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Instituto salesiano San Calixto de Roma.
“Las catacumbas de San Calixto”.

Fuente: http://www.catacombe.roma.it/es [Febrero de 2009]. Selección de la cátedra.

Texto de circulación interna para la cátedra ‘Historia de las Artes Visuales III, Edad Media’, a cargo de
Daniel Jorge Sánchez, para las carreras ‘Profesorado y Licenciatura en Historia de las Artes,
orientación Artes visuales’.

Transcripción: Lic. Lía Lagreca, 2009.
Edición para la cátedra: Lic. Marina Grisolía, 2009.


Introducción

        Recorriendo la vía Appia Antica, a menos de un kilómetro de la Puerta de San Sebastián, se
encuentran la pequeña iglesia del "Quo Vadis?", después las Catacumbas de Pretextato, las de San
Sebastián y, más allá, la tumba de Cecilia Metela.
        En el centro de esta área arqueológica, comprendida entre las vías Appia Antica, la Ardeatina y el
Callejón de las Siete Iglesias se extiende el "Complejo Calixtiano", una vasto predio de unas treinta hectáreas,
de las cuales unas quince encierran catacumbas. Las galerías, a veces en cuatro pisos sobrepuestos,
alcanzan una longitud de casi veinte kilómetros. Numerosísimas son las tumbas, quizás medio millón.
        Este complejo resulta formado por varios núcleos cementeriales que se extendieron con el tiempo: el
Cementerio de San Calixto y las Criptas de Lucina, que se fusionaron entre sí; los Cementerios de Santa
Sotera, de los Santos Marcos, Marceliano y Dámaso, y finalmente el de Balbina. A nosotros nos interesan
ahora las Catacumbas de San Calixto, que son entre las más importantes e imponentes de las
aproximadamente sesenta catacumbas cristianas de Roma. Se las puede considerar como "la cuna de la
Cristiandad y los archivos de la Iglesia primitiva", porque ilustran su vida, usos y costumbres, el Credo que
profesó, y atestiguan su historia martirial.
        Tuvieron ellas su origen hacia la mitad del siglo II, a partir de un área funeraria perteneciente tal vez a
la noble familia de los Cecilios; a comienzos del tercer siglo, pasaron a depender directamente de la Iglesia de
Roma. El papa San Ceferino (199-217) confió la custodia de esta incipiente catacumba al diácono Calixto, a
fin de que la administrara en nombre de la Iglesia. Calixto tenía que presidir la excavación para que todos los
fieles, sobre todo los pobres y los esclavos, pudieran tener una digna sepultura. Nombrado a su vez papa,
Calixto agrandó el complejo funerario que de él tomó el nombre y que llegó a ser el cementerio oficial de la
Iglesia de Roma.
        Los núcleos más antiguos de las catacumbas de San Calixto son las Criptas de Lucina y la Zona
llamada de los Papas y de Santa Cecilia, donde se conservan algunas entre las memorias más sagradas del
lugar (la Cripta de los Papas y la de Santa Cecilia y los Cubículos de los Sacramentos); las otras zonas son
las de San Cayo y de San Eusebio (fines del III siglo), la Occidental (primera mitad del siglo IV) y la Liberiana
(segunda mitad de ese siglo).


La zona externa

        Esta área a cielo abierto, preexistente a las catacumbas, estaba ocupada a ambos lados de la vía
Appia por sepulcros paganos. Posteriormente fueron construidos mausoleos y pequeñas basílicas, sobre o
junto a las tumbas de los mártires. De estos monumentos han llegado hasta nosotros tan solo dos pequeños
edificios llamados "Tricoras", por los tres ábsides que constituyen su planta.
        Siempre en la superficie externa, tal vez en la "Tricora occidental", fueron sepultados cercanos, si bien
en tiempos diversos, el papa San Ceferino y el joven mártir de la Eucaristía, San Tarcisio, celebrado en un
poema del papa Dámaso (366-384), que recuerda así su martirio:

                                  "Mientras un perverso grupo de fanáticos
                           se abalanzaba sobre Tarcisio que llevaba la Eucaristía,
                                para profanarla, el joven prefirió perder la vida
                         antes que dejar a esos perros rabiosos el Cuerpo de Cristo".

       Las dos tricoras han sido restauradas y la oriental desempeña ahora la función de pequeño museo,
que contiene inscripciones del cementerio y numerosos fragmentos de sarcófagos, que representan escenas
del Antiguo y del Nuevo Testamento. El más importante es el sarcófago del Niño, así llamado por sus
dimensiones reducidas y que conserva ahora la parte del frente ricamente esculpida.
2
       Este sarcófago se puede considerar un pequeño catecismo ilustrado. He aquí las escenas: Noé con la
paloma en el arca, un profeta que sostiene el rollo de la ley divina, Daniel en el foso de los leones, el niño
orante entre dos santos, el milagro de Caná y la resurrección de Lázaro. Arrodillada a los pies de Jesús la
hermana de Lázaro, María. En el centro de la tapa dos geniecitos sostienen una tablita; en las extremidades
hay sendas cabezas, esculpidas como adorno.
                                                                   Las escenas representadas en este
                                                           sarcófago dejan transparentar un profundo
                                                           simbolismo, y el sucederse de las escenas no es
                                                           casual. El cristiano nace a la vida divina mediante
                                                           el Bautismo (Noé). Nutre esta vida divina con el
                                                           pan (Abacuc) y el vino (Caná) consagrados en la
                                                           Misa, es decir, con la Comunión. La Eucaristía le
                                                           ofrece como prenda la resurrección final (Lázaro).
                                                           Así el cristiano (niño) vivirá en el paraíso (orante).
                                                           Hallamos aquí el eco de las palabras de Jesús:
                                                           "Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la
                                                           vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día" (Jn
                                                           6, 54).

                                                             Sarcófago del niño.



El cementerio subterráneo

        En la descripción de este cofre de antiguos testimonios, que son las catacumbas, nos limitaremos a
indicar, siguiendo primeramente el itinerario de los peregrinos, los lugares y las cosas más significativos, sin
repetir lo que ha sido dicho acerca de las catacumbas en general en la primera parte de este sitio Internet.

La escalera de ingreso
Se baja a las catacumbas por una escalera de ingreso moderna, construida en buena parte sobre el lugar de
la anterior del IV siglo, abierta en tiempos del papa Dámaso a fin de permitir a los peregrinos llegar con
facilidad a las tumbas de los mártires. A lo largo de las paredes del primer tramo de la escalera se han
pegado numerosos fragmentos de las lápidas que cerraban los lóculos.

La estatua del Buen Pastor
En el rellano, donde la escalera gira a la derecha, se encuentra una estatua del Buen Pastor, copia del
original del siglo IV, guardada en los Museos Vaticanos. El Buen Pastor con la oveja sobre los hombros
representa a Cristo Salvador y al alma que El ha salvado. Es el símbolo más frecuente del amor de Cristo y el
más querido por los primeros cristianos. Revestía para ellos la misma importancia que tiene para nosotros el
Crucifijo.

La lápida de Agripina
A lo largo de las paredes de la escalera están pegadas algunas inscripciones funerarias. En una de ellas el
día de la muerte es llamado "el día en que la difunta ha entrado en la luz" ("cuius dies inlúxit"). "Agripina
entregó (el alma a Dios)... Entró en la luz... sepultada en los Idus de…”. El cristianismo había sabido
transformar en luz el lúgubre concepto pagano de la muerte.

Los grafitos
En el fondo de la escalera, sobre la pared protegida por un cristal, comienza una serie de grafitos, esculpidos
con una punta de hierro sobre el revoque del muro. Son nombres de personas, palabras o también pequeñas
frases de invocación a los mártires, que los peregrinos fueron escribiendo cuando visitaban las catacumbas.
Los grafitos son frecuentes junto a las tumbas de los mártires.
        Así, en la pared externa de la Cripta de los Papas leemos estas expresiones: "¡Oh, San Sixto,
acuérdate en tus oraciones de Aurelio Repentino!..." "¡Oh, Almas Santas, acuérdense de Marciano, de
Suceso, de Severo, y de todos nuestros hermanos!" "Felición, PBR (presbítero), pecador". Leemos también la
expresión admirativa con la que un desconocido compara la Cripta de los Papas con la Jerusalén celestial:
"Jerusalén, ciudad y ornamento de los mártires de Dios..."
        A la izquierda está la apertura que introduce en la Cripta de los Papas.


La cripta de los papas
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        Es el lugar más sagrado e importante de estas catacumbas, descubierto por el gran arqueólogo Juan
Bautista de Rossi en 1854, y definido por él "el pequeño Vaticano, el monumento central de las
necrópolis cristianas". Tuvo su origen hacia fines del siglo II como cubículo privado. Después de la
donación de esa área a la Iglesia de Roma, el cubículo fue remodelado y transformado en cripta y se volvió el
sepulcro de los papas del III siglo. La cripta, de forma rectangular, contenía cuatro nichos para sarcófagos y
seis lóculos en cada lado; en total, dieciséis sepulturas, más una tumba monumental en la pared del fondo.
                                                      En esta cripta fueron sepultados nueve papas y ocho
                                              obispos del siglo II. En las paredes están pegadas las lápidas
                                              originales, quebradas e incompletas, de cinco papas. Sus
                                              nombres están escritos en griego, según la costumbre oficial de la
                                              Iglesia de ese tiempo. Sobre cuatro lápidas, junto al nombre del
                                              pontífice, está la calificación de epí(scopos) = obispo, porque era
                                              el jefe de la Iglesia de Roma; y sobre dos lápidas está la sigla, es
                                              decir, la abreviatura MTR = Mártir. Mártir significa testigo. Se
                                              llamó mártires a los cristianos que habían dado testimonio con la
                                              sangre de su fe en Cristo.




                                             Cripta de los papas.


Los nombres de los papas, escritos en las lápidas, son:

-San Ponciano (230-235). Murió mártir en Cerdeña adonde había sido deportado y condenado a los trabajos
forzados. Para no poner en dificultad a la Iglesia de Roma a causa de su definitiva ausencia, poco después de
su llegada a la isla renunció al pontificado. Probablemente el clima malsano, el trabajo enervante en la mina y
el mal trato apresuraron el fin de su existencia. Cuando murió, la Iglesia lo consideró un verdadero mártir.
Algunos años más tarde sus restos mortales fueron transportados a Roma y sepultados en el cementerio de
San Calixto.
-San Antero (235-236). De origen griego, tuvo un brevísimo pontificado, de 43 días solamente, todos
transcurridos en la cárcel.
                                                       -San Fabián (236-250). Era romano y fue elegido papa
                                                       al morir San Antero. Su servicio coincidió con un
                                                       período de paz religiosa. Fue un gran organizador de la
                                                       Iglesia de Roma. Dividió la ciudad en siete zonas
                                                       eclesiásticas confiando a cada una sus "títulos" (=
                                                       parroquias), su clero y sus catacumbas (cementerios).
                                                       Murió decapitado durante la persecución del emperador
                                                       Decio.
                                                       -San Lucio I (253-254). Tuvo un pontificado breve: ocho
                                                       meses en total, transcurridos parcialmente en
                                                       Civitavecchia, adonde había sido desterrado.
                                                       -San Eutiquiano (275-283). De Luni en Liguria, fue el
  Lápida de San Fabián.                                último de los nueve papas sepultados en esta cripta.
                                                       -El papa mártir Sixto II (257-258). Definido por San
Cipriano "sacerdote bueno y pacífico", es ciertamente uno de los mártires más ilustres de esta catacumba. Es
el mártir por excelencia de las catacumbas. En efecto, estaba presidiendo una liturgia precisamente en este
cementerio, cuando fue sorprendido por los soldados del emperador
Valeriano el 6 de agosto del año 258 y decapitado en ese lugar, el
mismo día, juntamente con cuatro diáconos.

Los poemas del papa Dámaso                    Poema del papa Dámaso.

       En la pared derecha de la Cripta de los Papas se conservan,
juntados, dos fragmentos originales de un primer poema de San
Dámaso, dedicado al papa Sixto II para celebrar su glorioso martirio.
4
                                         "Cuando la espada (persecución)
                                      las pías entrañas de la Madre (Iglesia)
                                            traspasaba, aquí el obispo
                       sepultado (Sixto II) la doctrina (las divinas Escrituras) enseñaba.
                                    Llegan de improviso soldados y arrestan
                               allí al sentado en cátedra (la cátedra episcopal),
                                            mientras los fieles ofrecen
            sus cuellos a la guardia enviada (es decir, intentan salvar al papa a costa de su vida).
                                            Apenas el anciano (obispo)
                            supo que uno quiso arrebatarle la palma (del martirio),
                      él mismo fue el primero en ofrecerse y dar su cabeza a la espada,
                  para que así a ninguno pudiera herir una tan impaciente rabia (pagana).
                                  Cristo que distribuye los premios de la vida,
                                          reconoció el mérito del pastor,
                                   defendiendo El mismo el resto de su grey".

        Los otros papas aquí sepultados son Esteban I (254-257), San Dionisio (259-268) y San Félix I
(269-274); pero de estos no se han hallado las lápidas.
        En el siglo IV, el papa San Dámaso, piadoso cultor de los mártires, transformó la cripta en lugar de
culto. Hizo colocar ahí un altar, del cual hoy se conserva tan solo el antiguo basamento en mármol. Fueron
abiertos dos lucernarios en el cielo raso y fueron colocadas las columnas, que sostenían un arquitrabe del
cual colgaban lámparas y cruces en honor de los mártires.
        Muy interesante desde el punto de vista histórico es la lápida original que todavía en gran parte se
conserva ante la tumba del papa Sixto II. Fue hecha grabar en el mármol por el papa Dámaso y contiene un
segundo poema, en hexámetros latinos, que conmemora a los mártires y a los fieles sepultados en la cripta y
en todo el cementerio:

                         "Aquí, si algo buscas, yace una apiñada multitud de justos:
                        venerandos sepulcros conservan las cenizas de unos santos,
                            cuyas etéreas almas raptó para sí la celestial morada.
                  Aquí están los compañeros de Sixto que arrebataron el triunfo al enemigo.
                      Aquí un contingente de próceres que custodian el altar de Cristo.
                           Aquí reposa el obispo que vivió el largo período de paz.
                   Aquí descansan los santos confesores (de la fe) que Grecia nos envió.
                       Aquí duermen jóvenes y niños, ancianos y sus castos familiares
                           que, unánimes, prefirieron conservar su virginal pudor.
                       Aquí yo, Dámaso, lo confieso, quise dar sepultura a mi cuerpo,
                            pero temí molestar las santas reliquias de los justos".

        "Los compañeros de Sixto" son los cuatro diáconos: Jenaro, Magno, Vicente y Esteban, que sufrieron
el martirio juntamente con él. El "contingente de próceres que custodian el altar de Cristo" son,
evidentemente, los papas sepultados en el cementerio. La expresión "el obispo que vivió el largo período de
paz" se refiere a un papa que vivió antes de las grandes persecuciones desencadenadas por Diocleciano y
Galerio entre fines del III y los primeros años del IV siglo: el Papa Fabián, o bien Dionisio o Eutiquiano. Con
"los santos confesores que Grecia nos envió" se alude probablemente a un grupo de mártires: María, Neón,
Hipólito, Adria, Paulina, Marta, Valeria, Eusebio y Marcelo, que fueron sepultados en este complejo calixtiano.
        A través de un pasaje estrecho, que se abre a
la izquierda de la pared del fondo de la Cripta de los
Papas, se accede a la Cripta de Santa Cecilia.


Cripta de Santa Cecilia           Cripta de Santa Cecilia.

       La estatua, ahí colocada, es una copia de la
célebre estatua de Esteban Maderno (1566-1636),
esculpida en 1599, cuando se hizo el reconocimiento
de los restos mortales de Cecilia. Estos fueron
hallados en la posición reproducida por el escultor.
Maderno quiso también poner de relieve el corte de la
espada en el cuello y la posición de los dedos: tres
5
abiertos en la mano derecha y un dedo abierto en la izquierda. Conforme a la tradición, la santa quiso
manifestar así su fe en la Unidad y en la Trinidad de Dios.
        La cripta había sido embellecida con mosaicos y pinturas. De estas últimas quedan ahora algunas
imágenes. En la pared izquierda, junto al lugar de sepultura de la mártir, en alto está representada Santa
Cecilia en actitud de orante; abajo, en un pequeño nicho, se encuentra la imagen de Cristo "Pantocrátor"
(Omnipotente), que sostiene el Evangelio. Al lado, está la imagen de San Urbano, papa y mártir,
contemporáneo de Santa Cecilia, unido en la pasión a la mártir. En la cavidad del lucernario se admira la cruz
entre dos ovejitas y las imágenes de los mártires Polícamo, Sebastián y Quirino.
        En la cripta se conservan numerosas inscripciones. La más importante, por el hermoso testimonio de
fe, es la de Septimio Frontón, de rango senatorial. Está en lengua griega y se remonta al siglo III.

                                "Yo Septimio Frontón Pretextato Liciniano,
                                 siervo de Dios (= cristiano), reposo aquí.
                          No me arrepentiré (nunca) de haber vivido honradamente.
                                 Te serviré, también, en el cielo, (Señor),
                                      y daré las gracias a tu nombre.
                                        Entregué mi alma a Dios a
                                          los 33 años y 6 meses".


Las galerías

        Al salir de la cripta de Santa Cecilia, volviéndose a la izquierda se llega a un largo corredor, que
constituye uno de los dos núcleos más antiguos del cementerio (galería B). Al término se pasa a la galería C,
donde se halla la hermosa lápida de Augurino con la paloma que tiene el ramito de olivo en el pico.
        Por un estrecho pasadizo se llega a la galería A, llamada de los Cubículos de los Sacramentos. En las
paredes se encuentran algunas inscripciones. Leemos una:

                       "A Cartilio Ciríaco, hijo dulcísimo. ¡Puedas tú vivir en el Espíritu Santo!"

       La estructura de las galerías y la disposición de los sepulcros dan la impresión de un vasto dormitorio,
llamado por los cristianos cementerio, que significa precisamente lugar del sueño, como veremos más
adelante, al hablar del cubículo del diácono Severo.


Los cubículos de los sacramentos

        En esta galería A, encontramos a la
izquierda cinco cuartitos o tumbas de familia,
llamadas "los Cubículos de los Sacramentos",
famosas e importantes por los frescos que
contienen, cuya datación puede corresponder
al siglo III y que representan simbólicamente
los sacramentos de la iniciación cristiana:
Bautismo y Eucaristía.
        Con     estas    representaciones  los
cristianos de los primeros siglos querían ante
todo     recordar     su    catecumenado    (la
preparación al Bautismo), y después dejar un
mensaje a los contemporáneos: ellos se
habían vuelto cristianos mediante el Bautismo
y habían perseverado en la vida cristiana
gracias a la Comunión frecuente. Querían                                       Cubículos del sacramento.
además hacer presente a los familiares y a
cuantos visitaban sus tumbas que, si hicieran uso de los mismos medios de salvación, un día se reunirían
nuevamente con sus seres queridos.

El Bautismo
Como enseñaban los Padres de la Iglesia en sus catequesis, estos medios de salvación fueron prefigurados
en el Antiguo Testamento. Esto aparece claro en el milagro de Moisés que hace manar el agua de la roca
para apagar la sed de su pueblo en el desierto (Ex 17, 1-7). También el Bautismo de Jesús (Mt 3, 13-17) es
una prefiguración del bautismo cristiano. Por eso, se ve la escena de Jesús que se hace bautizar por Juan en
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el Jordán. En la pared del fondo del cubículo A2 está pintada la más antigua escena del bautismo de un
catecúmeno. El sacerdote revestido de túnica y palio pone la mano derecha sobre la cabeza del que es
bautizado, quien tiene los pies en el agua. Otras representaciones del bautismo las ofrecen el pescador, la
Samaritana junto al pozo y el paralítico de la piscina de Betsaida.

La Eucaristía
Los primeros cristianos prefirieron representar en sus cubículos como símbolo de la Eucaristía el milagro de la
multiplicación de los panes y peces (Jn 6, 1-15). Jesús, en efecto, remitiéndose a este milagro, promete un
pan particular y diverso: su cuerpo (Jn 6, 22-59). La escena de la multiplicación de los panes se repite
siempre de la misma manera: siete personas están sentadas alrededor de una mesa. El número siete es
simbólico e indica que todos están llamados por Dios a la salvación. Sobre la mesa son colocados dos o tres
platos con panes y peces y en los costados de la mesa están los canastos de pan.

El bíblico Jonás
En todos estos cubículos aparece el profeta Jonás. Es el profeta más amado por los cristianos, porque
predicó el mensaje de la salvación a los habitantes de Nínive, es decir, a paganos, y por ello es el símbolo de
la llamada a la salvación de todos los hombres indistintamente, tanto judíos como paganos. No olvidemos que
la mayoría de los fieles sepultados en este cementerio provenían del paganismo. Jonás, por otra parte, es
también símbolo de la resurrección. Jesús mismo en el Evangelio lo toma como figura de esta realidad:
"Como Jonás permaneció en el vientre del pez tres días y tres noches, así el Hijo del Hombre permanecerá
en el corazón de la tierra tres días y tres noches, y luego resucitará" (Mt 12, 40).

La escalera de los mártires
Al final de la galería de los Cubículos de los Sacramentos empieza la escalera de los mártires, que fue
excavada alrededor de la mitad del siglo II y conserva todavía algunas pequeñas gradas de esa época. Se la
llama "escalera de los mártires", porque a través de ella pasaron los papas sepultados en la cripta muy
cercana. Según una tradición, también el joven Tarcisio bajaba por esta escalera, cuando iba a rezar sobre
las tumbas de los mártires o bien para tomar la Eucaristía y llevarla a los cristianos en las cárceles o en las
familias durante un período de persecuciones.


La zona llamada del Papa Milcíades

        A través de una abertura practicada en la pared del fondo del cubículo A1 se penetra en la zona
llamada de San Milcíades. La zona fue excavada en la segunda mitad del III siglo y contiene muchos
cubículos y arcosolios, también a lo largo de las galerías.
        La primera galería que se recorre, se presenta espaciosa. Se la recorría continuamente en el período
de las visitas a los sepulcros de los mártires, ya que constituía el paso obligado de los antiguos peregrinos
desde la Cripta de los Papas y la de Santa Cecilia al sepulcro del papa mártir San Cornelio en las criptas de
Lucina.
        En la pared de la izquierda, al comienzo de la galería, son visibles algunos símbolos: la paloma, dos
monogramas, el pez, el ancla, el pajarito que va a apagar su sed en un jarro. Sobre el ángulo de la primera
galería a la izquierda hay dos lápidas, que se refieren a sacerdotes: "Julianus présbyter" (Juliano, sacerdote)
y "Présbyter in pace" (Sacerdote, en paz).
        En seguida después de un cruce de galerías con un amplio lucernario, a la derecha en alto se
discierne la sugestiva lápida del ave fénix radiada y nimbada, es decir, con rayos y aureola alrededor de la
cabeza. Como hemos explicado hablando de los símbolos, para los primeros cristianos el ave fénix
representaba la resurrección de la carne y el nacimiento a la nueva vida divina.
        Observamos ahora el primer arcosolio, que a veces, como en este caso, está decorado. Sobre el
arcosolio se ve la pequeña lápida de Irene, una niña cristiana representada como orante en la paz del cielo.
Al lado tiene el símbolo por excelencia de la paz: la paloma.
        Un poco más adelante, a la izquierda está la cripta del refrigerio, que servía para las reuniones de
oración y para los ritos del refrigerio, es decir, para la conmemoración anual de los difuntos. En el interior se
conserva la tapa de un sarcófago monumental y debido a la forma del techo con tejas, la cripta fue llamada,
en tiempos de de Rossi, la cripta de la teja. En frente se abre el cubículo de las cuatro estaciones, que
simbolizan la continuidad de la vida.
        Al término de la galería, antes de la verja, encontramos dos cubículos: a la izquierda el cubículo de
Aquilina, con la inscripciòn "Aquilina dormit in pace" (Aquilina duerme en paz).
        A la derecha, tenemos el cubículo de Sofronia, así llamado por el nombre de la difunta repetido dos
veces en la pared del fondo. Otras dos veces este nombre aparece grabado cerca de la Cripta de los Papas.
Las inscripciones hacen presumir que un cristiano, profundamente impresionado por la muerte de una
persona querida, quizás su mujer, había bajado a la catacumba en busca de consuelo a su dolor. Al final de la
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escalera escribió este deseo: "Oh, Sofronia, puedas tú vivir con los tuyos". Después escribió todavía: "Oh,
Sofronia, tú vivirás en el Señor". Iluminado por la fe, al llegar a este cubículo sintió la necesidad de escribir:
"Oh dulce Sofronia, tú vivirás siempre en Dios" y, abajo, "Sí, Sofronia, tú vivirás". Es un lindo testimonio de
amor conyugal y de fe en la resurrección.
       Después de una curva en U se entra en la galería W2. Por la derecha se encuentra el cubículo de
Océano, por el nombre de la mítica personificación del mar pintado en la bóveda. Es de modestas
dimensiones, decorado con franjas rojas fuertemente marcadas. Prosiguiendo se llega a la galería
decumana Q1, galería principal y la más larga del cementerio, de la que parten las galerías secundarias
llamadas "cárdines" (bisagras).
       A pocos pasos de la escalera de salida se halla el cubículo de los sarcófagos, que están cerrados
en la parte superior por losas de vidrio y que contienen unos pocos restos.


La espiritualidad de las catacumbas

         A un cristiano desconocido de los primeros tiempos, mientras peregrinaba en la vasta necrópolis
calixtiana, le pareció de repente haber entrado en la mística Jerusalén, en la ciudad teñida de púrpura por la
sangre de los mártires y refulgente de su gloria. Al salir de ahí grabó con mano elegante, sobre una pared,
estas palabras que hoy todavía se pueden leer: Jerúsalem cívitas et ornaméntum mártyrum Dei..." (Jerusalén,
ciudad y ornamento de los mártires de Dios).
         También el peregrino de hoy, con ánimo conmovido, entrevé en las catacumbas el íntimo secreto de la
espiritualidad de esos pontífices mártires, de esas vírgenes y de esa innumerable multitud de oscuros
cristianos.
         Las inscripciones y las pinturas, que sobrevivieron a tantas devastaciones y depredaciones, revelan, al
menos en parte, tal secreto y repiten todavía las palabras de un antiguo epitafio cristiano: "Táuta o bíos" (Esta
es nuestra vida).
         La espiritualidad de las catacumbas es la misma de la Iglesia primitiva en su juventud de conquista y
de martirio. Nutrida con el meollo de las Escrituras, sencilla y potente, ella es hermana de las más antiguas
liturgias; de suerte que quien visita las catacumbas bebe en las fuentes de la espiritualidad cristiana.

Son varios los aspectos de semejante espiritualidad:

*Espiritualidad cristocéntrica
        Esta espiritualidad pone a Jesucristo como figura dominante. Lo que para el católico de hoy es el
Sagrado Corazón de Jesús, es decir, el signo de la bondad de Cristo, para el cristiano antiguo era el Buen
Pastor. Entre las representaciones de las catacumbas, esta es la más frecuente: aparece pintada en los cielos
rasos entre decoraciones florales, grabada torpemente en las losas sepulcrales, modelada en relieve sobre
los sarcófagos y, finalmente, esculpida con griega elegancia en una de las más antiguas estatuas cristianas
que se conocen (IV siglo, Museos Vaticanos). El cordero sobre los hombros que el pastor tiene fuertemente
asido con sus manos es el cristiano. Alrededor hay una atmósfera de confianza que le hacía decir a San
Pablo: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?,¿la angustia?,¿la persecución?, ¿ el
hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?" (Rm 8, 35).
        A menudo el Salvador está representado como obrando entre los hombres: en los bajorrelieves o
sobre las paredes se ve a Jesús que toca los ojos del ciego o que hace resurgir a Lázaro de la tumba; que
multiplica los panes o cambia el agua en vino: es el Cristo que pasa haciendo el bien.
        Están después los símbolos. Las representaciones más significativas tal vez sean aquellas en las que
Cristo aparece bajo el velo de un símbolo. Antes de Constantino, cuando la cruz era usada diariamente como
patíbulo de esclavos y extranjeros, el cristiano velaba piadosamente su aspecto repulsivo a través de los
símbolos, como, por ejemplo, al ancla.
        Junto a Jesús, los cristianos de las catacumbas gustaron de representar, con afecto filial, a su Virgen
Madre. Y he aquí, a comienzos del siglo III, en las catacumbas de Priscila, la figura suave de María, que
aprieta contra su seno a Jesús, mientras Balaam señala la estrella que resplandece sobre su cabeza.
        He aquí todavía la Virgen que tiene en su regazo al Hijo, mientras los Magos se acercan para ofrecer
sus dones. La adoración de los Magos se repite, en las varias catacumbas, a través de pinturas, esculturas y
otros objetos preciosos (relicarios, objetos de marfil, colgantes, anillos).

*Espiritualidad sacramental
        La espiritualidad de las catacumbas es también sacramental. En los sacramentos cristianos el mundo
exterior de la materia entra, como signo y como instrumento, para realizar la redención y la salvación del
hombre: Bautismo y Eucaristía.
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       En ningún cementerio nuestro se encuentran tantas representaciones sacramentales cuantas
hallamos en los Cubículos de los Sacramentos en San Calixto. Nos referiremos ahora brevemente a aquellos
sacramentos sobre los cuales existe una documentación más copiosa.

        -Bautismo. No estamos todavía en la época en la cual en honor de este sacramento se erigirán
espléndidos edificios (recuérdese el bautisterio de San Juan en Letrán). El bautismo era administrado todavía
en las domus Ecclésiae, que eran las residencias familiares, a menudo secretamente. Pero se conocía la
grandeza del sacramento. Pablo había hablado de él con términos grandiosos precisamente en la Carta a los
Romanos (capítulo 6). Los cristianos sabían que mediante el rito bautismal el hombre muere y resurge
místicamente con Cristo, y por la eficacia de estos actos redentores es asociado a la vida divina.
        Una de las más antiguas pinturas en los así llamados Cubículos de los Sacramentos, en las
Catacumbas de San Calixto, representa el bautismo. Junto a un espejo de agua está sentado un pescador
que con el sedal saca un pez: nos gusta ver en este personaje a un apóstol, que cumple la orden de Jesús:
"Síganme; los haré pescadores de hombres" (Mc 1, 17).
        Muchos cristianos, "conquistados por Cristo" (Flp 3, 12), después de angustiosas experiencias
interiores, sentían que el momento del bautismo había marcado el inicio de una vida nueva. De aquí proviene
ese nombre que se lee en una lápida de la tricora de San Calixto, nombre que después se volvió tan común
en la cristiandad: "Renatus" (¡Nacido de nuevo!).

        -Eucaristía. Y henos ahora ante la joya de las capillas de las catacumbas: la trilogía eucarística.
        En el fresco, los cristianos sentados a la mesa eucarística son siete, como los discípulos que se
reunieron alrededor de Jesús resucitado a orillas del lago; en los platos delante de ellos está el pez:
Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador.
        En la escena de la izquierda el sacerdote extiende las manos sobre una pequeña mesa con el pan
eucarístico: clara figura del acto consagratorio reservado a los ministros; en el otro lado de la mesa, un orante
con los brazos levantados nos recuerda que, para ir al cielo, hay que nutrirse de ese pan consagrado (la
Eucaristía).
        El tercer panel, a mano derecha , es de clara significación para quien recuerde las palabras del himno
eucarístico de Santo Tomás de Aquino: "In figuris praesignátur cum Ísaac immolátur" (En la inmolación de
Isaac se prefigura el sacrificio de Cristo).
        No podemos omitir una figuración que es preciosa por su antigüedad y por su gran valor espiritual. En
la Cripta de Lucina, que se remonta a fines del siglo II, sobre la pared frente a la entrada, están representados
simétricamente dos peces, delante de los cuales están colocados dos canastos repletos de panes. Dentro de
los canastos se entrevén dos vasos de vino. El pez es Cristo; el pan y el vino, en cambio, son las especies
bajo las cuales El se hace presente en la Eucaristía.
        Estamos en las fuentes de la cristiandad. El cristiano antiguo, consciente de que "no hay bajo el cielo
otro nombre dado a los hombres, por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12), sabe también que a
Cristo no podemos asociarnos si no es mediante los sacramentos que El ha instituido para tal finalidad.

*Espiritualidad social
        La espiritualidad de las catacumbas es, además, "social": el cristiano acostumbrado a decir en la
oración, no ya "Padre mío", sino "Padre nuestro", sabe que en la familia de Dios no se vive aislada sino
socialmente: "Nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo" (Rm 12, 5). Las
catacumbas nos brindan la imagen de este cuerpo místico dentro del cual conviven ordenadamente los
cristianos en jerarquía de funciones y en unidad de espíritu. Aquí los pontífices mártires reposan en medio de
la humilde multitud anónima de su grey.
        En la parte frontal de un sarcófago un jovencito levanta las manos en la actitud del orante feliz en la
visión de Dios: a sus lados Pedro y Pablo, los fundadores de la Iglesia de Roma, parecen introducirlo en la
patria bienaventurada.
        En las Catacumbas de Domitila, en la pintura de un arcosolio, llega Veneranda en traje de viaje,
peregrina que ha terminado su destierro, a los umbrales de la patria: la santa del lugar, Petronila, con
semblante suave, la acoge y la introduce.
Hay un intercambio de plegarias entre las diversas partes de la Iglesia. Centenares de peregrinos se
encomiendan a Pedro y a Pablo sepultados en la Memoria de la Vía Appia Antica (las Catacumbas de San
Sebastián), grabando breves oraciones en el revoque de la triclinia (ambiente para banquetes funerarios, a
cielo abierto): "Pablo y Pedro, recen por Víctor. Pedro y Pablo, tengan presente a Sozomeno".
        A la entrada del sepulcro de los papas en San Calixto, la pared está constelada de plegarias: "San
Sixto, ten presente a Aurelio Repentino". "Espíritus Santos... que Verecundo junto con los suyos, navegue
bien". A veces no hay una oración explícita: para implorar basta una calificación añadida al nombre: "Felición,
sacerdote, pecador".
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        Se cuentan por millares las inscripciones con plegarias de los vivos por los difuntos o con
solicitaciones a los muertos para que recen por los sobrevivientes. En la dimensión social del cuerpo místico,
cada persona está vinculada con la Iglesia entera.

*Espiritualidad escatológica
        El cristiano está en tensión hacia los "éschata", es decir, hacia las realidades definitivas de la vida
eterna: "No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Hb 13, 14).
"Nosotros somos ciudadanos del cielo" (Flp 3, 20). Basta un breve recorrido en una catacumba para ver brillar
esta verdad con la más viva luz.
        Y henos aquí en la escalera que baja hacia la Cripta de los Papas. En la pared izquierda una lápida
nos habla de Agripina, "cuius dies inlúxit" (cuyo día amaneció): el día de la muerte fue el día de su ingreso en
la luz, en la bienaventuranza esperada. Un poco más abajo hay una inscripción griega de Adas, la cual
"ecoiméte" (se durmió), al igual que la hija de Jairo, que -según dice el evangelio- "no ha muerto: está
dormida" (Lc 8, 52) y aguarda la llamada de Aquel que es la resurrección y la vida.
        En una capilla, Jonás, escapado de las fauces del monstruo que simboliza la muerte, reposa
plácidamente a la sombra de un emparrado. Más adelante, el Buen Pastor aprieta contra sí tiernamente al
cordero que lleva sobre sus hombros: la muerte no es más terrorífica para el cristiano, llevado por Jesús hacia
los verdes pastos.
        Desde la pared de un cubículo cinco cristianos levantan los brazos en la actitud de adoración;
alrededor, un hermosísimo jardín cubierto de flores: es el paradisus, el jardín celestial. Desde una lápida entre
las más antiguas, una cruz-ancla nos anuncia que llegó al puerto del paraíso una cristiana que lleva el
luminoso nombre de una estrella: "Hésperos" (sobrent. astér, la estrella de la tarde).
        Estos cementerios, además, están llenos de paz. La respuesta se halla en la fe de los antiguos
cristianos, que habla a menudo en el silencio de las catacumbas: "¿Por qué buscan entre los muertos al que
está vivo?" (Lc 24, 5). "Yo soy la Resurrección y la Vida" (Jn 11, 25). "No temas; solamente ten fe" (Mc 5, 36).

*Espiritualidad bíblica
        Pintores y entalladores, escultores y epigrafistas, se nos muestran embebidos e inspirados en la
Palabra de Dios. Aquí el Antiguo Testamento torna a ser meditado e interpretado por completo a la luz del
Nuevo. De los evangelios y de las epístolas aparecen particularmente sentidos los temas centrales. Como la
liturgia y la literatura patrística, así la espiritualidad de las catacumbas se alimenta con las Sagradas
Escrituras, a ejemplo de la mártir santa Cecilia que, según las Actas, "sémper evangélium Christi gerébat in
péctore" (llevaba siempre sobre su pecho el evangelio de Cristo), y en el acto supremo del martirio indica con
los dedos la Unidad y la Trinidad de Dios.

Espiritualidad nueva y transformadora
        Aquí se descubre la verdadera revolución llevada a cabo por el cristianismo. En particular están
presentes dos tipos de personajes de gran fuerza espiritual: el "mártir" y la "virgen". El "mártir" da su vida para
atestiguar la certeza de la propia fe; la da con serenidad y sin pesadumbre en medio del desencadenamiento
de brutalidades y torturas; muere sin odio hacia quien lo mata, implorando, por el contrario, el perdón para él.
Muchos cristianos sepultados en las catacumbas realizaron de manera sublime y en innumerables casos el
martirio cruento.
        La figura de la "virgen" cristiana no falta en las catacumbas. A este respecto es significativo el poema
damasiano en honor de su hermana Irene, sepultada en el complejo calixtiano:

                         "... Ella, mientras alentó su vida, a Cristo se entregó en arras,
                                        manifestando así su virginal mérito
                                            el santo candor de su alma...
                                            Ahora, como virgen que eres,
                                    acuérdate de nosotros cuando Cristo llegue
                                       a fin de que tu antorcha, por el Señor,
                                                a mi alma luz otorgue".

        Saliendo de las Catacumbas de San Calixto, la última gran lápida que se encuentra al final de la
escalera es la de Baccis. Grandes y rudos caracteres rojos sobre la piedra cenicienta cuentan una humilde
historia. Quien la medite verá , con los ojos de la fe, transparentarse a través de las letras dos rostros: el
delicado de la niña muerta y el rudo del padre, sobre el cual, sin embargo, brilla una tierna sonrisa llena de
lágrimas. He aquí el texto: "Baccis, dulce alma. En la paz del Señor. Vivió 15 años y 75 días. (Murió) el día
anterior a las calendas (el 1º) de diciembre. El padre a su hija dulcísima". Una onda divina de pureza y ternura
había entrado también en las familias más humildes con la fe en Cristo.
        En las mismas catacumbas bajó un día a buscar consuelo un peregrino. Entró rezando, y al final de la
escalera, confió a la pared un deseo de vida feliz entre las almas dilectas para su difunta: "Sofronia vivas cum
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tuis" (Que vivas, Sofronia, con los tuyos). Debajo de la escalera el querido nombre reaparece con un deseo
de vida en Dios: "Sofronia, vivas in Dómino" (Que vivas, Sofronia, en el Señor). Finalmente, en un cubículo al
lado de un arcosolio, la leyenda aparece por tercera vez. En la oración el luto ha perdido su amargura y se ha
vuelto una esperanza llena de inmortalidad: "Sofronia dulcis sémper vives in Deo" (Dulce Sofronia, vivirás
siempre en Dios), escribe en alto el peregrino. Pero parece que de su corazón serenado rebosa la ternura, y
él graba todavía: "Sofronia, vives..." (¡Sí, Sofronia, tú vivirás!...). Maravillosa síntesis en que se funde un
drama humano de muerte y luto con la expresión apasionada de la fe consoladora: vida más allá de la
muerte, vida entre los seres queridos, vida perenne, vida en Dios.
        Finalmente, con las relaciones familiares aparecen ennoblecidas las relaciones sociales. Las tumbas
cristianas ignoran las frases que indican cargos y honores, habituales en los epitafios paganos.
        Frecuentes, en cambio, son las indicaciones, no solo de las profesiones elevadas, como la de Dionisio
médico y sacerdote, sino también de los más humildes oficios, de los pobres "banausói" (obreros),
despreciados por los sabios del paganismo. He aquí, tan solo en las catacumbas de San Calixto, el
campesino Valerio Pardo que lleva en la izquierda un manojo de hortalizas y en la derecha el hocino; Marcia
Rufina, la digna patrona, a la que Segundo Liberto le dedica una inscripción con la insignia del taller: un mazo
y el yunque. En un arcosolio la verdulera está sentada entre manojos de verduras, etc. La religión del
Artesano de Nazaret había ennoblecido el trabajo.
        A estos aspectos de la espiritualidad ilustrados por el difunto estudioso, Pbro. Hugo Gallizia, sdb,
profesor de Exégesis del Nuevo Testamento y de Arqueología Cristiana en el Pontificio Ateneo Salesiano de
Turín (Italia), puede ser útil agregar otro aspecto de la espiritualidad de las catacumbas a menudo
descuidado, es decir, la espiritualidad del silencio.

*Espiritualidad del silencio
         Puede parecer extraño hablar de una espiritualidad del silencio, porque el silencio, a primera vista, es
solamente una vacuidad sin sentido. En realidad, el silencio de la palabra, de la imaginación y del espíritu es
una dimensión humana fundamental: pertenece a nuestra esencia, porque es el custodio de nuestro mundo
interior, la condición previa de la escucha, la necesaria premisa de toda comunicación humana.
         Recorriendo las galerías de las catacumbas o deteniéndonos en las criptas, nos encontramos
sumergidos en una atmósfera de silencio, que, sin embargo, es tan solo el silencio de un antiguo cementerio.
Pero nos afecta íntimamente, porque no es el silencio de la muerte, de la añoranza sin esperanza de todo lo
que los cristianos querían durante su vida. Es un silencio de plenitud, llenado por las voces de los mártires
que vivieron nuestra vida, pero que valiente y constantemente testimoniaron su fe, no solo en tiempos de paz
religiosa, sino especialmente durante las persecuciones.
         Este silencio está lleno de paz, de esperanza en una vida futura mejor, en la luz de la resurrección de
Cristo. El silencio de las catacumbas está lleno de historia y de misterio; es sagrado, significativo y más
elocuente que las mismas palabras; es enriquecedor, porque nos induce a reflexionar sobre la Iglesia de los
orígenes, sobre el heroico testimonio de los mártires, como sobre el testimonio ordinario de los simples
cristianos, que no sepultaron su fe bajo tierra, sino que la vivieron en la vida de cada día, en la familia, en la
sociedad, en el trabajo, en cada tarea y profesión.
         Es un silencio comunicativo, que habla al corazón y a la mente de los peregrinos, que les revela el
mundo desconocido de la Iglesia primitiva, con sus clases sociales, sentimientos y afectos; con las penas y
esperanzas de los cristianos sepultados en las catacumbas. No podemos sofocar este silencio, que habla por
sí mismo, o que más bien grita imperiosamente. San Gregorio Magno habló del "strépitus siléntii" (fragor del
silencio), un distintivo que se adapta perfectamente al silencio de las catacumbas.
         Esta atmósfera de silencio, que evoca la vida y el sacrificio de los primeros cristianos, constituye un
lugar privilegiado de meditación espiritual, de revisión de vida, de renovación de la fe. Su testimonio valiente y
fiel nos interpela personalmente. ¿Cuál es hoy "nuestra" respuesta al amor de Dios, en una sociedad que
quizá no es tan hostil como la de ellos, pero que es principalmente indiferente a los valores religiosos?
         Las catacumbas nos dejan un mensaje de fe silencioso, pero nítido, tanto más necesario por el hecho
de que nuestro tiempo está enfermo de ruido, exterioridad, superficialidad. Aquí las palabras no son
necesarias, porque las catacumbas hablan por sí solas.
         Este es el cristianismo, en su máximo grado de sencillez e intensidad, encarnado en figuras de
mártires, confesores y vírgenes, que hablan desde las criptas y pasillos, desde las pinturas y las lápidas
consagrados por casi dos milenios de veneración. Es precisamente este carácter de esencialidad
fundamental, eficaz, inagotable, que hizo de las catacumbas romanas una de las metas predilectas de la
cristiandad peregrinante.
         Sobre los pasos de los mártires y de los primeros cristianos, la espiritualidad de las catacumbas nos
ayudará a celebrar el Jubileo con una verdadera y profunda renovación de nuestra fe para "vivir en la plenitud
de la vida en Dios" (Tertio Millennio Adveniente, n. 6).


Los cristianos del tiempo de las persecuciones, en la defesa de los apologistas
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La cédula de identidad de los primeros cristianos

        Ya desde el siglo I la religión cristiana se difundió rápidamente en Roma y en el mundo entero, no solo
por su originalidad y universalidad, sino también, y en buena medida, por el testimonio de fervor, de amor
fraterno y de caridad demostrada por los cristianos. Las autoridades civiles, y el pueblo mismo, indiferentes en
un primer momento, se mostraron muy pronto hostiles hacia la nueva religión, porque los cristianos no
querían admitir el culto del emperador y la adoración de las divinidades paganas de Roma. Los cristianos
fueron por ello acusados de deslealtad hacia la patria, de ateísmo, de odio al género humano, de crímenes
ocultos, como el incesto, el infanticidio y el canibalismo ritual; de ser los causantes de las calamidades
naturales como la peste, las inundaciones, las carestías, etc.
        La religión cristiana fue declarada: strana et illícita,extraña e ilícita (decreto senatorial del año 35),
exitialis, perniciosa (Tácito), prava et immódica, malvada y desenfrenada (Plinio), nova et maléfica,nueva y
maléfica (Suetonio), tenebrosa et lucífuga, tenebrosa y enemiga de la luz (del Octavius de Minucio),
detestábilis, detestable (Tácito); por eso fue excluida de la legalidad y perseguida, porque fue
considerada el enemigo más peligroso del poder de Roma, que se basaba en la antigua religión nacional y en
el culto del emperador, instrumento y símbolo de la fuerza y de la unidad del imperio.
        Los tres primeros siglos constituyen la era de los mártires, que terminó en el año 313 con el
edicto de Milán, con el cual los emperadores Constantino y Licinio concedieron la libertad a la Iglesia. La
persecución no fue siempre continua y general, es decir, extendida a todo el imperio, ni fue siempre
igualmente cruel y cruenta. A períodos de persecuciones siguieron otros de relativa tranquilidad.
        En la inmensa mayoría de los casos los cristianos afrontaron con valor, a menudo con heroísmo, la
prueba de las persecuciones, pero no la soportaron pasivamente. Se defendieron con fuerza refutando las
acusaciones que les hacían de cometer crímenes ocultos o públicos, presentando los contenidos de su fe ("en
qué creemos") y describiendo su identidad ("quiénes somos").
        En las "Apologías" (discursos de defensa) de los escritores cristianos de ese tiempo, dirigidas
también a los emperadores, los cristianos pedían no ser condenados injustamente, sin ser conocidos y sin
pruebas. El principio de la ley senatorial "Non lícet vos esse" (No les está permitido a ustedes existir), era
juzgado por los apologistas injusto e ilegal, porque los cristianos eran honestos ciudadanos, respetuosos de
las leyes, fieles al emperador, industriosos y ejemplares en la vida privada y pública.
        Puesto que las catacumbas contienen la verificación y la confirmación de la vida admirable de los
cristianos, como la describen los apologistas, reproducimos aquí algunos trozos significativos, que constituyen
casi una "cédula de identidad" de los cristianos de los primeros tiempos.

1. De la Carta a Diogneto (apología de autor desconocido, II-III siglo).

Son hombres como los demás
       "Los cristianos no se diferencian ni por el país donde habitan, ni por la lengua que hablan, ni por el
modo de vestir. No se aíslan en sus ciudades, ni emplean lenguajes particulares: la misma vida que llevan no
tiene nada de extraño.
       Su doctrina no nace de disquisiciones de intelectuales ni tampoco siguen, como hacen tantos, un
sistema filosófico, fruto del pensamiento humano. Viven en ciudades griegas o extranjeras, según los casos, y
se adaptan a las tradiciones locales lo mismo en el vestir que en el comer, y dan testimonio en las cosas de
cada día de una forma de vivir que, según el parecer de todos, tiene algo de extraordinario".

Habitan en la tierra, pero son ciudadanos del cielo
       "Habitan en la propia patria como extranjeros. Cumplen con lealtad sus deberes ciudadanos, pero son
tratados como forasteros. Cualquier tierra extranjera es para ellos su patria y toda patria es tierra extranjera.
       Se casan como todos, tienen hijos, pero no abandonan a sus recién nacidos. Tienen en común la
mesa, pero no la cama. Están en la carne, pero no viven según la carne. Habitan en la tierra, pero son
ciudadanos del cielo.
       Obedecen a las leyes del Estado, pero, con su vida, van más allá de la ley. Aman a todos y son
perseguidos por todos. No son conocidos, pero todos los condenan. Son matados, pero siguen viviendo. Son
pobres, pero hacen ricos a muchos. No tienen nada, pero abundan en todo. Son despreciados, pero en el
desprecio encuentran gloria ante Dios. Se ultraja su honor, pero se da testimonio de su justicia.
       Están cubiertos de injurias y ellos bendicen. Son maltratados y ellos tratan a todos con amor. Hacen el
bien y son castigados como malhechores. Aunque se los castigue, están serenos, como si, en vez de la
muerte, recibieran la vida. Son atacados por los judíos como una raza extranjera. Los persiguen los paganos,
pero ninguno de los que los odian sabe decir el porqué".

Están en el mundo como el alma en el cuerpo
12
        "Por tanto, los cristianos están en el mundo lo mismo que el alma en el cuerpo. Como el alma se
difunde por todas las partes del cuerpo, así los cristianos se esparcen por las distintas ciudades de la tierra. El
alma habita en el cuerpo, pero no es del cuerpo; los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo.
Como el alma invisible es prisionera del cuerpo visible, así los cristianos son una realidad bien visible en el
mundo, mientras es invisible el culto espiritual que rinden a Dios.
        Como la carne odia al alma y le hace guerra, sin haber recibido ofensa alguna, solo porque se opone
al deleite y gozo de los placeres que hacen daño, así el mundo odia a los cristianos, que no le han causado
algún mal, sino porque solamente se han opuesto a una manera de vida cuya esencia es el placer.
        Como el alma ama a la carne y a los miembros que la odian, así los cristianos aman a quien los odia.
El alma, aun cuando sostiene al cuerpo, está encerrada en él; así los cristianos aun cuando son el sostén del
mundo, viven presos en él como en una cárcel. El alma inmortal habita en una tienda mortal: así los cristianos
viven como extranjeros en medio de las cosas que se corrompen, en espera de la incorruptibilidad del cielo.
        Con la mortificación en el comer y en el beber, se afina el alma y se hace mejor; así también los
cristianos, maltratados y perseguidos, aumentan cada día en número. Dios les ha asignado un puesto tan
sublime, que no deben abandonarlo de ningún modo" (Sources Chrétiennes, 33 bis, 62-67).

2. De los "Libros a Autólico" (de San Teófilo de Antioquía, II siglo)

Los cristianos honran al emperador y rezan por él (libro I, 2)
        "Yo honraré al emperador, pero no lo adoraré; rezaré, sin embargo, por él. Yo adoro al Dios verdadero
y único por quien sé que el soberano fue hecho. Y entonces podrías preguntarme: '¿Y por qué, pues, no
adoras al emperador?' El emperador, por su naturaleza, debe ser honrado con legítima deferencia, no
adorado. El no es Dios, sino un hombre a quien Dios ha puesto no para que sea adorado, sino para que
ejerza en la tierra la justicia.
        El gobierno del Estado le ha sido confiado de algún modo por Dios. Y así como el emperador no
puede tolerar que su título sea llevado por cuantos le están subordinados -nadie, en efecto, puede ser
llamado emperador-, de la misma manera nadie puede ser adorado excepto Dios. El soberano por lo tanto
debe ser honrado con sentimientos de reverencia; hay que prestarle obediencia y rezar por él. Así se cumple
la voluntad de Dios".

La vida de los cristianos es prueba de la grandeza y belleza de su religión (libro III, 15)
       "En los cristianos se da un sabio dominio de sí mismos, se practica la continencia, se observa el
matrimonio único, la castidad es custodiada, la injusticia es excluida, la piedad es apreciada con los hechos.
Dios es reconocido, la verdad considerada norma suprema.
       La gracia los custodia, la paz los protege, la palabra sagrada los guía, la sabiduría los instruye, la vida
(eterna) los dirige, Dios es su rey".

3. De "La Apología" de Aristides (siglo II).

Los cristianos observan las leyes de Dios
        "Los cristianos llevan grabadas en su corazón las leyes de Dios y las observan en la esperanza del
siglo futuro. Por esto no cometen adulterio ni fornicación; no levantan falso testimonio; no se adueñan de los
depósitos que han recibido; no anhelan lo que no les pertenece; honran al padre y a la madre, hacen bien al
prójimo; y, cuando son jueces, juzgan justamente. No adoran ídolos de forma humana; todo aquello que no
quieren que los otros les hagan a ellos, ellos no se lo hacen a nadie. No comen carnes ofrecidas a los ídolos,
porque están contaminadas. Sus hijas son puras y vírgenes y huyen de la prostitución; los hombres se
abstienen de toda unión ilegítima y de toda impureza; igualmente sus mujeres son castas, en la esperanza de
la gran recompensa en el otro mundo... "

Son buenos y caritativos
       "Socorren a quienes los ofenden, haciendo que se vuelvan amigos suyos; hacen bien a los enemigos.
No adoran dioses extranjeros; son dulces, buenos, pudorosos, sinceros y se aman entre sí; no desprecian a
la viuda; salvan al huérfano; el que posee da, sin rezongar, al que no posee. Cuando ven forasteros, los
hacen entrar en casa y se gozan de ello, reconociendo en ellos verdaderos hermanos, ya que así llaman no a
los que lo son según la carne, sino a los que lo son según el alma.
       Cuando un pobre muere, si se enteran, contribuyen a sus funerales según los recursos que tengan; si
vienen a saber que algunos son perseguidos o encarcelados o condenados por el nombre de Cristo, ponen
en común sus limosnas y les envían aquello que necesitan, y si pueden, los liberan; si hay un esclavo o un
pobre que deba ser socorrido, ayunan dos o tres días, y el alimento que habían preparado para sí se lo
envían, estimando que él también tiene que gozar, habiendo sido como ellos llamado a la dicha".

Viven en la justicia y santidad
13
        "Observan exactamente los mandamientos de Dios, viviendo santa y justamente, así como el Señor
Dios les ha mandado; le rinden gracias cada mañana y cada tarde, por cada comida o bebida y todo otro
bien...
Estas son, oh emperador, sus leyes. Los bienes que deben recibir de Dios, se los piden, y así atraviesan por
este mundo hasta el fin de los tiempos, puesto que Dios lo ha sujetado todo a ellos. Le están, pues,
agradecidos, porque para ellos ha sido hecho el universo entero y la creación. Por cierto, esta gente ha
hallado la verdad".

4. De "El Apologético" de Tertuliano (II-III siglo).

Los cristianos no son inútiles e improductivos

        "Se nos acusa de ser improductivos en las varias formas de actividad. Pero ¿cómo se puede decir
esto de hombres que viven con ustedes, que comen como ustedes, que visten los mismos trajes, que siguen
el mismo género de vida y tienen las mismas necesidades de vida?
        Nosotros nos acordamos de dar gracias a Dios, Señor y creador, y no rehusamos ningún fruto de su
obra. A la verdad, nosotros usamos las cosas con moderación, no en forma descomedida o mala. Convivimos
con ustedes y frecuentamos el foro, el mercado, los baños, las tiendas, los talleres, los establos, participando
en todas las actividades.
        Navegamos también juntamente con ustedes, militamos en el ejército, cultivamos la tierra, ejercemos
el comercio, permutamos las mercaderías y ponemos en venta, para uso de ustedes, el fruto de nuestro
trabajo. Yo sinceramente no entiendo cómo podemos parecer inútiles e improductivos para los asuntos de
ustedes, cuando vivimos con ustedes y de ustedes.
        Sí, hay gente que tiene motivo para quejarse de los cristianos, porque no puede comerciar con ellos:
son los protectores de prostitutas, los rufianes y sus cómplices; les siguen los criminales, los envenenadores,
los encantadores, los adivinos, los hechiceros, los astrólogos. ¡Es maravilloso ser improductivos para esta
gente!... Y después, en las cárceles ustedes no encuentran nunca un cristiano, a no ser que esté ahí por
motivos religiosos. Nosotros hemos aprendido de Dios a vivir en la honestidad".


Profundizaciones e investigaciones

Habitar la eternidad. Umberto Fasola1
En: Le origini cristiane a Trastevere, Fratelli Palombi Editori, Roma, 1981, p. 61.

        Los cristianos, como se decía, vivían igual que todos. Pero hay un punto que de manera
particularmente evidente los diferencia de los demás, y es la concepción de la muerte y de la vida más allá de
la muerte. Desde fines del siglo II, fue justamente la concepción de la muerte y del más allá lo que los impulsó
a distinguirse resueltamente de las costumbres de los paganos, que hasta entonces también los cristianos
habían seguido. En todo y por todo los cristianos aceptaban la vida de los paganos, cumplían su deber de
soldados, de comerciantes, de esclavos. Pero ante el concepto de la muerte se sintieron demasiado diversos.
Hasta fines del siglo II, para los cristianos no había sido un problema el ser sepultados juntamente con los
paganos en áreas comunes. El mismo san Pedro, como se sabe, fue sepultado a pocos metros de distancia
de tumbas paganas, e igualmente san Pablo en la Vía Ostiense. Pero a fines del siglo II los cristianos
quisieron aislarse en las prácticas funerarias y separaron sus cementerios de los de los paganos. ¿Por qué?
        El concepto pagano de la muerte era frío, desesperante: el pagano sabía que existía la supervivencia
y creía en la misma, pero para él era una supervivencia sin sentido. En efecto, para el paganismo el alma
sobrevivía en los Campos Elíseos o en otros ambientes ultraterrenos, pero solo hasta tanto fuera recordada.
No bien el difunto fuera olvidado, sería absorbido en la masa amorfa, sin sentido y carente de personalidad,
de los dioses Manes. Es por esto, como fácilmente se puede observar, que las tumbas paganas se hallan
todas a lo largo de las vías consulares. Sus restos están alineados por kilómetros a lo largo de esas
carreteras (particularmente, de la Vía Apia) en gran evidencia, precisamente porque los titulares de las
tumbas querían hacerse recordar: sabían que hasta tanto hubiera alguno que los viera, leyera sus nombres,
pensara en ellos, viera su imagen, ellos sobrevivirían. Terminado el recuerdo, todo estaba terminado. Es por
esto que hacían testamentos con legados aun muy costosos, para obligar a recordarlos. Tenemos textos
conservados en las inscripciones donde se recuerda que los propietarios de los sepulcros dejaron gruesas
sumas de dinero a los libertos a fin de que cada año, en el aniversario de su muerte, fueran a encender una
lamparilla sobre su tumba u ofrecieran un sacrificio: todo para ser recordados. Para poner un solo ejemplo de
1
  Umberto Fasola (+ 1989), padre Servita, se graduó en Sagrada Teología, en Arqueología Cristiana, en Letras y Filosofía. Fue
Profesor de Topografía cementerial de Roma Cristiana, Rector del Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana, Secretario de la
Pontificia Comisión de Arqueología Sacra, Curator del Collegium Cultorum Martyrum. Descubrió y estudió diversas catacumbas, entre
las cuales el Coemeterium Majus sobre la Vía Nomentana. Escribió muchos libros y artículos de Arqueología.
14
gran sepulcro que atraía la atención de los vivientes, baste mencionar la tumba de Cecilia sobre la Vía Apia.
Para los cristianos todo esto no tenía sentido: creían seriamente en la otra vida, pero no de manera tan
desesperante, tan fría. Por tal motivo querían crearse áreas cementeriales propias y distintas. Construyeron
así los koimeteria, término que significa literalmente "dormitorios". Esta palabra era para los paganos del todo
incomprensible. Ellos, en efecto, no comprendían para nada este término aplicado a las áreas funerarias. Así,
en el edicto de confiscación del emperador Valeriano en el 257, que nos es referido por Eusebio de Cesarea,
se dice que sean confiscados a los cristianos los bienes y lugares de reunión (aquí en el Transtíber fueron
evidentemente confiscados los "títulos" de Calixto, Crisógono y Cecilia) que pertenecían a la comunidad.
Además de estos bienes, fueron confiscados también los así llamados koimeteria, "dormitorios". Los romanos
no entendían qué significaba esto. Para un pagano, en efecto, "dormitorio" era la pieza donde uno se acuesta
por la noche y se levanta por la mañana. Para el cristiano era una palabra que lo indicaba todo: se va a dormir
para ser despertado; la muerte no es el fin, sino el lugar donde se reposa; y hay un despertar seguro.
         Encontramos aquí conceptos con los cuales los cristianos pensaban en la muerte y los volvemos a
encontrar en las catacumbas: por ejemplo, el concepto de Depositio. Las lápidas con la palabra Depósitus, a
veces abreviada (depo, Dep o solo D) se cualifican en seguida como cristianas. En efecto, Depositio es un
término jurídico, usado por los abogados, que quería decir "se da en depósito": los muertos eran confiados a
la tierra como granos de trigo, para ser devueltos luego en las mieses futuras. Es, este, un concepto que los
paganos no tenían.
         Por todos estos motivos, por una teología de la muerte tan diferente de la de los paganos, los
cristianos quisieron aislarse y crear sus propios cementerios. Lo mismo pasó con los judíos, pero solo
posteriormente.
         Las excavaciones en Villa Torlonia han demostrado con seguridad que las catacumbas hebraicas
fueron creadas por lo menos 50-60 años después de las cristianas. Son los judíos quienes en este tipo de
sepultura imitaron a los cristianos.
         Esta concepción cristiana de la muerte, o mejor dicho, este mundo de los muertos que es sentido
como viviente, nos hace entrar en la mentalidad de los primeros cristianos, de los habitantes del Transtíber de
entonces: externamente eran alfareros, molineros, changadores, soldados, pescaderos, barqueros, etc., como
todos los demás (sabemos incluso que eran apreciados por sus conciudadanos como gente que sabía
cumplir con su deber). Pero en lo íntimo de su conciencia tenían algo profundamente diverso de los demás.
         En el Cementerio Mayor sobre la Vía Nomentana se encontró una hermosa inscripción cristiana:
externamente es una pequeña lápida de mármol que no presenta características particulares, pero por los
conceptos que expresa yo la considero uno de los hallazgos más bellos. Se habla ahí de un siciliano fallecido
en Roma, el cual quiso recordar en griego, con estas brevísimas palabras, su concepción de la vida: "He
vivido como debajo de una tienda (es decir, he vivido provisoriamente) por cuarenta años; ahora habito la
eternidad".
         Encontramos aquí toda la diferencia en la concepción de la vida entre los cristianos y los paganos.
Para los primeros se trataba de entender el presente como un vivir provisoriamente para ir hacia la verdadera
habitación, la verdadera morada; para los paganos la vida tenía un sentido cerrado: la muerte, en efecto, era
el fin. En cambio, el momento trágico de la muerte venía a ser para los cristianos el ingreso a un ambiente
gozoso. Jesús lo compara con la fiesta de bodas. Es por esto que los cristianos en sus tumbas pintan rosas,
aves, mariposas; en las decoraciones de las catacumbas, a menudo se vuelve a hallar pintado este ambiente
alegre, sereno, con símbolos que expresan serenidad y tranquilidad.


Bibliografía.

Baruffa, Antonio, Las Catacumbas de San Calixto. Historia-Arqueología-Fe, trad. de la 3ª. ed. italiana por
Basilio Bustillo y Alejandro Recio, Ciudad del Vaticano, Editorial LEV, 1993.

Baruffa, Antonio, Las Catacumbas. La fascinación de un mundo desconocido, trad. por José Juan Del Col,
Libreria Editrice Vaticana, s. f.

Carletti, Sandro, Guía para la visita de las Catacumbas de San Calixto, trad. por Luis Parrondo y Manuel
López, Città del Vaticano, Pontificia Comisión de Arqueología Sagrada, 1975.

Carletti, Carlo, Dámaso y los mártires de Roma, trad. por A. Recio Veganzones OFM, Ciudad del Vaticano,
Pontificia Comisión de Arqueología Sacra, 1986.

Conde Guerri, E., Los "fossores" de Roma paleocristiana. Estudio iconográfico, epigráfico y social, Città del
Vaticano, 1979.

Fiocchi Nicolai, Vincenzo; Bisconti, Fabrizio; Mazzoleni, Danilo, Las catacumbas cristianas de Roma. Origen,
15
desarrollo, aparato decorativo y documentación epigráfica, trad. por Fernando M. Romero Pecourt,
Regensburg, Schnell & Steiner, 1999.

Kirschbaum, E.; Junyent, E.; Vives, J., La tumba de san Pedro y las catacumbas romanas. Los monumentos y
las inscripciones, Madrid, B.A.C., 1954.

Mancinelli, Fabrizio, Catacumbas de Roma. Origen del Cristianismo, trad. por Virginia Vezzoso, Firenze,
Scala, 1981.

Martínez Fazio, L. M., La eucaristía, banquete y sacrificio en la iconografía paleocristiana, en Gregorianum 57,
1976, p. 459-521.

Recio Veganzones, A., La "Historica Descriptio Urbis Romae", obra manuscrita de Fr. Alfonso Chacón O. P.
(1530-1599), Roma, 1968.

Recio Veganzones, A., Alfonso Chacón, primer estudioso del mosaico cristiano de Roma y algunos diseños
chaconianos poco conocidos, en Rivista di Archeologia Cristiana 50, 1974, p. 295-329.

Recio Veganzones, A., Iconografía en estuco del pastor en las catacumbas de Roma, en Atti del IX
Congresso Internazionale di Archeologia Cristiana, Roma 21-27 settembre 1975, Città del Vaticano, 1978, p.
425-440.

Recio Veganzones, A., La cappella greca vista y diseñada entre los años 1783 y 1786 por Seroux
D'Agincourt, en Rivista di Archeologia Cristiana 56, 1980, p. 49-84.

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Catacumbas San Calixto SeleccióN De La CáTedra

  • 1. 1 Instituto salesiano San Calixto de Roma. “Las catacumbas de San Calixto”. Fuente: http://www.catacombe.roma.it/es [Febrero de 2009]. Selección de la cátedra. Texto de circulación interna para la cátedra ‘Historia de las Artes Visuales III, Edad Media’, a cargo de Daniel Jorge Sánchez, para las carreras ‘Profesorado y Licenciatura en Historia de las Artes, orientación Artes visuales’. Transcripción: Lic. Lía Lagreca, 2009. Edición para la cátedra: Lic. Marina Grisolía, 2009. Introducción Recorriendo la vía Appia Antica, a menos de un kilómetro de la Puerta de San Sebastián, se encuentran la pequeña iglesia del "Quo Vadis?", después las Catacumbas de Pretextato, las de San Sebastián y, más allá, la tumba de Cecilia Metela. En el centro de esta área arqueológica, comprendida entre las vías Appia Antica, la Ardeatina y el Callejón de las Siete Iglesias se extiende el "Complejo Calixtiano", una vasto predio de unas treinta hectáreas, de las cuales unas quince encierran catacumbas. Las galerías, a veces en cuatro pisos sobrepuestos, alcanzan una longitud de casi veinte kilómetros. Numerosísimas son las tumbas, quizás medio millón. Este complejo resulta formado por varios núcleos cementeriales que se extendieron con el tiempo: el Cementerio de San Calixto y las Criptas de Lucina, que se fusionaron entre sí; los Cementerios de Santa Sotera, de los Santos Marcos, Marceliano y Dámaso, y finalmente el de Balbina. A nosotros nos interesan ahora las Catacumbas de San Calixto, que son entre las más importantes e imponentes de las aproximadamente sesenta catacumbas cristianas de Roma. Se las puede considerar como "la cuna de la Cristiandad y los archivos de la Iglesia primitiva", porque ilustran su vida, usos y costumbres, el Credo que profesó, y atestiguan su historia martirial. Tuvieron ellas su origen hacia la mitad del siglo II, a partir de un área funeraria perteneciente tal vez a la noble familia de los Cecilios; a comienzos del tercer siglo, pasaron a depender directamente de la Iglesia de Roma. El papa San Ceferino (199-217) confió la custodia de esta incipiente catacumba al diácono Calixto, a fin de que la administrara en nombre de la Iglesia. Calixto tenía que presidir la excavación para que todos los fieles, sobre todo los pobres y los esclavos, pudieran tener una digna sepultura. Nombrado a su vez papa, Calixto agrandó el complejo funerario que de él tomó el nombre y que llegó a ser el cementerio oficial de la Iglesia de Roma. Los núcleos más antiguos de las catacumbas de San Calixto son las Criptas de Lucina y la Zona llamada de los Papas y de Santa Cecilia, donde se conservan algunas entre las memorias más sagradas del lugar (la Cripta de los Papas y la de Santa Cecilia y los Cubículos de los Sacramentos); las otras zonas son las de San Cayo y de San Eusebio (fines del III siglo), la Occidental (primera mitad del siglo IV) y la Liberiana (segunda mitad de ese siglo). La zona externa Esta área a cielo abierto, preexistente a las catacumbas, estaba ocupada a ambos lados de la vía Appia por sepulcros paganos. Posteriormente fueron construidos mausoleos y pequeñas basílicas, sobre o junto a las tumbas de los mártires. De estos monumentos han llegado hasta nosotros tan solo dos pequeños edificios llamados "Tricoras", por los tres ábsides que constituyen su planta. Siempre en la superficie externa, tal vez en la "Tricora occidental", fueron sepultados cercanos, si bien en tiempos diversos, el papa San Ceferino y el joven mártir de la Eucaristía, San Tarcisio, celebrado en un poema del papa Dámaso (366-384), que recuerda así su martirio: "Mientras un perverso grupo de fanáticos se abalanzaba sobre Tarcisio que llevaba la Eucaristía, para profanarla, el joven prefirió perder la vida antes que dejar a esos perros rabiosos el Cuerpo de Cristo". Las dos tricoras han sido restauradas y la oriental desempeña ahora la función de pequeño museo, que contiene inscripciones del cementerio y numerosos fragmentos de sarcófagos, que representan escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento. El más importante es el sarcófago del Niño, así llamado por sus dimensiones reducidas y que conserva ahora la parte del frente ricamente esculpida.
  • 2. 2 Este sarcófago se puede considerar un pequeño catecismo ilustrado. He aquí las escenas: Noé con la paloma en el arca, un profeta que sostiene el rollo de la ley divina, Daniel en el foso de los leones, el niño orante entre dos santos, el milagro de Caná y la resurrección de Lázaro. Arrodillada a los pies de Jesús la hermana de Lázaro, María. En el centro de la tapa dos geniecitos sostienen una tablita; en las extremidades hay sendas cabezas, esculpidas como adorno. Las escenas representadas en este sarcófago dejan transparentar un profundo simbolismo, y el sucederse de las escenas no es casual. El cristiano nace a la vida divina mediante el Bautismo (Noé). Nutre esta vida divina con el pan (Abacuc) y el vino (Caná) consagrados en la Misa, es decir, con la Comunión. La Eucaristía le ofrece como prenda la resurrección final (Lázaro). Así el cristiano (niño) vivirá en el paraíso (orante). Hallamos aquí el eco de las palabras de Jesús: "Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día" (Jn 6, 54). Sarcófago del niño. El cementerio subterráneo En la descripción de este cofre de antiguos testimonios, que son las catacumbas, nos limitaremos a indicar, siguiendo primeramente el itinerario de los peregrinos, los lugares y las cosas más significativos, sin repetir lo que ha sido dicho acerca de las catacumbas en general en la primera parte de este sitio Internet. La escalera de ingreso Se baja a las catacumbas por una escalera de ingreso moderna, construida en buena parte sobre el lugar de la anterior del IV siglo, abierta en tiempos del papa Dámaso a fin de permitir a los peregrinos llegar con facilidad a las tumbas de los mártires. A lo largo de las paredes del primer tramo de la escalera se han pegado numerosos fragmentos de las lápidas que cerraban los lóculos. La estatua del Buen Pastor En el rellano, donde la escalera gira a la derecha, se encuentra una estatua del Buen Pastor, copia del original del siglo IV, guardada en los Museos Vaticanos. El Buen Pastor con la oveja sobre los hombros representa a Cristo Salvador y al alma que El ha salvado. Es el símbolo más frecuente del amor de Cristo y el más querido por los primeros cristianos. Revestía para ellos la misma importancia que tiene para nosotros el Crucifijo. La lápida de Agripina A lo largo de las paredes de la escalera están pegadas algunas inscripciones funerarias. En una de ellas el día de la muerte es llamado "el día en que la difunta ha entrado en la luz" ("cuius dies inlúxit"). "Agripina entregó (el alma a Dios)... Entró en la luz... sepultada en los Idus de…”. El cristianismo había sabido transformar en luz el lúgubre concepto pagano de la muerte. Los grafitos En el fondo de la escalera, sobre la pared protegida por un cristal, comienza una serie de grafitos, esculpidos con una punta de hierro sobre el revoque del muro. Son nombres de personas, palabras o también pequeñas frases de invocación a los mártires, que los peregrinos fueron escribiendo cuando visitaban las catacumbas. Los grafitos son frecuentes junto a las tumbas de los mártires. Así, en la pared externa de la Cripta de los Papas leemos estas expresiones: "¡Oh, San Sixto, acuérdate en tus oraciones de Aurelio Repentino!..." "¡Oh, Almas Santas, acuérdense de Marciano, de Suceso, de Severo, y de todos nuestros hermanos!" "Felición, PBR (presbítero), pecador". Leemos también la expresión admirativa con la que un desconocido compara la Cripta de los Papas con la Jerusalén celestial: "Jerusalén, ciudad y ornamento de los mártires de Dios..." A la izquierda está la apertura que introduce en la Cripta de los Papas. La cripta de los papas
  • 3. 3 Es el lugar más sagrado e importante de estas catacumbas, descubierto por el gran arqueólogo Juan Bautista de Rossi en 1854, y definido por él "el pequeño Vaticano, el monumento central de las necrópolis cristianas". Tuvo su origen hacia fines del siglo II como cubículo privado. Después de la donación de esa área a la Iglesia de Roma, el cubículo fue remodelado y transformado en cripta y se volvió el sepulcro de los papas del III siglo. La cripta, de forma rectangular, contenía cuatro nichos para sarcófagos y seis lóculos en cada lado; en total, dieciséis sepulturas, más una tumba monumental en la pared del fondo. En esta cripta fueron sepultados nueve papas y ocho obispos del siglo II. En las paredes están pegadas las lápidas originales, quebradas e incompletas, de cinco papas. Sus nombres están escritos en griego, según la costumbre oficial de la Iglesia de ese tiempo. Sobre cuatro lápidas, junto al nombre del pontífice, está la calificación de epí(scopos) = obispo, porque era el jefe de la Iglesia de Roma; y sobre dos lápidas está la sigla, es decir, la abreviatura MTR = Mártir. Mártir significa testigo. Se llamó mártires a los cristianos que habían dado testimonio con la sangre de su fe en Cristo. Cripta de los papas. Los nombres de los papas, escritos en las lápidas, son: -San Ponciano (230-235). Murió mártir en Cerdeña adonde había sido deportado y condenado a los trabajos forzados. Para no poner en dificultad a la Iglesia de Roma a causa de su definitiva ausencia, poco después de su llegada a la isla renunció al pontificado. Probablemente el clima malsano, el trabajo enervante en la mina y el mal trato apresuraron el fin de su existencia. Cuando murió, la Iglesia lo consideró un verdadero mártir. Algunos años más tarde sus restos mortales fueron transportados a Roma y sepultados en el cementerio de San Calixto. -San Antero (235-236). De origen griego, tuvo un brevísimo pontificado, de 43 días solamente, todos transcurridos en la cárcel. -San Fabián (236-250). Era romano y fue elegido papa al morir San Antero. Su servicio coincidió con un período de paz religiosa. Fue un gran organizador de la Iglesia de Roma. Dividió la ciudad en siete zonas eclesiásticas confiando a cada una sus "títulos" (= parroquias), su clero y sus catacumbas (cementerios). Murió decapitado durante la persecución del emperador Decio. -San Lucio I (253-254). Tuvo un pontificado breve: ocho meses en total, transcurridos parcialmente en Civitavecchia, adonde había sido desterrado. -San Eutiquiano (275-283). De Luni en Liguria, fue el Lápida de San Fabián. último de los nueve papas sepultados en esta cripta. -El papa mártir Sixto II (257-258). Definido por San Cipriano "sacerdote bueno y pacífico", es ciertamente uno de los mártires más ilustres de esta catacumba. Es el mártir por excelencia de las catacumbas. En efecto, estaba presidiendo una liturgia precisamente en este cementerio, cuando fue sorprendido por los soldados del emperador Valeriano el 6 de agosto del año 258 y decapitado en ese lugar, el mismo día, juntamente con cuatro diáconos. Los poemas del papa Dámaso Poema del papa Dámaso. En la pared derecha de la Cripta de los Papas se conservan, juntados, dos fragmentos originales de un primer poema de San Dámaso, dedicado al papa Sixto II para celebrar su glorioso martirio.
  • 4. 4 "Cuando la espada (persecución) las pías entrañas de la Madre (Iglesia) traspasaba, aquí el obispo sepultado (Sixto II) la doctrina (las divinas Escrituras) enseñaba. Llegan de improviso soldados y arrestan allí al sentado en cátedra (la cátedra episcopal), mientras los fieles ofrecen sus cuellos a la guardia enviada (es decir, intentan salvar al papa a costa de su vida). Apenas el anciano (obispo) supo que uno quiso arrebatarle la palma (del martirio), él mismo fue el primero en ofrecerse y dar su cabeza a la espada, para que así a ninguno pudiera herir una tan impaciente rabia (pagana). Cristo que distribuye los premios de la vida, reconoció el mérito del pastor, defendiendo El mismo el resto de su grey". Los otros papas aquí sepultados son Esteban I (254-257), San Dionisio (259-268) y San Félix I (269-274); pero de estos no se han hallado las lápidas. En el siglo IV, el papa San Dámaso, piadoso cultor de los mártires, transformó la cripta en lugar de culto. Hizo colocar ahí un altar, del cual hoy se conserva tan solo el antiguo basamento en mármol. Fueron abiertos dos lucernarios en el cielo raso y fueron colocadas las columnas, que sostenían un arquitrabe del cual colgaban lámparas y cruces en honor de los mártires. Muy interesante desde el punto de vista histórico es la lápida original que todavía en gran parte se conserva ante la tumba del papa Sixto II. Fue hecha grabar en el mármol por el papa Dámaso y contiene un segundo poema, en hexámetros latinos, que conmemora a los mártires y a los fieles sepultados en la cripta y en todo el cementerio: "Aquí, si algo buscas, yace una apiñada multitud de justos: venerandos sepulcros conservan las cenizas de unos santos, cuyas etéreas almas raptó para sí la celestial morada. Aquí están los compañeros de Sixto que arrebataron el triunfo al enemigo. Aquí un contingente de próceres que custodian el altar de Cristo. Aquí reposa el obispo que vivió el largo período de paz. Aquí descansan los santos confesores (de la fe) que Grecia nos envió. Aquí duermen jóvenes y niños, ancianos y sus castos familiares que, unánimes, prefirieron conservar su virginal pudor. Aquí yo, Dámaso, lo confieso, quise dar sepultura a mi cuerpo, pero temí molestar las santas reliquias de los justos". "Los compañeros de Sixto" son los cuatro diáconos: Jenaro, Magno, Vicente y Esteban, que sufrieron el martirio juntamente con él. El "contingente de próceres que custodian el altar de Cristo" son, evidentemente, los papas sepultados en el cementerio. La expresión "el obispo que vivió el largo período de paz" se refiere a un papa que vivió antes de las grandes persecuciones desencadenadas por Diocleciano y Galerio entre fines del III y los primeros años del IV siglo: el Papa Fabián, o bien Dionisio o Eutiquiano. Con "los santos confesores que Grecia nos envió" se alude probablemente a un grupo de mártires: María, Neón, Hipólito, Adria, Paulina, Marta, Valeria, Eusebio y Marcelo, que fueron sepultados en este complejo calixtiano. A través de un pasaje estrecho, que se abre a la izquierda de la pared del fondo de la Cripta de los Papas, se accede a la Cripta de Santa Cecilia. Cripta de Santa Cecilia Cripta de Santa Cecilia. La estatua, ahí colocada, es una copia de la célebre estatua de Esteban Maderno (1566-1636), esculpida en 1599, cuando se hizo el reconocimiento de los restos mortales de Cecilia. Estos fueron hallados en la posición reproducida por el escultor. Maderno quiso también poner de relieve el corte de la espada en el cuello y la posición de los dedos: tres
  • 5. 5 abiertos en la mano derecha y un dedo abierto en la izquierda. Conforme a la tradición, la santa quiso manifestar así su fe en la Unidad y en la Trinidad de Dios. La cripta había sido embellecida con mosaicos y pinturas. De estas últimas quedan ahora algunas imágenes. En la pared izquierda, junto al lugar de sepultura de la mártir, en alto está representada Santa Cecilia en actitud de orante; abajo, en un pequeño nicho, se encuentra la imagen de Cristo "Pantocrátor" (Omnipotente), que sostiene el Evangelio. Al lado, está la imagen de San Urbano, papa y mártir, contemporáneo de Santa Cecilia, unido en la pasión a la mártir. En la cavidad del lucernario se admira la cruz entre dos ovejitas y las imágenes de los mártires Polícamo, Sebastián y Quirino. En la cripta se conservan numerosas inscripciones. La más importante, por el hermoso testimonio de fe, es la de Septimio Frontón, de rango senatorial. Está en lengua griega y se remonta al siglo III. "Yo Septimio Frontón Pretextato Liciniano, siervo de Dios (= cristiano), reposo aquí. No me arrepentiré (nunca) de haber vivido honradamente. Te serviré, también, en el cielo, (Señor), y daré las gracias a tu nombre. Entregué mi alma a Dios a los 33 años y 6 meses". Las galerías Al salir de la cripta de Santa Cecilia, volviéndose a la izquierda se llega a un largo corredor, que constituye uno de los dos núcleos más antiguos del cementerio (galería B). Al término se pasa a la galería C, donde se halla la hermosa lápida de Augurino con la paloma que tiene el ramito de olivo en el pico. Por un estrecho pasadizo se llega a la galería A, llamada de los Cubículos de los Sacramentos. En las paredes se encuentran algunas inscripciones. Leemos una: "A Cartilio Ciríaco, hijo dulcísimo. ¡Puedas tú vivir en el Espíritu Santo!" La estructura de las galerías y la disposición de los sepulcros dan la impresión de un vasto dormitorio, llamado por los cristianos cementerio, que significa precisamente lugar del sueño, como veremos más adelante, al hablar del cubículo del diácono Severo. Los cubículos de los sacramentos En esta galería A, encontramos a la izquierda cinco cuartitos o tumbas de familia, llamadas "los Cubículos de los Sacramentos", famosas e importantes por los frescos que contienen, cuya datación puede corresponder al siglo III y que representan simbólicamente los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo y Eucaristía. Con estas representaciones los cristianos de los primeros siglos querían ante todo recordar su catecumenado (la preparación al Bautismo), y después dejar un mensaje a los contemporáneos: ellos se habían vuelto cristianos mediante el Bautismo y habían perseverado en la vida cristiana gracias a la Comunión frecuente. Querían Cubículos del sacramento. además hacer presente a los familiares y a cuantos visitaban sus tumbas que, si hicieran uso de los mismos medios de salvación, un día se reunirían nuevamente con sus seres queridos. El Bautismo Como enseñaban los Padres de la Iglesia en sus catequesis, estos medios de salvación fueron prefigurados en el Antiguo Testamento. Esto aparece claro en el milagro de Moisés que hace manar el agua de la roca para apagar la sed de su pueblo en el desierto (Ex 17, 1-7). También el Bautismo de Jesús (Mt 3, 13-17) es una prefiguración del bautismo cristiano. Por eso, se ve la escena de Jesús que se hace bautizar por Juan en
  • 6. 6 el Jordán. En la pared del fondo del cubículo A2 está pintada la más antigua escena del bautismo de un catecúmeno. El sacerdote revestido de túnica y palio pone la mano derecha sobre la cabeza del que es bautizado, quien tiene los pies en el agua. Otras representaciones del bautismo las ofrecen el pescador, la Samaritana junto al pozo y el paralítico de la piscina de Betsaida. La Eucaristía Los primeros cristianos prefirieron representar en sus cubículos como símbolo de la Eucaristía el milagro de la multiplicación de los panes y peces (Jn 6, 1-15). Jesús, en efecto, remitiéndose a este milagro, promete un pan particular y diverso: su cuerpo (Jn 6, 22-59). La escena de la multiplicación de los panes se repite siempre de la misma manera: siete personas están sentadas alrededor de una mesa. El número siete es simbólico e indica que todos están llamados por Dios a la salvación. Sobre la mesa son colocados dos o tres platos con panes y peces y en los costados de la mesa están los canastos de pan. El bíblico Jonás En todos estos cubículos aparece el profeta Jonás. Es el profeta más amado por los cristianos, porque predicó el mensaje de la salvación a los habitantes de Nínive, es decir, a paganos, y por ello es el símbolo de la llamada a la salvación de todos los hombres indistintamente, tanto judíos como paganos. No olvidemos que la mayoría de los fieles sepultados en este cementerio provenían del paganismo. Jonás, por otra parte, es también símbolo de la resurrección. Jesús mismo en el Evangelio lo toma como figura de esta realidad: "Como Jonás permaneció en el vientre del pez tres días y tres noches, así el Hijo del Hombre permanecerá en el corazón de la tierra tres días y tres noches, y luego resucitará" (Mt 12, 40). La escalera de los mártires Al final de la galería de los Cubículos de los Sacramentos empieza la escalera de los mártires, que fue excavada alrededor de la mitad del siglo II y conserva todavía algunas pequeñas gradas de esa época. Se la llama "escalera de los mártires", porque a través de ella pasaron los papas sepultados en la cripta muy cercana. Según una tradición, también el joven Tarcisio bajaba por esta escalera, cuando iba a rezar sobre las tumbas de los mártires o bien para tomar la Eucaristía y llevarla a los cristianos en las cárceles o en las familias durante un período de persecuciones. La zona llamada del Papa Milcíades A través de una abertura practicada en la pared del fondo del cubículo A1 se penetra en la zona llamada de San Milcíades. La zona fue excavada en la segunda mitad del III siglo y contiene muchos cubículos y arcosolios, también a lo largo de las galerías. La primera galería que se recorre, se presenta espaciosa. Se la recorría continuamente en el período de las visitas a los sepulcros de los mártires, ya que constituía el paso obligado de los antiguos peregrinos desde la Cripta de los Papas y la de Santa Cecilia al sepulcro del papa mártir San Cornelio en las criptas de Lucina. En la pared de la izquierda, al comienzo de la galería, son visibles algunos símbolos: la paloma, dos monogramas, el pez, el ancla, el pajarito que va a apagar su sed en un jarro. Sobre el ángulo de la primera galería a la izquierda hay dos lápidas, que se refieren a sacerdotes: "Julianus présbyter" (Juliano, sacerdote) y "Présbyter in pace" (Sacerdote, en paz). En seguida después de un cruce de galerías con un amplio lucernario, a la derecha en alto se discierne la sugestiva lápida del ave fénix radiada y nimbada, es decir, con rayos y aureola alrededor de la cabeza. Como hemos explicado hablando de los símbolos, para los primeros cristianos el ave fénix representaba la resurrección de la carne y el nacimiento a la nueva vida divina. Observamos ahora el primer arcosolio, que a veces, como en este caso, está decorado. Sobre el arcosolio se ve la pequeña lápida de Irene, una niña cristiana representada como orante en la paz del cielo. Al lado tiene el símbolo por excelencia de la paz: la paloma. Un poco más adelante, a la izquierda está la cripta del refrigerio, que servía para las reuniones de oración y para los ritos del refrigerio, es decir, para la conmemoración anual de los difuntos. En el interior se conserva la tapa de un sarcófago monumental y debido a la forma del techo con tejas, la cripta fue llamada, en tiempos de de Rossi, la cripta de la teja. En frente se abre el cubículo de las cuatro estaciones, que simbolizan la continuidad de la vida. Al término de la galería, antes de la verja, encontramos dos cubículos: a la izquierda el cubículo de Aquilina, con la inscripciòn "Aquilina dormit in pace" (Aquilina duerme en paz). A la derecha, tenemos el cubículo de Sofronia, así llamado por el nombre de la difunta repetido dos veces en la pared del fondo. Otras dos veces este nombre aparece grabado cerca de la Cripta de los Papas. Las inscripciones hacen presumir que un cristiano, profundamente impresionado por la muerte de una persona querida, quizás su mujer, había bajado a la catacumba en busca de consuelo a su dolor. Al final de la
  • 7. 7 escalera escribió este deseo: "Oh, Sofronia, puedas tú vivir con los tuyos". Después escribió todavía: "Oh, Sofronia, tú vivirás en el Señor". Iluminado por la fe, al llegar a este cubículo sintió la necesidad de escribir: "Oh dulce Sofronia, tú vivirás siempre en Dios" y, abajo, "Sí, Sofronia, tú vivirás". Es un lindo testimonio de amor conyugal y de fe en la resurrección. Después de una curva en U se entra en la galería W2. Por la derecha se encuentra el cubículo de Océano, por el nombre de la mítica personificación del mar pintado en la bóveda. Es de modestas dimensiones, decorado con franjas rojas fuertemente marcadas. Prosiguiendo se llega a la galería decumana Q1, galería principal y la más larga del cementerio, de la que parten las galerías secundarias llamadas "cárdines" (bisagras). A pocos pasos de la escalera de salida se halla el cubículo de los sarcófagos, que están cerrados en la parte superior por losas de vidrio y que contienen unos pocos restos. La espiritualidad de las catacumbas A un cristiano desconocido de los primeros tiempos, mientras peregrinaba en la vasta necrópolis calixtiana, le pareció de repente haber entrado en la mística Jerusalén, en la ciudad teñida de púrpura por la sangre de los mártires y refulgente de su gloria. Al salir de ahí grabó con mano elegante, sobre una pared, estas palabras que hoy todavía se pueden leer: Jerúsalem cívitas et ornaméntum mártyrum Dei..." (Jerusalén, ciudad y ornamento de los mártires de Dios). También el peregrino de hoy, con ánimo conmovido, entrevé en las catacumbas el íntimo secreto de la espiritualidad de esos pontífices mártires, de esas vírgenes y de esa innumerable multitud de oscuros cristianos. Las inscripciones y las pinturas, que sobrevivieron a tantas devastaciones y depredaciones, revelan, al menos en parte, tal secreto y repiten todavía las palabras de un antiguo epitafio cristiano: "Táuta o bíos" (Esta es nuestra vida). La espiritualidad de las catacumbas es la misma de la Iglesia primitiva en su juventud de conquista y de martirio. Nutrida con el meollo de las Escrituras, sencilla y potente, ella es hermana de las más antiguas liturgias; de suerte que quien visita las catacumbas bebe en las fuentes de la espiritualidad cristiana. Son varios los aspectos de semejante espiritualidad: *Espiritualidad cristocéntrica Esta espiritualidad pone a Jesucristo como figura dominante. Lo que para el católico de hoy es el Sagrado Corazón de Jesús, es decir, el signo de la bondad de Cristo, para el cristiano antiguo era el Buen Pastor. Entre las representaciones de las catacumbas, esta es la más frecuente: aparece pintada en los cielos rasos entre decoraciones florales, grabada torpemente en las losas sepulcrales, modelada en relieve sobre los sarcófagos y, finalmente, esculpida con griega elegancia en una de las más antiguas estatuas cristianas que se conocen (IV siglo, Museos Vaticanos). El cordero sobre los hombros que el pastor tiene fuertemente asido con sus manos es el cristiano. Alrededor hay una atmósfera de confianza que le hacía decir a San Pablo: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?,¿la angustia?,¿la persecución?, ¿ el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?" (Rm 8, 35). A menudo el Salvador está representado como obrando entre los hombres: en los bajorrelieves o sobre las paredes se ve a Jesús que toca los ojos del ciego o que hace resurgir a Lázaro de la tumba; que multiplica los panes o cambia el agua en vino: es el Cristo que pasa haciendo el bien. Están después los símbolos. Las representaciones más significativas tal vez sean aquellas en las que Cristo aparece bajo el velo de un símbolo. Antes de Constantino, cuando la cruz era usada diariamente como patíbulo de esclavos y extranjeros, el cristiano velaba piadosamente su aspecto repulsivo a través de los símbolos, como, por ejemplo, al ancla. Junto a Jesús, los cristianos de las catacumbas gustaron de representar, con afecto filial, a su Virgen Madre. Y he aquí, a comienzos del siglo III, en las catacumbas de Priscila, la figura suave de María, que aprieta contra su seno a Jesús, mientras Balaam señala la estrella que resplandece sobre su cabeza. He aquí todavía la Virgen que tiene en su regazo al Hijo, mientras los Magos se acercan para ofrecer sus dones. La adoración de los Magos se repite, en las varias catacumbas, a través de pinturas, esculturas y otros objetos preciosos (relicarios, objetos de marfil, colgantes, anillos). *Espiritualidad sacramental La espiritualidad de las catacumbas es también sacramental. En los sacramentos cristianos el mundo exterior de la materia entra, como signo y como instrumento, para realizar la redención y la salvación del hombre: Bautismo y Eucaristía.
  • 8. 8 En ningún cementerio nuestro se encuentran tantas representaciones sacramentales cuantas hallamos en los Cubículos de los Sacramentos en San Calixto. Nos referiremos ahora brevemente a aquellos sacramentos sobre los cuales existe una documentación más copiosa. -Bautismo. No estamos todavía en la época en la cual en honor de este sacramento se erigirán espléndidos edificios (recuérdese el bautisterio de San Juan en Letrán). El bautismo era administrado todavía en las domus Ecclésiae, que eran las residencias familiares, a menudo secretamente. Pero se conocía la grandeza del sacramento. Pablo había hablado de él con términos grandiosos precisamente en la Carta a los Romanos (capítulo 6). Los cristianos sabían que mediante el rito bautismal el hombre muere y resurge místicamente con Cristo, y por la eficacia de estos actos redentores es asociado a la vida divina. Una de las más antiguas pinturas en los así llamados Cubículos de los Sacramentos, en las Catacumbas de San Calixto, representa el bautismo. Junto a un espejo de agua está sentado un pescador que con el sedal saca un pez: nos gusta ver en este personaje a un apóstol, que cumple la orden de Jesús: "Síganme; los haré pescadores de hombres" (Mc 1, 17). Muchos cristianos, "conquistados por Cristo" (Flp 3, 12), después de angustiosas experiencias interiores, sentían que el momento del bautismo había marcado el inicio de una vida nueva. De aquí proviene ese nombre que se lee en una lápida de la tricora de San Calixto, nombre que después se volvió tan común en la cristiandad: "Renatus" (¡Nacido de nuevo!). -Eucaristía. Y henos ahora ante la joya de las capillas de las catacumbas: la trilogía eucarística. En el fresco, los cristianos sentados a la mesa eucarística son siete, como los discípulos que se reunieron alrededor de Jesús resucitado a orillas del lago; en los platos delante de ellos está el pez: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. En la escena de la izquierda el sacerdote extiende las manos sobre una pequeña mesa con el pan eucarístico: clara figura del acto consagratorio reservado a los ministros; en el otro lado de la mesa, un orante con los brazos levantados nos recuerda que, para ir al cielo, hay que nutrirse de ese pan consagrado (la Eucaristía). El tercer panel, a mano derecha , es de clara significación para quien recuerde las palabras del himno eucarístico de Santo Tomás de Aquino: "In figuris praesignátur cum Ísaac immolátur" (En la inmolación de Isaac se prefigura el sacrificio de Cristo). No podemos omitir una figuración que es preciosa por su antigüedad y por su gran valor espiritual. En la Cripta de Lucina, que se remonta a fines del siglo II, sobre la pared frente a la entrada, están representados simétricamente dos peces, delante de los cuales están colocados dos canastos repletos de panes. Dentro de los canastos se entrevén dos vasos de vino. El pez es Cristo; el pan y el vino, en cambio, son las especies bajo las cuales El se hace presente en la Eucaristía. Estamos en las fuentes de la cristiandad. El cristiano antiguo, consciente de que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres, por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12), sabe también que a Cristo no podemos asociarnos si no es mediante los sacramentos que El ha instituido para tal finalidad. *Espiritualidad social La espiritualidad de las catacumbas es, además, "social": el cristiano acostumbrado a decir en la oración, no ya "Padre mío", sino "Padre nuestro", sabe que en la familia de Dios no se vive aislada sino socialmente: "Nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo" (Rm 12, 5). Las catacumbas nos brindan la imagen de este cuerpo místico dentro del cual conviven ordenadamente los cristianos en jerarquía de funciones y en unidad de espíritu. Aquí los pontífices mártires reposan en medio de la humilde multitud anónima de su grey. En la parte frontal de un sarcófago un jovencito levanta las manos en la actitud del orante feliz en la visión de Dios: a sus lados Pedro y Pablo, los fundadores de la Iglesia de Roma, parecen introducirlo en la patria bienaventurada. En las Catacumbas de Domitila, en la pintura de un arcosolio, llega Veneranda en traje de viaje, peregrina que ha terminado su destierro, a los umbrales de la patria: la santa del lugar, Petronila, con semblante suave, la acoge y la introduce. Hay un intercambio de plegarias entre las diversas partes de la Iglesia. Centenares de peregrinos se encomiendan a Pedro y a Pablo sepultados en la Memoria de la Vía Appia Antica (las Catacumbas de San Sebastián), grabando breves oraciones en el revoque de la triclinia (ambiente para banquetes funerarios, a cielo abierto): "Pablo y Pedro, recen por Víctor. Pedro y Pablo, tengan presente a Sozomeno". A la entrada del sepulcro de los papas en San Calixto, la pared está constelada de plegarias: "San Sixto, ten presente a Aurelio Repentino". "Espíritus Santos... que Verecundo junto con los suyos, navegue bien". A veces no hay una oración explícita: para implorar basta una calificación añadida al nombre: "Felición, sacerdote, pecador".
  • 9. 9 Se cuentan por millares las inscripciones con plegarias de los vivos por los difuntos o con solicitaciones a los muertos para que recen por los sobrevivientes. En la dimensión social del cuerpo místico, cada persona está vinculada con la Iglesia entera. *Espiritualidad escatológica El cristiano está en tensión hacia los "éschata", es decir, hacia las realidades definitivas de la vida eterna: "No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Hb 13, 14). "Nosotros somos ciudadanos del cielo" (Flp 3, 20). Basta un breve recorrido en una catacumba para ver brillar esta verdad con la más viva luz. Y henos aquí en la escalera que baja hacia la Cripta de los Papas. En la pared izquierda una lápida nos habla de Agripina, "cuius dies inlúxit" (cuyo día amaneció): el día de la muerte fue el día de su ingreso en la luz, en la bienaventuranza esperada. Un poco más abajo hay una inscripción griega de Adas, la cual "ecoiméte" (se durmió), al igual que la hija de Jairo, que -según dice el evangelio- "no ha muerto: está dormida" (Lc 8, 52) y aguarda la llamada de Aquel que es la resurrección y la vida. En una capilla, Jonás, escapado de las fauces del monstruo que simboliza la muerte, reposa plácidamente a la sombra de un emparrado. Más adelante, el Buen Pastor aprieta contra sí tiernamente al cordero que lleva sobre sus hombros: la muerte no es más terrorífica para el cristiano, llevado por Jesús hacia los verdes pastos. Desde la pared de un cubículo cinco cristianos levantan los brazos en la actitud de adoración; alrededor, un hermosísimo jardín cubierto de flores: es el paradisus, el jardín celestial. Desde una lápida entre las más antiguas, una cruz-ancla nos anuncia que llegó al puerto del paraíso una cristiana que lleva el luminoso nombre de una estrella: "Hésperos" (sobrent. astér, la estrella de la tarde). Estos cementerios, además, están llenos de paz. La respuesta se halla en la fe de los antiguos cristianos, que habla a menudo en el silencio de las catacumbas: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24, 5). "Yo soy la Resurrección y la Vida" (Jn 11, 25). "No temas; solamente ten fe" (Mc 5, 36). *Espiritualidad bíblica Pintores y entalladores, escultores y epigrafistas, se nos muestran embebidos e inspirados en la Palabra de Dios. Aquí el Antiguo Testamento torna a ser meditado e interpretado por completo a la luz del Nuevo. De los evangelios y de las epístolas aparecen particularmente sentidos los temas centrales. Como la liturgia y la literatura patrística, así la espiritualidad de las catacumbas se alimenta con las Sagradas Escrituras, a ejemplo de la mártir santa Cecilia que, según las Actas, "sémper evangélium Christi gerébat in péctore" (llevaba siempre sobre su pecho el evangelio de Cristo), y en el acto supremo del martirio indica con los dedos la Unidad y la Trinidad de Dios. Espiritualidad nueva y transformadora Aquí se descubre la verdadera revolución llevada a cabo por el cristianismo. En particular están presentes dos tipos de personajes de gran fuerza espiritual: el "mártir" y la "virgen". El "mártir" da su vida para atestiguar la certeza de la propia fe; la da con serenidad y sin pesadumbre en medio del desencadenamiento de brutalidades y torturas; muere sin odio hacia quien lo mata, implorando, por el contrario, el perdón para él. Muchos cristianos sepultados en las catacumbas realizaron de manera sublime y en innumerables casos el martirio cruento. La figura de la "virgen" cristiana no falta en las catacumbas. A este respecto es significativo el poema damasiano en honor de su hermana Irene, sepultada en el complejo calixtiano: "... Ella, mientras alentó su vida, a Cristo se entregó en arras, manifestando así su virginal mérito el santo candor de su alma... Ahora, como virgen que eres, acuérdate de nosotros cuando Cristo llegue a fin de que tu antorcha, por el Señor, a mi alma luz otorgue". Saliendo de las Catacumbas de San Calixto, la última gran lápida que se encuentra al final de la escalera es la de Baccis. Grandes y rudos caracteres rojos sobre la piedra cenicienta cuentan una humilde historia. Quien la medite verá , con los ojos de la fe, transparentarse a través de las letras dos rostros: el delicado de la niña muerta y el rudo del padre, sobre el cual, sin embargo, brilla una tierna sonrisa llena de lágrimas. He aquí el texto: "Baccis, dulce alma. En la paz del Señor. Vivió 15 años y 75 días. (Murió) el día anterior a las calendas (el 1º) de diciembre. El padre a su hija dulcísima". Una onda divina de pureza y ternura había entrado también en las familias más humildes con la fe en Cristo. En las mismas catacumbas bajó un día a buscar consuelo un peregrino. Entró rezando, y al final de la escalera, confió a la pared un deseo de vida feliz entre las almas dilectas para su difunta: "Sofronia vivas cum
  • 10. 10 tuis" (Que vivas, Sofronia, con los tuyos). Debajo de la escalera el querido nombre reaparece con un deseo de vida en Dios: "Sofronia, vivas in Dómino" (Que vivas, Sofronia, en el Señor). Finalmente, en un cubículo al lado de un arcosolio, la leyenda aparece por tercera vez. En la oración el luto ha perdido su amargura y se ha vuelto una esperanza llena de inmortalidad: "Sofronia dulcis sémper vives in Deo" (Dulce Sofronia, vivirás siempre en Dios), escribe en alto el peregrino. Pero parece que de su corazón serenado rebosa la ternura, y él graba todavía: "Sofronia, vives..." (¡Sí, Sofronia, tú vivirás!...). Maravillosa síntesis en que se funde un drama humano de muerte y luto con la expresión apasionada de la fe consoladora: vida más allá de la muerte, vida entre los seres queridos, vida perenne, vida en Dios. Finalmente, con las relaciones familiares aparecen ennoblecidas las relaciones sociales. Las tumbas cristianas ignoran las frases que indican cargos y honores, habituales en los epitafios paganos. Frecuentes, en cambio, son las indicaciones, no solo de las profesiones elevadas, como la de Dionisio médico y sacerdote, sino también de los más humildes oficios, de los pobres "banausói" (obreros), despreciados por los sabios del paganismo. He aquí, tan solo en las catacumbas de San Calixto, el campesino Valerio Pardo que lleva en la izquierda un manojo de hortalizas y en la derecha el hocino; Marcia Rufina, la digna patrona, a la que Segundo Liberto le dedica una inscripción con la insignia del taller: un mazo y el yunque. En un arcosolio la verdulera está sentada entre manojos de verduras, etc. La religión del Artesano de Nazaret había ennoblecido el trabajo. A estos aspectos de la espiritualidad ilustrados por el difunto estudioso, Pbro. Hugo Gallizia, sdb, profesor de Exégesis del Nuevo Testamento y de Arqueología Cristiana en el Pontificio Ateneo Salesiano de Turín (Italia), puede ser útil agregar otro aspecto de la espiritualidad de las catacumbas a menudo descuidado, es decir, la espiritualidad del silencio. *Espiritualidad del silencio Puede parecer extraño hablar de una espiritualidad del silencio, porque el silencio, a primera vista, es solamente una vacuidad sin sentido. En realidad, el silencio de la palabra, de la imaginación y del espíritu es una dimensión humana fundamental: pertenece a nuestra esencia, porque es el custodio de nuestro mundo interior, la condición previa de la escucha, la necesaria premisa de toda comunicación humana. Recorriendo las galerías de las catacumbas o deteniéndonos en las criptas, nos encontramos sumergidos en una atmósfera de silencio, que, sin embargo, es tan solo el silencio de un antiguo cementerio. Pero nos afecta íntimamente, porque no es el silencio de la muerte, de la añoranza sin esperanza de todo lo que los cristianos querían durante su vida. Es un silencio de plenitud, llenado por las voces de los mártires que vivieron nuestra vida, pero que valiente y constantemente testimoniaron su fe, no solo en tiempos de paz religiosa, sino especialmente durante las persecuciones. Este silencio está lleno de paz, de esperanza en una vida futura mejor, en la luz de la resurrección de Cristo. El silencio de las catacumbas está lleno de historia y de misterio; es sagrado, significativo y más elocuente que las mismas palabras; es enriquecedor, porque nos induce a reflexionar sobre la Iglesia de los orígenes, sobre el heroico testimonio de los mártires, como sobre el testimonio ordinario de los simples cristianos, que no sepultaron su fe bajo tierra, sino que la vivieron en la vida de cada día, en la familia, en la sociedad, en el trabajo, en cada tarea y profesión. Es un silencio comunicativo, que habla al corazón y a la mente de los peregrinos, que les revela el mundo desconocido de la Iglesia primitiva, con sus clases sociales, sentimientos y afectos; con las penas y esperanzas de los cristianos sepultados en las catacumbas. No podemos sofocar este silencio, que habla por sí mismo, o que más bien grita imperiosamente. San Gregorio Magno habló del "strépitus siléntii" (fragor del silencio), un distintivo que se adapta perfectamente al silencio de las catacumbas. Esta atmósfera de silencio, que evoca la vida y el sacrificio de los primeros cristianos, constituye un lugar privilegiado de meditación espiritual, de revisión de vida, de renovación de la fe. Su testimonio valiente y fiel nos interpela personalmente. ¿Cuál es hoy "nuestra" respuesta al amor de Dios, en una sociedad que quizá no es tan hostil como la de ellos, pero que es principalmente indiferente a los valores religiosos? Las catacumbas nos dejan un mensaje de fe silencioso, pero nítido, tanto más necesario por el hecho de que nuestro tiempo está enfermo de ruido, exterioridad, superficialidad. Aquí las palabras no son necesarias, porque las catacumbas hablan por sí solas. Este es el cristianismo, en su máximo grado de sencillez e intensidad, encarnado en figuras de mártires, confesores y vírgenes, que hablan desde las criptas y pasillos, desde las pinturas y las lápidas consagrados por casi dos milenios de veneración. Es precisamente este carácter de esencialidad fundamental, eficaz, inagotable, que hizo de las catacumbas romanas una de las metas predilectas de la cristiandad peregrinante. Sobre los pasos de los mártires y de los primeros cristianos, la espiritualidad de las catacumbas nos ayudará a celebrar el Jubileo con una verdadera y profunda renovación de nuestra fe para "vivir en la plenitud de la vida en Dios" (Tertio Millennio Adveniente, n. 6). Los cristianos del tiempo de las persecuciones, en la defesa de los apologistas
  • 11. 11 La cédula de identidad de los primeros cristianos Ya desde el siglo I la religión cristiana se difundió rápidamente en Roma y en el mundo entero, no solo por su originalidad y universalidad, sino también, y en buena medida, por el testimonio de fervor, de amor fraterno y de caridad demostrada por los cristianos. Las autoridades civiles, y el pueblo mismo, indiferentes en un primer momento, se mostraron muy pronto hostiles hacia la nueva religión, porque los cristianos no querían admitir el culto del emperador y la adoración de las divinidades paganas de Roma. Los cristianos fueron por ello acusados de deslealtad hacia la patria, de ateísmo, de odio al género humano, de crímenes ocultos, como el incesto, el infanticidio y el canibalismo ritual; de ser los causantes de las calamidades naturales como la peste, las inundaciones, las carestías, etc. La religión cristiana fue declarada: strana et illícita,extraña e ilícita (decreto senatorial del año 35), exitialis, perniciosa (Tácito), prava et immódica, malvada y desenfrenada (Plinio), nova et maléfica,nueva y maléfica (Suetonio), tenebrosa et lucífuga, tenebrosa y enemiga de la luz (del Octavius de Minucio), detestábilis, detestable (Tácito); por eso fue excluida de la legalidad y perseguida, porque fue considerada el enemigo más peligroso del poder de Roma, que se basaba en la antigua religión nacional y en el culto del emperador, instrumento y símbolo de la fuerza y de la unidad del imperio. Los tres primeros siglos constituyen la era de los mártires, que terminó en el año 313 con el edicto de Milán, con el cual los emperadores Constantino y Licinio concedieron la libertad a la Iglesia. La persecución no fue siempre continua y general, es decir, extendida a todo el imperio, ni fue siempre igualmente cruel y cruenta. A períodos de persecuciones siguieron otros de relativa tranquilidad. En la inmensa mayoría de los casos los cristianos afrontaron con valor, a menudo con heroísmo, la prueba de las persecuciones, pero no la soportaron pasivamente. Se defendieron con fuerza refutando las acusaciones que les hacían de cometer crímenes ocultos o públicos, presentando los contenidos de su fe ("en qué creemos") y describiendo su identidad ("quiénes somos"). En las "Apologías" (discursos de defensa) de los escritores cristianos de ese tiempo, dirigidas también a los emperadores, los cristianos pedían no ser condenados injustamente, sin ser conocidos y sin pruebas. El principio de la ley senatorial "Non lícet vos esse" (No les está permitido a ustedes existir), era juzgado por los apologistas injusto e ilegal, porque los cristianos eran honestos ciudadanos, respetuosos de las leyes, fieles al emperador, industriosos y ejemplares en la vida privada y pública. Puesto que las catacumbas contienen la verificación y la confirmación de la vida admirable de los cristianos, como la describen los apologistas, reproducimos aquí algunos trozos significativos, que constituyen casi una "cédula de identidad" de los cristianos de los primeros tiempos. 1. De la Carta a Diogneto (apología de autor desconocido, II-III siglo). Son hombres como los demás "Los cristianos no se diferencian ni por el país donde habitan, ni por la lengua que hablan, ni por el modo de vestir. No se aíslan en sus ciudades, ni emplean lenguajes particulares: la misma vida que llevan no tiene nada de extraño. Su doctrina no nace de disquisiciones de intelectuales ni tampoco siguen, como hacen tantos, un sistema filosófico, fruto del pensamiento humano. Viven en ciudades griegas o extranjeras, según los casos, y se adaptan a las tradiciones locales lo mismo en el vestir que en el comer, y dan testimonio en las cosas de cada día de una forma de vivir que, según el parecer de todos, tiene algo de extraordinario". Habitan en la tierra, pero son ciudadanos del cielo "Habitan en la propia patria como extranjeros. Cumplen con lealtad sus deberes ciudadanos, pero son tratados como forasteros. Cualquier tierra extranjera es para ellos su patria y toda patria es tierra extranjera. Se casan como todos, tienen hijos, pero no abandonan a sus recién nacidos. Tienen en común la mesa, pero no la cama. Están en la carne, pero no viven según la carne. Habitan en la tierra, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen a las leyes del Estado, pero, con su vida, van más allá de la ley. Aman a todos y son perseguidos por todos. No son conocidos, pero todos los condenan. Son matados, pero siguen viviendo. Son pobres, pero hacen ricos a muchos. No tienen nada, pero abundan en todo. Son despreciados, pero en el desprecio encuentran gloria ante Dios. Se ultraja su honor, pero se da testimonio de su justicia. Están cubiertos de injurias y ellos bendicen. Son maltratados y ellos tratan a todos con amor. Hacen el bien y son castigados como malhechores. Aunque se los castigue, están serenos, como si, en vez de la muerte, recibieran la vida. Son atacados por los judíos como una raza extranjera. Los persiguen los paganos, pero ninguno de los que los odian sabe decir el porqué". Están en el mundo como el alma en el cuerpo
  • 12. 12 "Por tanto, los cristianos están en el mundo lo mismo que el alma en el cuerpo. Como el alma se difunde por todas las partes del cuerpo, así los cristianos se esparcen por las distintas ciudades de la tierra. El alma habita en el cuerpo, pero no es del cuerpo; los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo. Como el alma invisible es prisionera del cuerpo visible, así los cristianos son una realidad bien visible en el mundo, mientras es invisible el culto espiritual que rinden a Dios. Como la carne odia al alma y le hace guerra, sin haber recibido ofensa alguna, solo porque se opone al deleite y gozo de los placeres que hacen daño, así el mundo odia a los cristianos, que no le han causado algún mal, sino porque solamente se han opuesto a una manera de vida cuya esencia es el placer. Como el alma ama a la carne y a los miembros que la odian, así los cristianos aman a quien los odia. El alma, aun cuando sostiene al cuerpo, está encerrada en él; así los cristianos aun cuando son el sostén del mundo, viven presos en él como en una cárcel. El alma inmortal habita en una tienda mortal: así los cristianos viven como extranjeros en medio de las cosas que se corrompen, en espera de la incorruptibilidad del cielo. Con la mortificación en el comer y en el beber, se afina el alma y se hace mejor; así también los cristianos, maltratados y perseguidos, aumentan cada día en número. Dios les ha asignado un puesto tan sublime, que no deben abandonarlo de ningún modo" (Sources Chrétiennes, 33 bis, 62-67). 2. De los "Libros a Autólico" (de San Teófilo de Antioquía, II siglo) Los cristianos honran al emperador y rezan por él (libro I, 2) "Yo honraré al emperador, pero no lo adoraré; rezaré, sin embargo, por él. Yo adoro al Dios verdadero y único por quien sé que el soberano fue hecho. Y entonces podrías preguntarme: '¿Y por qué, pues, no adoras al emperador?' El emperador, por su naturaleza, debe ser honrado con legítima deferencia, no adorado. El no es Dios, sino un hombre a quien Dios ha puesto no para que sea adorado, sino para que ejerza en la tierra la justicia. El gobierno del Estado le ha sido confiado de algún modo por Dios. Y así como el emperador no puede tolerar que su título sea llevado por cuantos le están subordinados -nadie, en efecto, puede ser llamado emperador-, de la misma manera nadie puede ser adorado excepto Dios. El soberano por lo tanto debe ser honrado con sentimientos de reverencia; hay que prestarle obediencia y rezar por él. Así se cumple la voluntad de Dios". La vida de los cristianos es prueba de la grandeza y belleza de su religión (libro III, 15) "En los cristianos se da un sabio dominio de sí mismos, se practica la continencia, se observa el matrimonio único, la castidad es custodiada, la injusticia es excluida, la piedad es apreciada con los hechos. Dios es reconocido, la verdad considerada norma suprema. La gracia los custodia, la paz los protege, la palabra sagrada los guía, la sabiduría los instruye, la vida (eterna) los dirige, Dios es su rey". 3. De "La Apología" de Aristides (siglo II). Los cristianos observan las leyes de Dios "Los cristianos llevan grabadas en su corazón las leyes de Dios y las observan en la esperanza del siglo futuro. Por esto no cometen adulterio ni fornicación; no levantan falso testimonio; no se adueñan de los depósitos que han recibido; no anhelan lo que no les pertenece; honran al padre y a la madre, hacen bien al prójimo; y, cuando son jueces, juzgan justamente. No adoran ídolos de forma humana; todo aquello que no quieren que los otros les hagan a ellos, ellos no se lo hacen a nadie. No comen carnes ofrecidas a los ídolos, porque están contaminadas. Sus hijas son puras y vírgenes y huyen de la prostitución; los hombres se abstienen de toda unión ilegítima y de toda impureza; igualmente sus mujeres son castas, en la esperanza de la gran recompensa en el otro mundo... " Son buenos y caritativos "Socorren a quienes los ofenden, haciendo que se vuelvan amigos suyos; hacen bien a los enemigos. No adoran dioses extranjeros; son dulces, buenos, pudorosos, sinceros y se aman entre sí; no desprecian a la viuda; salvan al huérfano; el que posee da, sin rezongar, al que no posee. Cuando ven forasteros, los hacen entrar en casa y se gozan de ello, reconociendo en ellos verdaderos hermanos, ya que así llaman no a los que lo son según la carne, sino a los que lo son según el alma. Cuando un pobre muere, si se enteran, contribuyen a sus funerales según los recursos que tengan; si vienen a saber que algunos son perseguidos o encarcelados o condenados por el nombre de Cristo, ponen en común sus limosnas y les envían aquello que necesitan, y si pueden, los liberan; si hay un esclavo o un pobre que deba ser socorrido, ayunan dos o tres días, y el alimento que habían preparado para sí se lo envían, estimando que él también tiene que gozar, habiendo sido como ellos llamado a la dicha". Viven en la justicia y santidad
  • 13. 13 "Observan exactamente los mandamientos de Dios, viviendo santa y justamente, así como el Señor Dios les ha mandado; le rinden gracias cada mañana y cada tarde, por cada comida o bebida y todo otro bien... Estas son, oh emperador, sus leyes. Los bienes que deben recibir de Dios, se los piden, y así atraviesan por este mundo hasta el fin de los tiempos, puesto que Dios lo ha sujetado todo a ellos. Le están, pues, agradecidos, porque para ellos ha sido hecho el universo entero y la creación. Por cierto, esta gente ha hallado la verdad". 4. De "El Apologético" de Tertuliano (II-III siglo). Los cristianos no son inútiles e improductivos "Se nos acusa de ser improductivos en las varias formas de actividad. Pero ¿cómo se puede decir esto de hombres que viven con ustedes, que comen como ustedes, que visten los mismos trajes, que siguen el mismo género de vida y tienen las mismas necesidades de vida? Nosotros nos acordamos de dar gracias a Dios, Señor y creador, y no rehusamos ningún fruto de su obra. A la verdad, nosotros usamos las cosas con moderación, no en forma descomedida o mala. Convivimos con ustedes y frecuentamos el foro, el mercado, los baños, las tiendas, los talleres, los establos, participando en todas las actividades. Navegamos también juntamente con ustedes, militamos en el ejército, cultivamos la tierra, ejercemos el comercio, permutamos las mercaderías y ponemos en venta, para uso de ustedes, el fruto de nuestro trabajo. Yo sinceramente no entiendo cómo podemos parecer inútiles e improductivos para los asuntos de ustedes, cuando vivimos con ustedes y de ustedes. Sí, hay gente que tiene motivo para quejarse de los cristianos, porque no puede comerciar con ellos: son los protectores de prostitutas, los rufianes y sus cómplices; les siguen los criminales, los envenenadores, los encantadores, los adivinos, los hechiceros, los astrólogos. ¡Es maravilloso ser improductivos para esta gente!... Y después, en las cárceles ustedes no encuentran nunca un cristiano, a no ser que esté ahí por motivos religiosos. Nosotros hemos aprendido de Dios a vivir en la honestidad". Profundizaciones e investigaciones Habitar la eternidad. Umberto Fasola1 En: Le origini cristiane a Trastevere, Fratelli Palombi Editori, Roma, 1981, p. 61. Los cristianos, como se decía, vivían igual que todos. Pero hay un punto que de manera particularmente evidente los diferencia de los demás, y es la concepción de la muerte y de la vida más allá de la muerte. Desde fines del siglo II, fue justamente la concepción de la muerte y del más allá lo que los impulsó a distinguirse resueltamente de las costumbres de los paganos, que hasta entonces también los cristianos habían seguido. En todo y por todo los cristianos aceptaban la vida de los paganos, cumplían su deber de soldados, de comerciantes, de esclavos. Pero ante el concepto de la muerte se sintieron demasiado diversos. Hasta fines del siglo II, para los cristianos no había sido un problema el ser sepultados juntamente con los paganos en áreas comunes. El mismo san Pedro, como se sabe, fue sepultado a pocos metros de distancia de tumbas paganas, e igualmente san Pablo en la Vía Ostiense. Pero a fines del siglo II los cristianos quisieron aislarse en las prácticas funerarias y separaron sus cementerios de los de los paganos. ¿Por qué? El concepto pagano de la muerte era frío, desesperante: el pagano sabía que existía la supervivencia y creía en la misma, pero para él era una supervivencia sin sentido. En efecto, para el paganismo el alma sobrevivía en los Campos Elíseos o en otros ambientes ultraterrenos, pero solo hasta tanto fuera recordada. No bien el difunto fuera olvidado, sería absorbido en la masa amorfa, sin sentido y carente de personalidad, de los dioses Manes. Es por esto, como fácilmente se puede observar, que las tumbas paganas se hallan todas a lo largo de las vías consulares. Sus restos están alineados por kilómetros a lo largo de esas carreteras (particularmente, de la Vía Apia) en gran evidencia, precisamente porque los titulares de las tumbas querían hacerse recordar: sabían que hasta tanto hubiera alguno que los viera, leyera sus nombres, pensara en ellos, viera su imagen, ellos sobrevivirían. Terminado el recuerdo, todo estaba terminado. Es por esto que hacían testamentos con legados aun muy costosos, para obligar a recordarlos. Tenemos textos conservados en las inscripciones donde se recuerda que los propietarios de los sepulcros dejaron gruesas sumas de dinero a los libertos a fin de que cada año, en el aniversario de su muerte, fueran a encender una lamparilla sobre su tumba u ofrecieran un sacrificio: todo para ser recordados. Para poner un solo ejemplo de 1 Umberto Fasola (+ 1989), padre Servita, se graduó en Sagrada Teología, en Arqueología Cristiana, en Letras y Filosofía. Fue Profesor de Topografía cementerial de Roma Cristiana, Rector del Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana, Secretario de la Pontificia Comisión de Arqueología Sacra, Curator del Collegium Cultorum Martyrum. Descubrió y estudió diversas catacumbas, entre las cuales el Coemeterium Majus sobre la Vía Nomentana. Escribió muchos libros y artículos de Arqueología.
  • 14. 14 gran sepulcro que atraía la atención de los vivientes, baste mencionar la tumba de Cecilia sobre la Vía Apia. Para los cristianos todo esto no tenía sentido: creían seriamente en la otra vida, pero no de manera tan desesperante, tan fría. Por tal motivo querían crearse áreas cementeriales propias y distintas. Construyeron así los koimeteria, término que significa literalmente "dormitorios". Esta palabra era para los paganos del todo incomprensible. Ellos, en efecto, no comprendían para nada este término aplicado a las áreas funerarias. Así, en el edicto de confiscación del emperador Valeriano en el 257, que nos es referido por Eusebio de Cesarea, se dice que sean confiscados a los cristianos los bienes y lugares de reunión (aquí en el Transtíber fueron evidentemente confiscados los "títulos" de Calixto, Crisógono y Cecilia) que pertenecían a la comunidad. Además de estos bienes, fueron confiscados también los así llamados koimeteria, "dormitorios". Los romanos no entendían qué significaba esto. Para un pagano, en efecto, "dormitorio" era la pieza donde uno se acuesta por la noche y se levanta por la mañana. Para el cristiano era una palabra que lo indicaba todo: se va a dormir para ser despertado; la muerte no es el fin, sino el lugar donde se reposa; y hay un despertar seguro. Encontramos aquí conceptos con los cuales los cristianos pensaban en la muerte y los volvemos a encontrar en las catacumbas: por ejemplo, el concepto de Depositio. Las lápidas con la palabra Depósitus, a veces abreviada (depo, Dep o solo D) se cualifican en seguida como cristianas. En efecto, Depositio es un término jurídico, usado por los abogados, que quería decir "se da en depósito": los muertos eran confiados a la tierra como granos de trigo, para ser devueltos luego en las mieses futuras. Es, este, un concepto que los paganos no tenían. Por todos estos motivos, por una teología de la muerte tan diferente de la de los paganos, los cristianos quisieron aislarse y crear sus propios cementerios. Lo mismo pasó con los judíos, pero solo posteriormente. Las excavaciones en Villa Torlonia han demostrado con seguridad que las catacumbas hebraicas fueron creadas por lo menos 50-60 años después de las cristianas. Son los judíos quienes en este tipo de sepultura imitaron a los cristianos. Esta concepción cristiana de la muerte, o mejor dicho, este mundo de los muertos que es sentido como viviente, nos hace entrar en la mentalidad de los primeros cristianos, de los habitantes del Transtíber de entonces: externamente eran alfareros, molineros, changadores, soldados, pescaderos, barqueros, etc., como todos los demás (sabemos incluso que eran apreciados por sus conciudadanos como gente que sabía cumplir con su deber). Pero en lo íntimo de su conciencia tenían algo profundamente diverso de los demás. En el Cementerio Mayor sobre la Vía Nomentana se encontró una hermosa inscripción cristiana: externamente es una pequeña lápida de mármol que no presenta características particulares, pero por los conceptos que expresa yo la considero uno de los hallazgos más bellos. Se habla ahí de un siciliano fallecido en Roma, el cual quiso recordar en griego, con estas brevísimas palabras, su concepción de la vida: "He vivido como debajo de una tienda (es decir, he vivido provisoriamente) por cuarenta años; ahora habito la eternidad". Encontramos aquí toda la diferencia en la concepción de la vida entre los cristianos y los paganos. Para los primeros se trataba de entender el presente como un vivir provisoriamente para ir hacia la verdadera habitación, la verdadera morada; para los paganos la vida tenía un sentido cerrado: la muerte, en efecto, era el fin. En cambio, el momento trágico de la muerte venía a ser para los cristianos el ingreso a un ambiente gozoso. Jesús lo compara con la fiesta de bodas. Es por esto que los cristianos en sus tumbas pintan rosas, aves, mariposas; en las decoraciones de las catacumbas, a menudo se vuelve a hallar pintado este ambiente alegre, sereno, con símbolos que expresan serenidad y tranquilidad. Bibliografía. Baruffa, Antonio, Las Catacumbas de San Calixto. Historia-Arqueología-Fe, trad. de la 3ª. ed. italiana por Basilio Bustillo y Alejandro Recio, Ciudad del Vaticano, Editorial LEV, 1993. Baruffa, Antonio, Las Catacumbas. La fascinación de un mundo desconocido, trad. por José Juan Del Col, Libreria Editrice Vaticana, s. f. Carletti, Sandro, Guía para la visita de las Catacumbas de San Calixto, trad. por Luis Parrondo y Manuel López, Città del Vaticano, Pontificia Comisión de Arqueología Sagrada, 1975. Carletti, Carlo, Dámaso y los mártires de Roma, trad. por A. Recio Veganzones OFM, Ciudad del Vaticano, Pontificia Comisión de Arqueología Sacra, 1986. Conde Guerri, E., Los "fossores" de Roma paleocristiana. Estudio iconográfico, epigráfico y social, Città del Vaticano, 1979. Fiocchi Nicolai, Vincenzo; Bisconti, Fabrizio; Mazzoleni, Danilo, Las catacumbas cristianas de Roma. Origen,
  • 15. 15 desarrollo, aparato decorativo y documentación epigráfica, trad. por Fernando M. Romero Pecourt, Regensburg, Schnell & Steiner, 1999. Kirschbaum, E.; Junyent, E.; Vives, J., La tumba de san Pedro y las catacumbas romanas. Los monumentos y las inscripciones, Madrid, B.A.C., 1954. Mancinelli, Fabrizio, Catacumbas de Roma. Origen del Cristianismo, trad. por Virginia Vezzoso, Firenze, Scala, 1981. Martínez Fazio, L. M., La eucaristía, banquete y sacrificio en la iconografía paleocristiana, en Gregorianum 57, 1976, p. 459-521. Recio Veganzones, A., La "Historica Descriptio Urbis Romae", obra manuscrita de Fr. Alfonso Chacón O. P. (1530-1599), Roma, 1968. Recio Veganzones, A., Alfonso Chacón, primer estudioso del mosaico cristiano de Roma y algunos diseños chaconianos poco conocidos, en Rivista di Archeologia Cristiana 50, 1974, p. 295-329. Recio Veganzones, A., Iconografía en estuco del pastor en las catacumbas de Roma, en Atti del IX Congresso Internazionale di Archeologia Cristiana, Roma 21-27 settembre 1975, Città del Vaticano, 1978, p. 425-440. Recio Veganzones, A., La cappella greca vista y diseñada entre los años 1783 y 1786 por Seroux D'Agincourt, en Rivista di Archeologia Cristiana 56, 1980, p. 49-84.