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126      La democracia y el triunfo del estado                                                                    CATUO




         Sólo la sociedad tiene legitimidad para educarse e instruirse a sí misma.
      Si esa función es usurpada por el Estado, se crea un gravísimo atentado
      a la libertad de la conciencia y se ha de hablar de régimen de dictadu-
      ra ideológica. A los niños y niñas sólo están legitimados para educarlos
      quienes tienen con ellos unas relaciones de amor intenso y rendido, sus
      padres y madres, sus familiares y vecinos. Sólo ellos pueden hacerse cargo
      de su formación, pues el afecto que les profesan garantiza que buscarán el
      bien de los pequeños. Por el contrario, los altos funcionarios que se sir-
      ven del aparato educativo sólo se aman a sí mismos y únicamente desean
      más y más poder, de manera que no tienen más propósito que someter a
      la infancia a sus designios estratégicos a través del moldeamiento de las
      mentes. Cuando se alcanza la edad adulta (los 14 años) ya nadie, salvo
      el propio individuo libremente asociado con sus pares, tiene legitimidad
      para ser su educador.
         El segundo instrumento del que se valió el régimen liberal para la con-
      culcación metódica de la libertad interior del ser humano es la prensa.
      Ésta ya alcanzó una cierta audiencia en el siglo xviii (el primer “periódico
      La marcha al pueblo en las letras españolas, 1917-1936 de V. Fuentes; en República de ciudadanos
      de S. Holguín, entre otros. El argumento central es que fue un hermoso y altruista intento de
      «democratizar la cultura», que era puesta al alcance del pueblo, sobre todo en las áreas rurales, las
      más «desasistidas». Pero lo que aconteció fue una ampliación del mercado cultural, con el corres-
      pondiente aumento de la cuota de beneficio para la industria editorial y los autores, una expansión
      del adoctrinamiento y aculturación de las masas rurales y, sobre todo, una oligarquización del acto
      espiritual por excelencia, el de la creación, como creación de cultura en este caso. En efecto, al llevar
      al pueblo los productos culturales facturados por una muy reducida minoría se le está haciendo
      mero receptor pasivo y se está dañando la cualidad más valiosa de la mente, la de producir por sí
      misma lo nuevo. Cultura es cultivo del espíritu, puesta a punto y desarrollo ininterrumpido de
      las facultades superiores propias del ser humano para conocer y conocerse, para inteligir, sentir y
      crear, lo que no puede reducirse a la absorción pasiva, mansueta y muda de productos (mercancías)
      culturales. No hay más cultura que la auto cultura, mucho más si lo que se etiqueta como «cultura»
      es, en el 95% de los casos, propaganda políticamente motivada, como sucedía bajo la II república.
      Los que se prestaron a la mascarada de las «misiones pedagógicas» republicanas, Lorca entre ellos,
      dirigidas al mundo rural, participaron, en realidad, en una agresión cultural institucional contra
      las gentes de la ruralidad, que en esas fechas tenían, todavía, su cultura (tan rica, tan ligada a lo
      concreto y hecha desde la fusión entre experiencia y reflexión, si bien no por ello libre de defectos
      y carencias fundamentales) relativamente bien conservada; pues fue el franquismo, siguiendo el
      ejemplo de la II república, quien la destruyó definitivamente. Los misioneros de marras enseñaban
      al pueblo, sí, pero ¿aprendían algo de él?, ¿sabían siquiera que existía la cultura popular y que debía
      ser respetada y preservada? Lo supieran o no su misión era de naturaleza aculturadora, destructiva,
      aniquiladora, y fue realizada a conciencia.
CAPÍTULO segundo                                                                   127



  diario” de España apareció en 1758, llevando por cabecera Diario Noti-
  cioso, y subsistió hasta 1918), pero sólo entre las elites; el pueblo escapó
  casi por completo a su influencia. Tal estado de cosas se alteró con el ad-
  venimiento del liberalismo de la mano del ejército, que creó una prensa
  de opinión, a menudo ligada a los nacientes partidos políticos, la cual se
  hizo presente, en primer lugar, en el seno de las masas urbanas, las más
  sometidas psíquicamente a las minorías mandantes. Después, aquélla se
  desarrolló hasta hacerse prensa masiva, o de información general, muy
  diversificada y extraordinariamente eficiente en su función de, al mismo
  tiempo, fabricar desde arriba la opinión pública y la voluntad política,
  aleccionar a la multitud e impedir que use y desarrolle sus propias capa-
  cidades raciocinantes y volitivas. Esa prensa periódica (entre nosotros, el
  primer diario al estilo de los actuales es El Español, lanzado en 1835) fue
  acompañada de una infinidad de panfletos, cartillas patrióticas, ediciones
  en grandes tiradas de los textos constitucionales (que eran leídos y expli-
  cados al pueblo desde los púlpitos, por el clero parroquial asalariado del
  Estado) y un aumento formidable del número de obras escritas en circula-
  ción, creándose por primera vez un mercado del libro, que permitía a los
  grafómanos decimonónicos lograr muy saneadas sumas.
     Para estatuir ese vasto desarrollo de la “comunicación” escrita, la revo-
  lución liberal sustituyó el régimen de censura previa propio del “absolutis-
  mo” por el de censura posterior, o censura en la totalidad, al que califica de
  “libertad de imprenta” y de “libertad de información”. La censura previa
  era un procedimiento harto rudimentario de reprimir la libertad de ex-
  presión, pues ponía en evidencia que el sistema era despótico, favorecía
  el desarrollo de la prensa clandestina y, sobre todo, impedía el buen adoc-
  trinamiento de las masas, por su simplicidad y rigidez, lo que hacía impo-
  sible la formación de corrientes alternativas y complementarias de alec-
  cionamiento, en competencia no antagónica entre sí. Esto no permitía la
  constitución del gran torrente mediático, diverso y plural en el marco de
  un férreo monolitismo intencional, necesario para el logro de la mentali-
  zación total. Por el contrario, la censura posterior, o en la totalidad, propia
  del actual sistema, en primer lugar impide pero no prohíbe (salvo cuestio-
  nes puntuales, en circunstancias ordinarias), lo que es un gran avance para
  las instituciones, dado que el impedir es la forma superior del prohibir.
128      La democracia y el triunfo del estado                                                                CATUO




         En segundo lugar, hace depender procedimientos, formas y contenidos
      de la libre iniciativa de los aleccionadores, espoleados por una ruda lucha
      competitiva, lo que otorga al producto final una variedad y plasticidad
      que multiplica por mucho su capacidad de persuadir y obnubilar.
         En tercer lugar, se da en el marco de un proyecto global para la extirpa-
      ción de la totalidad del pensamiento independiente, de manera que lo que
      no existe no necesita ser prohibido, como sucede en la actualidad.
         Finalmente, dado que todos desean una única cosa, medrar y realizarse
      a través del éxito profesional, funcionarial o empresarial, en términos de
      más poder y más ingresos monetarios, sin que cuenten las consideraciones
      sobre ideales, convicciones, servicio desinteresado a una causa auto-elegi-
      da o moralidad, basta con la amenaza, difusa e innominada pero siempre
      presente, de poner en peligro la propia carrera al emitir informaciones,
      ideas u opiniones “inconvenientes” para que todos se auto-vigilen de muy
      buena gana. Y habiendo tan severa censura interior, ¿para qué la censura
      exterior?
         Hacia 1880 ya estaba constituida en todos los países ricos la gran pren-
      sa de masas, como “instrumento imprescindible del progreso”, esto es,
      como herramienta de la modernidad para la trituración de la libertad de
      pensamiento. Es dado añadir que la prensa, por su naturaleza, degrada
      el acto de leer, que pierde su anterior condición de acción cuasi-reflexiva
      para hacerse una actividad rápida y trivial, precipitada y sólo semicons-
      ciente, en la que el leyente es dominado por el texto, que se absorbe mal y
      sin discernimiento. Ello da razón de que el lector habitual de prensa suela
      derivar en un zote incapaz de habérselas con textos enjundiosos78 y más
      incapaz aún de pensar por él mismo a partir de la experiencia.

         78. Larra ya observó en 1835 el envilecimiento de las actividades reflexivas que ocasionaba la
      prensa multitudinaria, entonces una novedad. Apunta que con los adelantos materiales resulta que
      «los hechos han desterrado las ideas. Los periódicos, los libros» y que «habiendo periódicos (...)
      no es necesario estudiar», observación que cuestiona la fábula bienpensante sobre que la prensa
      «educa» al pueblo. Advierte, además, que lo específico de las publicaciones periódicas es «la afi-
      ción a mentir», en lo que coincide con T. Jefferson, quién vivió de cerca el nacimiento de la gran
      prensa en EE UU y dejó en sus escritos diversas manifestaciones de la cotidiana conculcación de la
      verdad que llevaba a cabo, siendo él mismo víctima. Hoy la situación es incluso mucho peor, como
      queda recogido en El modelo desfigurado. Los EE UU de Tocqueville a nuestros días de T. Molnar, y
      en Historia y modelos de la comunicación en el siglo XX. El nuevo orden informativo de J. T. Álvarez.
CAPÍTULO segundo                                                                                             129



     Para esa fecha, el tiempo medio de adoctrinamiento del sujeto medio
  había crecido considerablemente, situándose quizá en unas dos horas dia-
  rias, cuatro veces más que un siglo antes, aunque las masas rurales esca-
  paban a tal aflicción. Esto contribuye a explicar los clamores en pro de
  una rápida urbanización de toda la población, medida que es presentada
  como el no va más del progreso, cuando su naturaleza es reaccionaria. Una
  medida que hace ascender en flecha el tiempo de aleccionamiento es la
  concesión del derecho de sufragio a los varones en 1890, argucia que sien-
  ta las bases para que éstos se aproximen a los aparatos de mentalización
  específicamente políticos, al parlamento, las elecciones no-libres, los par-
  tidos constitutivos del partido único de partidos propio del liberalismo,
  los caudillos parleros y la hórrida prensa politicista79, lo que ocasiona una

      79. Ésta era bastante variada y plural, siendo capaz de adoptar expresiones muy singulares, en
  particular en aquella que no aparecía como directamente vinculada a partidos, sindicatos u otras
  formaciones politicistas o economicistas. La proliferación de revistas supuestamente radicales,
  hasta la guerra civil de 1936-1939, pone sobre la mesa la cuestión de sus contenidos, que es el
  primer y fundamental paso para enjuiciar el auténtico significado de tales productos culturales.
  Tomemos como caso particular la revista Estudios, aparecida en 1923 (cuando se llamó Generación
  Consciente) y extinguida en 1937, supuestamente por falta de papel a causa de la conflagración
  civil; llegando a tirar, en algunos de sus números, hasta 65.000 ejemplares. El propósito explícito
  de este semanario era contribuir a la «formación moral y cultural» del proletariado, con una orien-
  tación libertaria, aunque entendida de manera laxa. El análisis de sus contenidos argumentativos
  manifiesta que fue un vehículo para la transmisión de los componentes centrales de la cosmovisión
  oficial a las clases trabajadoras, en concreto del cientismo, el tecnicismo y el darwinismo, la fe en
  el progreso y la retórica anticlerical, la fábula sobre la felicidad, la mentalidad zoologista, hedo-
  nista, amoral y logrera típicamente burguesa, el neomalthusianismo, los tópicos liberales sobre
  el pasado y la historia, el culto neorreligioso por la razón así como el apego a los procedimientos
  racionalistas, especulativos o axiomático-deductivos y la adhesión a una concepción abstracta de
  «la cultura» concebida frívolamente como factor de emancipación; todo ello envuelto en una vaga
  retórica «anticapitalista» que a nada podía llevar, salvo a justificar la diaria lucha reivindicativa por
  mejores condiciones de vida y más altas cotas de consumo y bienestar egoísta. El problema número
  uno de los movimientos pretendidamente revolucionarios instituidos doctrinalmente en los años
  centrales del siglo xix aparece en este caso con claridad: al no haber sido capaces de iniciar la rea-
  lización de una ruptura dinámica con los fundamentos últimos de la concepción del mundo del
  orden liberal, estatal-capitalista, se condenaron a sí mismos a ser, en lo principal, simples medios de
  transmisión de esa concepción a las clases preteridas. Ello se expresó incluso de manera explícita, al
  marcarse tales publicaciones el propósito de llevar al pueblo unos saberes que se consideraban en
  gran medida ya elaborados, renunciando a lo más importante, la tarea de crear intelectualmente
  en lucha contra lo medular del ideario institucional en todas sus manifestaciones. La cuestión
  de los contenidos, de su falta de originalidad y su dependencia de lo producido por los aparatos
130      La democracia y el triunfo del estado                                                                   CATUO




      nueva caída de la autonomía psíquica del sujeto medio, que ve bastante
      menguada su libertad para ser por sí mismo, en el seno de una sociedad
      cada vez menos libre espiritualmente. A principios del siglo xxi sólo los
      10 primeros diarios españoles de información general logran unos 8 mi-
      llones de lectores cada día, sobre una población de 44 millones, inquie-
      tante cifra que mide el grado de prosternación mental alcanzado.
         En la cosmovisión liberal y progresista común la prensa está destinada
      a desempeñar la función de instruir y educar al pueblo, proporcionándo-
      le la información, los saberes y las opiniones, meditadas y responsables,
      que hagan de él una comunidad consciente capaz de participar en “la vida
      democrática”80. Una primera objeción a tal enfoque es que la prensa divi-
      de inculcación institucionales, da cuenta de la tragedia histórica de los proletarismos, hasta el día
      de hoy. El caso de la revista citada (que, no se olvide esto, fue un buen negocio para su editor) no
      difiere mucho de otras similares, entre las que se ha de incluir asimismo La Revista Blanca, en
      algunos aspectos, no muchos, más creativa. Para el caso tratado, véase El paraíso de la razón. La
      revista Estudios (1928-1937) y el mundo cultural anarquista de J. Navarro. También de este autor,
      A la revolución por la cultura, título absurdo pues la cultura realmente existente entonces y ahora
      no lleva a ninguna revolución positiva, sino que existe para hacerla imposible. Es trágico que la
      adhesión, ciega y fanática hasta lo indecible, de la revista Estudios al ideal de una «vida placentera
      y libre» culminara en la derrota de 1939, que privó a sus lectores, al mismo tiempo, de la libertad,
      el placer e incluso, en un cierto número de casos, de la vida, por desgracia.
          80. Tan dulzarrona visión salta hecha añicos adentrándose en, verbigracia, Historia del perio-
      dismo en España 3. El siglo XX: 1898-1936 de Mª. C. Seoane y Mª D. Sáiz, donde se proporciona
      información confiable de la gran cloaca que fue el llamado «cuarto poder», y que lo sigue siendo.
      La prensa liberal se asienta en la venalidad, en la picaresca, en la extorsión y en el chantaje, eso por
      un lado. En definitiva, es una industria más (de «inmensa fábrica de palabras» es tildada), cuyo
      objetivo es ganar dinero, con los procedimientos que sean, cobrando de los fondos reservados
      del Ministerio de Gobernación o de los de tal o cual embajada; acudiendo al sensacionalismo, a
      la demagogia, al soez anticlericalismo burgués, al cultivo metódico de los peores instintos de la
      multitud, o fomentando y satisfaciendo al mismo tiempo una curiosidad malsana. En ella campean
      plumíferos sin escrúpulos (Azorín, y con él toda la generación del 98, son un buen ejemplo para la
      fase examinada), endurecidos mercaderes de palabras siempre disponibles para realizar cualquier
      indignidad y faltar a la verdad con tal de potenciar el sistema de dictadura vigente y hacer crecer
      su fortuna personal. Desde la prensa de aquellos años se corrompió con rigurosidad al pueblo, pre-
      sentando como magníficos y a realizar vicios tan deplorables como el ansia de dinero, el gusto por
      las comodidades y el horror ante el esfuerzo físico, el vivir para medrar, la mentalidad consumista,
      la noción de que las cosas son más valiosas que las personas, el asco hacia lo rural y la prosternación
      devocional ante lo urbano e industrial, el apetito insaciable por la diversión y el espectáculo, el
      alcoholismo y tabaquismo, el acudir a la prostitución, el egotismo competitivo y asocial, la ma-
      levolencia como hábito, el mal gusto y la pérdida de la sensibilidad. Asimismo, se enalteció la vil
CAPÍTULO segundo                                                                                            131



  de a la población en dos sectores netamente desiguales, los mentalizado-
  res, que son una muy reducida minoría, y los mentalizados, la gran masa,
  con la agravante de que esta tremenda diferenciación se va ampliando con
  el tiempo, a medida que los más pierden el hábito de examinar por sí mis-
  mos y a partir de su experiencia directa los asuntos de la vida pública. Los
  mentalizados son unos dominados, quizá los dominados por excelencia,
  pues al delegar en la prensa las funciones “educativas” se hacen a sí mismos
  sujetos sin conciencia y sin libertad de conciencia, esto es, seres no sólo
  cautivos sino, sobre todo, ya no plenamente humanos. Cuando una mi-
  noría piensa (aunque con designios perversos) y el resto existe solamente
  para ser pensada por aquélla, lo pertinente es rememorar la excelente for-
  mulación de A. López Quintas, “las personas no deben ser nunca objeto
  de dominio, ni siquiera para orientarlas hacia el bien”81, que expresa una
  verdad de primera magnitud, y que para ser realizada demanda la desarti-
  culación del sistema de la prensa. Ello permitirá poner fin a la existencia
  de las multitudes constituidas por seres sin voluntad propia, dado que son
  mera hechura de las instituciones comunicativas.
      En 1932 Unamuno hizo una frase desvergonzada, propia de quien ter-
  minó sus días como afiliado a la Falange Española, “la prensa ha hecho
  que el pueblo se haga público”, que expone con precisión la función dic-
  tatorial de la prensa liberal: rebajar al pueblo, activo y agente, si es tal, a
  público, pasivo y simple rebaño pastoreado por politicastros, altos funcio-
  narios, celebridades y plumíferos82. Para revertir ese estado de cosas, para

  pasión por el deporte de competición, por los automóviles, por las vacaciones, por el lujo, por la
  técnica y las máquinas, por la politiquería, por la existencia vacía e insustancial. Se promovió, ade-
  más, el odio hacia el pasado y la fe irracional en la categoría de progreso. Pero, sobre todo, lo que la
  prensa fomenta en todas las épocas es la incapacidad para pensar de manera independiente, y para
  pensar en general. Esperar de ella, ayer u hoy, que realice una función elevadora y mejorante es una
  ingenuidad con ribetes de majadería. Para aquellos años, se ha de resaltar el tremendo impacto que
  ocasionaron en la opinión pública las revistas gráficas de información general, que hicieron astillas
  la autonomía espiritual del individuo de un modo similar a como, a poco, lo haría el cinematógrafo
  y, algo después, la radiodifusión y la televisión.
     81. En El secuestro del lenguaje. Tácticas de manipulación del hombre, obra que, con sus limita-
  ciones, es de recomendable lectura y meditación.
     82. Sobre éste, un libro esclarecedor, en buena medida debido a que se suma al coro de las
  adulaciones al «maestro», es Miguel de Unamuno o la creación del intelectual español moderno de S.
132      La democracia y el triunfo del estado                                                                  CATUO




      hacer que el público se eleve a pueblo, se ha de liquidar el régimen de la
      prensa, conquistando la libertad de pensamiento a partir del desarrollo de
      las capacidades reflexivas autónomas y autocentradas de cada individuo
      y del cuerpo social. Sólo de ese modo podrá el sujeto ser dueño de sus
      propias creencias, ideas, emociones y pasiones. Llegados a este punto, se
      impone acudir a una recapitulación que proporcione una comprensión de
      conjunto del régimen de dictadura liberal. Éste pivota sobre cinco ejes: la
      coacción (militar, policial y judicial), el dominio político, el control ad-
      ministrativo, el aleccionamiento múltiple y el amaestramiento (creación
      inducida de hábitos). De su acción sinérgica resulta un crecimiento cons-
      tante del poder efectivo y el poder latente del aparato estatal, así como de
      los entes generados en lo principal por él (el capitalismo), y un decreci-
      miento continuado del potencial de intervención de las clases populares,
      así como de su calidad y la de los sujetos que las componen. Ese doble
      movimiento ascendente/descendente es la clave explicativa de la historia
      de los últimos 250 años. Dentro de tal sistema tiende a desempeñar una
      función en auge el adoctrinamiento, hasta el punto de que las elites que
      se ocupan de practicarlo parece que están en trance de convertirse en el
      sector más dinámico del conjunto de la clase poderhabiente, lo que tiene
      una de sus primeras expresiones en la elevación de la prensa a decisiva
      fuerza social, ya a finales del siglo xix. De donde la expresión “sociedad
      de la información”, referida a la actual es bastante exacta, una vez purgada
      de sus muchos componentes demagógicos y mesiánicos.
         También la naturaleza es víctima del desquiciado auge de la comunica-
      ción impresa. La demanda siempre creciente de pasta de papel contribuye
      a la destrucción de grandes masas forestales, reduciendo el bosque autóc-

      G. H. Roberts. En él se describe cómo aquél, a partir de 1879, fue construido por los aparatos de
      poder como gran adoctrinador de masas, en particular de las clases medias «cultas» y de la capa del
      proletariado más deseosa de ascenso social. En efecto, decaída la función aleccionante desempeña-
      da por el clero, académicos como Unamuno son llamados a llenar el vacío. La mediocridad y ram-
      plonería del universo teorético unamuniano no fue óbice, más bien al contrario, para que, una vez
      construido como «sabio», «genio» y «maestro» por la prensa y la industria del libro de la época,
      se elevase sobre la multitud, imponiendo a ésta lo que debía creer, descreer, sentir y desear. Roberts,
      al estudiar al personaje, no logra captar lo esencial: la primera tarea de todo intelectual con nivel
      reflexivo y grandeza moral es dejar de serlo; y los que se empeñan en serlo superlativamente, como
      Unamuno, es porque o no han comprendido nada o son unos bribones.
CAPÍTULO segundo                                                                                         133



  tono a favor de un monocultivo de especies de crecimiento rápido, con la
  consiguiente degradación de los suelos, alteraciones climáticas, reducción
  de la biodiversidad y afeamiento del paisaje. Durante muchos años, la in-
  dustria papelera ha sido una de las que más ha contaminado los ríos, con
  gran daño para la flora, la fauna, la agricultura y la población ribereña.
  El tendido de la red ferroviaria, que acaso llegase a aniquilar, ya antes de
  1900, el 15% de los bosques, tuvo como motivo, entre otros de natura-
  leza política, lograr que los diarios madrileños, la prensa mentalizadora
  por antonomasia, llegasen a todas partes para vertebrar y robustecer “la
  nación española”, proclamada con tan colosal farfolla por las constitucio-
  nes liberales. En definitiva, la sociedad contemporánea lo sacrifica todo
  al aleccionamiento sin piedad ni tregua de las masas sometidas, tarea a la
  que destina una parte creciente del producto social, lo más avanzado de
  la técnica y una proporción notable de la mano de obra. En el presente, se
  ha alcanzado una situación en la que las funciones adoctrinadoras están ya
  por encima de las productivas básicas, y sólo se equiparan a las militares83,
  lo que va a unido a que la propiedad privada intelectual proporcione una
  de las más saneadas cuotas y masa de beneficios. Que las cosas sean de ese
  modo es comprensible, pues dado el carácter rotundamente antinatural,
  contrarracional y sin libertad de la actual formación social, la estabilidad
  y continuidad del sistema únicamente queda asegurada si se eleva día a día

      83. Uno de los textos que expone que «las actividades de información y comunicación» crecen
  a un ritmo «netamente más rápido que las orientadas a la transformación de la naturaleza», lo que
  sucede «desde finales de los años sesenta» del siglo xx, es el de Alain Cotta, Le capitalisme dans
  tous ses états, lo que lleva al autor a referirse a una «economía de la comunicación» y a un «capi-
  talismo mediático», fusionado con el capital financiero. Conclusiones similares alcanza R. Reig
  en El éxtasis cibernético. Comunicación, democracia y neototalitarismo a principios del siglo XXI,
  y H. I. Schiller en Aviso para navegantes. Las consecuencias económicas y medioambientales de
  ello están a la vista, pero conviene enfatizar al menos dos cuestiones más. Una es que, refutando
  la concepción economicista doctrinaria, los datos parecen indicar que no es el aleccionamiento el
  que sirve al capitalismo, sino que es el capitalismo el que sirve al aleccionamiento, al proporcionar
  a los núcleos rectores de la sociedad los medios materiales y técnicos necesarios para elevar su po-
  der efectivo a cotas antes nunca alcanzadas. De ella se deriva una segunda, más importante aún: la
  resolución de la cuestión de cómo realizar la libertad de conciencia se ha convertido ya, de hecho,
  en un poderoso elemento motor del pensamiento y la acción anticapitalista concebida como praxis
  liberadora, esto es, de manera opuesta a como lo presentan los vetustos dogmas izquierdistas. Pen-
  sar este asunto y planear su resolución es un desafío intelectual de primera importancia hoy.
134     La democracia y el triunfo del estado                                          CATUO




      la intensidad y amplitud del adoctrinamiento, a la búsqueda no sólo del
      asentimiento total sino de la mutilación psíquica completa de las multitu-
      des. Por tanto, el crecimiento económico y el progreso científico-técnico,
      lejos de llevarnos a un orden social mejor y superior, están permitiendo a
      las minorías con omnipoder erigir la dictadura más perfecta de la historia.
          Ello tiene muchas manifestaciones particulares, algunas bien expresi-
      vas. La I guerra mundial (1914-1918) fue la conflagración liberal-pro-
      gresista por antonomasia, la consecuencia de la militarización de Europa
      que llevaron a efecto todos los regímenes liberales, surgidos precisamente
      con tal fin. Aquélla fue una espantosa carnicería, algo nunca visto ante-
      riormente, con 8,5 millones de muertos militares y unos 8,7 millones más
      de fallecidos civiles (sin incluir los óbitos por enfermedades resultantes
      del conflicto); con batallas que dejaron más de un millón de bajas (como
      la del Somme), y una guerra de trincheras espeluznante. Pues bien, es in-
      objetable que las instituciones responsables en primera instancia de tal
      atrocidad fueron dos. Una la escuela primaria estatal, que al asegurar a
      millones de niños, desde el último tercio del siglo xix, el “derecho a la
      educación”, y al realizar “la democratización de la cultura”, alteró sus ce-
      rebros con un patriotismo homicida que se manifestó luego como faná-
      tica determinación de pelear en aquella guerra injusta, imperialista, por
      ambos lados. La otra fue la gran prensa masiva que, según exponen los
      devotos del sistema, debía formar a las gentes en el civismo y los valores
      democráticos, pero que en realidad envenenó las mentes con un sinfín de
      embelecos y mendacidades, logrando que la juventud marchara contenta
      al campo de batalla y en él permaneciera. Las dos entidades constituidas
      por la revolución liberal para “educar al pueblo”, la escuela y la prensa,
      fueron la causa de la catástrofe, junto con el parlamento, los partidos po-
      líticos y los intelectuales, hirvientes de odio chovinista en todas partes. Si
      a éstos sumamos los nuevos elementos de combate proporcionados por
      la gran industria moderna, y el ferrocarril, sin el que no habría podido
      mantenerse una lucha tan encarnizada durante más de cuatro años, en-
      contramos que la I guerra mundial fue una primera manifestación, bien
      expresiva sin duda, de la modernidad triunfante, como totalidad.

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La verdad de la prensa

  • 1. 126 La democracia y el triunfo del estado CATUO Sólo la sociedad tiene legitimidad para educarse e instruirse a sí misma. Si esa función es usurpada por el Estado, se crea un gravísimo atentado a la libertad de la conciencia y se ha de hablar de régimen de dictadu- ra ideológica. A los niños y niñas sólo están legitimados para educarlos quienes tienen con ellos unas relaciones de amor intenso y rendido, sus padres y madres, sus familiares y vecinos. Sólo ellos pueden hacerse cargo de su formación, pues el afecto que les profesan garantiza que buscarán el bien de los pequeños. Por el contrario, los altos funcionarios que se sir- ven del aparato educativo sólo se aman a sí mismos y únicamente desean más y más poder, de manera que no tienen más propósito que someter a la infancia a sus designios estratégicos a través del moldeamiento de las mentes. Cuando se alcanza la edad adulta (los 14 años) ya nadie, salvo el propio individuo libremente asociado con sus pares, tiene legitimidad para ser su educador. El segundo instrumento del que se valió el régimen liberal para la con- culcación metódica de la libertad interior del ser humano es la prensa. Ésta ya alcanzó una cierta audiencia en el siglo xviii (el primer “periódico La marcha al pueblo en las letras españolas, 1917-1936 de V. Fuentes; en República de ciudadanos de S. Holguín, entre otros. El argumento central es que fue un hermoso y altruista intento de «democratizar la cultura», que era puesta al alcance del pueblo, sobre todo en las áreas rurales, las más «desasistidas». Pero lo que aconteció fue una ampliación del mercado cultural, con el corres- pondiente aumento de la cuota de beneficio para la industria editorial y los autores, una expansión del adoctrinamiento y aculturación de las masas rurales y, sobre todo, una oligarquización del acto espiritual por excelencia, el de la creación, como creación de cultura en este caso. En efecto, al llevar al pueblo los productos culturales facturados por una muy reducida minoría se le está haciendo mero receptor pasivo y se está dañando la cualidad más valiosa de la mente, la de producir por sí misma lo nuevo. Cultura es cultivo del espíritu, puesta a punto y desarrollo ininterrumpido de las facultades superiores propias del ser humano para conocer y conocerse, para inteligir, sentir y crear, lo que no puede reducirse a la absorción pasiva, mansueta y muda de productos (mercancías) culturales. No hay más cultura que la auto cultura, mucho más si lo que se etiqueta como «cultura» es, en el 95% de los casos, propaganda políticamente motivada, como sucedía bajo la II república. Los que se prestaron a la mascarada de las «misiones pedagógicas» republicanas, Lorca entre ellos, dirigidas al mundo rural, participaron, en realidad, en una agresión cultural institucional contra las gentes de la ruralidad, que en esas fechas tenían, todavía, su cultura (tan rica, tan ligada a lo concreto y hecha desde la fusión entre experiencia y reflexión, si bien no por ello libre de defectos y carencias fundamentales) relativamente bien conservada; pues fue el franquismo, siguiendo el ejemplo de la II república, quien la destruyó definitivamente. Los misioneros de marras enseñaban al pueblo, sí, pero ¿aprendían algo de él?, ¿sabían siquiera que existía la cultura popular y que debía ser respetada y preservada? Lo supieran o no su misión era de naturaleza aculturadora, destructiva, aniquiladora, y fue realizada a conciencia.
  • 2. CAPÍTULO segundo 127 diario” de España apareció en 1758, llevando por cabecera Diario Noti- cioso, y subsistió hasta 1918), pero sólo entre las elites; el pueblo escapó casi por completo a su influencia. Tal estado de cosas se alteró con el ad- venimiento del liberalismo de la mano del ejército, que creó una prensa de opinión, a menudo ligada a los nacientes partidos políticos, la cual se hizo presente, en primer lugar, en el seno de las masas urbanas, las más sometidas psíquicamente a las minorías mandantes. Después, aquélla se desarrolló hasta hacerse prensa masiva, o de información general, muy diversificada y extraordinariamente eficiente en su función de, al mismo tiempo, fabricar desde arriba la opinión pública y la voluntad política, aleccionar a la multitud e impedir que use y desarrolle sus propias capa- cidades raciocinantes y volitivas. Esa prensa periódica (entre nosotros, el primer diario al estilo de los actuales es El Español, lanzado en 1835) fue acompañada de una infinidad de panfletos, cartillas patrióticas, ediciones en grandes tiradas de los textos constitucionales (que eran leídos y expli- cados al pueblo desde los púlpitos, por el clero parroquial asalariado del Estado) y un aumento formidable del número de obras escritas en circula- ción, creándose por primera vez un mercado del libro, que permitía a los grafómanos decimonónicos lograr muy saneadas sumas. Para estatuir ese vasto desarrollo de la “comunicación” escrita, la revo- lución liberal sustituyó el régimen de censura previa propio del “absolutis- mo” por el de censura posterior, o censura en la totalidad, al que califica de “libertad de imprenta” y de “libertad de información”. La censura previa era un procedimiento harto rudimentario de reprimir la libertad de ex- presión, pues ponía en evidencia que el sistema era despótico, favorecía el desarrollo de la prensa clandestina y, sobre todo, impedía el buen adoc- trinamiento de las masas, por su simplicidad y rigidez, lo que hacía impo- sible la formación de corrientes alternativas y complementarias de alec- cionamiento, en competencia no antagónica entre sí. Esto no permitía la constitución del gran torrente mediático, diverso y plural en el marco de un férreo monolitismo intencional, necesario para el logro de la mentali- zación total. Por el contrario, la censura posterior, o en la totalidad, propia del actual sistema, en primer lugar impide pero no prohíbe (salvo cuestio- nes puntuales, en circunstancias ordinarias), lo que es un gran avance para las instituciones, dado que el impedir es la forma superior del prohibir.
  • 3. 128 La democracia y el triunfo del estado CATUO En segundo lugar, hace depender procedimientos, formas y contenidos de la libre iniciativa de los aleccionadores, espoleados por una ruda lucha competitiva, lo que otorga al producto final una variedad y plasticidad que multiplica por mucho su capacidad de persuadir y obnubilar. En tercer lugar, se da en el marco de un proyecto global para la extirpa- ción de la totalidad del pensamiento independiente, de manera que lo que no existe no necesita ser prohibido, como sucede en la actualidad. Finalmente, dado que todos desean una única cosa, medrar y realizarse a través del éxito profesional, funcionarial o empresarial, en términos de más poder y más ingresos monetarios, sin que cuenten las consideraciones sobre ideales, convicciones, servicio desinteresado a una causa auto-elegi- da o moralidad, basta con la amenaza, difusa e innominada pero siempre presente, de poner en peligro la propia carrera al emitir informaciones, ideas u opiniones “inconvenientes” para que todos se auto-vigilen de muy buena gana. Y habiendo tan severa censura interior, ¿para qué la censura exterior? Hacia 1880 ya estaba constituida en todos los países ricos la gran pren- sa de masas, como “instrumento imprescindible del progreso”, esto es, como herramienta de la modernidad para la trituración de la libertad de pensamiento. Es dado añadir que la prensa, por su naturaleza, degrada el acto de leer, que pierde su anterior condición de acción cuasi-reflexiva para hacerse una actividad rápida y trivial, precipitada y sólo semicons- ciente, en la que el leyente es dominado por el texto, que se absorbe mal y sin discernimiento. Ello da razón de que el lector habitual de prensa suela derivar en un zote incapaz de habérselas con textos enjundiosos78 y más incapaz aún de pensar por él mismo a partir de la experiencia. 78. Larra ya observó en 1835 el envilecimiento de las actividades reflexivas que ocasionaba la prensa multitudinaria, entonces una novedad. Apunta que con los adelantos materiales resulta que «los hechos han desterrado las ideas. Los periódicos, los libros» y que «habiendo periódicos (...) no es necesario estudiar», observación que cuestiona la fábula bienpensante sobre que la prensa «educa» al pueblo. Advierte, además, que lo específico de las publicaciones periódicas es «la afi- ción a mentir», en lo que coincide con T. Jefferson, quién vivió de cerca el nacimiento de la gran prensa en EE UU y dejó en sus escritos diversas manifestaciones de la cotidiana conculcación de la verdad que llevaba a cabo, siendo él mismo víctima. Hoy la situación es incluso mucho peor, como queda recogido en El modelo desfigurado. Los EE UU de Tocqueville a nuestros días de T. Molnar, y en Historia y modelos de la comunicación en el siglo XX. El nuevo orden informativo de J. T. Álvarez.
  • 4. CAPÍTULO segundo 129 Para esa fecha, el tiempo medio de adoctrinamiento del sujeto medio había crecido considerablemente, situándose quizá en unas dos horas dia- rias, cuatro veces más que un siglo antes, aunque las masas rurales esca- paban a tal aflicción. Esto contribuye a explicar los clamores en pro de una rápida urbanización de toda la población, medida que es presentada como el no va más del progreso, cuando su naturaleza es reaccionaria. Una medida que hace ascender en flecha el tiempo de aleccionamiento es la concesión del derecho de sufragio a los varones en 1890, argucia que sien- ta las bases para que éstos se aproximen a los aparatos de mentalización específicamente políticos, al parlamento, las elecciones no-libres, los par- tidos constitutivos del partido único de partidos propio del liberalismo, los caudillos parleros y la hórrida prensa politicista79, lo que ocasiona una 79. Ésta era bastante variada y plural, siendo capaz de adoptar expresiones muy singulares, en particular en aquella que no aparecía como directamente vinculada a partidos, sindicatos u otras formaciones politicistas o economicistas. La proliferación de revistas supuestamente radicales, hasta la guerra civil de 1936-1939, pone sobre la mesa la cuestión de sus contenidos, que es el primer y fundamental paso para enjuiciar el auténtico significado de tales productos culturales. Tomemos como caso particular la revista Estudios, aparecida en 1923 (cuando se llamó Generación Consciente) y extinguida en 1937, supuestamente por falta de papel a causa de la conflagración civil; llegando a tirar, en algunos de sus números, hasta 65.000 ejemplares. El propósito explícito de este semanario era contribuir a la «formación moral y cultural» del proletariado, con una orien- tación libertaria, aunque entendida de manera laxa. El análisis de sus contenidos argumentativos manifiesta que fue un vehículo para la transmisión de los componentes centrales de la cosmovisión oficial a las clases trabajadoras, en concreto del cientismo, el tecnicismo y el darwinismo, la fe en el progreso y la retórica anticlerical, la fábula sobre la felicidad, la mentalidad zoologista, hedo- nista, amoral y logrera típicamente burguesa, el neomalthusianismo, los tópicos liberales sobre el pasado y la historia, el culto neorreligioso por la razón así como el apego a los procedimientos racionalistas, especulativos o axiomático-deductivos y la adhesión a una concepción abstracta de «la cultura» concebida frívolamente como factor de emancipación; todo ello envuelto en una vaga retórica «anticapitalista» que a nada podía llevar, salvo a justificar la diaria lucha reivindicativa por mejores condiciones de vida y más altas cotas de consumo y bienestar egoísta. El problema número uno de los movimientos pretendidamente revolucionarios instituidos doctrinalmente en los años centrales del siglo xix aparece en este caso con claridad: al no haber sido capaces de iniciar la rea- lización de una ruptura dinámica con los fundamentos últimos de la concepción del mundo del orden liberal, estatal-capitalista, se condenaron a sí mismos a ser, en lo principal, simples medios de transmisión de esa concepción a las clases preteridas. Ello se expresó incluso de manera explícita, al marcarse tales publicaciones el propósito de llevar al pueblo unos saberes que se consideraban en gran medida ya elaborados, renunciando a lo más importante, la tarea de crear intelectualmente en lucha contra lo medular del ideario institucional en todas sus manifestaciones. La cuestión de los contenidos, de su falta de originalidad y su dependencia de lo producido por los aparatos
  • 5. 130 La democracia y el triunfo del estado CATUO nueva caída de la autonomía psíquica del sujeto medio, que ve bastante menguada su libertad para ser por sí mismo, en el seno de una sociedad cada vez menos libre espiritualmente. A principios del siglo xxi sólo los 10 primeros diarios españoles de información general logran unos 8 mi- llones de lectores cada día, sobre una población de 44 millones, inquie- tante cifra que mide el grado de prosternación mental alcanzado. En la cosmovisión liberal y progresista común la prensa está destinada a desempeñar la función de instruir y educar al pueblo, proporcionándo- le la información, los saberes y las opiniones, meditadas y responsables, que hagan de él una comunidad consciente capaz de participar en “la vida democrática”80. Una primera objeción a tal enfoque es que la prensa divi- de inculcación institucionales, da cuenta de la tragedia histórica de los proletarismos, hasta el día de hoy. El caso de la revista citada (que, no se olvide esto, fue un buen negocio para su editor) no difiere mucho de otras similares, entre las que se ha de incluir asimismo La Revista Blanca, en algunos aspectos, no muchos, más creativa. Para el caso tratado, véase El paraíso de la razón. La revista Estudios (1928-1937) y el mundo cultural anarquista de J. Navarro. También de este autor, A la revolución por la cultura, título absurdo pues la cultura realmente existente entonces y ahora no lleva a ninguna revolución positiva, sino que existe para hacerla imposible. Es trágico que la adhesión, ciega y fanática hasta lo indecible, de la revista Estudios al ideal de una «vida placentera y libre» culminara en la derrota de 1939, que privó a sus lectores, al mismo tiempo, de la libertad, el placer e incluso, en un cierto número de casos, de la vida, por desgracia. 80. Tan dulzarrona visión salta hecha añicos adentrándose en, verbigracia, Historia del perio- dismo en España 3. El siglo XX: 1898-1936 de Mª. C. Seoane y Mª D. Sáiz, donde se proporciona información confiable de la gran cloaca que fue el llamado «cuarto poder», y que lo sigue siendo. La prensa liberal se asienta en la venalidad, en la picaresca, en la extorsión y en el chantaje, eso por un lado. En definitiva, es una industria más (de «inmensa fábrica de palabras» es tildada), cuyo objetivo es ganar dinero, con los procedimientos que sean, cobrando de los fondos reservados del Ministerio de Gobernación o de los de tal o cual embajada; acudiendo al sensacionalismo, a la demagogia, al soez anticlericalismo burgués, al cultivo metódico de los peores instintos de la multitud, o fomentando y satisfaciendo al mismo tiempo una curiosidad malsana. En ella campean plumíferos sin escrúpulos (Azorín, y con él toda la generación del 98, son un buen ejemplo para la fase examinada), endurecidos mercaderes de palabras siempre disponibles para realizar cualquier indignidad y faltar a la verdad con tal de potenciar el sistema de dictadura vigente y hacer crecer su fortuna personal. Desde la prensa de aquellos años se corrompió con rigurosidad al pueblo, pre- sentando como magníficos y a realizar vicios tan deplorables como el ansia de dinero, el gusto por las comodidades y el horror ante el esfuerzo físico, el vivir para medrar, la mentalidad consumista, la noción de que las cosas son más valiosas que las personas, el asco hacia lo rural y la prosternación devocional ante lo urbano e industrial, el apetito insaciable por la diversión y el espectáculo, el alcoholismo y tabaquismo, el acudir a la prostitución, el egotismo competitivo y asocial, la ma- levolencia como hábito, el mal gusto y la pérdida de la sensibilidad. Asimismo, se enalteció la vil
  • 6. CAPÍTULO segundo 131 de a la población en dos sectores netamente desiguales, los mentalizado- res, que son una muy reducida minoría, y los mentalizados, la gran masa, con la agravante de que esta tremenda diferenciación se va ampliando con el tiempo, a medida que los más pierden el hábito de examinar por sí mis- mos y a partir de su experiencia directa los asuntos de la vida pública. Los mentalizados son unos dominados, quizá los dominados por excelencia, pues al delegar en la prensa las funciones “educativas” se hacen a sí mismos sujetos sin conciencia y sin libertad de conciencia, esto es, seres no sólo cautivos sino, sobre todo, ya no plenamente humanos. Cuando una mi- noría piensa (aunque con designios perversos) y el resto existe solamente para ser pensada por aquélla, lo pertinente es rememorar la excelente for- mulación de A. López Quintas, “las personas no deben ser nunca objeto de dominio, ni siquiera para orientarlas hacia el bien”81, que expresa una verdad de primera magnitud, y que para ser realizada demanda la desarti- culación del sistema de la prensa. Ello permitirá poner fin a la existencia de las multitudes constituidas por seres sin voluntad propia, dado que son mera hechura de las instituciones comunicativas. En 1932 Unamuno hizo una frase desvergonzada, propia de quien ter- minó sus días como afiliado a la Falange Española, “la prensa ha hecho que el pueblo se haga público”, que expone con precisión la función dic- tatorial de la prensa liberal: rebajar al pueblo, activo y agente, si es tal, a público, pasivo y simple rebaño pastoreado por politicastros, altos funcio- narios, celebridades y plumíferos82. Para revertir ese estado de cosas, para pasión por el deporte de competición, por los automóviles, por las vacaciones, por el lujo, por la técnica y las máquinas, por la politiquería, por la existencia vacía e insustancial. Se promovió, ade- más, el odio hacia el pasado y la fe irracional en la categoría de progreso. Pero, sobre todo, lo que la prensa fomenta en todas las épocas es la incapacidad para pensar de manera independiente, y para pensar en general. Esperar de ella, ayer u hoy, que realice una función elevadora y mejorante es una ingenuidad con ribetes de majadería. Para aquellos años, se ha de resaltar el tremendo impacto que ocasionaron en la opinión pública las revistas gráficas de información general, que hicieron astillas la autonomía espiritual del individuo de un modo similar a como, a poco, lo haría el cinematógrafo y, algo después, la radiodifusión y la televisión. 81. En El secuestro del lenguaje. Tácticas de manipulación del hombre, obra que, con sus limita- ciones, es de recomendable lectura y meditación. 82. Sobre éste, un libro esclarecedor, en buena medida debido a que se suma al coro de las adulaciones al «maestro», es Miguel de Unamuno o la creación del intelectual español moderno de S.
  • 7. 132 La democracia y el triunfo del estado CATUO hacer que el público se eleve a pueblo, se ha de liquidar el régimen de la prensa, conquistando la libertad de pensamiento a partir del desarrollo de las capacidades reflexivas autónomas y autocentradas de cada individuo y del cuerpo social. Sólo de ese modo podrá el sujeto ser dueño de sus propias creencias, ideas, emociones y pasiones. Llegados a este punto, se impone acudir a una recapitulación que proporcione una comprensión de conjunto del régimen de dictadura liberal. Éste pivota sobre cinco ejes: la coacción (militar, policial y judicial), el dominio político, el control ad- ministrativo, el aleccionamiento múltiple y el amaestramiento (creación inducida de hábitos). De su acción sinérgica resulta un crecimiento cons- tante del poder efectivo y el poder latente del aparato estatal, así como de los entes generados en lo principal por él (el capitalismo), y un decreci- miento continuado del potencial de intervención de las clases populares, así como de su calidad y la de los sujetos que las componen. Ese doble movimiento ascendente/descendente es la clave explicativa de la historia de los últimos 250 años. Dentro de tal sistema tiende a desempeñar una función en auge el adoctrinamiento, hasta el punto de que las elites que se ocupan de practicarlo parece que están en trance de convertirse en el sector más dinámico del conjunto de la clase poderhabiente, lo que tiene una de sus primeras expresiones en la elevación de la prensa a decisiva fuerza social, ya a finales del siglo xix. De donde la expresión “sociedad de la información”, referida a la actual es bastante exacta, una vez purgada de sus muchos componentes demagógicos y mesiánicos. También la naturaleza es víctima del desquiciado auge de la comunica- ción impresa. La demanda siempre creciente de pasta de papel contribuye a la destrucción de grandes masas forestales, reduciendo el bosque autóc- G. H. Roberts. En él se describe cómo aquél, a partir de 1879, fue construido por los aparatos de poder como gran adoctrinador de masas, en particular de las clases medias «cultas» y de la capa del proletariado más deseosa de ascenso social. En efecto, decaída la función aleccionante desempeña- da por el clero, académicos como Unamuno son llamados a llenar el vacío. La mediocridad y ram- plonería del universo teorético unamuniano no fue óbice, más bien al contrario, para que, una vez construido como «sabio», «genio» y «maestro» por la prensa y la industria del libro de la época, se elevase sobre la multitud, imponiendo a ésta lo que debía creer, descreer, sentir y desear. Roberts, al estudiar al personaje, no logra captar lo esencial: la primera tarea de todo intelectual con nivel reflexivo y grandeza moral es dejar de serlo; y los que se empeñan en serlo superlativamente, como Unamuno, es porque o no han comprendido nada o son unos bribones.
  • 8. CAPÍTULO segundo 133 tono a favor de un monocultivo de especies de crecimiento rápido, con la consiguiente degradación de los suelos, alteraciones climáticas, reducción de la biodiversidad y afeamiento del paisaje. Durante muchos años, la in- dustria papelera ha sido una de las que más ha contaminado los ríos, con gran daño para la flora, la fauna, la agricultura y la población ribereña. El tendido de la red ferroviaria, que acaso llegase a aniquilar, ya antes de 1900, el 15% de los bosques, tuvo como motivo, entre otros de natura- leza política, lograr que los diarios madrileños, la prensa mentalizadora por antonomasia, llegasen a todas partes para vertebrar y robustecer “la nación española”, proclamada con tan colosal farfolla por las constitucio- nes liberales. En definitiva, la sociedad contemporánea lo sacrifica todo al aleccionamiento sin piedad ni tregua de las masas sometidas, tarea a la que destina una parte creciente del producto social, lo más avanzado de la técnica y una proporción notable de la mano de obra. En el presente, se ha alcanzado una situación en la que las funciones adoctrinadoras están ya por encima de las productivas básicas, y sólo se equiparan a las militares83, lo que va a unido a que la propiedad privada intelectual proporcione una de las más saneadas cuotas y masa de beneficios. Que las cosas sean de ese modo es comprensible, pues dado el carácter rotundamente antinatural, contrarracional y sin libertad de la actual formación social, la estabilidad y continuidad del sistema únicamente queda asegurada si se eleva día a día 83. Uno de los textos que expone que «las actividades de información y comunicación» crecen a un ritmo «netamente más rápido que las orientadas a la transformación de la naturaleza», lo que sucede «desde finales de los años sesenta» del siglo xx, es el de Alain Cotta, Le capitalisme dans tous ses états, lo que lleva al autor a referirse a una «economía de la comunicación» y a un «capi- talismo mediático», fusionado con el capital financiero. Conclusiones similares alcanza R. Reig en El éxtasis cibernético. Comunicación, democracia y neototalitarismo a principios del siglo XXI, y H. I. Schiller en Aviso para navegantes. Las consecuencias económicas y medioambientales de ello están a la vista, pero conviene enfatizar al menos dos cuestiones más. Una es que, refutando la concepción economicista doctrinaria, los datos parecen indicar que no es el aleccionamiento el que sirve al capitalismo, sino que es el capitalismo el que sirve al aleccionamiento, al proporcionar a los núcleos rectores de la sociedad los medios materiales y técnicos necesarios para elevar su po- der efectivo a cotas antes nunca alcanzadas. De ella se deriva una segunda, más importante aún: la resolución de la cuestión de cómo realizar la libertad de conciencia se ha convertido ya, de hecho, en un poderoso elemento motor del pensamiento y la acción anticapitalista concebida como praxis liberadora, esto es, de manera opuesta a como lo presentan los vetustos dogmas izquierdistas. Pen- sar este asunto y planear su resolución es un desafío intelectual de primera importancia hoy.
  • 9. 134 La democracia y el triunfo del estado CATUO la intensidad y amplitud del adoctrinamiento, a la búsqueda no sólo del asentimiento total sino de la mutilación psíquica completa de las multitu- des. Por tanto, el crecimiento económico y el progreso científico-técnico, lejos de llevarnos a un orden social mejor y superior, están permitiendo a las minorías con omnipoder erigir la dictadura más perfecta de la historia. Ello tiene muchas manifestaciones particulares, algunas bien expresi- vas. La I guerra mundial (1914-1918) fue la conflagración liberal-pro- gresista por antonomasia, la consecuencia de la militarización de Europa que llevaron a efecto todos los regímenes liberales, surgidos precisamente con tal fin. Aquélla fue una espantosa carnicería, algo nunca visto ante- riormente, con 8,5 millones de muertos militares y unos 8,7 millones más de fallecidos civiles (sin incluir los óbitos por enfermedades resultantes del conflicto); con batallas que dejaron más de un millón de bajas (como la del Somme), y una guerra de trincheras espeluznante. Pues bien, es in- objetable que las instituciones responsables en primera instancia de tal atrocidad fueron dos. Una la escuela primaria estatal, que al asegurar a millones de niños, desde el último tercio del siglo xix, el “derecho a la educación”, y al realizar “la democratización de la cultura”, alteró sus ce- rebros con un patriotismo homicida que se manifestó luego como faná- tica determinación de pelear en aquella guerra injusta, imperialista, por ambos lados. La otra fue la gran prensa masiva que, según exponen los devotos del sistema, debía formar a las gentes en el civismo y los valores democráticos, pero que en realidad envenenó las mentes con un sinfín de embelecos y mendacidades, logrando que la juventud marchara contenta al campo de batalla y en él permaneciera. Las dos entidades constituidas por la revolución liberal para “educar al pueblo”, la escuela y la prensa, fueron la causa de la catástrofe, junto con el parlamento, los partidos po- líticos y los intelectuales, hirvientes de odio chovinista en todas partes. Si a éstos sumamos los nuevos elementos de combate proporcionados por la gran industria moderna, y el ferrocarril, sin el que no habría podido mantenerse una lucha tan encarnizada durante más de cuatro años, en- contramos que la I guerra mundial fue una primera manifestación, bien expresiva sin duda, de la modernidad triunfante, como totalidad.