1. 4º domingo de Pascua Ciclo B
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El buen pastor
IV domingo de Pascua
Yo soy el buen pastor. El buen pastor sacrifica su vida por sus ovejas. Pero el mercenario, y el
que no es pastor, cuando ve venir al lobo abandona a las ovejas y huye, y el lobo las arrebata, y
dispersa el rebaño. […] Yo soy el buen pastor, y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a
mí. Así como el Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre, y doy mi vida por mis ovejas […]
Nadie me la quita, sino que yo la doy por mi propia voluntad.
Jn 10,11-18
El significado del pastor
El evangelio de hoy nos habla del buen pastor, que conoce a las ovejas, las ama, las guía y las
orienta. Cuán necesario es que surjan vocaciones con corazón de Cristo. La Iglesia necesita
sacerdotes entregados que sean capaces de ir más allá de sus límites y, como hostias puras,
inundados de la fuerza del Espíritu Santo, se embarquen en una epopeya de servicio a los
demás.
La imagen bucólica del rebaño podría malinterpretarse, pensando que las ovejas van juntas,
aborregadas, y no tienen personalidad propia. En este caso no es así. Justamente los que
formamos la Iglesia militante seguimos a Jesús porque queremos, por propia voluntad, y lo
seguimos libremente porque hemos descubierto en Él la salvación y la auténtica felicidad.
En el Antiguo Testamento la palabra pastor no sólo designa al que cuida de las ovejas. Pastor
es el que gobierna, el que rige. Tiene una connotación diferente, más allá de la imagen
apacible que hoy nos presenta San Juan. ¿En qué sentido podríamos recuperar el sentido
teológico de este texto? Jesús nos lo explica: “Yo conozco a mis ovejas”. Es decir, la Iglesia, el
presbítero, los obispos, tienen que conocer el latir profundo del corazón de las personas. Y un
bautizado comprometido también ha de saber auscultar el corazón de cada persona.
Encontrar lugar para Dios
Nuestra cultura atraviesa una época de apatía y de contravalores. Más que nunca son
necesarios los cristianos comprometidos que sepan ofrecer algo a la sociedad. La misión de
todo bautizado, como apóstol, es aprender a guiar a las gentes hacia Dios.
A Dios hay que dedicarle tiempo. Vivimos en una sociedad autosuficiente en la que parece que
nos arrebatan el tiempo. No podemos permitirlo. Como bien dice el Libro de la Sabiduría, “hay
un tiempo para todo”. Hay tiempo para amar, tiempo para trabajar, tiempo para descansar,
tiempo para recrear… Desde una perspectiva cristiana, hemos de buscar tiempo para Dios y
para los demás, para los pobres, para ejercer el ministerio de la caridad, y tiempo también
para reposar, que es importante.
La nuestra es una sociedad atrozmente competitiva que muchas veces nos quita la paz. Vamos
corriendo, tan estresados que ni siquiera podemos descansar. El hiperactivismo nos quita los
espacios de calma y de sosiego para estar con las personas amadas. Más que nunca,
necesitamos a Dios y a la comunidad cristiana, porque con ellos podemos nutrirnos y crecer
espiritualmente. Jesús nos llama porque conoce a sus ovejas, conoce nuestro corazón.
2. 4º domingo de Pascua Ciclo B
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Doctorado en caridad
La Iglesia se ha de parecer a Jesús en el conocimiento del corazón y del alma. Así como en las
universidades se estudian innumerables carreras y másteres, en la Iglesia estamos llamados a
doctorarnos en ternura, en caridad, en justicia y en amistad. El mundo no enseña esto, el
mundo nos enseña a competir. Tanto, que llegaremos a caer estresados y exhaustos, hasta la
depresión. Si reposamos nuestra cabeza en el regazo de Dios, él nos dará una felicidad
profunda y duradera. No es cuestión de hacer más o menos, sino de ser conscientes de que
tenemos a Jesús, el buen pastor, que nos llevará a comer de estos pastos divinos, su palabra,
su evangelio, todo aquello que nutre nuestro corazón.
Llamados a la unidad
Jesús dice que el Padre le ama, él es fiel al Padre y los dos son uno. Estas palabras encierran
una dimensión ecuménica. Nos habla de un solo rebaño y, en cambio, ¡cuántas iglesias
fragmentadas vemos! ¡Cuántas confesiones diferentes! La comunidad cristiana es un rebaño
con un único pastor, Cristo. Las improntas personales marcan formas distintas, todas ellas muy
dignas, que diversifican el crecimiento de las comunidades, cada cual según su carisma. Pero
no olvidemos que tenemos un solo pastor y formamos una única comunidad. Recordar esto
nos hará renunciar a aspectos ideológicos que, en el fondo, ocultan un afán de poder y de
control. Ojalá todas las parroquias e iglesias podamos latir con un mismo corazón. Si queremos
seguir a Cristo, hemos de sentir que somos una misma familia con un mismo pastor.
Arqueólogos del corazón
Para acabar, la palabra conocer en hebreo no quiere decir simplemente conocer de una
manera intelectual, abstracta. Implica un conocimiento vital de toda la persona: lo que siente,
lo que vive, lo que le duele, lo que le alegra. Los pastores han de ser auténticos arqueólogos
del corazón. Profundizan y descubren lo que realmente anhela el hombre postmoderno, que
no es la comunicación superficial o distante, incluso virtual, como en Internet, sino la cercanía
cálida de alguien, una presencia potente que toca el alma. La comunicación humana, de tú a
tú, es la que llega al fondo del corazón, la que hace aflorar esa capacidad tan grande que el
hombre tiene de amar. Sí, el hombre tiene este don y, a pesar de que nuestra cultura, a través
de los medios y del cine, quiere convencernos de lo contrario y nos muestra una excesiva
violencia, hemos de creer por fe que somos hijos de Dios y que, por tanto, tenemos cosas que
nos asemejan a él. Cuando decidimos ahondar en este pozo de misterio que hay en el hombre
descubriremos cosas preciosas.
Me decía un amigo filósofo que la distancia más grande entre tú y yo es la dimensión de
nuestro corazón, porque todavía no lo conocemos y, sin embargo, lo tenemos dentro.
Descubrámonos y no tengamos miedo. Hagamos una gran excursión hacia dentro de nosotros
mismos y encontraremos que el hombre, a imagen de Dios, también es capaz de amar hasta
dar la vida.
Joaquín Iglesias
jiglesias@arsis.org