María Cristina Rico "Una pequeña expedición convertida en una gran aventura"
1. UNA PEQUEÑA EXPEDICIÓN CONVERTIDA EN UNA GRAN
AVENTURA
Apoyada en la ventana, observé el cielo cubierto por un manto de estrellas, el cual me
recordó que había llegado el momento. No sabía exactamente si todo iba a salir bien,
mas había algo en mi pecho que me avisaba que sería una expedición provechosa…
Era una noche de verano con luna llena, pero aquella luna se alzaba cálida y agradable,
esa noche. Todo cuanto me rodeaba, me incitaba a aventurarme.
Me aparté de la ventana, y salí de casa. Debía unirme a mis amigos, que me esperaban
para dar comienzo a aquella extraña expedición, que temía y ansiaba, pues se podía
convertir en un gran riesgo, o todo lo contrario, pero era un reto al que no podíamos
resistirnos.
Llegué a la calle y saludé, todos se encontraban impacientes. Sus caras, al igual que la
mía, mostraban una necesidad de aventurarse lo antes posible. Necesitábamos saciar esa
sed, que algún día, quizá, pudo haber sentido Indiana Jones en alguna de sus aventuras.
Paso a paso nos alejamos de mi casa, paso a paso Promediano se fue empequeñeciendo
en la inmensidad de la noche. Nos dirigimos por la carretera en dirección a Herrán, para
poder llegar al puente de Promediano, por donde pasaba el río Purón. Bajamos con
cuidado, pues la tierra del caminito que bajaba al río, un poco más allá del puente,
resbalaba.
Toqué el agua con la mano, estaba fría, pero no importaba, las chaquetas, los pantalones
largos y las katiuskas, nos resguardarían, de aquella agua que helaba hasta los huesos.
Poco a poco, fuimos adentrándonos uno detrás de otro en las entrañas del río, cada vez
éste cubría más, cada vez había más maleza, cada vez había más oscuridad en la noche
clara. Nada de esto importaba, ya que nos habíamos marcado un objetivo: ir por el río
Purón desde Promediano hasta Gabanes. Sí, queridos lectores, ¿era una locura o una
proeza? Realmente, no lo sé.
Ya el agua me llegaba hasta la tripa, y a medida que avanzábamos cubría más. De
repente, el muchacho que iba delante, gritó y nos empujó a todos hacia atrás.
-¿Qué ocurre?-. Pregunté.
-¡¡¡Atrás, atrás!!!-. Gritaba horrorizado.
De repente, lo vimos, había algo en el agua, algo que zigzagueaba. Pronto, supimos de
qué se trataba, pues un tenue rayo de luz nos lo mostró, se trataba de una culebra de
agua. No pude más que gritar, el miedo se apoderó de mí, hasta que alguien, con una
calma parsimoniosa, y perdonen que les diga, que en un momento así aquel carácter me
chocó, dijo:
-Tranquilizaos, no es más que una culebrilla de agua. No pasa nada, no es venenosa.
Aquellas palabras, sirvieron de tranquilizante para todos, sin embargo, no pudimos
evitar retroceder un poco, cuando vimos que se acercaba hacia nosotros. Mi
parsimonioso amigo, movió las piernas para que se crearan hondas en el agua que la
2. alejaran, y por fortuna, lo consiguió. ¿Nos daríamos la vuelta ahora o seguiríamos? Ese
era el dilema, después de lo ocurrido, ¿seríamos valientes y continuaríamos?
Un par de aventureros, decidieron retirarse de la exploración por el río, y dieron media
vuelta. Ahora, éramos menos, quedábamos tres de los cinco exploradores, que habíamos
comenzado aquella descabellada excursión.
Seguimos hacia delante con cuidado. ¿Qué más podría depararnos la exploración?
Ya íbamos más o menos, por la mitad de nuestro trayecto, cuando encontramos un gran
árbol robusto, con enormes ramas que nos cortaba el paso. Quizá, se había caído unos
días atrás, debido al temporal que había hecho. El problema era, cómo cruzarlo. Nos
paramos los tres a pensar.
-¿Y si lo pasamos por encima?
-¿Cómo?-. Me preguntaron al unísono los dos.
-Podríamos utilizar las ramas, como si de un rocódromo se tratara, de este modo
podríamos cruzarlo.
La idea era buena, pero ni yo misma estaba segura de ella. Primero, se subieron ellos
dos encima del árbol, para poder ayudarme a mí, pues no era muy buena escaladora que
digamos. Al subirme al árbol, ellos bajaron, y otra vez fui ayudada. Por fin, habíamos
cruzado el árbol, que nos obstruía el camino.
Ya no podíamos abandonar, después de tales pruebas, abandonar era la peor opción que
podríamos tomar, por ello, con paso decidido seguimos hacia delante. Ya nada podía
interponerse entre nosotros, o por lo menos eso creíamos.
Tras un buen rato caminando en el silencio de la noche, nos sobresaltó una figura
bebiendo agua, no sabíamos exactamente que era, ya que la maleza nos impedía ver con
claridad. Nos aproximamos con valentía, porque nuestra curiosidad era inmensa.
-¿Qué es?-. Preguntó entre susurros el muchacho que iba el último.
-No lo sé-. Respondió el primero, con un tenue hilo de voz.
Yo me mantuve callada, pues no podía dejar de mirar aquella figura bebiendo agua en el
río. Nos acercamos un poco más, lo justo para poder verlo, sin que éste nos viese.
-¡Es un corzo!-. Dije susurrando.
Nos acercamos más, pues queríamos verlo más de cerca. Era tan bello. Dejó de beber y
alzó la cabeza, y nos miró, nos había visto, mas no se movió de allí. Parecía
resplandecer, entre la oscura noche. Sus ojos negro azabache, eran grandes y profundos,
obligaban a perderse en ellos, a sentirse como hipnotizados ante su presencia. De
repente, giró sobre sí mismo y huyó brincando entre la maleza.
Nos costó recuperarnos de ese trance en el que nos habíamos quedado, de esa parálisis
que habíamos sufrido ante él.
3. Seguimos hacia delante mudos por lo ocurrido, recordando los ojos de aquel animal que
fijamente nos había mirado segundos atrás.
Después de haber andado unos cinco minutos, conseguimos ver el puente de Gabanes a
lo lejos, ¿significaría eso el final de nuestra aventura?
Poco a poco el puente estaba más cerca, poco a poco se acercaba el final de nuestra
misión.
-¡Hay algo en mi katiuska, que me está haciendo cosquillas!-. Dije algo nerviosa.
Me apoyé en mi compañero, me quité la katiuska, y miré dentro de ella. Tal fue mi
sobresalto, que tiré la katiuska por los aires al ver que se trataba de un sapo. Seguía
apoyada encima de mi compañero, mientras el otro cogía la katiuska que había tirado en
algún lugar, no muy lejos de nuestra posición. Comencé a rascarme todo el cuerpo, me
invadía la sensación de tener sapos por todas partes, y como si de un virus se tratara,
mis amigos comenzaron a sentirse igual.
Estábamos obligados a quitarnos aquella absurda idea que nos impedía continuar. ¿Pero
y si realmente teníamos sapos? No, intentamos convencernos de que aquello no era
imposible, a cada paso que dábamos el agua iba disminuyendo, ¿cómo íbamos a tener
sapos en el cuerpo?
Estábamos a escasos metros de nuestra meta, el puente de Gabanes. Ya nuestra
insensata idea de tener sapos por doquier, había desaparecido. ¿Quién se acordaba ya de
aquello, si estábamos al lado del puente? Nosotros, no.
Nos hicimos camino entre las malezas, y en escasos minutos, nos encontrábamos
encima del puente.
-¡¡¡Lo hemos conseguido!!!-. Gritamos en el silencio de la noche.
Al parecer, hicimos mucho ruido, pues comenzamos a ver luces en las ventanas de los
domicilio cercanos al puente. Yo prefiero pensar, que no se despertaron por el ruido que
causamos en aquel silencio sepulcral, sino que simplemente estaban esperando nuestra
heroica llegada.
Queridos lectores, a punto de despedirme, quisiera que vosotros mismos juzgarais si
aquella aventura, fue provechosa o no. Lo único que os diré, es que ese fue el comienzo
de otras tantas aventuras que vivimos los tres juntos.