo. Nadie lo
veía, porque en idioma matemático extracorpóreo el axioma generador de
carne y huesos es imposible, en otras palabras, el profesor veía un pequeño
ser que nadie más podía ver y que por ser raíz exacta era exactamente igual
a él. Se miraba en el espejo repetidas veces, después de esa escabrosa
operación matemática, y se peleaba con producto sin residuales. Un niño
casi hermoso que jugaba Play Station después de almuerzo y calificaba
trabajos en las noches; un jovencito reprimido que se le obligaba a estudiar
tres horas seguidas, en la incómoda silla de su parte dominante.


Esa tarde cuando llegamos a tocar a su puerta, asomo la mujer por la
ventana –su esposa, tal vez- con el escudo del colegio en la pijama. El hijo
abrió la puerta y llamo a su padre, el cual nos vio con desprecio, pero alejo
de nosotros sus ojos al comprobar que uno de los cables de la consola
estaba fuera de lugar. El padre reprendió a su hijo tenazmente ante nosotros
y lo envió a su cuarto a estudiar, como de costumbre. Nos quedamos

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asombrados al contemplar el monologo de un señor que hacía de maestro y
de niño al mismo tiempo. Nos quedamos con el trabajo en nuestras manos
esperando que el niño volviera ser nuestro tenebroso profesor y bajara las
escaleras para recibirlo. No bajo más en esa tarde, seguro que estudiaba
como su padre le había ordenado. Las matemáticas no son tan complicadas,
pensé, solo es cuestión de práctica.


Se encerraba por horas en su gabinete de áreas perfectas, a pensar el día de
mañana. Veía apresumbrado como sus estudiantes, nada aprendían de lo
que el enseñaba, como si no les interesara. Entonces llamaba a su hijo y lo
acomodaba catedrático en el escritorio, mientras dictaba los ejercicios que
sus pupilos no podían realizar, y veía asombrado, como su querido retoño
creado en pseudocodigo, si sabia como hallar las respuestas. ¿Y entonces?
La culpa era de esos vagos, por eso decidía amargar mas las vidas de
jóvenes sin sueños ni futuro, haciéndolos peregrinar todas las tardes
después del colegio a tres horas de terapia intensiva en el calculo
diferencial, convencido de que ese era el único bálsamo que salvaría sus
almas…


Lo veíamos boquiabiertos en algunas de esas sesiones, hablando solo y
golpeándose la espalda con el viejo rejo de siete ramales. Lo que no
sabíamos era que en realidad estaba adoctrinando de manera contundente a
su hijo producto de su yo residual, alimentado por la consigna ineterna de
que “La letra con sangre, entra” y el quería para su hijo, que entrara por
todas las formas posibles. Algunos se reían de ver estos espectáculos por lo
bajo, pero eran detectados por el encéfalo desproporcional del niño, que los
miraba echándoles mal de ojo, el cual era contundente, pues segundos
después, su querido padre estaba pasándolos a la pizarra, en pos de buscar
respuesta a un algoritmo imposible.


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Pero mas fue su descontento al observar que un día su niño no quiso parase
de la cama. Le llevo un desayuno de parábolas y elipses, pero el pequeño
no pudo levantar si quiera un dedo. Entonces el ser catedrático fue
doblegado por el instinto paterno y alzándolo en sus brazos, lo llevo
corriendo al hospital más cercano. Sentía su sufrimiento como propio, y los
numeradores del frio congelaron su calva, mientras gritaba desesperado por
los pasillos en busca de un medico, el cual quedo impactado al ver a este
hombre, arrullándose a si mismo, como si fuera un niño.


Fue internado en el psiquiátrico, donde paso sus días y sus noches,
cabildeando como volver a ser de nuevo uno, pero recordó entonces que su
hijo fue producto de una alteración de los naturales primos, y que solo era
divisible por el mismo y por uno. Entonces se llenaba de orgullo y llamaba
a los enfermeros, mostrándoles orgulloso a su amado primogénito, que no
era otra cosa en realidad, que el reflejo de su rostro en el vidrio de la
ventana…




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RINCON ROMANO


Puso su cabeza en el piso, mirando las velas encendidas. Observo como
desde esa posición parecía recorriendo un palacio abandonado de enormes
pilares en parafina multicolor. Debido a lo incomodo de su posición: de
rodillas y con la espalada en torsión; decidió acostarse por completo en el
frio andén. Afuera ya asomaba la aurora. Era tiempo para soñar.


Un rincón del templo romano es habitado por un perro que deambula, con
sus pulgas latinas, dentro de los salones casi nulos de un imperio en
decadencia. El perro tiene como cama la capa roja del traje de un centurión.
Rojo cansado de crecer como los atardeceres encapsulados de lascivia
nueva. Los pilares que se levantan delante de él son las piernas gordas y
varicosas del gigante de Europa: mujer en adolescencia; y los techos
adornados finamente, como golfa pintoreteada. Ladra de vez en cuando a
otro perro intruso que quiere tomarse el gran salón de armas, y persigue los
gatos garosos traídos de Egipto por un emperador olvidado. Símbolos que
hablaron y se dejaron a un lado, como un manual de instrucciones de
confort y formas para armar.


La niña tendida en el suelo jugaba además con su pelo largo, haciendo
círculos perfectos con hilos de su cabello, formando inestables bucles. Mira
a la calle: vacía sin reproche, y despide las velas que parpadean a punto de
extinguirse. Se sienta ahora apoyada en la fachada de su casa, y ve como
desde barrios lejanos arrojan voladores que explotan tremolados, como
deben ser las estrellas que se mueren, o como son los gritos en los oídos de
los amantes. Vestigios babilónicos de la fiesta de anoche, envuelta en luces
rojas y manchas de rouge en la pared. Ella se incorpora inocente de tales

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sucesos y observa con gracias los cuerpos de los hombres y las mujeres
desnudos y con resaca, recostados por todas partes. La orgía por fin habia
terminado y ya nada más queda. La niña se dirige al estanque y mete sus
pies en el agua clara, mientras espera. Una nube cubre al sol y todo se
oscurece en el templo. Ella descansa recostada en el viejo mural, mientras
observa a las mujeres retirarse en silencio. Los hombres conversan
gruesamente y beben desaforados de sed caliente. Ella vuelve suavemente a
su rincón y se queda allí, esperando. Cae de nuevo la noche, que además
por hoy trae brisa de oriente. Un nuevo grupo de mujeres ingresa y entre
cánticos extraños, tiznes de pared, danzas y risas, son devoradas
completamente por el apetito sexual de los hombres, que exhiben su
eyaculacion, orgullosos de poder volver a hacerlo. La niña de hermosos
ojos observa que la luna ha enrojecido y es entonces cuando todo pasa. De
un interminable viaje ha vuelto el emperador con su tropa y al descubrir la
demencia de su corte, aniquila con golpes de espada precisos junto a su
ejercito a todos los allí presentes. Cabezas que vuelan, lamentos cobijados
de sangre y violencia, desnudes femenina descubierta por la hoz de la
muerte y aullidos largos de aquel perro, que late a distancia prudente. La
hermosa criatura, la niñita, mientras aplaude y sonríe dulcemente al ver la
matanza implacable de la cual es espectadora. Cuando todo termina, ella se
recuesta en su rincón y duerme placidamente, bajo el aroma que emanan
los viejos sauces…




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YEGUA



Detrás de las paredes de aquel cuarto juvenil, se le podía ver rayando las
paredes, encendido en imágenes de yeguas mitológicas, soñando en algún
día poder ser una. Declaraba estar marcado a fuego con esa suerte, pues su
cuerpo era por completo un enjambre de pelos, colmena capilar
inexpugnable, enredada en un estudiante de colegio. El mejor de su clase,
envidiado por unos cuantos, y detestado por otros más. Especializado en
dibujo técnico, mostraba todos sus detallados planos sobre el mismo tema:
Hábitat para yeguas. Complejos y estructurados tratados sobre el hombre,
la yegua y su transición, para la clase de biología. Poemas endecasílabos
para estas cuadrúpedas, para la clase de español, las mejores herraduras y
su elaboración, para la clase de manualidades, etcétera. Estaba convencido
que el seria el primer hibrido de la tierra entre el hombre y este singular
animal y dedicaba todos sus esfuerzos, en pos de conseguirlo.


Perfeccionaba su arte día tras día, endosando actitudes cotidianas del
animal ídem en su vida diaria. Comía en un balde elaborado con caucho de
llantas, sobre su colchón, se podía ver el heno sobre le que dormía,
practicaba durante horas, como torcer la jeta y mostrar las encías mientras
bramaba, alertando así a sus padres, los cuales siempre creían que algo le
habia pasado al sanitario, y subían asustados con la chupa en la mano, para
descubrir que solo era su caprichoso hijo, practicando necedades.


Tan así llego su obsesión que cambio su nombre por el de Juan “Yegua”
Sáenz. Así reposa su registro en las actas de grado del colegio.



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Disfrutaba de pasar sus tardes en las canchas del susodicho instituto
jugando al fútbol, único deporte en el cual podía saciar su necesidad de
dispara coses al aire y en algún descuido de sus compañeros, masticar algo
de pasto, dejando después de un tiempo el terreno completamente pelado,
haciendo a su vez despedir al jardinero, expulsado por su incapacidad de
cuidar los verdes del colegio. Este no hacia sino rascarse la cabeza, pues no
entendía que habia pasado.


Su periplo entre hombre y yegua lo obligaba a cometer actos bestiales de
los cuales nadie se entero, como empezar a cagarse en medio de la calle,
molesto de no ver salir boñigas dignas de su culo, o intentar quitarse los
mosquitos de encima moviendo las nalgas, ya que el infeliz, por ser
humano, no le colgaba rabo alguno. Termino metiéndose un trozo de
madera por el orto, coronado por una puntilla con cordones atados y así, en
la intimidad de su cuarto, practicaba movimientos de cadera efectivos para
el dominio de esta disciplina peculiar.


Gustaba de reunirse algunas tardes con sus amigos, tambien dibujantes, y
desnudarse metiéndose el dicho trozo por donde siempre y poniéndose en
cuatro patas, mientras sus compañeros, amantes del tenis de mesa, sacaban
las raquetas atestándoles fuertes palmadones en el culo con las mismas,
mientras nuestro muchachito, relinchaba del placer. Estas prácticas
terminaron una noche, cuando su padre entro sorpresivamente a su cuarto y
descubrió el jueguito. Fue castigado y se le prohibió frecuentar a estos otros
mucharejos. Nuestro protagonista, empezó a enceguecerse de rabia, la cual
puso sendos huevos en su cabeza, los cuales rompieron el cascaron en una
idea peligrosa, que decidió llevar a cabo.




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La noche esa en que se fue la luz en el pueblo, en medio de la tormenta,
invoco en plegaria nonadimensional al enemigo malo, al dueño del
infierno, mas conocido como el chimbiláx diabólico. Unto sus ñatas de
sangre de gallinas decapitadas y espero paciente a que hiciera su aparición.


- Me has invocado. - ¿Qué quieres de mi?
- ¡Oh poderoso chimbiláx! Deseo convertirme en una yegua esbelta y
hermosa. Yo ha cambio te entrego mi alma.
-Tu alma no quiero, tengo bastantes y mucho mas valiosas –respondió
Chimbiláx diabólico lleno de grandeza- lo que quiero ahora es muy simple
y se que podrás dármelo. Correrás transformado en Yegua por caminos de
los que soy dueño y llevaras en tu lomo una mujer caníbal que seduce a los
hombres.
-Lo haré pero hazme una yegua hermosa, tanto como tu mujer caníbal.
-Entonces no se diga más y corre esbelta con tus mulos poderosos.


Corrió por las calles inundadas del pueblo, en el que las personas, unidas
por la humanidad que les es impuesta, presentían que algo malévolo había
parido la noche. Nadie salió a ver que animal corría raudo por el
pavimento, con unas fuertes pisadas enmascaradas con castos de Agatha.
Rezaron juntos pensando que así alejarían el peligro. El mal persiste porque
es necesario.




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LABERINTO (CAJA NEGRA)


Próxima esquina. Vuelta entrecortada de otras pisadas. Estoy en este
laberinto. Hay una mujer. Una mujer que corre delante de mí. Observo sus
piernas de blanco papel moverse con rapidez. Piernas que me despertaron
del entresueño amnésico de esta mañana. Sus pies descalzos amasan el
pavimento. Pisa firme. Puedo ver como el asfalto tomas ondas encriptadas
de ella misma, y va dejando ese rastro desolado por donde va. Sus talones
hacen de martillos que golpean los metros, aglutinados detrás de cada paso.
La mujer de piernas cortas huye de alguien a quien le recuerdo. En su
mente yo estoy dibujado como un hacha de hielo, mientras sonrío
sonoramente de alba perturbada.


Adelanto mi mano y tomo su hombro descubierto. Algo de suave tracción
inunda la palma donde retoñan dedos largos y flacos como tallos de
crisantemo, de los cuales un anillo de calavera me quiña un ojo. La imagen
de un cráneo inerte que se ríe siniestro y se amplifica en un fondo negro
ensordecedor. Sus dientes se acercan en cada carcajada hasta meterme en
su boca y de esa penumbra surge de nuevo la mujer a quien persigo, aun de
espaldas y con sus cabellos largos, negros, recogidos en cola de caballo.
Ella bajo tacita por detrás de la calle de aquella virgen blindada de pintura
blanca y yo empiezo a notar que el suelo ahora es polvo y arcilla aderezada
de piedras. Si. El laberinto se ha presentado en toda su majestuosidad y nos
entramos sin más ni más a las entrañas mismas del monte Tauro. El de
siempre. El viejo guardián de las inmundicias del pueblo.


Entonces ella gira su cuello y me observa por primera vez. Éramos dos
vírgenes hasta ese momento y como un pacto sagrado ahora estaremos
unidos en este recorrido. El camino se vuelve pendiente y el paso se hace

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más lento, pero ella sabe bien que yo estoy ahí. Las salientes de roca y las
puntas de las ramas, a veces me van dejando un recuerdo enrojecido en mi
piel. Hay algo en el aire. Es su perfume, que se destila con su sudor
femenino y me anticipa visiones del bunker íntimo de su alma. Sangre que
se registra furiosa en el bulto de mi entrepierna y hace mas dificultoso mi
avance. Soy un idiota. Estoy cayendo. Ella ya me ha visto. Yo ya la
conozco.


Despierto convertido en extraña forma. Soy aquel viejo tigre de monte y
con garras de acero me aferro fuerte a lo que fue e intento cazar con mi voz
esculpidora de tramas una presa ya cazada. Deseo retornar a aquella textura
de su piel y clavar mis colmillos como en los viejos tiempos.
El cansancio empieza a apoderarse de mí y mis jadeos retumban colina
arriba. Ella avanza constante, y sus pisadas me invitan a alcanzarla. Me
estrello torpemente con mis miedos, pero la elipse de mi carrera desemboca
en la inevitable intersección con su trayecto. Nos miramos de nuevo
envueltos en la escafandra esa del “Tanto tiempo sin vernos”, pero todo
permanece intacto. Los sentimientos siempre incuban en alguna zona
desconocida y se vuelven a reproducir con gloria al contacto.


Su presencia desquicia mi organismo. Surgen de mis células mitosis
volátiles que anuncias paradigmas de momentos ya vividos entre ella y yo
y nos rodean en extraña danza tomadas de las manos y gritando miles de
cosas al mismo tiempo. ¡Basta de pensar! Me digo. Pero no puedo hacerlo.
Los remordimientos y las fisuras de mis cien caras son individuos con vida
propia y son incontrolables.


Entonces ella toma la iniciativa. Mete fuerte su mano en mi pecho y saca
con ternura mi caja negra. La deja a un lado del sendero y derrumbada de


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ese sentimiento añejo me abraza temblorosamente. No hay sorpresas. Todo
ya tiene un registro en mí. Su cabello se enreda con el mío y nos quedamos
así como suspendidos. Ahora ella quiere hablar. Me dice: “No puedo huir
de ti aunque sea mi intención. Mi cuerpo es frágil y es de cazador tus
piernas de atleta. ¡Mírame, aquí esta tu premio, la presa que persigues en
vano, contempla el bocado y vuelve a cazar!


Sus brazos se cruzan furiosos en intención de cerradura bilateral, gira su
rostro al oriente mostrándome la extensión tierna de su mejilla, de donde
antes se sostenían los besos de despedida, tal vez sea una escalera que cae
sobre el cemento dejándome en el tejado. Ella conoce las consecuencias.
Ahora todo lo que veo empieza a moverse despacio. Cuadro a cuadro
acerco mi cara a su mejilla, de la que quiero convertir en una salida. Me
veo en frente de una catedral barroca de la que sale una canción de órgano,
que puede ser cualquiera, y me apresuro a entrar no sin antes persignarme.
Entro al recinto y veo un ángel que mira al oriente, vestido de blanco y de
alas postizas. Llego hasta la mejilla y le doy el beso de despedida. La
hierba, que ahora es de goma bajo mis zapatos se calienta y es entonces
cuando nos desperdigamos en miles de formas irreales. Estamos allí,
incrustados en una antena repetidora de nada, pues dejo de funcionar hace
mucho tiempo. Sus varillas tan calientes de sol, mi nueva enfermedad y tu
necesidad, no tan nueva, de mandarme a la mierda.


De nuevo reacciono y estoy en un pasillo sin salida. Cuadros de Monet
dibujados con crayones fucsia me acompañan. Huele a aguas enrarecidas.
Estoy pisando charcos repletos de Mantarrayas de origami. ¿Dónde esta
ella ahora? Trato de encontrar la salida, pero el laberinto me atrajo para si,
y no me quiere perder. Voy por una vuelta ciega y unos niños juegan con
lluvia devotamente. Yo los llamo, pero me ignoran. Me quedo atento un


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instante y descubro que esta lluvia es de candilejas, deseosas de
compartirme su luz. Bailan en mis manos y tratan de decirme algo. Yo las
sigo indiferente, pero embelesado a la vez por su alumbramiento. Se hizo
de noche y ellas me guían. Las cigarras empiezan su opera y entonces me
doy cuenta que estoy bailando, montado sobre sus notas. Siento esa paz
inmensa de no saber que estoy haciendo. Un espíritu de bosque, me llama
con cautela y me señala un pasaje. Yo lo miro desorbitadamente, pero
confió en el. Las candilejas se evaporan y ahora estoy como en un túnel.
Perros negros rabiosos me ladran diligentes. Espejos derretidos están
colgados en los altos muros y mi reflejo me revela cosas. Soy un tigre que
va herido, cojeando y sangrando. Siento entonces como si flotara y
horrorizado me doy cuenta que he caído por un abismo.


Rodé sin sentido y caí de nuevo al estrecho sendero. Percibo ese aroma y
me incorporo mareado. Allí va ella de nuevo. La veo caminar cada vez más
lejos. Voltea y me mira como si tuviera algo decir, pero se controla y sigue
su marcha. Se esta abriendo paso por los interminables pasillos siguiendo
en línea recta. Los muros se abren diligentes a su paso. Las piedras se
esconden tras los arbustos que se levantan para que ella transite en calma.
Una estrella oscura le marca el camino y ella la persigue sin parpadeos. Yo
me quedo sentado viéndola alejarse hasta la salida. Le entregue sus
sandalias y no se las puso; camina todavía descalza, ahora con los zapatos
en una mano y mi caja negra en la otra.




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CAFETAL

Amanece y tres niños bajan corriendo montaña abajo, hasta llegar al rio.
Uno de ellos les ha dicho a los otros que entre los matorrales vive una
ballena de luz. Los otros son curiosos, y por eso lo han acompañado. El
cafetal esta perlado de lluvia y los niños siente como las gotas bajan por sus
rostros, mientras el sol de la montaña se asoma imponente, encegueciendo
el camino. Por fin llegaron al lugar, pero no se ve nada.


- Aquí no hay ballenas. Vamonos para la casa. Mama se va a poner brava
- Se los juro que yo vi una ballena de luz aquí ayer…
- Si claro… - Responde el tercero – Devolvámonos mejor.


El niño parpadea y al abrir los ojos esta acostado, ante la mirada cuidadosa
de sus hermanos. Cierra de nuevo sus ojos, para regresar al camino que da
a la casa. La madre, que los ha estado llamando, se escucha en la lejanía. Se
incorporan al camino, temerosos de la reprimenda; aceleran el paso,
dejando al niño de la ballena restregándose los ojos para aclarar las
imágenes que amenazan con dejarlo, solo en la habitación de techos negros.


Se sientan a desayunar. Un momento en las mañanas donde se pueden
acordar del sosiego de los distantes desayunos junto a su padre. Las
miradas se encuentran conteniendo frescas luces de esperanza, algunos ojos
recuerdan el negro y profundo de la mirada del padre ausente, rentado de la
memoria que persiste como aguijón de abejorro. La muerte ha dejado una
estela que oscurece hasta los más soleados días en los meses posteriores a
la repentina partida.




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Después se van junto a su madre a trabajar al cafetal. La madre trabaja con
energía y llora silenciosa la falta de su compañero, mientras ataca las matas
repletas de café, llenando su talego con vertiginosidad. Los niños aportan
con lo que pueden, ya que sus manecitas son aun muy pequeñas y débiles
para el trabajo. La madre sabe disimular: confesar como el esfuerzo de los
chicos en las labores es minúsculo, es inútil. Al mediodía suben de nuevo
hasta la vieja casa y almuerzan rápidamente.


El niño despierta y ve a su madre colocándole paños húmedos en la cabeza.
Los imagina trabajando. Ve como, al caer la tarde, la madre carga en sus
espaldas las lonas mojadas repletas de café y los niños recolectando
algunos plátanos de las altas matas para el almuerzo del siguiente día. Los
contempla ahora sentados cenando en la mesa, con la escasez de palabras
que abunda en la casa.


Terminada la cena, se acuestan los niños sobre los duros catres. La madre
ve como su hijito tiembla sin respiro. Apaga la luz y se va silenciosa a
llorar contra la almohada. Es una vida dura, que ni ella, con su pesimismo,
podía imaginar y el hombre, que extraña, la dejo atrapada en una trampa
para ratón, de la que solo se puede entrar, ya que las púas de acero se
accionan al retroceder. El cuarto en el que la oscuridad: fina cobija de
pesados apliques, acumula dentro de sus anaqueles eternos tantas galaxias
como desilusiones, temores y esperanzas; termina por consolarlos con un
profundo sueño sementado en el esfuerzo diario. ¡¿Día –piensa la mujer-
cuándo dejaste de ser promesa de alegría, comienzo y luz; para convertirte
en pesado lastre y nudo inexpugnable?!


Mientras tanto, en el otro cuarto, dos de los niños se han quedado
dormidos, excepto uno, el mismo que vio la ballena de luz. Esta con los


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ojos abiertos mirando la oscuridad solitaria que envuelve su cuarto. De
repente ve un punto de luz, luego otro, y así hasta que pasa algo que lo
sorprende: ¡Esta viendo a la ballena! Sus ojos se llenan de lágrimas de
emoción y ante la inmovilidad trata de extender sus pequeños brazos. Las
lágrimas en torrente se convierten en un flujo laminar que permite el viaje
solvente de la ballena de aliento de astromelias. Una anomalía dentro del
trayecto cetáceo hace que el canto abisal se transforme en la nítida voz de
su padre. Entonces ve la ballena de luz que sale gigante de un estanque,
abre el animal la boca, se traga junto con el catre su cuerpo débil y se
vuelve a sumergir. Allí, dentro, también están algunos unicornios, conejos
gigantes de blancura infinita, que juegan en los dientes y la lengua de
tapete del animal sagrado…en fin, todo lo que un niño puede llegar a soñar.
Su padre, convertido en canción, se lo roba en medio de risas y así, los dos
se alejan más y más hasta desaparecer.


La mañana descubre un hogar enredado en gritos de dolor, pues la madre y
los otros dos pequeños, han descubierto a un niño que ha muerto presa de la
fiebre, la noche anterior.




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EL FESTIVAL DEL RETORNO


El anciano llego un poco después de la madrugada. Venia cansado de
caminar por tierras lejanas, muchos años, pero ya volvió. La gente del
pueblo salio a recibirlo. Llevaron comida, ungüentos para sus pies, esencias
de oriente para ensalzar su cuerpo. El rey mando sacar las telas más finas
que hubiera en el castillo para que le confeccionaran al anciano la túnica
más esplendorosa del reino. Pero el anciano no habla. El anciano solo llora.
Lo llevaron después al castillo del rey y ante la vista eufórica de los
vasallos, soldados y la corte real, le han servido los manjares más
exquisitos para que comiera. Se levantaron las copas, repletas de vino, para
celebrar la vuelta del anciano y durante tres días y tres noches, una fiesta
impresionante se desarrollo en señal de júbilo general. Pero el anciano no
habla. El anciano solo llora. Terminado el festín, la comunidad entera, ebria
de vino y ansiedad, se han llevado al anciano por las calles del pueblo entre
vítores de emoción y aceptación popular. Las ventanas de las casas han
sido adornadas con gladiolos y rosas traídas de los montes cercanos. Se ha
quemado incienso en cada hogar para que al momento de pasar el anciano,
sienta el olor purificado del recinto. Finalmente ya hacia el ocaso, es
conducido al centro de la plaza principal. Con todo respeto y amor sincero
tres soldados del reino lo han atado a un poste, apretando con toda la fuerza
posible sus muñecas y sus pies hasta cortar la circulación, para que el
anciano sintiera la profunda admiración que en ellos generaba. Es entonces
cuando la población frenética empezó a gritar, a chillar de excitación y
morbo. Algunos no soportando tal adrenalina, cayeron desmayados en
mitad de la calle. Los hombres eyaculaban en sus pantalones sin poderse
contener y las mujeres sufrían de orgasmos múltiples, llegando al punto de
arrastrarse por el suelo gimiendo y aullando como hienas. Sonó entonces
una trompeta real. Y todo el mundo enmudeció quedándose estáticos en sus

                                                                          55
puestos y con la mirada fija en el anciano. Es entonces cuando el rey hace
una seña y el anciano es rodeado por todas partes con leña seca, que iba
depositando cada uno de los presentes. Terminado este ritual, el rey se
acerca al anciano con una antorcha en su mano y una sonrisa libidinosa en
sus labios. Luego suelta la antorcha en la leña seca y una orgía como nunca
antes vista sobre la tierra se desata. El anciano es quemado vivo y el pueblo
no podría estar más feliz. Pero el anciano no se quejo. El anciano no hablo.
El anciano solo lloraba…




                                                                          56
SOCORRO


¡Socorro, viene la loca del pueblo! Se acerca con sus cantos populares
afinados en el mismo tono agudo usado para maldecir a los niños, que en
ocasiones atizaban su mal humor con terrones secos de incienso o piedras
de rio turbulento. Huyan chicuelos que ella a veces guarda, en aglutinantes
bolsas recicladas, orines carmesí sucedáneo de bombas molotov. Cierren
las puertas que se entra a la sala y se nos sienta en la poltrona. Cierren los
ojos que se nos mete el miedo stereo.


Un día se encontró con una casa de cera y se enamoró. Reunió las resinas
orando artilugios ideados de alumbramientos olvidados y saqueos
nocturnos. Una inquietante obra de ingeniería interna quiso que se calcara
con su cuerpo el espectro de su hogar, quedando hecha también del mismo
almizcle, siendo así el blanco de ataques insectarios, ráfagas de viento y
resolanas repentinas. Adentro, un sofá negro, un catre al revés y una
fotografía enmarcada en sólido barniz, imagen de sus lucidas épocas en
otro pueblo mas humano.


No le importo a nadie las virtudes de su desquicio, sino su composición.
Las personas encuentran peligrosos las rocas mohosas que se tiñen de
verde, cuando se camina rio arriba y evitan pisarlas. Hay un temor natural
por las calles oscuras y por los campos abiertos todos elaborados del
material resultante de derretir cabos de velas. La locura, entre tanto, no es
un lugar con señal de peligro cuando los faroles brillan alejando la
penumbra, sin embargo, todos quieren saber el lugar y origen de un barco
que navega sin rumbo fijo. Todos quieren saber el por que de esa
superficie.



                                                                           57
De su locura existen muchas explicaciones. Algunos hablan de un pasado
prospero y tranquilo de la alta sociedad de candelabros; otros de un amor
trasgresor que le quito las ganas de vivir en el mundo real del encendido;
pero hay una que es de mi interés particular. Sabiase ella cantante
formidable, con ritmo cadencioso y oído preciso, pero que vivía en un
convento como refugiada obligada de un matrimonio asesinado. Cantaba en
las noches debajo de las cobijas; cantaba en la madrugada metida en las
frías aguas de las duchas; en silencio mientras barría los enormes patios
traseros o en la cocina lipoide con los arrumes de losa. Pero nadie, más que
ella, gustaba de su voz de payaso y como hermanas de la fe, sus
compañeras, la dejaban sacar afuera ese ruido espantoso, seguras que con
ello exorcizaba su dolor. Por primera ves se reconocía en su sonido y
envuelta en la nueva vanidad se deslizaba impura por las baldosas de la
iglesia, mientras apagaba con sus ojos las veladoras que alumbraban lo que
tanto protegían las hijas del claustro: el dejar de ser algún día cirios.


Fueron años escuchando a la chocarrera cantante de voz chillona y de
estrofas inventadas. Noches insufribles de otras sinfonías acompañadas de
perros aullantes, de grillos, chicharras y zancudos achicharrados en las
llamas. Al parecer ninguna de las recomendaciones de la madre superiora,
frente al piano de engrudo, le sirvieron para afinar un instrumento
machacado de nacimiento. Tal vez, como decían sus hermanas, era un
dolor inefable que quería sanar, pero tenía mucho y por eso no paró nunca
de cantar. Escapo de aquel sitio la tarde aquella, en que intentaron
arrancarle el cabo para aceitárselo con grasa de cabra, a ver si así
alumbraba.


Entonces se entrego a los excesos. Mordisqueaba los velones con sevicia
interactiva, hasta que un día el párroco la descubrió, tildándola de herejía.


                                                                            58
Sus pasos se hicieron mas lentos con el paso de los años, y su piel de cera
se empezó a agrietar, copada de exposición. Sin embargo su voz
aguardentosa de tanto beber lunas a hurtadillas, permanecía intacta. Y fue
esa asonancia la que termino por preocupar a todo el pueblo, ya que los
muñecos de esa esperma llamada moral, empezaron a verla como un
animal muerto en el jardín colgante de su babilonia.


Enmudeció el día que la encerraron amarrada de pies y manos, en un
cuarto, con una mordaza que impedía el natural escape de su desdicha.
Enloqueció en realidad, cuando fue trasladada a ese sucio museo donde las
comunidades guardan lo que no se puede dejar saber: El museo del olvido.


Lo último que observo antes de que le soplaran la llama de su vida fue a la
gente del pueblo, antorcha en mano, rodeando su casa de cera, la cual se
derretía como su corazón. Pero antes de apagarse para siempre en el
alcanfor, la masa miraba horrorizadamente culpable como de sus ojos, sin
embargo, brotaban lágrimas de parafina…




                                                                        59
JABALI HEMBRA

Esta es la historia de la niña cara de jabalí. Andrea Capona. Este bicho
extraño vivía en las afueras del pueblo. Sabiase rutinaria como la fealdad y
controvertida como la verdad; pero nunca se negó a un escueto baño de
engaño frente al espejo. Nuestra pequeña princesa bizarra de vestidos
atados en la espalda con moños de cintas amplias y coronas de metal, un
día salió a buscar un acompasado príncipe que la amara con locura.


Para su aventura, de enormes proporciones, hizo un equipaje apropiado. La
abeja reina sale a pasear con sus pequeñas alas de plata. Tomo unos
guantes de látex, lentes para el sol y una bolsas de plástico transparente, en
la que su madre empaco con dulzura una frituras de carne, plátano tajado y
papas criollas de ojos negros, como los del varón que supo con firmeza
implantarle las onzas de esperma perlado al que debe el origen de su
hermosa prolongación. A imagen y semejanza estaban las amebas dando
origen a sus hijas, dentro del frasco de vidrio donde también vertió el
fresco de mandarina.


Suegro, el macho padrón, cerdo del que depende la innumerable progenie
en las cocheras que mantienen, peso a peso, las costosas excentricidades de
la heroína juvenil, le dio una despedida fría con su trompa para abajo.
Rascándose con el casco derecho de sus patas traseras, quiso disimular la
presencia de la princesita, quien todavía lo veía como al puerquito cobarde
que una mañana trajeron a casa, dentro de una caja de cartón con hermosa
cinta roja al cuello.


Salió, dicen los gallinazos, una tarde de mayo. Su madre desde el balcón
lloraba al verla partir con su morral al hombro, y siempre decidida, sin


                                                                           60
importar el aguacero que caía en el pueblo. ¿Cuánto tiempo veloz ha
pasado desde que solo era una tierna y rolliza forma de amor? Ahora que
ya sus piernas piden amarrar con gozo un hombre que le placer, es el
tiempo del cambio, brusco pero feliz, de niña a mujer.


Penetro en los parajes oscuros de los montes de santa teresa y en este
peregrinar descubrió una pequeña quebrada. Asomo su rosada jeta para
refrescarla, cuando sintió someramente que fue atrapada por una
inexpugnable fortaleza de brazos y nudos que la sujetaron de su hermoso
cuellito. El hombre que la sometió, encantaba por su sombrero amplio,
bigote de pelillos de lulo encima del labio superior, ojos cafés y camisa
desabotonada que revelaba la soberanía de un pecho sin pelo alguno.


El macho este la traslado a punta de vigorosos empujones y jalonazos de
lazo a una finca que quedaba a cinco minutos de la carretera. Ella percibió
la alegría y el bullicio de la familia que la recibió, y se sintió amada. No
habia duda: estaba en casa. La cornea ya estaba derretida.


- ¡Huy, Arbey! Se trajo a la novia pa´la finca…


El comentario vino del hermano del príncipe. Una explosión de carcajadas
acompañó el chascarrillo.


- No pues…tan chistoso el marica… - Repuso - La encontré jartando agua
en la quebrada. Apenas pa´la fecha… ¿Si o no ma…?
- Si mijo – Contesto la madre desde la cocina – Ella es la indicada pal
casorio…




                                                                         61
“¿O sea que nos van a casar?” Pensó la hijuemadre puerca saltando de la
emoción. No habia duda, este si era un hombre de compromisos.


- ¿Y que raza de puerco es esta tan rara?...- Pregunto el padre de Arbey.
- Es una jabalíes, que llaman. Eso por toito estos montes ahora hay de
esos…


Ese día la niña jeta de puerca pudo ver como se realizaban todos los
preparativos para la boda. Finalmente llego el ocaso y la dejaron en la
marranera bien atada. “Rituales de esta región” Pensó la muy pendeja.
Estrella absurda del pensamiento, que no conecta con el alma.


Al otro día la sacaron muy temprano y la llevaron al patio de la finca. Allí
estaba su futuro suegro, su suegra y su amado.


- Esta noche me la voy a comer hasta que me canse…- Aseguro arbey
mientras la tomaba del lazo.


Andrea Capona se sonrojo a más no poder. Su amado era muy efusivo y
esas cosas no se dicen delante de los padres. Pero por otro lado esperaba
ansiosa a que su caballero la tomara y la hiciera suya. Empezó a chillar de
la emoción y se le enjuago la entrepierna del placer. Era todo un clímax el
solo pensarlo.


- Chito la jeta, pendeja… - Repuso la madre – Tráigame el cuchillo de
destasar Arbey…




                                                                            62
Andrea Capona vio el cuchillo y pensó que la suegra le iba a arreglar las
pezuñas. Cerró los ojos y decidió relajarse y disfrutar de las atenciones
recibidas.


Esa noche en la finca retumbaban los sonidos de la fiesta y el alcohol. Era
el matrimonio de la hermana de Arbey y todos los vecinos estaban
presentes. Andrea Capona tambien estaba allí, era la mas observada de la
reunión, muy bien presentada, con una manzana en su boca y sus entrañas
repletas de arroz con arvejas y carne de ella misma…




                                                                        63
PLANAZOS


Llego la cosecha y la hacienda se lleno de trabajadores. Todos con sus
ponchos amarillos por el uso y los sombreros desleídos de tantas
madrugadas bajo el cafetal. Llevaban una pequeña bolsa con algunos chiros
de cambio, una botella llena de chicha y un pañuelo para el sudor. Se
fueron todos, matorral abajo en busca del dinero. Cantaban afinados al
ritmo de puchos de cigarrillos sin filtro y tragos de guarapo fermentado en
casa. Llevaban al cinto, canecos de plástico, los cuales se llenaban de pepas
rojas con una celeridad impresionante.


Allí se encontraban cogiendo las pepitas maduras, cuando de la nada salio
un hombre. Tenia la barba blanca y larguisima, cabellos plateados hasta la
cintura, ropaje inmaculado. Llego saludando y mostrando una sonrisa
perfecta. Les hablo pausadamente de dios y la vida en el mas allá. Exhorto
a la fe y al evangelio. Reprocho severamente las costumbres campesinas,
tan violentas y apartadas de los principales mandamientos del libro
sagrado. Mostró con su dedo índice el lugar donde, según el, vivía el
creador y además, como acomodador del cine celestial, también el lugar
donde se encontraba el señor de las tinieblas, justo debajo de sus pies.


Estos trabajadores, no acostumbrados a tal tipo de reproches y preocupados
porque ya era la hora del almuerzo, le gritaron a este personaje que se
callara, que cogiera oficio. El maestro se molesto y levantando su dedo los
señalo como pecadores impíos y les hizo saber que cerraría las puertas de
todo más allá para ellos. Entonces en aquel mediodía caluroso, un machete
brillo rabioso estrellándose en la espalda de aquel hombre, seguido por una
lluvia de los mismos. Recibió tantos planazos, como brazos habían
dispuestos a dárselos. Después se fueron a almorzar.

                                                                           64
DOS CHICOS IMAGINARIOS

Se levantaron temprano y salieron de sus sueños hasta materializarse. Eran
dos chicos imaginarios nacidos del llanto de sus contrapartes. Vivian
paralelamente sus vidas y a veces se cruzaban con la realidad. Debían
permanecer juntos, pues estaban unidos a un mismo cordón umbilical
dorado. Eran chicos que no podían tocar el cielo con las manos, atrapados
en el cofre sin fondo de los dinteles de la mente humana.


Todos los días se iban juntos por las veredas cercanas, buscando la manera
de separarse de su entorno y vivian fantasías maravillosas. Querían
esparcirse como un humo sanador en una tierra herida por la propia
doctrina del hombre, usurpador de sueños y proezas ajenas. Tierra ajada de
sequedad, en donde se asan las carnes humanas que no tiene la valentía de
sacar la cabeza por la grieta del pensamiento. En una de estas aventuras
encontraron un riachuelo que se convirtió después en un mar etéreo por
donde navegaron aferrados a una pequeña balsa de plástico. El sol intento
de modo incesante seducir esta embarcación y llevarla a la promesa firme
de la tormenta al final del ocaso, pero los chicos remaron fuerte con sus
pequeñas manos y entre el movimiento constante dieron nacimiento a la
esperanza de poder salvar su suerte encaramada en la desdicha. Buscaron
tierra por días y finalmente llegaron a una pequeña isla, la cual estaba
gobernada por los Celanfros, seres de cabeza diminuta y brazos gigantes,
que gobernaban aquellos parajes desiertos.


Fueron atrapados y conducidos a una pequeña gruta, en la cual fueron
encarcelados. Encriptaron su fervor de libertad y entre barrotes, la
esperanza declamaba: ¡Dame una estrella, que sea un anhelo, dame un



                                                                       65
cielo, que no sea el de Octubre, dame un pedazo de vida, y allí encontrare
tu lecho, amada libertad!


En las noches se podía ver como desaparecían, pues los jóvenes reales
estaban en casa y volvían a aparecer cuando estos entraban al colegio,
Esfinge de cuatro paredes, que esconde a los ojos de su ciudadanos
juveniles, lo que grita la lluvia, lo que se le llama verdad. Era ese momento
en el cual sus espíritus les exigían ser libres, pero por desgracia, sus
contrapartes tambien permanecían atrapadas en esa jaula.


Los Celanfros solo tenían apellidos. Formaban largas filas bajo el sol y
sostenían sus lápices en alto. Eran en realidad el producto de los deseos
desertores de todos los estudiantes de aquel colegio, que habían terminado
allí sus estudios pero nunca se revelaron. Se podían ver filas interminables,
que llegaban hasta el fin del mundo, de espíritus de estudiantes
conformistas y subyugados. Sus rostros estaban quemados por la brisa, que
les traía la sal del océano de vicisitudes y poca armonía, que no era más
que la realidad de la vida. Ya no se escuchaban lamentos, pues la agonía de
los espejos que ya no reflejaban, habían acallado todas las voces, todas.


Estos seres arrojaban a veces mendrugos a la pequeña mazmorra, pero los
dos chicos imaginarios sabían que nunca se saciaría su hambre de saber,
pues era en realidad su alma la que les pedía alimento. Y esa alma se
alimentaba de música, pintura, literatura, todo lo que no tenía su prisión,
creada por las mentes de profesores muertos de corazón, que ya no querían
ayudar.


Estos chicos, allende pasar tanto tiempo encerrados en aquel lugar,
entonaban canciones dulces en idiomas extraños. Los Celanfros, a pesar de


                                                                            66
su naturaleza muerta, se recostaban en la orilla, y se dormían escuchando
esas canciones, hasta quedarse dormidos. Sabían que en el fondo de sus
cuerpos apurados por las magulladuras de sus sienes, habia tambien un
chico imaginario que les tocaba su alma, en secreto.


Un día llego a la playa, proveniente de la fiebre de Poseidón, un jarrón.
Estaba sellado y tenía olor de Ángeles. Los Celanfros lo llevaron tierra
adentro y lo destaparon, curiosos de saber su contenido. El jarrón estaba
lleno de agua dulce, doblada con cuidado en numerosos pliegues, tantos
como no se podían contar.


Los Celanfros desesperaron ante tamaño acontecimiento: ¡Agua dulce!
Habían pasado toda su vida bebiendo el agua del mar, la cual resecaba sus
labios y su garganta, hasta hacerlos sangrar. No sabían como desdoblar este
regalo de la providencia, pues ellos ahora solo sabían gritar y sufrir, pues
ya se habían convertido en adultos, desnudos ante el camino de la vida
donde no se podían dar muchos pasos, pues la luz siempre permanecía
apagada.


Intentaron por todos los medios posibles desdoblar el agua, pero sus manos,
ya tan torpes de no saber crear, se maniataban a ellas mismas y perdían
toda sensibilidad. Los Celanfros entonces se entregaban al llanto, y se
olvidaban de ellos mismos, encerrados en su propio desden.


Al verlos sufrir de tan hiriente manera, los dos chicos imaginarios llamaron
a sus carceleros, y pidieron se les diera la oportunidad de desdoblar los
pliegues de agua. Al principio rehusaron la idea, pero después de mucho
cavilar, el viento abrió la jaula y los chicos imaginarios fueron llevados
hasta el jarrón sagrado. Toda la comunidad se congrego, bajo una nueva


                                                                         67
luna, que salía tan linda y redonda en ese atardecer, a punto de caer la
noche.


Los chicos apuraron el oficio, pues sabían que al llegar el manto oscuro,
sus contrapartes humanas saldrían de aquel colegio opresor y serian libres,
razón por la cual ellos desaparecerían. Tomaron el agua con cuidado y con
infinito amor desdoblaron toda el agua dulce, para que sus crueles captores,
pudieran mojar su piel en el bienhechor elemento. Después desaparecieron.


Aparecieron de nuevo al otro día, pero ahora estaban en casa. El castigo se
habia terminado.


Al desaparecer de aquella isla, los Celanfros bebieron por fin el contenido
del jarrón y en ese nuevo bautismo descubrieron la vida y la belleza que no
conocían. Entonces apareció un hermoso sol de medianoche y cayo
rápidamente sobre ellos, derritiéndolos en su luz, de la cual saldrían,
convertidos en chicos imaginarios…




                                                                         68
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Historias Del Chimbilax (O La Estatua Del Angel)

  • 1. 1
  • 2. HISTORIAS DEL CHIMBILAX (O LA ESTATUA DEL ANGEL) ESCRITO POR: LA INSOPORTABLE 2
  • 3. LA INSOPORTABLE SON:  BALAM (OLTO JIMENEZ C.)  STAROSTA (RAFAEL BEJARANO F.) 3
  • 4. INDICE Pág. 1. LA MADRE MITAD CUERVO 6 2. SENDOS MACHETAZOS 11 3. LA ESTATUA DEL ANGEL 16 4. MOTEL HOLIDAY 18 5. LA MASCARA AFRICANA 23 6. EL PROTOTIPO PERDIDO 26 7. LA YURIS 28 8. MUJERES 30 9. FRENTE A LA ESTUFA 31 10. TUMBA DE MI 37 11. LA RAIZ DE UNO 40 12. RINCON ROMANO 43 13. YEGUA 45 14. LABERINTO (CAJA NEGRA) 48 15. CAFETAL 52 16. EL FESTIVAL DEL RETORNO 55 17. SOCORRO 57 18. JABALI HEMBRA 60 19. PLANAZOS 64 20. DOS CHICOS IMAGINARIOS 65 4
  • 5. 21. RETOÑO 69 22. EL HOMBRE DE HIELO 73 23. MADERA NAZI 77 24. HOMBRES 82 25. LA BIBLIOTECA 83 5
  • 6. LA MADRE MITAD CUERVO El amor de madre. Dícese de la manifestación del amor de Dios en la tierra. Dios en el espejo final. Tarjeticas en mayo para recordarles cuanto se les quiere, presentes para palpitarles que tal vez, todo no es un descuido. Un importante psicoanalista, amigo mío, me aseguro que todo hombre busca a su madre en las mujeres con que se relaciona –y hay que aclarar- de la manera más formal. Aunque si esto es cierto en muchas de las comunidades eucarísticas, marianas y hasta laicas, en ocasiones repetidas aparecen casos donde ciertos individuos deberían odiar a su madre. El águila sale del cascaron, pero nunca amara a la frau Eva. Dentro de este grupo de desafortunados y casi excluidos de las campañas publicitarias donde el amor de madre vende miles de millones de dólares, se encuentra un viejo conocido que tenía como madre al más espantoso engendro de la naturaleza hasta ahora conocida. El joven, cuyo nombre dejare en secreto y tranquilo que dicho anonimato le asegura un vida mas sosegada en el barro, creció como crecen los pastos de la enorme llanura: porque si. Su madre y su hermanita (próximo animal de proporciones babilónicas) hicieron de la vida del criaturo un enorme sartén que le freía en sus propios jugos. Entremos en detalles. Día tras día, madrugada tras madrugada, se le enviaba con unas cantinas hasta el lugar del ordeño habitual y las vacas le saludaban con ternura moviendo la cola sin parar, tal vez la única manifestación de cariño a tempranas horas. En las tardes, en todas la tardes, debido al oficio de su tan querida progenitora, el se quedaba totalmente indefenso con su hermana, que le hacia recordar cual corta es la vida. 6
  • 7. Lamentaciones, lloriqueos, peticiones absurdas y todo soportado con valentía estoica, para que al regresar la madre, mitad cuervo, le acusara de faltas imaginarias y le transfiriera una reprimenda espiralada y sin piedad. Pero eso no es todo. El padre no le traía mayores satisfacciones, ya que para fortuna de los miembros de la familia, huyo después de la trasformación última que dio lugar a lo que se conoció después como Ex, y le monto sanamente una moza capital que le trajo bienestar a su magullado corazón. Desafortunadamente para nuestro chino querido, la mamá vio en su hijo –de paso vivo retrato- la manifestación de la traición de aquel hombre al cual habia dado parte de su escamosa piel de cocodrilo y años preciosos de su vida. Memorias de elefante del ojo inferior. Un día me invitó a su casa y me dijo que le ayudara hacer una tarjeta del día de las madres, pues manifestaba que su mano diestra no podía moverse, algo extraño, muy extraño, ya que minutos antes estuvimos jugando ping- pong y las manos le funcionaron perfecto. Yo lo mire poco convencido, pero por esa lastima tan verrionda que me dio, lo ayude. Saco de un ancho cajón un pedazo de cartulina untado de alguna magma desconocida y lo puso con cuidado sobre la mesa. Yo note que se empezó a mover de modo singular, pero como andaba pendiente de las onces que le habían dejado junto a la nevera, no le preste mayor atención. De una pequeña cartera de lana, saco dos colores: uno rojo y otro negro. Colores de catatumbas olvidadas en la sal de su inmortal depresión. Yo ya andaba con la jeta metida en el plato de las galletas, cuando escuche gruñidos extraños. Lo note desencajado, desorbitado, emitiendo sonidos grotescos, como secretos que se susurran suavemente al oído. Yo tome el color rojo y empecé a escribir las primeras líneas de lo que entendía entre las ondas de sus agitadas palabras. Lloraba. Pedía a su madre que lo recordara. Que no 7
  • 8. olvidara quien era. Los rayos de la tarde traspasaban las ventanas pero no trasponían sombras entre estos sucesos. Jadeaba reciamente y su cara empezó a cambiar de aspecto. Orejas que se alargan, mejillas que se agrandan. Destilaba grasa, la cual salpicaba la cartulina ya tan manchada de él mismo. Yo lo miraba y como no entendía que le ocurría continúe como si nada estuviera pasando. No pensé en teletransportarme de lugar. Creo que en el fondo, poco o nada me interesaba. Empezó a asaltar cada espacio de la casa con gritos alargados en fade out. Soltó el color negro, ya que no pudo sostenerlo por más tiempo. Sus dedos ahora eran pezuñas que chocaban torpemente contra el suelo. Yo me retire, un poco asustado y me fui a la cocina, a ver que le habían dejado de comer. Había una estampita de la virgen del Carmen electroacústica pegada en el refrigerador, y a ella me encomendé mientras destapa los víveres de la familia y goloseaba encantado. Escuche que me llamaba en un lamento zulú, pero yo estaba ocupado. Sin embargo me asome y observe espantado que se había convertido en un cerdo con mirada humana. Estaba inmóvil en medio de la sala, razón por la cual no me preocupe mas, pues lo vi cómodo. Fui hasta la estufa, me serví una copiosa comida y me senté en el sofá feliz de saciar mi hambre. De vez en cuando le arrojaba mendrugos de comida, los cuales el olía, y dejaba a un lado. Una lágrima gruesa rodó por su ahora peludo rostro. Me llene de compasión y en acto piadoso le empecé a dar suaves palmadas en la cabeza. Le deje las sobras del plato en la alfombra, pues no quise ser descortés con el cochinillo. Sentí en sus ojos que se clavaban en mí, un odio infinito y eso me molesto. No había derecho a tanta desconsideración. Yo lo acompañe para ayudarlo y así me pagaba. Decidí salir de la casa de inmediato. Cerré con indignación la puerta y me aleje de aquel lugar. 8
  • 9. La madre del otrora chico llego entrada la noche y muy cansada después de recoger a su hijita amada de la guardería. Al entrar lo primero que noto fue el desorden del hogar y monto en cólera inmediata. El yin y el yang ya no estaban en su lugar. Vio la carta en la mesa y mas se molesto colmada de langostas cerebrales al ver que ni siquiera para eso su hijo tenía orden. Que vergüenza. El plato que yo había dejado estaba aun en el piso y fue cuando se encegueció en rabia materna tipo tsunami. Lo encontró en su cuarto escondido debajo de la cama, llorando y vuelto un completo puerco. Lo agarro de las puntiagudas orejas y con el primer zapato que encontró empezó a recriminarle lo mal hijo que era, mientras atinaba fuertes porrazos en su hocico. Estaba cansada de la dejadez de su vástago, el cual, según veía, era un completo marrano. Decidió ponerle punto final a la situación y lo llevo arrastrando hasta la cocina, envuelta en la música de fondo de las risas de la niñita, encapsulada en placer al ver a su hermano siendo reprendido. Con firmeza tomo el cuchillo de cortar los tomates para los inmundos guisos que preparaba y con absoluta certeza castro al muchacho, que ahora se revolcaba dolorido entre las matas de cilantro y llantén de la huerta de la casa. - Algún día me lo agradecerá. – Le grito con absoluta seguridad mientras lo encerraba en el cuartucho maloliente donde se guardaban las herramientas. Con el miembro de su hijo aun en la mano, entro de nuevo a la sala y al no encontrar mas, tomo la carta hecha en cartulina y lo envolvió. - Mi niña hermosa, toma, bota esto a la basura. - Mama ¿Me lo puedo quedar? - Bueno mi sol…haz lo que tú quieras. - Gracias mamita. Eres la mejor… 9
  • 10. Los días pasaron y a nuestro cerdo púber no se le dejaba salir de allí, pues era el castigo impuesto. Yo fui un par de veces, pero a causa de su encierro, deje de hacerlo. Termine alejándome de él, pues ya no teníamos nada en común. Los caminos se habían bifurcado. Y así fue que mi viejo conocido se quedo allí, encerrado en aquel cuarto, husmeando con su hocico por las rendijas de la puerta, por donde observaba a veces, a su hermana jugar con su falo, el cual ella le mostraba desafiante, con una hermosa sonrisa en sus rosados labios… 10
  • 11. SENDOS MACHETAZOS Desde el otro lado de la calle pudo ver el interior de la cantina. Si no fuera por unas nubes que filtraron el caudal luminoso de esa tarde soleada, seguramente no hubiera podido inspeccionar a los únicos cuatro clientes del lugar, los cuales ocupaban una de las cinco mesas con sillas sin espaldar, donde se encontraba Luisita, la mujer de sus amores. La momentánea reducción de luz solar dio paso a una ola de luz caudalosa que inundo las calles, sus ojos apuntaban por casualidad a una forma masculina que se aclaro en alta definición, exagerada claridad para que la mujer pudiera ver al hombre que desde lejos la observara y, además, junto con un frío repentino en la nuca, reconocer de quien se trataba: Bernabé, su primer amor, su primera vez y única desilusión, hasta la fecha. Sabiéndose descubierto, Bernabé entro a sentarse junta a la puerta, acompañado de tres amigos. Pidieron cerveza, una botella de aguardiente, sal y limón. Bebieron la primera ronda de cervezas frías sin pronunciar palabra, mientras la música se movía entre los espacios vacíos de la proximidad agobiante de los amantes pasados. Pesado el ambiente por los vapores calurosos del cemento, anidando cuanto olor había en las proximidades de la plaza de mercado, entraba sin atajo, el viento, moviendo el cabello crespo de la mujer cuya silla daba de frente a la mesa: Luisa con sus rizos aerodinámicos, indicadores de la velocidad y la dirección del viento. 11
  • 12. Ella dejo de verlo haciendo en este intento un esfuerzo brutal, parecía estar compitiendo con su prima, Eucaris, a quien de las dos pudiera aguantar mas, sin parpadear. Fue también su prima la que trajo a su vida ese cuerpo extraño que arde al abrir el ojo, esa momentánea sensación indefinible, que trajo un dolor inefable, que muchos bautizan como amor. Fue un día de mercado cuando le presento a ese hombre de brazos gruesos, bigote espeso y sonrisa amplia, por el que instantáneamente se sintió atraída y deseosa. Sin embargo, una fuerza universal debilitaba su voluntad de no mirar hacia la puerta. Tres hechos puntuales desencadenaron la machetera. Primero fueron las miradas sostenidas entre Bernabé y Luisa, conformando un vínculo secreto, código para descifrar los impulsos repatriados desde espacios olvidados, aunque negados. Influyeron las lágrimas de la mujer que no dejaban de lubricar su simbólico ojo irritado, depreciando los altísimos costos que un buen hombre había pagado por tener, a su lado, a una mujer, que amaba sin intereses, cuyo corazón y pasión pertenecía a otro. Por último, la canción insistente que sonaba en la rokola; una dedicatoria de los tiempos de noviazgo, cuando decidió compensar una de las tantas infidelidades, con una canción que no decía, particularmente, nada sobre el perdón. Ese que vez ahí, amor-dijo la mujer señalando con su dedo hacia la mesa junto a la puerta- es el ultimo escollo entre tu y mi corazón…se fiel a tu esfuerzo, del que soy victima feliz; se guerrero consagrado a tu palabra; se mi salvador… Abrazó al hombre que, como ancla, le ataba al mundo que dejo de tener el sabor y el color de los días aciagos, pero intensos, del pasado; al hombre que puso las tildes faltantes en su impronunciable destino y al que le debe, 12
  • 13. según su instinto, la gratitud y la costumbre, una de las mas fervorosas declaraciones de guerra. Recordó las palabras de su abuela, quien le había asegurado que un hombre necesita sentir que cada cosa conseguida –con el objeto de ser valorada – sea fruto de un esfuerzo, una perdida, una guerra o una competencia. - ¿Quieres un pacto de sangre? – Pregunto el hombre sorprendido- ¿Quieres rasgar la hoja, mal escrita, de un amor martirizante?… escucho tu pedido y lo añoro desde siempre, viéndolo a él reluciente en tus miradas distantes. Pero hay una inquietud en mi alma, y quiero una respuesta: ¿Es realmente mi necesidad de venganza los que me hará batirme en aceros afilados o son los hilos que has atado en mí que mueves sin piedad? La mujer lo miro fijamente. Puso una de sus, pequeñas y blancas, manos en la mejilla de la barba incipiente, y se acerco lentamente hacia sus labios gruesos; aterrizo en ellos un beso inédito, inspirada en la proximidad del ser que dio origen a ese clase de besos, y con ello quiso responder la pregunta, comprobando con ello la extraña política utilizada por las mujeres, donde el sofisma abunda. - Vuelve conmigo después de tu proeza –le dijo suplicante- y encontraras en la noche un cuerpo al que, si bien has probado, no has todavía disfrutado. Regresa con su cabeza en la mano y yo en pago te daré mi alma, y dejare que gires la llave para entrar por completo. Una mujer que miente es un objeto de infinita belleza, pero su esplendor es perecedero, tanto como lo es la aurora. Conozco a muchos hombres apasionados por las infinitas manifestaciones del amanecer. Sin embargo, minutos después que ha circulado la mentira en el torrente sanguíneo, los 13
  • 14. rostros palidecen y la irradiación se esfuma. Luisa pareció una pintura renacentista y en la cercanía de su extasiado admirador, la mentira se transformó en catalizador de la tragedia. El engaño había exigido mucho de ella, por eso, cuando se marcho el hombre a la sanguinaria confrontación, quedo convertida en un uva pasa metida en unos jeans ajustados. - ¡Salga que tenemos que tratar un asunto! –Le grito a Bernabé el hombre manipulado- traiga el machete afilado, o pida prestado uno, que esta discusión se hace con el metal. Bernabé sorprendido se levanto de su silla. Lo había tomado por sorpresa la petición de aquel hombre que, hasta ese día, era un desconocido. Aunque no tardo en adivinar que todo había sido la manifestación del vengativo carácter de una mujer. Tomo el machete prestado de uno de los amigos y salió a la calle, en el que se congregaban los curiosos. Solo cuando estaba frente al hombre que lo desafiaba, machete en mano, sintió la culpa, como no la había sentido antes, por haber dejado a la mujer que amaba, creyendo que el tiempo podría con todo. ¿Matarás a un desconocido sin antes saber su nombre? –Dijo Bernabé moviéndose lentamente en círculo, perseguido por el adversario- ¿segaras la vida de un hombre que no te ha hecho nada y al que no le interesa pelear? - Seré breve antes de embestir – dijo el hombre quien señalaba con la punta del machete – un pedazo de mi integridad, trozo importante y voluptuoso, esta infectado con tu presencia, es un tumor que volvió a crecer y quiero que desaparezca. 14
  • 15. Y diciendo esto se le fue encima a Bernabé, con la totalidad afilada de la hoja del machete, en la que no encontró resistencia alguna. Sendos machetazos en el cuerpo del inmóvil contrincante que hacia de su sufrimiento una ofrenda a Dios por sus pecados, queriendo con ello, entrar al cielo. Faltando un movimiento para acabar con la vida del oponente, ahora tasajeado en el suelo, bramo una pistola en la cercanía que con una única y certera bala atravesó la cabeza del asesino, que caía estruendosamente en el cemento. - Hemos cumplido con nuestro deber – dijo uno de los amigos del finado – al emparejar las victimas del combate. ¡Corramos que nuestro tiempo debe continuar y nunca hacen falta las venganzas! 15
  • 16. LA ESTATUA DEL ANGEL El la recordaba escondido detrás de las hojas secas del cementerio. El la soñaba mientras dormía dentro de una de las bóvedas vacías. La adivinaba escondida entre el aire que respiraba lenta y profundamente. Velaba su sueño eterno cada día, cada hora, cada minuto. El la habia amado, la amaba y la amaría eternamente. Custodiaba sus horas, el paso de cada estación, bebiendo de su recuerdo. Compuso una canción para los dos, que le cantaba dulcemente y con tristeza en las noches limpias de primavera. Destruía todo fantasma que sus ojos construían, para taparla con su devoción. El la perdió en un amor adolescente, cuando ella, deprimida y ausente, se suicido cortándose las venas con pasión, una semana santa. Desde entonces el nunca se movió de su lugar, quería ser parte de ella, quería morir. Pero por esas raras cosas del destino, el nunca murió. Entonces decidió vivir en el cementerio para siempre. Duro muchos diciembres vagando por las hileras repletas de tumbas. Hablaba con los muertos, danzaba con la luz de los rayos en las tormentas repletas de frio. Acompaño a su amada, firme y dispuesto. Nunca quiso huir a la necesidad imperativa, por momentos, de continuar con su vida. Permaneció firme, siempre presente ante el vendaval, o el calor atrayente. Calcaba los minutos que sobraban de su tiempo en una pared sin sombras, para así, tener más tiempo para ella. Montaba la cresta de la luz mística, desafiando todo elemento, en honor a ella. Y oraba mucho, para que el alma de su amada fuera a otro lugar, a otro espacio feliz y sagrado. Llegaron los años de la vejez y el continuaba allí, escondido en el bosquecillo detrás del suelo santo, cuando la policía o los vecinos iban a sacarlo de aquel lugar. Los 16
  • 17. árboles ya lo reconocían y lo entendían como un gigante, al cual respetaban, por el fenómeno paranormal de los parpados de savia que bordeaban el alma de aquel hombre, lleno de amor. Nunca pudieron hacerlo ir de allí. Lloraba desesperado por la ausencia material de su amada y reía encantado con su proximidad astral. En los momentos mas duros del cansancio, volaba entre los nidos de las golondrinas y se reunía con esa voz que le decía “por siempre y para siempre” Era el desquicio absoluto que reflejaba una pantalla grande, que era la tarde en donde el se quedaba flotando hasta caer, solo por descansar la piernas, cansadas de tanto estar tan firme. Finalmente, una noche, su cuerpo se despidió del mundo, pero su alma no quería irse. Se agarro fuertemente a los poros de la oscuridad nocturna y se quedo así, vagando en el oleaje del viento. Entonces bajo un ángel hermoso del cielo y en su insondable piedad copio su forma divina en yeso, mientras cantaba bandas sonoras del cielo con voz de tonel de oro. Cuando la tuvo lista, Deposito el alma de aquel loco enamorado y escribió de esta manera singular el destino del enamorado coloso que ahora permanece inmóvil y contento, custodiando la entrada del cementerio, convertido en la estatua del ángel. La misma que cuando la gente la ve en la entrada se hinca y se santigua. 17
  • 18. MOTEL HOLIDAY Desde el segundo piso del motel se pueden ver las calles que llevan al parque central. Las ventanas de las habitaciones son reducidas, así es que solo desde el pasillo que da a la calle, como un balcón alargado, es adonde en las noches de diciembre se puede ver el alumbrado navideño y a las personas que salen en las noches a caminar por las mismas miserables rutas del pueblo. Los pisos y las chambranas de madera junto con los faroles monocromáticos –que se repiten cada año- hacen también del edificio una atracción mas para los transeúntes que ven en el balcón uno de los detonantes de recuerdos apasionados. Carmelo, sentado en el suelo del corredor no quiere perderse detalle de lo que sucede dentro de aquel cuarto de cuya puerta es vecino. Sujeta en su mano un papel de irregular forma tal como si fuera arrancado de la hoja final de un cuaderno. Mira la nota y pasa su mano temblorosa por su cabello. Mira hacia arriba y en el trayecto de su mirada, que da al infinito, pasa un albatros que se mueve con el viento. Adentro la mujer que ama (en secreto) hace de su sexo el amor de una noche. Sube en el cuerpo de su amante como una trapecista en celo, muerde la lengua picante que le retoca el clítoris adrede. Lame y succiona, segura y feliz, sonríe y su sonrisa es hechicera: como parte de sus veinte recursos. No le importa el tiempo de la pasión, porque no se siente espiada. El varón 18
  • 19. que la captura solo sabe una cosa: “Detrás de una mujer hermosa hay un hombre hastiado de comérsela”. Es como un cuchillo afilado en la espalda, los quejidos de su amor platónico. Aunque siempre ha disfrutado de su voz, en el teléfono cuando contesta (él solo llama y no habla); en la calle, cuando es infinitamente espiada y ahora, en la explanitud de una perfecta clavada. Se toma el pecho con ambos brazos mientras sigue excitado el choque constante de la cama contra la pared, producto de ese envión interminable que hurga con sevicia la vulva de la chica. Sabe bien del banquete que se esta propinando el hombre, y reprocha a los dioses el no poder ser el. Siempre distantes, pero con ganas de abrirla en dos, cada vez que la percibe. Late endemoniado en la locura infernal de los celos que se encapsulan para una mejor digestión. De repente todo sonido se apaga y el sabe que ella ya ha sido insuflada con la materia vil que emana aquel varón chorreándola como caramelo en chocolate caliente. Se queda despistado unos minutos y se va sollozando hasta su cama, mientras se inflinge amor el mismo, a dos manos. Eran como las tres de la madrugada cuando escucho ruidos muy tenues en el pasillo. Una puerta que chirrea mientras se cierra con cuidado y deja dormir de nuevo a todos los habitantes. Es el hombre que se marcha, dejando a su Venus despencada en la cama. Se queda dando botes geométricos sobre las cobijas, hasta que llega al fin la mañana. Como todos los días, Carmelo se dispone a preparar su ritual: Tinto con dos de azúcar, pan aliñado, huevos revueltos y una silla, para sentarse junto al ojo de la puerta, a esperar hasta las diez de la mañana, hora en la cual su 19
  • 20. delirio hecho carne sale para ir a comprar el diario. Pasaron las horas, pero extrañamente ese día, ella no asomo. Esto genero en el personaje una dislocación absoluta. Se siento asfixiado pues no sabia que hacer con su vida. Siempre hacia lo mismo: Salía disimulado detrás de ella, la seguía hasta el quiosco de revistas, luego al café, donde ella se sentaba y pedía un café con leche y se quedaba distraída leyendo el periódico. Luego se dirigía donde Alicia, una de sus mejores amigas y chismeaban asomadas por la ventana, hasta que llegaba la hora de almorzar. Era cuando Carmelo volvía presuroso al hotel y alistaba los mismos discos de siempre, para que cuando ella volviera percibiera que el escuchaba Jazz y se llevara de el, la imagen de un hombre culto. Luego se dirigía hasta su baño, que colindaba con el de ella y escuchaba extasiado como corría el agua de la ducha mientras imaginaba, repleto de lujuria, como el liquido recorría los senos firmes y redondos de su amada, sus caderas amplias y exquisitas y por que no, su sexo caliente, que en ocasiones, para su placer privado, emanaba un vaporcillo producto del contacto con el agua fría. Daba vueltas por su habitación, se mordía los puños con rabia, se asomo más de cincuenta veces a la puerta, pero nada. El cuarto de al lado estaba en la mas absoluta calma. ¿Y si salio en la madrugada con el tipo aquel? No. Yo solo vi salir al hombre. Se repetía intentando descifrar de alguna manera que habia pasado. Los días pasaron infinitos para el, y la chica no daba señales de aparecer. Bajo a la recepción del hotel y pregunto por su inquilina, argumentando que le habia prestado algo y necesitaba recogerlo. El casero informo que no la habia visto y llamando al cuarto, dedujo que no se encontraba en las 20
  • 21. instalaciones. Carmelo desesperaba y empezó a cambiar de modo extraño. Su obsesión lo delimito y termino enceguecido de coraje rompiendo los muebles de su habitación, molestando así al dueño del hotel que intento echarlo. Un cheque con una generosa suma, puso fin a la discusión. Tres días con sus noches completo sin verla. Su alma se aniquilo a si misma y no resistiendo mas, decidió esa medianoche ingresar furtivamente al cuarto de la mujer. Armándose de ganzúas y valor, finalmente dio vuelta al cerrojo e ingreso enloquecido de emoción y pánico. Todo estaba en un silencio extraño. Pero no era el que resultaba producto de las noches. No. Este tenía algo misterioso. Las cortinas estaban corridas, pero la luna llena, mostraba todo con claridad en la pequeña sala de estar. Vio en la alfombra las prendas que su amada usaba la ultima vez que la vio y a unos cuantos pasos, su ropa interior. Se acerco fervorosamente y no resistiendo, la tomo y la olio con fuerza apretando aquellas bragas contra su rostro. En una mesita había botellas de vino destapadas y vaciadas. Dos copas junto a estas y un cenicero repleto de colillas. “La fiesta habia sido dura”. Pensó Carmelo mientras avanzaba hacia la habitación de la mujer. Al abrir la puerta, un fuerte olor salio del cuarto enredado en la mas infinita oscuridad. A tientas logro hallar el interruptor y la luz revelo la verdad. Allí estaba ella, completamente desnuda, como si estuviera aun dormida, pero su color amoratado, las manchas de sangre por doquier y la herida en su cuello informaban claramente que estaba muerta. Carmelo apoyo su espalda contra la pared y se deslizo impactado hasta quedar allí sentado, contemplando la surrealista escena. 21
  • 22. Sus ojos se posaron en una botella de vino, aun sin destapar, que estaba bajo la cama. Con sus pies la trajo hacia si y la destapo bebiendo sorbos largos, mientras encendía sus cigarrillos sin freno alguno. “No es justo” Pensaba “Ni siquiera tuve la oportunidad de decirle lo que yo sentía” Lagrimas de rabia rodaban por su cansado rostro.”¿Ahora que hago, que hago?” Se repetía tontamente hasta vaciar por completo, la botella de vino. La miraba fijamente y se sentía doblemente extraño ya que, a pesar de la escena, la desnudes de la chica lo excitaba. Ese cuerpo carmesí encerraba toda belleza y ni la sangre ni la descomposición podrían alterarla. No cabía duda alguna, era una diosa. La policía entro violentamente, alarmada por las llamadas de los demás huéspedes, quienes informaron que algo extraño estaba sucediendo en aquel cuarto. Encontraron a Carmelo desnudo, penetrando aquel cadáver maloliente una y otra vez. El pueblo lo vio salir del hotel, aquel ocho de diciembre, esposado, pero con una extraña sonrisa de satisfacción en sus labios… 22
  • 23. LA MASCARA AFRICANA Nunca supe muy bien por que aquel profesor habia llegado a parar a aquellas tierras cafeteras, tan lejanas del calor y el bullicio de la costa. Solo entiendo que se adapto perfectamente a los climas y costumbres que distan bastante de las fichas de domino tropical y hamacas de arena. El camuflaje le funciono perfecto. Yo bostezaba esa mañana, encorvado en el viejo pupitre escolar, intentando con poca pericia, plasmar en la hoja de mantequilla el croquis del continente africano. El personaje de ébano con forma de esfera, enseñaba en aquel salón que colindaba con las matas de plátano desteñido del rastrojero de nadie de las montañas. Zambo este atrapado en el universo de la exageración. Daba su cátedra detrás de la banda sonora de percusiones de tambores de cuero de res templado, como sus historias sin sentido. Nosotros éramos la tribu que observaba inquietada y hastiada de desechos defecados por la boca de un ciego guiando ciegos. Disco en el labio, a mil revoluciones, macerado por una aguja oxidada que daba la impresión de que la victrola se iba a descoser en cualquier momento. Hablaba historias sin sentido, convencido que el nutriente inyectado a las cabezas de sus alumnos germinaría haciéndolos mas listos. A grosso modo, yo diría que era un imbécil… Las hienas animaban con ruiditos de fondo la clase, que avanzaba con dificultad, como una oruga a punto de explotar. Este profesor de acento láser costero, nos sumergía en el estanque de la no educación, hasta 23
  • 24. hacernos perder el oxigeno. Velaba, eso si, porque las puntas de las lanzas de sus palabras se enterraran certeras en las cebras de nuestros ojos, palabras rodantes y mitocondrias volando. Contaba historias de hipopótamos blancos de cien codos de altura, que bailaban danzas a escondidas de la noche, orando por el regreso de las lluvias. Hablaba de jirafas con cuello escalonado, por donde subían los eunucos que declamaban dadivas a los dioses del fuego. Inventaba lugares que eran planicies encarnadas en la tundra, desde donde recorría pasajes de su infancia, envolviéndolas con la malaria de la historia política de nuestro país, cordilleras de aburrimiento, y ese sabor en la boca de que uno salía del aula, sabiendo menos de cuando entro. Teníamos en nuestras filas, para alivio de la tribu, a un chico que aficionaba por tallar mascaras africanas de madera. En una noche de copiosos mosquitos, nos reunimos a hurtadillas al borde del pantano y le encomendamos una misión, a la cual este no se pudo rehusar. Como todas las madrugadas, nos dirigimos a la choza del protuberante desinformador de nuestras vidas, y junto a mi fiel militante seguidor del cadomblè, al cual le teníamos por nombre “El negro” le robamos la bombilla de la entrada, por enésima vez. Esa era la señal, para el inicio de nuestro elaborado plan. El proxeneta de mentiras, se calzo sus gruesas chanclas de ajuste imperfecto en el dedo mayor del pie, y salió a corroborar lo que ya sabía de antemano: lo habían robado. Salió con la yesca en las manos, intentando rasgar las tinieblas y fue ahí, donde mis compañeros y yo, caímos encima de esta pelota de manteca y falsedades, propinándole fuerte cocotazos en la cabeza, hasta hacerle perder el sentido. 24
  • 25. En medio de aquella mañana naciente se pudo ver a un grupo de viajeros arrastrando con energía el cuerpo deforme del profesor de geografía del colegio, rumbo a la casa de nuestro amigo el tallador. Este nos recibió con chispas secas de excitación en sus ojos y nos pidió que lo pusiéramos encima del banco de trabajo. Lo sujetamos fuertemente con correas y luego nos pidió, de manera educada, que lo dejáramos solo. Nos sentamos en el living del hogar y pasamos las horas comiendo raíces de mandioca y lavando nuestros uniformes con índigo, pues teníamos clases de calistenia al mediodía. Escuchábamos gritos atroces y lamentos marroquíes desde el taller, pero nadie se atrevió a asomarse. Decidimos entretenernos trepando palmeras y bajando cocos, para saciar nuestra sed en aquella mañana redentora. Finalmente el artista asomo con una sonrisa definida en su jeta, de oreja a oreja. Nos pidió que pasáramos a ver su obra febril y entramos presa de la emoción y el pánico. Allí estaba, colgada en la pared, la mascara tallada en la propia piel de nuestro querido profesor, y para alivio de todos, tenia la boca cocida. Sus ojos delataban espanto, al ver desperdigados por todo el taller, sus propios sesos, que nos servirían para más tarde, como congas encantadas del berebere. Desperté exaltado y confundido. La clase ya habia terminado. Decepcione al ver que todo habia sido un sueño. Ya estaba por irme cuando vi pasar por la ventana la silueta de un enorme elefante… 25
  • 26. EL PROTOTIPO PERDIDO Sabíamos que el amanecer traía consigo las cigarras venenosas desde la montaña. Sabíamos que el viento de tierradentro era prolijo en esporas araña que se depositan en los pulmones y comen destruyendo cada bronquio. Nos había dicho muchas veces acerca del prototipo en el que están inscritos los resabios del sacerdote, robado de una piedra antigua que el Vaticano guarda en uno de esos salones secretos en los que es imposible entrar. Y ninguna advertencia sirvió para detenernos en la búsqueda, que sabíamos traería tranquilidad a nuestro pueblo. Después de la última bomba las personas habían perdido la esperanza. La luna los devoro sin piedad. Gritos desesperados aturdieron la montaña, la cual se quejo herida y maltrecha por algo. Campesinos desenfundaron sus machetes y se hicieron un harakiri improvisado. Las mujeres corrieron camino abajo, hasta llegar al cruce de carreteras y escaparon a la capital. Entonces decidieron, sin querer, terminar con toda la farsa y encendieron todas las casas. El fuego se veía como una inmensa ola anaranjada que llamo la atención de los paramos, que se quejaron bostezando por la interrupción anormal del cotidiano sueño. Mar de llamas en donde decidieron ahogar su temor. La incomprensión. El día llego y el sol marco las casas con su luz. Casas que ahora son de viento. Nuestra partida obedeció a las circunstancias, nada más que a ello, porque en las ruinas del Líbano –así se llama el maldito pueblo- habíamos construido una verdadera promesa. Que nadie diga que lo que intentamos es un árbol de raíces 26
  • 27. muertas, porque desde la desesperación han surgido las soluciones, desde la crucifixión fue vertido el perdón para el mundo, sin restricciones, en democracia; tan olvidad en estos días. Así que si ahora quieren regresar que se acostumbren al nuevo nombre, ya no es Líbano, es Cantabria hogar de los valientes, origen del nuevo equilibrio, bandera ondeante en los andes. Aun quedan resinas del tal Líbano, pero cada vez son menos visibles, pues cada vez están quedando más y más cubiertas por la hiedra. 27
  • 28. LA YURIS Retiro sabroso a las montañas enmalezadas, con Nilmar y La Yuris, que era una nena de planes abiertos y animados. Éramos como agujas desquiciadas de brújulas corpóreas en celo. Los dos la vimos reírse descomunalmente hasta el lejísimos, mientras nos tocaba abajo con actitud sonora. Nilmar, el tenaz para las tramas, se la en revesó a discreción y sin interrupción, con apetito montañero, ese de frijoles y lentejas, mientras yo aprendía como indígena africano: viendo y practicando. Después llego mi turno, y yo arremetí con furia en la faena taurina, con mi capote morado, haciéndole la media verónica a la jovencita, con todo y esferas. Mi compañero, sediento de tanto vagar por los desiertos de la masturbación, se le volvió a montar encima con su tubo de ensayo, atiborrándole otra dosis de suero urético. La Yuris, maniobrada por los hilos de su ninfomanía, tomo mi obelisco pélvico y se lo sorbió hasta que mi interno universo lácteo fabrico de nuevo el producto, empapándole su rostro de semen, en completo silencio. Nunca olvidare la imagen de sus costillas marcadas de ramas y piedrecillas cuando se levanto para colocarse de nuevo sus calzones rosados, untados de nuestra jalea masculina. Un mordisco coqueto con color de frecuencia modulada se dejo ver en uno de sus senos y al darse cuenta, nos mando a comer mierda mientras bajaba apresurada trocha abajo hacia el pueblo. El Nilmar se toteo de la risa y yo me quede ahí parado, con la bragueta abierta y los testículos desocupados. Eran ya más de las seis de la tarde y nos fuimos tras ella, pues era fácil perderse entre los crecidos rastrojales del monte. Bajamos por algunos minutos y nos preocupamos de no ver señales de nuestra compañera. Solo se escuchaban tenues ladridos en lo más 28
  • 29. profundo de las insólitas paredes del bosque. Me llamo mucho la atención percibir que esos aullidos excitaban mi tester. Se me hacían familiares y los traspuse en mi saliva, mientras escupía. Nilmar continuaba su camino en segura señal que la Yuris le importaba un carajo. Yo por mi parte, trataba de encontrar algún indicio que me llevara a ella, pero nada. El manto nocturno cayó en incongruentes surcos y llegamos a tientas a la carretera que daba al pueblo. Bajamos en silencios redondos y Nilmar se despidió en la curva que daba hacia su casa. Yo me dormí esa noche fastidiado dejando escapar la noche entre los ladridos de parlante de los perros de la calle, que estaban más alborotados que nunca. No volvimos a vernos. Nilmar, con el paso de los días, pasaba por mi lado y ni me saludaba. Yo hice otro tanto, pues a mi también me era indiferente. A veces recordaba a la Yuris y me preguntaba que había sido de ella. Un día, la gente del pueblo se encontró intranquilizada, ya que los perros se estaban yendo en manada hasta el monte aquel. Monte Tauro. Formaron una comitiva, en la cual yo me incluí, para ver que era lo que pasaba. Los sabuesos corrían enloquecidos entre los árboles, oliendo de vez en cuando el piso, rastreando su objetivo. Se nos adelantaron un poco, y cuando los alcanzamos, todos quedamos boquiabiertos al verlos montar, gozones y con la lengua afuera, a un animal con calzones rosados enredados entre sus patas. - “¡Que vaina!” – Pensé. La Yuris se había vuelto una perra. 29
  • 30. Y mi pueblo, feliz de mostrar su piedad al dejar al descubierto, lo que debe mantenerse en secreto. MUJERES Ella adivina siempre cada átomo de lo que piensa su madre antes que en las mañanas le habrá la puerta de su cuarto. Ella sabe que ya es mujer, y su madre lo sospecha. 30
  • 31. FRENTE A LA ESTUFA Recuerdo ahora esos años de mi infancia, sentados cerca del calor de la estufa de leña, cuando la familia se reunía a esperar los tamales, circulaban como el chocolate y las empanadas las historias, como un ingrediente más de las comidas navideñas. Siempre empezaban cuando se acababa la novena de aguinaldos y esperábamos al niño Dios. La función iniciaba con más personas para lo que estaba construida la cocina y en la cercanía de la enorme estufa; con el parpadeo del fogón y el sonido repetitivo de los grillos afuera. Mi mente me trajo una de esas noches. El abuelo empezó a contarnos una historia que se desenfundo en forma de relato inquietante. Se llamaba: La historia de la profesora. Un cuento que nace en las entrañas mismas de mi pueblo y describe a una mujer de unos cincuenta años que se encargaba de dar la cátedra de español en el colegio ese que queda en la entrada del pueblo. Siempre fue un personaje sui generis, que creció en un internado para señoritas, dirigido por monjas enclaustradas que prohibían todo tipo de conducta o pensamiento alejado de su férrea disciplina. Por esta razón, siendo tan niña, se valía de una vela y bajo el amparo encriptador de las cobijas, leía libros prohibidos y poesía de escritores malditos. Genero en su cerebro, una realidad tangencial que delimito su rol en la sociedad y a la vez, abrió el ojo dormido de la percepción material conocida. Pasó por su adolescencia la época del hipismo y allí conoció toda clase de sustancias que expandieron sus neuronas más allá de lo permitido por esas extrañas 31
  • 32. leyes de dios. Encontró una noche de drogas y alcohol, un portal inanimado y tuvo tratos extraños con el chimbiláx diabólico, que le concedió poderes desiguales en su adentro. Fue así que encaro animada la práctica alquimista y de esta experimentación obtuvo como resultado la formula mística de traer a la vida material, cualquier tipo de forma humana pintada al óleo. Se entretuvo en la soledad de su hogar dando vida a toda clase de obras: la gioconda le comento el por que de su enigmática sonrisa, un autorretrato de Da vinci, le confeso en un amanecer de truenos, secretos que no le pertenecían, Tutankamon y su mascara de oro aclaro para ella, todos los secretos del antiguo Egipto. Esta maestra vivía fascinada recopilando la historia de la humanidad y decidió llevar un libro, en donde guardo todos estos datos. Los años pasaron y la profesora llego al pueblo en donde conoció a un hombre con el cual se caso. Pero para su desdicha, no podían tener hijos. Esto la sumergió en una tristeza infinita y se avoco a la enseñanza, como forma de olvidar sus pesares. Su esposo no conocía nada acerca de las habilidades secretas de su mujer y ella dejo de practicar aquella alquimia salvaje por muchos años, pues ahora su vida era toda para la enseñanza y para su hogar. Pero después de varios lustros, el deseo de ser madre se apodero completamente de ella. Deseaba tener un hijo con todas sus fuerzas y llego una extraña oportunidad que le valió muchas consideraciones. Una tarde fue a visitar a sus padres. Su madre, de avanzada edad, le pidió el favor de ir al cuarto de san alejo de la casa y buscar unos jarrones de flores, para regalárselos. La maestra ingreso al cuarto, tomo lo que buscaba, pero noto que en un rincón, habia unos cuadros enfundados en una tela 32
  • 33. amarillenta. Recordando su viejo oficio, los tomo y se los llevo a casa, a escondidas de sus progenitores. Se encerró en su cuarto, mientras su esposo estaba fuera del hogar, y desenfundo los marcos. Uno de ellos era un óleo temático del libro “La divina comedia” en donde se visualizaban todos los anillos del infierno. Se podían ver miles de almas en sufrimiento, todas sometidas por el enemigo malo. El otro cuadro era un retrato. Se quedo sorprendida al ver que era un retrato ¡Nada mas ni nada menos que de ella misma! Tenía aproximadamente unos nueve años y fue pintado en la década del cuarenta. Se le podía ver con una suave mirada, tez blanca, muy blanca, y ojos azules brillantes, producto de la pericia del artista que la pinto. La profesora se quedo largo rato allí, contemplando el fresco y tuvo una idea que le pareció brillante, pero que le costaría mas de lo que se podría imaginar. Los meses pasaron y un día su esposo tuvo que salir, por negocios, fuera del pueblo por algunos días. Ella lo despidió, extrañamente emocionada. Luego se dirigió a su cuarto y de un gran cajón, extrajo los viejos materiales con los cuales practicaba su alquimia salvaje. Su idea era traer a la vida a aquella niña del óleo, para así, convertirla en su hija. ¡Quería convertirse en la madre de ella misma! Durante horas revolvió sustancias y calentó en su pebetero toda clase de polvos y aguas. Luego vertió todo en un tubo de ensayo y agrego unas cuantas gotas al retrato. Fue entonces cuando su arte surgió efecto. Del marco empezó a salir, lenta y complicadamente, la niña, que era ella misma y se quedo allí parada, silenciosa y hermosa. La profesora lloro de la emoción de por fin tener una 33
  • 34. hija y la abrazo con dulzura. Pero noto que su hija no le decía nada y permanecía inmóvil y fría. Al ver esto, se dirigió de nuevo a la mesa y reviso cuidadosamente todos los materiales utilizados, sus apuntes y el procedimiento, para ver en que habia fallado. Pero no encontró nada. La niña continuaba allí estática. Respiraba, si, de eso no habia duda. Entonces ¿Qué ocurría? Tal vez la falta de practica durante tantos años le habia hecho perder su tan singular don. Furiosa maldijo al chimbiláx diabólico y arrojo todo el contenido de la mesa al suelo, en un arrebato de ira y locura incontrolable. Luego se sentó en el suelo, dolorida a llorar, bajo la mirada fija del ser que habia traído a la vida. Pero entonces ocurrió lo peor. En su rabioso movimiento de tirar todo al suelo, volcó tambien el tubo de ensayo que contenía la sustancia en cuestión, que cayó por completo sobre el otro cuadro que habia traído de la casa de sus padres: El óleo del infierno. En poco tiempo todas estas almas retratadas y sufrientes volvieron a la vida y escaparon presurosas, pues se habían liberado, sin saber, de su tortura eterna. La maestra, presa de un incontrolable temor, se quedo como petrificada con la escena y por mas que quiso, no pudo mover ni un dedo. Un olor a azufre inmundo lleno en ese instante toda la habitación. Ante los ojos horrorizados de la mujer se le presento el chimbiláx diabólico. “Le has dado libertad a todas mis almas sometidas. Tu error ha sido tan grande que deberás pagarlo eternamente, tal y como lo estaban haciendo todas ellas. Nunca debí haber hecho tratos contigo” Un grito sordo se escucho después de eso en aquella casa. Después todo quedo en silencio. El esposo regreso días después ¡Y cual fue su sorpresa! Su esposa no estaba por ningún lado. Lo más inquietante fue que encontró a una niñita, sentada 34
  • 35. en su sala, leyendo los libros de su mujer. El hombre se le acerco y la única respuesta que encontró fue: - Yo soy tu hija. El hombre recorrió la casa entera, pero no encontró nada. Solo percibió que algo habia ocurrido en su cuarto, pues habia allí toda clase de cosas tiradas en el suelo: Botellas, un pebetero, sustancias extrañas, pero nada que le diera el paradero de su esposa. El fuerte olor a azufre, aun impregnado en las cortinas, le infundió temor. Dos días después se fue del pueblo, llevándose todas sus pertenencias, y por supuesto, a su nueva hija. Lo único que no se llevo, por recomendación de esta, fue un cuadro abandonado en un rincón, el cual ella misma cubrió con una sabana blanca. - Esto dejémoslo aquí padre. No lo quiero llevar. El cuadro cubierto retrataba a una mujer gritando en el infierno, con sus manos extendidas como si quisiera escapar de allí. Solo un ojo entrenado podría percibir que de los ojos del dibujo, brotaban minúsculas lágrimas, que eran reales. El fuego de la estufa se apago. Todos quedamos en silencio después de escuchar aquella historia. Yo alargue un sorbo largo de chocolate y pregunte: - ¿Y que paso con las almas que se escaparon del infierno? - Esas almas – Contesto el abuelo – Aun permanecen por hay vagando por los montes del pueblo. Por eso, ir solos al río, o ir al nacimiento de agua a jugar con la manguera, desobedecer a los mayores, dejar la sopa, burlarse 35
  • 36. del mal ajeno, bañarse el viernes santo, decir palabras soeces, mentir, hurtar, todo eso es peligroso porque se pueden encontrar con alguna de ellas y se les puede meter en el cuerpo. Nos quedamos mirándonos aterrados. - Pero tranquilos, no se preocupen. Si se portan bien, nada malo les va a pasar. Vamonos a dormir… ¡Ay, abuelo!... ¿Por que nunca te hice caso?... 36
  • 37. TUMBA DE MÍ Mi sueño recurrente debió desaparecer el mismo día que decidí sacar de mi mente las viejas rencillas que, noche a noche, habías dejado en mi habitación. Comenzaba la pesadilla viéndome en la entrada del cementerio. Un cementerio distinto cada noche. Una puerta con rejas blancas, también invariable, de las cuales una hoja estaba abierta. Adentro, miles de tumbas. A veces de diferente tamaño, pero casi siempre simétricas incrustadas en paredes altas, como apartados aéreos sin números de identificación. Me detenía siempre a contemplar las bóvedas familiares finamente adornadas con imágenes de santos en metal fundido. A veces solo había cruces de madera oscura en una inmensa llanura de ocre falso, ordenadas en líneas paralelas, equidistantes, todas adornadas con cintas rojas amarradas en la intersección forjadoras de la cruz, haciendo de moños para regalo, con largas puntas que daban hasta el suelo. Un cementerio en particular llamo siempre mi atención. Los sepulcros que encontré al cruzar la puerta ídem, eran de un tamaño colosal. Cada lapida tenía un tamaño similar a la fachada de una casa. Un rio corría sobre una canal de mármol blanco, por la mitad del pasillo central, en el cual flotaban brazos mutilados de muñecas de plástico. Avance, como lo hacía en todos los sueños, adentrándome hacia un lugar donde una tumba atraía mi atención. Al ponerme frente a ella descubrí que existía una escalera que daba al interior, los escalones tenían una altura considerable, debido a ello, 37
  • 38. tuve que saltar con cuidado amortiguando la caída. Sin dolor pero con estrujones verídicos pude salvar los veintinueve escalones que daban al nivel inferior. La pieza sólida de granito, que hacía de lapida, estaba iluminada por dos veladoras tan grandes como pilares de iglesia. Curioso fue encontrar también allí, en el enorme salón, dos, aparentemente, cómodos sofás en cuero negro, tal vez para visitantes de tamaño descomunal. El recorrido onírico continuaba con una minuciosa, aunque infructuosa, búsqueda de nombres en las lapidas, solo adornadas con relieves de la virgen, y con números de tres cifras que empezaban con cinco. Haciendo esta pesquisa me encontraba de repente en un lugar libre de tumbas, en la que solo podía verse un sepulcro simular a los que había visto pero alejado y detrás de él una puerta, un bosque, un pacillo o una forma cubierta con una manta negra, de los que intuía algo estaba allí, observándome. Incluso en el cementerio de gigantes, tuve la sensación que detrás de uno de esos sillones había algo escondido. A pesar de mi desconfianza, siempre me acerque a mirar la lápida, en la que encontraba horrorizado el único nombre grabado en todo el cementerio, el cual siempre fue el mío. Salía corriendo, huyendo de eso a lo que le temía, pero que nunca vi, a pesar que muchas veces miraba hacia atrás. Dejaba atrás los pasillos, o las cruces, las bóvedas familiares, las fuentes, las estatuas. Las escaleras altas tampoco fueron impedimento, pese a que en ese sueño pude escuchar las pisadas, que hacían templar el suelo, y la respiración del ser, como un ventarrón que se filtra en los pisos superiores de un hotel frente al mar. Despertaba con los primeros y tenues rayos del sol en la mañana, que como un flotador para niños me salvaba de ahogarme en mi propia creación. 38
  • 39. Segundos después estabas tú en mi cabeza, en la noche precedente al sueño recurrente, viendo por la ventana el cielo que se había descubierto; nunca pudiste resistirte a dejar la ventana cerrada, mientras me traías tus inconformidades, el abanico de necedades en las que sufrías. 39
  • 40. LA RAIZ DE UNO La raíz de uno fue un día uno. Semejante descubrimiento lo hicimos el día que le llevamos un trabajo al profesor de matemáticas, y eso que estábamos en once grado y sabíamos de esta operación desde hace ya varios años, pero nunca lo habíamos comprobado. Es que el resultado trae conclusiones interesantes cuando se extrapola en numeral con la relación a objeto o a sujeto; o sea, uno es yo, tú, él o eso. Nuestro profesor, en alguna noche de estudio, decidió sacarse a si mismo una raíz cuadrada…y lo logró. De este cálculo germino como un lirio un pequeño maestro de encéfalo gigante y de nariz afilada, el cual llamó, equivocadamente, hijo. Nadie lo veía, porque en idioma matemático extracorpóreo el axioma generador de carne y huesos es imposible, en otras palabras, el profesor veía un pequeño ser que nadie más podía ver y que por ser raíz exacta era exactamente igual a él. Se miraba en el espejo repetidas veces, después de esa escabrosa operación matemática, y se peleaba con producto sin residuales. Un niño casi hermoso que jugaba Play Station después de almuerzo y calificaba trabajos en las noches; un jovencito reprimido que se le obligaba a estudiar tres horas seguidas, en la incómoda silla de su parte dominante. Esa tarde cuando llegamos a tocar a su puerta, asomo la mujer por la ventana –su esposa, tal vez- con el escudo del colegio en la pijama. El hijo abrió la puerta y llamo a su padre, el cual nos vio con desprecio, pero alejo de nosotros sus ojos al comprobar que uno de los cables de la consola estaba fuera de lugar. El padre reprendió a su hijo tenazmente ante nosotros y lo envió a su cuarto a estudiar, como de costumbre. Nos quedamos 40
  • 41. asombrados al contemplar el monologo de un señor que hacía de maestro y de niño al mismo tiempo. Nos quedamos con el trabajo en nuestras manos esperando que el niño volviera ser nuestro tenebroso profesor y bajara las escaleras para recibirlo. No bajo más en esa tarde, seguro que estudiaba como su padre le había ordenado. Las matemáticas no son tan complicadas, pensé, solo es cuestión de práctica. Se encerraba por horas en su gabinete de áreas perfectas, a pensar el día de mañana. Veía apresumbrado como sus estudiantes, nada aprendían de lo que el enseñaba, como si no les interesara. Entonces llamaba a su hijo y lo acomodaba catedrático en el escritorio, mientras dictaba los ejercicios que sus pupilos no podían realizar, y veía asombrado, como su querido retoño creado en pseudocodigo, si sabia como hallar las respuestas. ¿Y entonces? La culpa era de esos vagos, por eso decidía amargar mas las vidas de jóvenes sin sueños ni futuro, haciéndolos peregrinar todas las tardes después del colegio a tres horas de terapia intensiva en el calculo diferencial, convencido de que ese era el único bálsamo que salvaría sus almas… Lo veíamos boquiabiertos en algunas de esas sesiones, hablando solo y golpeándose la espalda con el viejo rejo de siete ramales. Lo que no sabíamos era que en realidad estaba adoctrinando de manera contundente a su hijo producto de su yo residual, alimentado por la consigna ineterna de que “La letra con sangre, entra” y el quería para su hijo, que entrara por todas las formas posibles. Algunos se reían de ver estos espectáculos por lo bajo, pero eran detectados por el encéfalo desproporcional del niño, que los miraba echándoles mal de ojo, el cual era contundente, pues segundos después, su querido padre estaba pasándolos a la pizarra, en pos de buscar respuesta a un algoritmo imposible. 41
  • 42. Pero mas fue su descontento al observar que un día su niño no quiso parase de la cama. Le llevo un desayuno de parábolas y elipses, pero el pequeño no pudo levantar si quiera un dedo. Entonces el ser catedrático fue doblegado por el instinto paterno y alzándolo en sus brazos, lo llevo corriendo al hospital más cercano. Sentía su sufrimiento como propio, y los numeradores del frio congelaron su calva, mientras gritaba desesperado por los pasillos en busca de un medico, el cual quedo impactado al ver a este hombre, arrullándose a si mismo, como si fuera un niño. Fue internado en el psiquiátrico, donde paso sus días y sus noches, cabildeando como volver a ser de nuevo uno, pero recordó entonces que su hijo fue producto de una alteración de los naturales primos, y que solo era divisible por el mismo y por uno. Entonces se llenaba de orgullo y llamaba a los enfermeros, mostrándoles orgulloso a su amado primogénito, que no era otra cosa en realidad, que el reflejo de su rostro en el vidrio de la ventana… 42
  • 43. RINCON ROMANO Puso su cabeza en el piso, mirando las velas encendidas. Observo como desde esa posición parecía recorriendo un palacio abandonado de enormes pilares en parafina multicolor. Debido a lo incomodo de su posición: de rodillas y con la espalada en torsión; decidió acostarse por completo en el frio andén. Afuera ya asomaba la aurora. Era tiempo para soñar. Un rincón del templo romano es habitado por un perro que deambula, con sus pulgas latinas, dentro de los salones casi nulos de un imperio en decadencia. El perro tiene como cama la capa roja del traje de un centurión. Rojo cansado de crecer como los atardeceres encapsulados de lascivia nueva. Los pilares que se levantan delante de él son las piernas gordas y varicosas del gigante de Europa: mujer en adolescencia; y los techos adornados finamente, como golfa pintoreteada. Ladra de vez en cuando a otro perro intruso que quiere tomarse el gran salón de armas, y persigue los gatos garosos traídos de Egipto por un emperador olvidado. Símbolos que hablaron y se dejaron a un lado, como un manual de instrucciones de confort y formas para armar. La niña tendida en el suelo jugaba además con su pelo largo, haciendo círculos perfectos con hilos de su cabello, formando inestables bucles. Mira a la calle: vacía sin reproche, y despide las velas que parpadean a punto de extinguirse. Se sienta ahora apoyada en la fachada de su casa, y ve como desde barrios lejanos arrojan voladores que explotan tremolados, como deben ser las estrellas que se mueren, o como son los gritos en los oídos de los amantes. Vestigios babilónicos de la fiesta de anoche, envuelta en luces rojas y manchas de rouge en la pared. Ella se incorpora inocente de tales 43
  • 44. sucesos y observa con gracias los cuerpos de los hombres y las mujeres desnudos y con resaca, recostados por todas partes. La orgía por fin habia terminado y ya nada más queda. La niña se dirige al estanque y mete sus pies en el agua clara, mientras espera. Una nube cubre al sol y todo se oscurece en el templo. Ella descansa recostada en el viejo mural, mientras observa a las mujeres retirarse en silencio. Los hombres conversan gruesamente y beben desaforados de sed caliente. Ella vuelve suavemente a su rincón y se queda allí, esperando. Cae de nuevo la noche, que además por hoy trae brisa de oriente. Un nuevo grupo de mujeres ingresa y entre cánticos extraños, tiznes de pared, danzas y risas, son devoradas completamente por el apetito sexual de los hombres, que exhiben su eyaculacion, orgullosos de poder volver a hacerlo. La niña de hermosos ojos observa que la luna ha enrojecido y es entonces cuando todo pasa. De un interminable viaje ha vuelto el emperador con su tropa y al descubrir la demencia de su corte, aniquila con golpes de espada precisos junto a su ejercito a todos los allí presentes. Cabezas que vuelan, lamentos cobijados de sangre y violencia, desnudes femenina descubierta por la hoz de la muerte y aullidos largos de aquel perro, que late a distancia prudente. La hermosa criatura, la niñita, mientras aplaude y sonríe dulcemente al ver la matanza implacable de la cual es espectadora. Cuando todo termina, ella se recuesta en su rincón y duerme placidamente, bajo el aroma que emanan los viejos sauces… 44
  • 45. YEGUA Detrás de las paredes de aquel cuarto juvenil, se le podía ver rayando las paredes, encendido en imágenes de yeguas mitológicas, soñando en algún día poder ser una. Declaraba estar marcado a fuego con esa suerte, pues su cuerpo era por completo un enjambre de pelos, colmena capilar inexpugnable, enredada en un estudiante de colegio. El mejor de su clase, envidiado por unos cuantos, y detestado por otros más. Especializado en dibujo técnico, mostraba todos sus detallados planos sobre el mismo tema: Hábitat para yeguas. Complejos y estructurados tratados sobre el hombre, la yegua y su transición, para la clase de biología. Poemas endecasílabos para estas cuadrúpedas, para la clase de español, las mejores herraduras y su elaboración, para la clase de manualidades, etcétera. Estaba convencido que el seria el primer hibrido de la tierra entre el hombre y este singular animal y dedicaba todos sus esfuerzos, en pos de conseguirlo. Perfeccionaba su arte día tras día, endosando actitudes cotidianas del animal ídem en su vida diaria. Comía en un balde elaborado con caucho de llantas, sobre su colchón, se podía ver el heno sobre le que dormía, practicaba durante horas, como torcer la jeta y mostrar las encías mientras bramaba, alertando así a sus padres, los cuales siempre creían que algo le habia pasado al sanitario, y subían asustados con la chupa en la mano, para descubrir que solo era su caprichoso hijo, practicando necedades. Tan así llego su obsesión que cambio su nombre por el de Juan “Yegua” Sáenz. Así reposa su registro en las actas de grado del colegio. 45
  • 46. Disfrutaba de pasar sus tardes en las canchas del susodicho instituto jugando al fútbol, único deporte en el cual podía saciar su necesidad de dispara coses al aire y en algún descuido de sus compañeros, masticar algo de pasto, dejando después de un tiempo el terreno completamente pelado, haciendo a su vez despedir al jardinero, expulsado por su incapacidad de cuidar los verdes del colegio. Este no hacia sino rascarse la cabeza, pues no entendía que habia pasado. Su periplo entre hombre y yegua lo obligaba a cometer actos bestiales de los cuales nadie se entero, como empezar a cagarse en medio de la calle, molesto de no ver salir boñigas dignas de su culo, o intentar quitarse los mosquitos de encima moviendo las nalgas, ya que el infeliz, por ser humano, no le colgaba rabo alguno. Termino metiéndose un trozo de madera por el orto, coronado por una puntilla con cordones atados y así, en la intimidad de su cuarto, practicaba movimientos de cadera efectivos para el dominio de esta disciplina peculiar. Gustaba de reunirse algunas tardes con sus amigos, tambien dibujantes, y desnudarse metiéndose el dicho trozo por donde siempre y poniéndose en cuatro patas, mientras sus compañeros, amantes del tenis de mesa, sacaban las raquetas atestándoles fuertes palmadones en el culo con las mismas, mientras nuestro muchachito, relinchaba del placer. Estas prácticas terminaron una noche, cuando su padre entro sorpresivamente a su cuarto y descubrió el jueguito. Fue castigado y se le prohibió frecuentar a estos otros mucharejos. Nuestro protagonista, empezó a enceguecerse de rabia, la cual puso sendos huevos en su cabeza, los cuales rompieron el cascaron en una idea peligrosa, que decidió llevar a cabo. 46
  • 47. La noche esa en que se fue la luz en el pueblo, en medio de la tormenta, invoco en plegaria nonadimensional al enemigo malo, al dueño del infierno, mas conocido como el chimbiláx diabólico. Unto sus ñatas de sangre de gallinas decapitadas y espero paciente a que hiciera su aparición. - Me has invocado. - ¿Qué quieres de mi? - ¡Oh poderoso chimbiláx! Deseo convertirme en una yegua esbelta y hermosa. Yo ha cambio te entrego mi alma. -Tu alma no quiero, tengo bastantes y mucho mas valiosas –respondió Chimbiláx diabólico lleno de grandeza- lo que quiero ahora es muy simple y se que podrás dármelo. Correrás transformado en Yegua por caminos de los que soy dueño y llevaras en tu lomo una mujer caníbal que seduce a los hombres. -Lo haré pero hazme una yegua hermosa, tanto como tu mujer caníbal. -Entonces no se diga más y corre esbelta con tus mulos poderosos. Corrió por las calles inundadas del pueblo, en el que las personas, unidas por la humanidad que les es impuesta, presentían que algo malévolo había parido la noche. Nadie salió a ver que animal corría raudo por el pavimento, con unas fuertes pisadas enmascaradas con castos de Agatha. Rezaron juntos pensando que así alejarían el peligro. El mal persiste porque es necesario. 47
  • 48. LABERINTO (CAJA NEGRA) Próxima esquina. Vuelta entrecortada de otras pisadas. Estoy en este laberinto. Hay una mujer. Una mujer que corre delante de mí. Observo sus piernas de blanco papel moverse con rapidez. Piernas que me despertaron del entresueño amnésico de esta mañana. Sus pies descalzos amasan el pavimento. Pisa firme. Puedo ver como el asfalto tomas ondas encriptadas de ella misma, y va dejando ese rastro desolado por donde va. Sus talones hacen de martillos que golpean los metros, aglutinados detrás de cada paso. La mujer de piernas cortas huye de alguien a quien le recuerdo. En su mente yo estoy dibujado como un hacha de hielo, mientras sonrío sonoramente de alba perturbada. Adelanto mi mano y tomo su hombro descubierto. Algo de suave tracción inunda la palma donde retoñan dedos largos y flacos como tallos de crisantemo, de los cuales un anillo de calavera me quiña un ojo. La imagen de un cráneo inerte que se ríe siniestro y se amplifica en un fondo negro ensordecedor. Sus dientes se acercan en cada carcajada hasta meterme en su boca y de esa penumbra surge de nuevo la mujer a quien persigo, aun de espaldas y con sus cabellos largos, negros, recogidos en cola de caballo. Ella bajo tacita por detrás de la calle de aquella virgen blindada de pintura blanca y yo empiezo a notar que el suelo ahora es polvo y arcilla aderezada de piedras. Si. El laberinto se ha presentado en toda su majestuosidad y nos entramos sin más ni más a las entrañas mismas del monte Tauro. El de siempre. El viejo guardián de las inmundicias del pueblo. Entonces ella gira su cuello y me observa por primera vez. Éramos dos vírgenes hasta ese momento y como un pacto sagrado ahora estaremos unidos en este recorrido. El camino se vuelve pendiente y el paso se hace 48
  • 49. más lento, pero ella sabe bien que yo estoy ahí. Las salientes de roca y las puntas de las ramas, a veces me van dejando un recuerdo enrojecido en mi piel. Hay algo en el aire. Es su perfume, que se destila con su sudor femenino y me anticipa visiones del bunker íntimo de su alma. Sangre que se registra furiosa en el bulto de mi entrepierna y hace mas dificultoso mi avance. Soy un idiota. Estoy cayendo. Ella ya me ha visto. Yo ya la conozco. Despierto convertido en extraña forma. Soy aquel viejo tigre de monte y con garras de acero me aferro fuerte a lo que fue e intento cazar con mi voz esculpidora de tramas una presa ya cazada. Deseo retornar a aquella textura de su piel y clavar mis colmillos como en los viejos tiempos. El cansancio empieza a apoderarse de mí y mis jadeos retumban colina arriba. Ella avanza constante, y sus pisadas me invitan a alcanzarla. Me estrello torpemente con mis miedos, pero la elipse de mi carrera desemboca en la inevitable intersección con su trayecto. Nos miramos de nuevo envueltos en la escafandra esa del “Tanto tiempo sin vernos”, pero todo permanece intacto. Los sentimientos siempre incuban en alguna zona desconocida y se vuelven a reproducir con gloria al contacto. Su presencia desquicia mi organismo. Surgen de mis células mitosis volátiles que anuncias paradigmas de momentos ya vividos entre ella y yo y nos rodean en extraña danza tomadas de las manos y gritando miles de cosas al mismo tiempo. ¡Basta de pensar! Me digo. Pero no puedo hacerlo. Los remordimientos y las fisuras de mis cien caras son individuos con vida propia y son incontrolables. Entonces ella toma la iniciativa. Mete fuerte su mano en mi pecho y saca con ternura mi caja negra. La deja a un lado del sendero y derrumbada de 49
  • 50. ese sentimiento añejo me abraza temblorosamente. No hay sorpresas. Todo ya tiene un registro en mí. Su cabello se enreda con el mío y nos quedamos así como suspendidos. Ahora ella quiere hablar. Me dice: “No puedo huir de ti aunque sea mi intención. Mi cuerpo es frágil y es de cazador tus piernas de atleta. ¡Mírame, aquí esta tu premio, la presa que persigues en vano, contempla el bocado y vuelve a cazar! Sus brazos se cruzan furiosos en intención de cerradura bilateral, gira su rostro al oriente mostrándome la extensión tierna de su mejilla, de donde antes se sostenían los besos de despedida, tal vez sea una escalera que cae sobre el cemento dejándome en el tejado. Ella conoce las consecuencias. Ahora todo lo que veo empieza a moverse despacio. Cuadro a cuadro acerco mi cara a su mejilla, de la que quiero convertir en una salida. Me veo en frente de una catedral barroca de la que sale una canción de órgano, que puede ser cualquiera, y me apresuro a entrar no sin antes persignarme. Entro al recinto y veo un ángel que mira al oriente, vestido de blanco y de alas postizas. Llego hasta la mejilla y le doy el beso de despedida. La hierba, que ahora es de goma bajo mis zapatos se calienta y es entonces cuando nos desperdigamos en miles de formas irreales. Estamos allí, incrustados en una antena repetidora de nada, pues dejo de funcionar hace mucho tiempo. Sus varillas tan calientes de sol, mi nueva enfermedad y tu necesidad, no tan nueva, de mandarme a la mierda. De nuevo reacciono y estoy en un pasillo sin salida. Cuadros de Monet dibujados con crayones fucsia me acompañan. Huele a aguas enrarecidas. Estoy pisando charcos repletos de Mantarrayas de origami. ¿Dónde esta ella ahora? Trato de encontrar la salida, pero el laberinto me atrajo para si, y no me quiere perder. Voy por una vuelta ciega y unos niños juegan con lluvia devotamente. Yo los llamo, pero me ignoran. Me quedo atento un 50
  • 51. instante y descubro que esta lluvia es de candilejas, deseosas de compartirme su luz. Bailan en mis manos y tratan de decirme algo. Yo las sigo indiferente, pero embelesado a la vez por su alumbramiento. Se hizo de noche y ellas me guían. Las cigarras empiezan su opera y entonces me doy cuenta que estoy bailando, montado sobre sus notas. Siento esa paz inmensa de no saber que estoy haciendo. Un espíritu de bosque, me llama con cautela y me señala un pasaje. Yo lo miro desorbitadamente, pero confió en el. Las candilejas se evaporan y ahora estoy como en un túnel. Perros negros rabiosos me ladran diligentes. Espejos derretidos están colgados en los altos muros y mi reflejo me revela cosas. Soy un tigre que va herido, cojeando y sangrando. Siento entonces como si flotara y horrorizado me doy cuenta que he caído por un abismo. Rodé sin sentido y caí de nuevo al estrecho sendero. Percibo ese aroma y me incorporo mareado. Allí va ella de nuevo. La veo caminar cada vez más lejos. Voltea y me mira como si tuviera algo decir, pero se controla y sigue su marcha. Se esta abriendo paso por los interminables pasillos siguiendo en línea recta. Los muros se abren diligentes a su paso. Las piedras se esconden tras los arbustos que se levantan para que ella transite en calma. Una estrella oscura le marca el camino y ella la persigue sin parpadeos. Yo me quedo sentado viéndola alejarse hasta la salida. Le entregue sus sandalias y no se las puso; camina todavía descalza, ahora con los zapatos en una mano y mi caja negra en la otra. 51
  • 52. CAFETAL Amanece y tres niños bajan corriendo montaña abajo, hasta llegar al rio. Uno de ellos les ha dicho a los otros que entre los matorrales vive una ballena de luz. Los otros son curiosos, y por eso lo han acompañado. El cafetal esta perlado de lluvia y los niños siente como las gotas bajan por sus rostros, mientras el sol de la montaña se asoma imponente, encegueciendo el camino. Por fin llegaron al lugar, pero no se ve nada. - Aquí no hay ballenas. Vamonos para la casa. Mama se va a poner brava - Se los juro que yo vi una ballena de luz aquí ayer… - Si claro… - Responde el tercero – Devolvámonos mejor. El niño parpadea y al abrir los ojos esta acostado, ante la mirada cuidadosa de sus hermanos. Cierra de nuevo sus ojos, para regresar al camino que da a la casa. La madre, que los ha estado llamando, se escucha en la lejanía. Se incorporan al camino, temerosos de la reprimenda; aceleran el paso, dejando al niño de la ballena restregándose los ojos para aclarar las imágenes que amenazan con dejarlo, solo en la habitación de techos negros. Se sientan a desayunar. Un momento en las mañanas donde se pueden acordar del sosiego de los distantes desayunos junto a su padre. Las miradas se encuentran conteniendo frescas luces de esperanza, algunos ojos recuerdan el negro y profundo de la mirada del padre ausente, rentado de la memoria que persiste como aguijón de abejorro. La muerte ha dejado una estela que oscurece hasta los más soleados días en los meses posteriores a la repentina partida. 52
  • 53. Después se van junto a su madre a trabajar al cafetal. La madre trabaja con energía y llora silenciosa la falta de su compañero, mientras ataca las matas repletas de café, llenando su talego con vertiginosidad. Los niños aportan con lo que pueden, ya que sus manecitas son aun muy pequeñas y débiles para el trabajo. La madre sabe disimular: confesar como el esfuerzo de los chicos en las labores es minúsculo, es inútil. Al mediodía suben de nuevo hasta la vieja casa y almuerzan rápidamente. El niño despierta y ve a su madre colocándole paños húmedos en la cabeza. Los imagina trabajando. Ve como, al caer la tarde, la madre carga en sus espaldas las lonas mojadas repletas de café y los niños recolectando algunos plátanos de las altas matas para el almuerzo del siguiente día. Los contempla ahora sentados cenando en la mesa, con la escasez de palabras que abunda en la casa. Terminada la cena, se acuestan los niños sobre los duros catres. La madre ve como su hijito tiembla sin respiro. Apaga la luz y se va silenciosa a llorar contra la almohada. Es una vida dura, que ni ella, con su pesimismo, podía imaginar y el hombre, que extraña, la dejo atrapada en una trampa para ratón, de la que solo se puede entrar, ya que las púas de acero se accionan al retroceder. El cuarto en el que la oscuridad: fina cobija de pesados apliques, acumula dentro de sus anaqueles eternos tantas galaxias como desilusiones, temores y esperanzas; termina por consolarlos con un profundo sueño sementado en el esfuerzo diario. ¡¿Día –piensa la mujer- cuándo dejaste de ser promesa de alegría, comienzo y luz; para convertirte en pesado lastre y nudo inexpugnable?! Mientras tanto, en el otro cuarto, dos de los niños se han quedado dormidos, excepto uno, el mismo que vio la ballena de luz. Esta con los 53
  • 54. ojos abiertos mirando la oscuridad solitaria que envuelve su cuarto. De repente ve un punto de luz, luego otro, y así hasta que pasa algo que lo sorprende: ¡Esta viendo a la ballena! Sus ojos se llenan de lágrimas de emoción y ante la inmovilidad trata de extender sus pequeños brazos. Las lágrimas en torrente se convierten en un flujo laminar que permite el viaje solvente de la ballena de aliento de astromelias. Una anomalía dentro del trayecto cetáceo hace que el canto abisal se transforme en la nítida voz de su padre. Entonces ve la ballena de luz que sale gigante de un estanque, abre el animal la boca, se traga junto con el catre su cuerpo débil y se vuelve a sumergir. Allí, dentro, también están algunos unicornios, conejos gigantes de blancura infinita, que juegan en los dientes y la lengua de tapete del animal sagrado…en fin, todo lo que un niño puede llegar a soñar. Su padre, convertido en canción, se lo roba en medio de risas y así, los dos se alejan más y más hasta desaparecer. La mañana descubre un hogar enredado en gritos de dolor, pues la madre y los otros dos pequeños, han descubierto a un niño que ha muerto presa de la fiebre, la noche anterior. 54
  • 55. EL FESTIVAL DEL RETORNO El anciano llego un poco después de la madrugada. Venia cansado de caminar por tierras lejanas, muchos años, pero ya volvió. La gente del pueblo salio a recibirlo. Llevaron comida, ungüentos para sus pies, esencias de oriente para ensalzar su cuerpo. El rey mando sacar las telas más finas que hubiera en el castillo para que le confeccionaran al anciano la túnica más esplendorosa del reino. Pero el anciano no habla. El anciano solo llora. Lo llevaron después al castillo del rey y ante la vista eufórica de los vasallos, soldados y la corte real, le han servido los manjares más exquisitos para que comiera. Se levantaron las copas, repletas de vino, para celebrar la vuelta del anciano y durante tres días y tres noches, una fiesta impresionante se desarrollo en señal de júbilo general. Pero el anciano no habla. El anciano solo llora. Terminado el festín, la comunidad entera, ebria de vino y ansiedad, se han llevado al anciano por las calles del pueblo entre vítores de emoción y aceptación popular. Las ventanas de las casas han sido adornadas con gladiolos y rosas traídas de los montes cercanos. Se ha quemado incienso en cada hogar para que al momento de pasar el anciano, sienta el olor purificado del recinto. Finalmente ya hacia el ocaso, es conducido al centro de la plaza principal. Con todo respeto y amor sincero tres soldados del reino lo han atado a un poste, apretando con toda la fuerza posible sus muñecas y sus pies hasta cortar la circulación, para que el anciano sintiera la profunda admiración que en ellos generaba. Es entonces cuando la población frenética empezó a gritar, a chillar de excitación y morbo. Algunos no soportando tal adrenalina, cayeron desmayados en mitad de la calle. Los hombres eyaculaban en sus pantalones sin poderse contener y las mujeres sufrían de orgasmos múltiples, llegando al punto de arrastrarse por el suelo gimiendo y aullando como hienas. Sonó entonces una trompeta real. Y todo el mundo enmudeció quedándose estáticos en sus 55
  • 56. puestos y con la mirada fija en el anciano. Es entonces cuando el rey hace una seña y el anciano es rodeado por todas partes con leña seca, que iba depositando cada uno de los presentes. Terminado este ritual, el rey se acerca al anciano con una antorcha en su mano y una sonrisa libidinosa en sus labios. Luego suelta la antorcha en la leña seca y una orgía como nunca antes vista sobre la tierra se desata. El anciano es quemado vivo y el pueblo no podría estar más feliz. Pero el anciano no se quejo. El anciano no hablo. El anciano solo lloraba… 56
  • 57. SOCORRO ¡Socorro, viene la loca del pueblo! Se acerca con sus cantos populares afinados en el mismo tono agudo usado para maldecir a los niños, que en ocasiones atizaban su mal humor con terrones secos de incienso o piedras de rio turbulento. Huyan chicuelos que ella a veces guarda, en aglutinantes bolsas recicladas, orines carmesí sucedáneo de bombas molotov. Cierren las puertas que se entra a la sala y se nos sienta en la poltrona. Cierren los ojos que se nos mete el miedo stereo. Un día se encontró con una casa de cera y se enamoró. Reunió las resinas orando artilugios ideados de alumbramientos olvidados y saqueos nocturnos. Una inquietante obra de ingeniería interna quiso que se calcara con su cuerpo el espectro de su hogar, quedando hecha también del mismo almizcle, siendo así el blanco de ataques insectarios, ráfagas de viento y resolanas repentinas. Adentro, un sofá negro, un catre al revés y una fotografía enmarcada en sólido barniz, imagen de sus lucidas épocas en otro pueblo mas humano. No le importo a nadie las virtudes de su desquicio, sino su composición. Las personas encuentran peligrosos las rocas mohosas que se tiñen de verde, cuando se camina rio arriba y evitan pisarlas. Hay un temor natural por las calles oscuras y por los campos abiertos todos elaborados del material resultante de derretir cabos de velas. La locura, entre tanto, no es un lugar con señal de peligro cuando los faroles brillan alejando la penumbra, sin embargo, todos quieren saber el lugar y origen de un barco que navega sin rumbo fijo. Todos quieren saber el por que de esa superficie. 57
  • 58. De su locura existen muchas explicaciones. Algunos hablan de un pasado prospero y tranquilo de la alta sociedad de candelabros; otros de un amor trasgresor que le quito las ganas de vivir en el mundo real del encendido; pero hay una que es de mi interés particular. Sabiase ella cantante formidable, con ritmo cadencioso y oído preciso, pero que vivía en un convento como refugiada obligada de un matrimonio asesinado. Cantaba en las noches debajo de las cobijas; cantaba en la madrugada metida en las frías aguas de las duchas; en silencio mientras barría los enormes patios traseros o en la cocina lipoide con los arrumes de losa. Pero nadie, más que ella, gustaba de su voz de payaso y como hermanas de la fe, sus compañeras, la dejaban sacar afuera ese ruido espantoso, seguras que con ello exorcizaba su dolor. Por primera ves se reconocía en su sonido y envuelta en la nueva vanidad se deslizaba impura por las baldosas de la iglesia, mientras apagaba con sus ojos las veladoras que alumbraban lo que tanto protegían las hijas del claustro: el dejar de ser algún día cirios. Fueron años escuchando a la chocarrera cantante de voz chillona y de estrofas inventadas. Noches insufribles de otras sinfonías acompañadas de perros aullantes, de grillos, chicharras y zancudos achicharrados en las llamas. Al parecer ninguna de las recomendaciones de la madre superiora, frente al piano de engrudo, le sirvieron para afinar un instrumento machacado de nacimiento. Tal vez, como decían sus hermanas, era un dolor inefable que quería sanar, pero tenía mucho y por eso no paró nunca de cantar. Escapo de aquel sitio la tarde aquella, en que intentaron arrancarle el cabo para aceitárselo con grasa de cabra, a ver si así alumbraba. Entonces se entrego a los excesos. Mordisqueaba los velones con sevicia interactiva, hasta que un día el párroco la descubrió, tildándola de herejía. 58
  • 59. Sus pasos se hicieron mas lentos con el paso de los años, y su piel de cera se empezó a agrietar, copada de exposición. Sin embargo su voz aguardentosa de tanto beber lunas a hurtadillas, permanecía intacta. Y fue esa asonancia la que termino por preocupar a todo el pueblo, ya que los muñecos de esa esperma llamada moral, empezaron a verla como un animal muerto en el jardín colgante de su babilonia. Enmudeció el día que la encerraron amarrada de pies y manos, en un cuarto, con una mordaza que impedía el natural escape de su desdicha. Enloqueció en realidad, cuando fue trasladada a ese sucio museo donde las comunidades guardan lo que no se puede dejar saber: El museo del olvido. Lo último que observo antes de que le soplaran la llama de su vida fue a la gente del pueblo, antorcha en mano, rodeando su casa de cera, la cual se derretía como su corazón. Pero antes de apagarse para siempre en el alcanfor, la masa miraba horrorizadamente culpable como de sus ojos, sin embargo, brotaban lágrimas de parafina… 59
  • 60. JABALI HEMBRA Esta es la historia de la niña cara de jabalí. Andrea Capona. Este bicho extraño vivía en las afueras del pueblo. Sabiase rutinaria como la fealdad y controvertida como la verdad; pero nunca se negó a un escueto baño de engaño frente al espejo. Nuestra pequeña princesa bizarra de vestidos atados en la espalda con moños de cintas amplias y coronas de metal, un día salió a buscar un acompasado príncipe que la amara con locura. Para su aventura, de enormes proporciones, hizo un equipaje apropiado. La abeja reina sale a pasear con sus pequeñas alas de plata. Tomo unos guantes de látex, lentes para el sol y una bolsas de plástico transparente, en la que su madre empaco con dulzura una frituras de carne, plátano tajado y papas criollas de ojos negros, como los del varón que supo con firmeza implantarle las onzas de esperma perlado al que debe el origen de su hermosa prolongación. A imagen y semejanza estaban las amebas dando origen a sus hijas, dentro del frasco de vidrio donde también vertió el fresco de mandarina. Suegro, el macho padrón, cerdo del que depende la innumerable progenie en las cocheras que mantienen, peso a peso, las costosas excentricidades de la heroína juvenil, le dio una despedida fría con su trompa para abajo. Rascándose con el casco derecho de sus patas traseras, quiso disimular la presencia de la princesita, quien todavía lo veía como al puerquito cobarde que una mañana trajeron a casa, dentro de una caja de cartón con hermosa cinta roja al cuello. Salió, dicen los gallinazos, una tarde de mayo. Su madre desde el balcón lloraba al verla partir con su morral al hombro, y siempre decidida, sin 60
  • 61. importar el aguacero que caía en el pueblo. ¿Cuánto tiempo veloz ha pasado desde que solo era una tierna y rolliza forma de amor? Ahora que ya sus piernas piden amarrar con gozo un hombre que le placer, es el tiempo del cambio, brusco pero feliz, de niña a mujer. Penetro en los parajes oscuros de los montes de santa teresa y en este peregrinar descubrió una pequeña quebrada. Asomo su rosada jeta para refrescarla, cuando sintió someramente que fue atrapada por una inexpugnable fortaleza de brazos y nudos que la sujetaron de su hermoso cuellito. El hombre que la sometió, encantaba por su sombrero amplio, bigote de pelillos de lulo encima del labio superior, ojos cafés y camisa desabotonada que revelaba la soberanía de un pecho sin pelo alguno. El macho este la traslado a punta de vigorosos empujones y jalonazos de lazo a una finca que quedaba a cinco minutos de la carretera. Ella percibió la alegría y el bullicio de la familia que la recibió, y se sintió amada. No habia duda: estaba en casa. La cornea ya estaba derretida. - ¡Huy, Arbey! Se trajo a la novia pa´la finca… El comentario vino del hermano del príncipe. Una explosión de carcajadas acompañó el chascarrillo. - No pues…tan chistoso el marica… - Repuso - La encontré jartando agua en la quebrada. Apenas pa´la fecha… ¿Si o no ma…? - Si mijo – Contesto la madre desde la cocina – Ella es la indicada pal casorio… 61
  • 62. “¿O sea que nos van a casar?” Pensó la hijuemadre puerca saltando de la emoción. No habia duda, este si era un hombre de compromisos. - ¿Y que raza de puerco es esta tan rara?...- Pregunto el padre de Arbey. - Es una jabalíes, que llaman. Eso por toito estos montes ahora hay de esos… Ese día la niña jeta de puerca pudo ver como se realizaban todos los preparativos para la boda. Finalmente llego el ocaso y la dejaron en la marranera bien atada. “Rituales de esta región” Pensó la muy pendeja. Estrella absurda del pensamiento, que no conecta con el alma. Al otro día la sacaron muy temprano y la llevaron al patio de la finca. Allí estaba su futuro suegro, su suegra y su amado. - Esta noche me la voy a comer hasta que me canse…- Aseguro arbey mientras la tomaba del lazo. Andrea Capona se sonrojo a más no poder. Su amado era muy efusivo y esas cosas no se dicen delante de los padres. Pero por otro lado esperaba ansiosa a que su caballero la tomara y la hiciera suya. Empezó a chillar de la emoción y se le enjuago la entrepierna del placer. Era todo un clímax el solo pensarlo. - Chito la jeta, pendeja… - Repuso la madre – Tráigame el cuchillo de destasar Arbey… 62
  • 63. Andrea Capona vio el cuchillo y pensó que la suegra le iba a arreglar las pezuñas. Cerró los ojos y decidió relajarse y disfrutar de las atenciones recibidas. Esa noche en la finca retumbaban los sonidos de la fiesta y el alcohol. Era el matrimonio de la hermana de Arbey y todos los vecinos estaban presentes. Andrea Capona tambien estaba allí, era la mas observada de la reunión, muy bien presentada, con una manzana en su boca y sus entrañas repletas de arroz con arvejas y carne de ella misma… 63
  • 64. PLANAZOS Llego la cosecha y la hacienda se lleno de trabajadores. Todos con sus ponchos amarillos por el uso y los sombreros desleídos de tantas madrugadas bajo el cafetal. Llevaban una pequeña bolsa con algunos chiros de cambio, una botella llena de chicha y un pañuelo para el sudor. Se fueron todos, matorral abajo en busca del dinero. Cantaban afinados al ritmo de puchos de cigarrillos sin filtro y tragos de guarapo fermentado en casa. Llevaban al cinto, canecos de plástico, los cuales se llenaban de pepas rojas con una celeridad impresionante. Allí se encontraban cogiendo las pepitas maduras, cuando de la nada salio un hombre. Tenia la barba blanca y larguisima, cabellos plateados hasta la cintura, ropaje inmaculado. Llego saludando y mostrando una sonrisa perfecta. Les hablo pausadamente de dios y la vida en el mas allá. Exhorto a la fe y al evangelio. Reprocho severamente las costumbres campesinas, tan violentas y apartadas de los principales mandamientos del libro sagrado. Mostró con su dedo índice el lugar donde, según el, vivía el creador y además, como acomodador del cine celestial, también el lugar donde se encontraba el señor de las tinieblas, justo debajo de sus pies. Estos trabajadores, no acostumbrados a tal tipo de reproches y preocupados porque ya era la hora del almuerzo, le gritaron a este personaje que se callara, que cogiera oficio. El maestro se molesto y levantando su dedo los señalo como pecadores impíos y les hizo saber que cerraría las puertas de todo más allá para ellos. Entonces en aquel mediodía caluroso, un machete brillo rabioso estrellándose en la espalda de aquel hombre, seguido por una lluvia de los mismos. Recibió tantos planazos, como brazos habían dispuestos a dárselos. Después se fueron a almorzar. 64
  • 65. DOS CHICOS IMAGINARIOS Se levantaron temprano y salieron de sus sueños hasta materializarse. Eran dos chicos imaginarios nacidos del llanto de sus contrapartes. Vivian paralelamente sus vidas y a veces se cruzaban con la realidad. Debían permanecer juntos, pues estaban unidos a un mismo cordón umbilical dorado. Eran chicos que no podían tocar el cielo con las manos, atrapados en el cofre sin fondo de los dinteles de la mente humana. Todos los días se iban juntos por las veredas cercanas, buscando la manera de separarse de su entorno y vivian fantasías maravillosas. Querían esparcirse como un humo sanador en una tierra herida por la propia doctrina del hombre, usurpador de sueños y proezas ajenas. Tierra ajada de sequedad, en donde se asan las carnes humanas que no tiene la valentía de sacar la cabeza por la grieta del pensamiento. En una de estas aventuras encontraron un riachuelo que se convirtió después en un mar etéreo por donde navegaron aferrados a una pequeña balsa de plástico. El sol intento de modo incesante seducir esta embarcación y llevarla a la promesa firme de la tormenta al final del ocaso, pero los chicos remaron fuerte con sus pequeñas manos y entre el movimiento constante dieron nacimiento a la esperanza de poder salvar su suerte encaramada en la desdicha. Buscaron tierra por días y finalmente llegaron a una pequeña isla, la cual estaba gobernada por los Celanfros, seres de cabeza diminuta y brazos gigantes, que gobernaban aquellos parajes desiertos. Fueron atrapados y conducidos a una pequeña gruta, en la cual fueron encarcelados. Encriptaron su fervor de libertad y entre barrotes, la esperanza declamaba: ¡Dame una estrella, que sea un anhelo, dame un 65
  • 66. cielo, que no sea el de Octubre, dame un pedazo de vida, y allí encontrare tu lecho, amada libertad! En las noches se podía ver como desaparecían, pues los jóvenes reales estaban en casa y volvían a aparecer cuando estos entraban al colegio, Esfinge de cuatro paredes, que esconde a los ojos de su ciudadanos juveniles, lo que grita la lluvia, lo que se le llama verdad. Era ese momento en el cual sus espíritus les exigían ser libres, pero por desgracia, sus contrapartes tambien permanecían atrapadas en esa jaula. Los Celanfros solo tenían apellidos. Formaban largas filas bajo el sol y sostenían sus lápices en alto. Eran en realidad el producto de los deseos desertores de todos los estudiantes de aquel colegio, que habían terminado allí sus estudios pero nunca se revelaron. Se podían ver filas interminables, que llegaban hasta el fin del mundo, de espíritus de estudiantes conformistas y subyugados. Sus rostros estaban quemados por la brisa, que les traía la sal del océano de vicisitudes y poca armonía, que no era más que la realidad de la vida. Ya no se escuchaban lamentos, pues la agonía de los espejos que ya no reflejaban, habían acallado todas las voces, todas. Estos seres arrojaban a veces mendrugos a la pequeña mazmorra, pero los dos chicos imaginarios sabían que nunca se saciaría su hambre de saber, pues era en realidad su alma la que les pedía alimento. Y esa alma se alimentaba de música, pintura, literatura, todo lo que no tenía su prisión, creada por las mentes de profesores muertos de corazón, que ya no querían ayudar. Estos chicos, allende pasar tanto tiempo encerrados en aquel lugar, entonaban canciones dulces en idiomas extraños. Los Celanfros, a pesar de 66
  • 67. su naturaleza muerta, se recostaban en la orilla, y se dormían escuchando esas canciones, hasta quedarse dormidos. Sabían que en el fondo de sus cuerpos apurados por las magulladuras de sus sienes, habia tambien un chico imaginario que les tocaba su alma, en secreto. Un día llego a la playa, proveniente de la fiebre de Poseidón, un jarrón. Estaba sellado y tenía olor de Ángeles. Los Celanfros lo llevaron tierra adentro y lo destaparon, curiosos de saber su contenido. El jarrón estaba lleno de agua dulce, doblada con cuidado en numerosos pliegues, tantos como no se podían contar. Los Celanfros desesperaron ante tamaño acontecimiento: ¡Agua dulce! Habían pasado toda su vida bebiendo el agua del mar, la cual resecaba sus labios y su garganta, hasta hacerlos sangrar. No sabían como desdoblar este regalo de la providencia, pues ellos ahora solo sabían gritar y sufrir, pues ya se habían convertido en adultos, desnudos ante el camino de la vida donde no se podían dar muchos pasos, pues la luz siempre permanecía apagada. Intentaron por todos los medios posibles desdoblar el agua, pero sus manos, ya tan torpes de no saber crear, se maniataban a ellas mismas y perdían toda sensibilidad. Los Celanfros entonces se entregaban al llanto, y se olvidaban de ellos mismos, encerrados en su propio desden. Al verlos sufrir de tan hiriente manera, los dos chicos imaginarios llamaron a sus carceleros, y pidieron se les diera la oportunidad de desdoblar los pliegues de agua. Al principio rehusaron la idea, pero después de mucho cavilar, el viento abrió la jaula y los chicos imaginarios fueron llevados hasta el jarrón sagrado. Toda la comunidad se congrego, bajo una nueva 67
  • 68. luna, que salía tan linda y redonda en ese atardecer, a punto de caer la noche. Los chicos apuraron el oficio, pues sabían que al llegar el manto oscuro, sus contrapartes humanas saldrían de aquel colegio opresor y serian libres, razón por la cual ellos desaparecerían. Tomaron el agua con cuidado y con infinito amor desdoblaron toda el agua dulce, para que sus crueles captores, pudieran mojar su piel en el bienhechor elemento. Después desaparecieron. Aparecieron de nuevo al otro día, pero ahora estaban en casa. El castigo se habia terminado. Al desaparecer de aquella isla, los Celanfros bebieron por fin el contenido del jarrón y en ese nuevo bautismo descubrieron la vida y la belleza que no conocían. Entonces apareció un hermoso sol de medianoche y cayo rápidamente sobre ellos, derritiéndolos en su luz, de la cual saldrían, convertidos en chicos imaginarios… 68