El documento argumenta que los países desarrollados han incrementado los subsidios a la producción agropecuaria en lugar de eliminarlos, lo que ha perjudicado la capacidad de los países en desarrollo para generar economías viables en el sector agrícola y ha llevado a que personas huyan de la pobreza y el hambre. Señala que Colombia y otros países de América Latina se enfrentan a una situación preocupante de dependencia de alimentos importados subsidiados, desempleo rural, desplazamiento forzado y pobreza, y deben promover
1. Hacia la “africanización”
Los países desarrollados en lugar de eliminar los subsidios a la producción
agropecuaria, los han incrementado. Revelarnos contra la apertura en una
sola vía y contra las imposiciones de los países ricos, es necesario. En caso
contrario, en el futuro no serán sólo los ciudadanos de Haití o los de África,
los que huyen de su territorio a causa de las hambrunas, a ellos se sumará
la población latinoamericana.
Por: José Félix Lafaurie Rivera*
El mismo día en que se conoció la noticia del reversazo del Gobierno
Nacional con la propuesta de aranceles en el sector agrícola para el ALCA,
los medios de comunicación revelaron imágenes desgarradoras que
mostraban a centenares de haitianos nadando hacia las costas de Miami.
Estas personas, entre las que se encontraban mujeres y niños, huían
desesperadas de su país en busca de un mejor futuro para sus familias.
Lejos de ser hechos aislados, son dos caras de una misma moneda: la
incapacidad y la pobreza producidas, ambas en gran medida, por las
distorsiones del comercio agrícola internacional. Distorsiones que vienen
destruyendo, en forma efectiva, la capacidad de los países del tercer mundo
para generar economías viables, al impedirles aprovechar las ventajas
naturales de sus sectores agropecuarios. Se amplía así, por cuenta de las
políticas proteccionistas de los países desarrollados, la brecha económica y
social entre países ricos y pobres, con el agravante de tender a
profundizarse. Hacia el futuro no serán sólo las gentes de Haití o las de
África, las que huyen de su territorio o las que se mueren de hambre. Serán
gentes de Latinoamérica −entre los cuales naturalmente estarán muchos
colombianos− que continuarán abandonando el campo, si los países
desarrollados mantienen el proteccionismo a su producción agrícola.
¿Hasta dónde puede −y debe beneficiarse− un país en desarrollo de los
productos subsidiados? ¿De qué manera éstos desestimulan la producción
interna, y qué consecuencias arrastran? Colombia es un buen ejemplo. A
partir de la década de los noventa optamos −sobre la base de aprovechar la
eliminación de las distorsiones en el comercio internacional− un modelo de
desarrollo más abierto. Sin embargo, en el caso de los productos de origen
agropecuario, no se eliminaron los subsidios a la producción agropecuaria en
los países desarrollados, sino que se han venido incrementando. Desde la
Ronda de Uruguay, la OMC no se ha movido un milímetro para impedirlo.
Una sola cifra: Los subsidios agrícolas de los países ricos valen 350.000
millones de dólares al año.
Para los países pobres ser dependiente de barreras no arancelarias por parte
de los países ricos, como subsidios, cuotas de importación y normas
sanitarias, ha sido la constante en la última década, con grave perjuicio para
su producción agrícola. Colombia depende en grandes proporciones de
2. productos importados. Pasó de importar, en los noventa, US$434 millones a
US$1.860 millones en 2000. En el entretanto, el área cultivable disminuyó
en un millón de hectáreas.
Nuestra situación se complica con el aumento del desplazamiento forzoso (3
millones de habitantes), y por la creciente tasa de desempleo rural, que pasó
de 5% a 10% entre 1991 y 2000. Hoy tenemos 442 mil desocupados más en el
campo y 3,4 millones de habitantes rurales con ingresos de menos de medio
salario mínimo diario, lo cual ubica a esta importante población, por debajo
de la línea de pobreza (US$1,34 dólares al día).
Los desplazados se suman a la numerosa población altamente vulnerable de
los centros urbanos que no generan ninguna clase de ingresos. Y no es del
todo cierto que los países ricos vengan a manos llenas a remplazar con sus
productos subsidiados la canasta familiar de los colombianos, pues el acceso
a la canasta de alimentos depende de dos factores principales: el ingreso y el
autoabastecimiento. Ambos totalmente apaleados por las circunstancias
sociales, económicas y políticas del país que, al no permitir fomentar la
producción nacional, recrudece el círculo perverso de dependencia y pobreza.
África es el referente. Según la FAO este año morirán de hambruna más de
26 millones de seres humanos.
El escenario es lamentable por donde se le mire. Mientras los países
industrializados tienen un promedio de energía alimentaría que supera las
3.300 kilocalorías diarias por habitante, Colombia se ubica en 2.580
kilocalorías y otros países latinoamericanos en 2.800. Esto indica que los
habitantes viven con la alimentación apenas básica para no desnutrirse. De
hecho, el 18% de los colombianos sufre de insuficiencia de alimentos, la
población infantil enfrenta problemas de retardo en su crecimiento (19% de
niños en el sector rural y 11% en el urbano) y de anemia casi generalizada
(27% en niños del sector rural y 20% en el urbano).
Estamos pues, frente a la posibilidad de colapsar ante nuestra incapacidad
de autoabastecernos de alimentos. Es necesario revelarnos contra la
apertura en una sola vía y contra las imposiciones de los países ricos para
evitar la situación que hoy viven los países del continente africano.
Colombia, y los países de la región, no tienen otra salida que fomentar una
agricultura independiente y autosostenible. Una agricultura que genere
cambios radicales en el sector y que propicie la diversidad productiva.
Limitar la capacidad productiva de los suelos colombianos, es desconocer su
inmensa fertilidad, y jugar con la salud de los colombianos.
* Superintendente de Notariado y Registro