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“MUD” (Mezcla) por Clicerio Muñoz

(PRIMER BORRADOR PARCIAL)



De pronto me hizo reflexionar. Su cuerpo en posición fetal, enroscado en ese pequeño e

incómodo asiento, a quién sabe cuántos pies de altura, parecía tan sereno.


A sus cortos 25 meses de vida se había mudado de casa 6 ocasiones, de ciudad 2 y de país

igualmente 2. Sólo durante quizás 3 o 4 meses había dormido en una cuna propia de un

bebé –aunque fuese de segunda-


El verlo así, tan tranquilo, me hizo pensar en esa paradoja que me hacía sentir una basura

por no haberle podido ofrecer a mi hijo lo mínimo a lo que en mis condiciones personales

y profesionales había aspirado muchas veces.


La aeromoza trataba de sortearme para pasar por el estrecho pasillo y yo me sostenía del

respaldo, mientras veía a Jerónimo (el más pequeño de mis cuatro hijos) tan vulnerable,

sin conciencia de lo que le deparaba el futuro, sin saber si debía ocuparse o preocuparse

de si comería o no mañana. Pero, pensándolo bien ¿quién de nosotros sabe lo que le

depara el futuro?


Ahora regresábamos a “nuestro país” en el cual no teníamos nada. Las razones eran 2 o 3,

pero la más importante tenía que ver con una cosa: trabajar en lo que me hacía feliz y

alcanzar el anhelo de que el trabajo fuese una fuente de inspiración y desarrollo personal,

de alegría y satisfacción; una oportunidad de aprender y por qué no, de estudiar más… y

si no fuera mucho pedir, hasta de ganar bien para alcanzar la tan anhelada “libertad

financiera”
La sobrecargo me miró de forma condescendiente pero desesperada. Una mujer gorda

tras de ella pretendía pasar al baño. Tuve que levantar a mi hijo del asiento, y con un

quiebre casi perfecto de cadera, retomar mi lugar, acostándolo de nuevo en mi regazo. La

azafata me dio las gracias en inglés, y la mujer gorda, envuelta en un pants rosa y una

blusa amarilla con flores verdes, pudo por fin pasar, dejando en el aire el aroma de una

crema para el cuerpo que me resultaba familiar, y que usualmente habíamos comprado en

Wal Mart cada quincena, durante los últimos dos años ¡ pero pasábamos frente a tantas

otras cosas bonitas, útiles y sabrosas que no podíamos comprar!


Recuerdo una vez le pregunté a Alejandro (hermano mayor de Jerónimo) que si cuando él

fuera adulto y yo viejo estaría dispuesto a llevarnos a mi y a su mami de viaje. Me

contestó que sí. Después, en un anhelo por sentir la esperanza en mi corazón y soñar en

un instante que quizá a mis hijos si les iba a ir mejor que a mi, le pedí que me diera algún

ejemplo de los lugares a donde nos llevaría.


Yo esperaba como respuesta un Crucero o algo así. Alejandro miró por un instante a su

alrededor y dijo, con seriedad y amor absolutos: “Te voy a llevar a Wal Mart”


Era obvio. Habíamos llegado a Estados Unidos hacía más de un año, en febrero del 2002

y solo una ocasión los había llevado al cine, por ejemplo. Wal Mart era de hecho nuestra

principal y segura distracción.


Yo era “labor” o peón de obra en Millar Constructions, un contratista que edificaba casas

en Clubs de Golf. Mi sueldo de 400 dólares a la semana ( mas lo que eventualmente

sacaba de “overtime”) no nos permitía hacer mucho. Vivíamos justo entre Tampa y
Orlando, Florida; y ni una sola vez había llevado a mis hijos a Disney World o a Bush

Gardens.


Trabajaba desde las 6:00 AM, de lunes a sábado. Siempre partía antes del amanecer.

Obviamente mi plan no había sido este cuando partimos a los Estados Unidos. La historia

es bastante larga, pero trataré de contar lo más importante.


El trabajo siempre fue para mi una fuerza creadora y un recinto de vitalidad, satisfacción

y esperanza. Desde pequeño tuve ideas muy claras de mi vocación como comunicólogo.


Durante mi adolescencia empecé a trabajar: pinté casas, hice pan y pays integrales, y

trabajé en una tienda de ropa. Siempre fui emprendedor… siempre trabajé duro.


A punto de terminar la preparatoria me casé por vez primera. Trabajé entonces de

vendedor de libros, maquinas de coser, pólizas de asistencia jurídica, locales comerciales,

llantas, y finalmente (una pausa importante) como agente de seguros.


20 años… ya me había divorciado entonces. Mi desempeño como agente de seguros ( en

particular mi interés por el aprendizaje) hicieron a mi jefe confiar en que yo podía, pese a

mi inexperiencia y edad, coordinar la capacitación de los asesores en el conocimiento y

características de nuevos productos.


Sin embargo a principios del 89’ el llamado de mi infancia resonó de nuevo en mi mente

y mi corazón… y mi pasión por el arte y los medios me condujo a estudiar una carrera

universitaria. Desde el segundo semestre de ésta empecé a trabajar como asistente de

producción en Canal 6. En esta época nacieron mis dos primeros hijos.
Con el tiempo me convertí en el productor de TV más joven a la fecha en la estación y

tuve una carrera de varios años llena de logros muy importantes, uno de los cuales fue la

creación de mi propia empresa, la cual llegó a ser -no tengo por que mentir- la primera en

su ramo durante bastante tiempo. No sabía lo que era la ociosidad.


En el 99 (casado de nueva vez y con un tercer hijo) tuve lo que podemos catalogar como

“una experiencia religiosa”. Tomarla y aferrarme a ella con sincera convicción y absoluto

compromiso, sobre las bases más sólidas que pude encontrar, me motivó a disolver la

sociedad que había formado ( mi empresa) y buscar oportunidades de trabajo propias de

mi área, pero exclusivamente en un ámbito adecuado a mis nuevas convicciones.


Busqué por todos lados… y en todo el mundo a través de Internet. Me empecé a

acostumbrar entonces a las tardes interminables en el cibercafé: a los sitios de trabajo, las

técnicas para el mejor CV, las respuestas que generalmente uno sobre- estima ante la

desesperación de no tener dinero en la bolsa y la necesidad de alimentar a una familia.


Busqué muchas horas, llené decenas de formatos, escribí cientos de mails. Me

acostumbré a los buenos deseos de siempre, y a algunas sinceras y buenas voluntades…

fui y vine más de una vez… desde Puerto Vallarta hasta Denver, Colorado. Soñé tantas

madrugadas, y en el proceso recibí más de una vez discretos sobres de “hermanos” que

unidos a mi causa, impactados por mi resolución de entregar mi vida profesional a mis

principios, hacían lo que podían por ayudarme a mantener la dignidad… y a no matar a

mi familia de hambre. Mi búsqueda del empleo soñado, mis “freelanceadas” habituales y

mis trabajos por nobles causas nunca cesaron
En este proceso perdí los pocos bienes materiales que tenía… y enfrenté muchas…

digamos: vergüenzas. Recuerdo un momento particular: me encontraba en la Ciudad de

México. Había comprado en “La Joya” un par de zapatos con el último dinero que tenía.

Debía asistir a una entrevista. Los zapatos nuevos (pero baratos) empezaron a mermar mi

andar… pero no podía detenerme. Tenía sed y hambre… pero mucho transporte público

por pagar. Me detuve frente a un Café de Chinos y empecé por un momento a mirar los

tallarines que emanaban vapor, tan frágiles y escurridizos, como mi oportunidad de

encontrar el trabajo que yo esperaba. Su aroma abrió aún más mi apetito... así que mejor

continué mi camino.


Recibí esa tarde una oferta… pero la gente interesada en cierto tipo de soñadores, no paga

mucho. Extrañamente en esos mismos días recibí dos ofertas más: una en Aguascalientes

y luego otra en Florida… la que había soñado por años. Terminé aceptando ésta última.


Estaba recordando precisamente la llegada a USA y el recibimiento a de mi familia por

parte del “Ministerio” que nos acogía en esta “nueva vida”. La azafata me ofreció bebida;

tomé entonces uno de mis últimos Dr. Pepper. Ante mi pasaron más recuerdos, como el

de que el trabajo prometido no fue tal… o cómo los 100 dólares a la semana que nos

daban no me permitían darle de comer a mis hijos ni siquiera como comíamos en

México… recordé el sabor del puré de tomate enlatado y el pollo a granel que venden en

“Save a Lot”.


Pensé en cómo de un día a otro tuve que sacudirme los sueños con los que llegué a

América y dejar atrás mi vida profesional, para tomar un martillo e iniciarme como

chalán de carpintero de una familia Mexicana, que me ofreció trabajo después de que mi
esposa cayó enferma por una pancreatitis aguda que la tuvo 18 días en el hospital (13 en

terapia intensiva). Mis hijos, carajo, eran tan pequeños… pero afortunadamente aunque

yo no tenía documentos legales para trabajar, los servicios para la infancia me ofrecieron

casi el 100 por ciento de apoyo para el pago del Day Care… (que chingón país, anyway)

así pude trabajar mientras mi esposa estaba en el hospital, después de que el Ministerio

que nos trajo a éste país, nos diera una puñalada en la espalda y 500 dólares de

liquidación.


Por cierto, la cuenta del hospital fue de 53 mil dólares ( sin incluir honorarios médicos,

laboratorios, ni otros) que eran a todas luces impagable para mi…


Jardinero, carpintero... era lo mismo. Yo, el mas incapaz de los capaces no sabía cómo

hacer esos trabajos. La temperatura de 40 y la humedad me devoraban de pies a cabeza...

pero me acostumbré. Los martillazos en los dedos, la tierra entre las uñas, las astillas en

mis palmas... pese a ellos fui mejorando poco a poco en el trabajo rudo. Esta experiencia,

lo reconozco, me es útil hasta la fecha: pocos aguantan el sol intenso como yo.


Obvio: siempre seguí buscando trabajo en mi profesión. La falta de documentos era el

gran problema. Lo más que conseguí fue grabar en video algunas bodas, gracias a Mike

Dinkins, un productor local que contacté un día por teléfono y que eventualmente me

daba la oportunidad.


Parecía que mi destino era ser otro Mexican Monkey más (así me auto llamé después de

entrar a una letrina portátil y ver un racista pero simpático graffiti dirigido a nosotros)

Estaba ya trabajando en la compañía que mencioné al principio. A mi familia en México
le contaba: “mi trabajo consiste en pasar el día bajo el bello sol de florida, en un campo

de golf, y con una bebida fría a la mano”


Casi cada día empezaba y terminaba igual: vaciar el concreto de cimientos y piso de una

casa de 200 m2 entre 6 u 8 personas, y dejarlo acabado listo para secar junto con todas las

herramientas limpias, alrededor de las 3 de la tarde. Después, durante un par de horas,

cavar para poner los cimientos de otra casa, o preparar “la forma” o la cimbra donde

vaciaríamos el concreto la siguiente ocasión.


Un día tuve que decidir ya no ser más yo y olvidarme de mis logros y carrera, de mis

anhelos como profesionista. Solo así podía enfocarme en mi nuevo oficio y tener la paz

para llegar a darle a mis hijos la posibilidad de una vida en Estados Unidos. Me deshice

de mis libros y revistas de comunicación. Olvidé que tenía una educación universitaria, y

también dejé atrás mis convicciones espirituales, adaptándome así, como una criatura, a

un entorno que sentía hostil y me era enormemente desconocido.


Nunca funcionó mi técnica... tener empleo y qué comer no te alimenta el alma, no es

suficiente. Debo confesarlo, las 2 o 3 cosas que motivaban nuestro regreso a México eran

poderosas... pero en el fondo, el alivio de mi frustración cotidiana, y de las lágrimas que

más de una vez derramé sobre el concreto húmedo, eran más que enough aliciente para

mi, como para tener fuerza de volver a empezar por enésima ocasión.


Recuerdo que los camiones de CEMEX, que dominaba el mercado del concreto en

Florida, me alentaban a pensar que como mexicano podía hacerla allá... pero no me

conformaba con tener TV por satélite; no veníamos de un jacal y por lo tanto tener
alfombra no era el cielo para nosotros. No era un sueño americano hecho realidad, no tan

suficiente como para mantenernos en el otro lado.


El avión aterrizó en Aguas. Mi pequeño despertó. Descendimos y vi entre la gente a mis

hijos Ismael y Larisa... ansiaba tanto tocarlos y besarlos!!! En cinco grandes maletas

cargábamos todas nuestras posesiones. Abordar en Miami había sido una osadía cargando

tal cantidad de equipaje. Pero ya estábamos en casa... y por supuesto, lo más importante:

tenía ya un trabajo garantizado para poder vivir.


Saborear el amargo gusto de pedir prestado, de que te digan que estás sobre educado, o

sobre calificado para un puesto; o sentir la angustia de no tener para la leche o la renta...

te hacen valorar casi cualquier trabajo. Pero he aprendido que el trabajo más grande se

llama carácter y dignidad... aunque ninguno de éstas le da de comer a tu familia.

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  • 1. “MUD” (Mezcla) por Clicerio Muñoz (PRIMER BORRADOR PARCIAL) De pronto me hizo reflexionar. Su cuerpo en posición fetal, enroscado en ese pequeño e incómodo asiento, a quién sabe cuántos pies de altura, parecía tan sereno. A sus cortos 25 meses de vida se había mudado de casa 6 ocasiones, de ciudad 2 y de país igualmente 2. Sólo durante quizás 3 o 4 meses había dormido en una cuna propia de un bebé –aunque fuese de segunda- El verlo así, tan tranquilo, me hizo pensar en esa paradoja que me hacía sentir una basura por no haberle podido ofrecer a mi hijo lo mínimo a lo que en mis condiciones personales y profesionales había aspirado muchas veces. La aeromoza trataba de sortearme para pasar por el estrecho pasillo y yo me sostenía del respaldo, mientras veía a Jerónimo (el más pequeño de mis cuatro hijos) tan vulnerable, sin conciencia de lo que le deparaba el futuro, sin saber si debía ocuparse o preocuparse de si comería o no mañana. Pero, pensándolo bien ¿quién de nosotros sabe lo que le depara el futuro? Ahora regresábamos a “nuestro país” en el cual no teníamos nada. Las razones eran 2 o 3, pero la más importante tenía que ver con una cosa: trabajar en lo que me hacía feliz y alcanzar el anhelo de que el trabajo fuese una fuente de inspiración y desarrollo personal, de alegría y satisfacción; una oportunidad de aprender y por qué no, de estudiar más… y si no fuera mucho pedir, hasta de ganar bien para alcanzar la tan anhelada “libertad financiera”
  • 2. La sobrecargo me miró de forma condescendiente pero desesperada. Una mujer gorda tras de ella pretendía pasar al baño. Tuve que levantar a mi hijo del asiento, y con un quiebre casi perfecto de cadera, retomar mi lugar, acostándolo de nuevo en mi regazo. La azafata me dio las gracias en inglés, y la mujer gorda, envuelta en un pants rosa y una blusa amarilla con flores verdes, pudo por fin pasar, dejando en el aire el aroma de una crema para el cuerpo que me resultaba familiar, y que usualmente habíamos comprado en Wal Mart cada quincena, durante los últimos dos años ¡ pero pasábamos frente a tantas otras cosas bonitas, útiles y sabrosas que no podíamos comprar! Recuerdo una vez le pregunté a Alejandro (hermano mayor de Jerónimo) que si cuando él fuera adulto y yo viejo estaría dispuesto a llevarnos a mi y a su mami de viaje. Me contestó que sí. Después, en un anhelo por sentir la esperanza en mi corazón y soñar en un instante que quizá a mis hijos si les iba a ir mejor que a mi, le pedí que me diera algún ejemplo de los lugares a donde nos llevaría. Yo esperaba como respuesta un Crucero o algo así. Alejandro miró por un instante a su alrededor y dijo, con seriedad y amor absolutos: “Te voy a llevar a Wal Mart” Era obvio. Habíamos llegado a Estados Unidos hacía más de un año, en febrero del 2002 y solo una ocasión los había llevado al cine, por ejemplo. Wal Mart era de hecho nuestra principal y segura distracción. Yo era “labor” o peón de obra en Millar Constructions, un contratista que edificaba casas en Clubs de Golf. Mi sueldo de 400 dólares a la semana ( mas lo que eventualmente sacaba de “overtime”) no nos permitía hacer mucho. Vivíamos justo entre Tampa y
  • 3. Orlando, Florida; y ni una sola vez había llevado a mis hijos a Disney World o a Bush Gardens. Trabajaba desde las 6:00 AM, de lunes a sábado. Siempre partía antes del amanecer. Obviamente mi plan no había sido este cuando partimos a los Estados Unidos. La historia es bastante larga, pero trataré de contar lo más importante. El trabajo siempre fue para mi una fuerza creadora y un recinto de vitalidad, satisfacción y esperanza. Desde pequeño tuve ideas muy claras de mi vocación como comunicólogo. Durante mi adolescencia empecé a trabajar: pinté casas, hice pan y pays integrales, y trabajé en una tienda de ropa. Siempre fui emprendedor… siempre trabajé duro. A punto de terminar la preparatoria me casé por vez primera. Trabajé entonces de vendedor de libros, maquinas de coser, pólizas de asistencia jurídica, locales comerciales, llantas, y finalmente (una pausa importante) como agente de seguros. 20 años… ya me había divorciado entonces. Mi desempeño como agente de seguros ( en particular mi interés por el aprendizaje) hicieron a mi jefe confiar en que yo podía, pese a mi inexperiencia y edad, coordinar la capacitación de los asesores en el conocimiento y características de nuevos productos. Sin embargo a principios del 89’ el llamado de mi infancia resonó de nuevo en mi mente y mi corazón… y mi pasión por el arte y los medios me condujo a estudiar una carrera universitaria. Desde el segundo semestre de ésta empecé a trabajar como asistente de producción en Canal 6. En esta época nacieron mis dos primeros hijos.
  • 4. Con el tiempo me convertí en el productor de TV más joven a la fecha en la estación y tuve una carrera de varios años llena de logros muy importantes, uno de los cuales fue la creación de mi propia empresa, la cual llegó a ser -no tengo por que mentir- la primera en su ramo durante bastante tiempo. No sabía lo que era la ociosidad. En el 99 (casado de nueva vez y con un tercer hijo) tuve lo que podemos catalogar como “una experiencia religiosa”. Tomarla y aferrarme a ella con sincera convicción y absoluto compromiso, sobre las bases más sólidas que pude encontrar, me motivó a disolver la sociedad que había formado ( mi empresa) y buscar oportunidades de trabajo propias de mi área, pero exclusivamente en un ámbito adecuado a mis nuevas convicciones. Busqué por todos lados… y en todo el mundo a través de Internet. Me empecé a acostumbrar entonces a las tardes interminables en el cibercafé: a los sitios de trabajo, las técnicas para el mejor CV, las respuestas que generalmente uno sobre- estima ante la desesperación de no tener dinero en la bolsa y la necesidad de alimentar a una familia. Busqué muchas horas, llené decenas de formatos, escribí cientos de mails. Me acostumbré a los buenos deseos de siempre, y a algunas sinceras y buenas voluntades… fui y vine más de una vez… desde Puerto Vallarta hasta Denver, Colorado. Soñé tantas madrugadas, y en el proceso recibí más de una vez discretos sobres de “hermanos” que unidos a mi causa, impactados por mi resolución de entregar mi vida profesional a mis principios, hacían lo que podían por ayudarme a mantener la dignidad… y a no matar a mi familia de hambre. Mi búsqueda del empleo soñado, mis “freelanceadas” habituales y mis trabajos por nobles causas nunca cesaron
  • 5. En este proceso perdí los pocos bienes materiales que tenía… y enfrenté muchas… digamos: vergüenzas. Recuerdo un momento particular: me encontraba en la Ciudad de México. Había comprado en “La Joya” un par de zapatos con el último dinero que tenía. Debía asistir a una entrevista. Los zapatos nuevos (pero baratos) empezaron a mermar mi andar… pero no podía detenerme. Tenía sed y hambre… pero mucho transporte público por pagar. Me detuve frente a un Café de Chinos y empecé por un momento a mirar los tallarines que emanaban vapor, tan frágiles y escurridizos, como mi oportunidad de encontrar el trabajo que yo esperaba. Su aroma abrió aún más mi apetito... así que mejor continué mi camino. Recibí esa tarde una oferta… pero la gente interesada en cierto tipo de soñadores, no paga mucho. Extrañamente en esos mismos días recibí dos ofertas más: una en Aguascalientes y luego otra en Florida… la que había soñado por años. Terminé aceptando ésta última. Estaba recordando precisamente la llegada a USA y el recibimiento a de mi familia por parte del “Ministerio” que nos acogía en esta “nueva vida”. La azafata me ofreció bebida; tomé entonces uno de mis últimos Dr. Pepper. Ante mi pasaron más recuerdos, como el de que el trabajo prometido no fue tal… o cómo los 100 dólares a la semana que nos daban no me permitían darle de comer a mis hijos ni siquiera como comíamos en México… recordé el sabor del puré de tomate enlatado y el pollo a granel que venden en “Save a Lot”. Pensé en cómo de un día a otro tuve que sacudirme los sueños con los que llegué a América y dejar atrás mi vida profesional, para tomar un martillo e iniciarme como chalán de carpintero de una familia Mexicana, que me ofreció trabajo después de que mi
  • 6. esposa cayó enferma por una pancreatitis aguda que la tuvo 18 días en el hospital (13 en terapia intensiva). Mis hijos, carajo, eran tan pequeños… pero afortunadamente aunque yo no tenía documentos legales para trabajar, los servicios para la infancia me ofrecieron casi el 100 por ciento de apoyo para el pago del Day Care… (que chingón país, anyway) así pude trabajar mientras mi esposa estaba en el hospital, después de que el Ministerio que nos trajo a éste país, nos diera una puñalada en la espalda y 500 dólares de liquidación. Por cierto, la cuenta del hospital fue de 53 mil dólares ( sin incluir honorarios médicos, laboratorios, ni otros) que eran a todas luces impagable para mi… Jardinero, carpintero... era lo mismo. Yo, el mas incapaz de los capaces no sabía cómo hacer esos trabajos. La temperatura de 40 y la humedad me devoraban de pies a cabeza... pero me acostumbré. Los martillazos en los dedos, la tierra entre las uñas, las astillas en mis palmas... pese a ellos fui mejorando poco a poco en el trabajo rudo. Esta experiencia, lo reconozco, me es útil hasta la fecha: pocos aguantan el sol intenso como yo. Obvio: siempre seguí buscando trabajo en mi profesión. La falta de documentos era el gran problema. Lo más que conseguí fue grabar en video algunas bodas, gracias a Mike Dinkins, un productor local que contacté un día por teléfono y que eventualmente me daba la oportunidad. Parecía que mi destino era ser otro Mexican Monkey más (así me auto llamé después de entrar a una letrina portátil y ver un racista pero simpático graffiti dirigido a nosotros) Estaba ya trabajando en la compañía que mencioné al principio. A mi familia en México
  • 7. le contaba: “mi trabajo consiste en pasar el día bajo el bello sol de florida, en un campo de golf, y con una bebida fría a la mano” Casi cada día empezaba y terminaba igual: vaciar el concreto de cimientos y piso de una casa de 200 m2 entre 6 u 8 personas, y dejarlo acabado listo para secar junto con todas las herramientas limpias, alrededor de las 3 de la tarde. Después, durante un par de horas, cavar para poner los cimientos de otra casa, o preparar “la forma” o la cimbra donde vaciaríamos el concreto la siguiente ocasión. Un día tuve que decidir ya no ser más yo y olvidarme de mis logros y carrera, de mis anhelos como profesionista. Solo así podía enfocarme en mi nuevo oficio y tener la paz para llegar a darle a mis hijos la posibilidad de una vida en Estados Unidos. Me deshice de mis libros y revistas de comunicación. Olvidé que tenía una educación universitaria, y también dejé atrás mis convicciones espirituales, adaptándome así, como una criatura, a un entorno que sentía hostil y me era enormemente desconocido. Nunca funcionó mi técnica... tener empleo y qué comer no te alimenta el alma, no es suficiente. Debo confesarlo, las 2 o 3 cosas que motivaban nuestro regreso a México eran poderosas... pero en el fondo, el alivio de mi frustración cotidiana, y de las lágrimas que más de una vez derramé sobre el concreto húmedo, eran más que enough aliciente para mi, como para tener fuerza de volver a empezar por enésima ocasión. Recuerdo que los camiones de CEMEX, que dominaba el mercado del concreto en Florida, me alentaban a pensar que como mexicano podía hacerla allá... pero no me conformaba con tener TV por satélite; no veníamos de un jacal y por lo tanto tener
  • 8. alfombra no era el cielo para nosotros. No era un sueño americano hecho realidad, no tan suficiente como para mantenernos en el otro lado. El avión aterrizó en Aguas. Mi pequeño despertó. Descendimos y vi entre la gente a mis hijos Ismael y Larisa... ansiaba tanto tocarlos y besarlos!!! En cinco grandes maletas cargábamos todas nuestras posesiones. Abordar en Miami había sido una osadía cargando tal cantidad de equipaje. Pero ya estábamos en casa... y por supuesto, lo más importante: tenía ya un trabajo garantizado para poder vivir. Saborear el amargo gusto de pedir prestado, de que te digan que estás sobre educado, o sobre calificado para un puesto; o sentir la angustia de no tener para la leche o la renta... te hacen valorar casi cualquier trabajo. Pero he aprendido que el trabajo más grande se llama carácter y dignidad... aunque ninguno de éstas le da de comer a tu familia.