3. A R OS A M ARÍ A ,m i esposa,
por los treinta y siete años
de caminar juntos
en las buenas y en las malas.
Por su amor,s u paciencia y
su permanente presencia
4.
5.
6. AQUELLA NOCHE del 2 de julio de 2000 todo se me vino encima.
Mis sentimientos viajaban de la alegría a la tristeza. Todo junto.
Todo al mismo tiempo, sin posibilidad de separarlos. Esa vez yo
manejaba mi Dodge modelo 97 y me dirigía a la vieja sede del
PRD, en Monterrey 50.Había dejado la casa de campaña del in-
geniero Cuauhtémoc Cárdenas poco después de las siete de la no-
che. Circulaba por avenida Chapultepec cuando decidí sintonizar
la radio. Estaban anunciado que el presidente Zedillo daría un
mensaje a la nación. Hablaría de la elección presidencial. Para
escucharlo bien, sin prisas, me orillé casi frente al acueducto. Fue
un impacto brutal. La voz de Zedillo retumbó en el coche y en
mis oídos, y provocó que todas mis emociones se movieran como
badajo de campana: el gusto por la derrota del PRI… el sa-
bor amargo por la derrota del PRD. Y me dije: veinticinco años
luchando por buscar el cambio y le toca a otro ser el que se lleva
las palmas. Todo esto que inició en 1988, que habíamos sembrado
desde la izquierda, lo cosechaba Vicente Fox y los de la derecha.
Y me preguntaba: ¿ganamos?, ¿perdimos? Las dos cosas.
En mi auto hice el recuento de veinticinco años de esfuerzo. Mis
primeros pasos en Guanajuato. El PST, el PMS, el PRD. Las tres
campañas de Cárdenas y su victoria en la Jefatura de Gobierno.
La dirigencia nacional. Todo. Entonces recordé aquel momento en
que yo había decidido entrar de lleno a la política.
Fue una tarde de 1976, en Celaya. Había invitado a Rosa María a
salir. Ella me tomó del brazo y caminamos por la avenida princi-
pal. Todavía no nos casábamos y yo tenía apenas un año de haber-
me incorporado al PST. Los dos éramos muy jóvenes: ella andaba
por los diecisiete años y yo en los veinte.
7. —Tengo vocación política —le dije en la caminata—, ése es mi
gusto y mi convicción, pero tenemos que tomar una decisión:
¿qué va a ser de nuestras vidas?
Le planteé los dos caminos. El primero consistía en que ella ter-
minaría la carrera de enfermería, yo seguiría trabajando en la
Secretaría de Hacienda, conseguiríamos un pequeño crédito para
un departamento, esperaríamos los hijos, compraríamos un carri-
to en abonos, y dentro de treinta años ambos nos podríamos ju-
bilar. El segundo era que yo me fuera por la militancia política sin
saber a dónde nos llevaría.
—No tengo nada que ofrecerte —le dije—, quién sabe qué vaya a
pasar con nosotros.
Ella me escuchó pacientemente, como si después delo que le decía
fuese a presentar un examen. Entonces me dijo:
—Mira, Carlos, yo creo que hay que hacerle caso a nuestra con-
ciencia y a nuestro corazón, contra todo y contra todos. Ya sabes
que te amo y cuentas conmigo. Ésa es mi decisión: estar juntos y
caminar la vida, aunque no sepamos para dónde nos lleve.
−•−
C UANDO LLEGUÉ a la Ciudad de México me enteré de lo que
se trataba: invitados por Heberto Castillo y Gilberto Rincón
Gallardo, se nos proponía, a la gente que veníamos del PST,
sumarnos a la formación del Partido Mexicano Socialista como el
sexto afluente. Ahí entramos Jesús Ortega, Graco Ramírez, Miguel
Alonso Raya y yo, entre otros. Los otros cinco afluentes para unir
a toda la izquierda eran el Partido Socialista Unificado de Méxi-
8. co (PSUM), que encabezaba el proyecto; Partido Mexicano de los
Trabajadores (PMT) de Heberto Catillo, los del Movimiento de
Acción Popular (MAP) como Arturo Whaley, José Woldenberg y
Pablo Pascual Moncayo; los del Movimiento Revolucionario del
Pueblo (MRP); los Cívicos de Guerrero, fundado por Genaro
Vázquez; y los del Partido Patriótico Revolucionario (PPR), que
antes había sido la Liga Socialista. Ahí encontramos a dirigentes
como Camilo Valenzuela y Jesús Zambrano.
Recuerdo que al volver a Celaya le dije a mi mujer que me pre-
parara ropa para diez días. Ella me miró orgullosa porque sabía
que la actividad política había regresado. Me trepé al desvencijado
Topaz que tenía y, con unos amigos, conseguí algo de gasolina. Me
arranqué a Cortázar, a Abasolo, a Pénjamo y a todo el norte del
estado. Hablé con los colonos, con los grupos campesinos, con los
dirigentes, y comencé a invitar a la gente a ser parte del PMS. Tres
meses después, Gilberto Rincón presidió el congreso fundacional
del PMS en Guanajuato y me eligieron secretario general.
EN EL PMS habíamos elegido a nuestro candidato presidencial,
Heberto Castillo. Pero entonces vino el gran fenómeno cardenista
que movió a todo a la izquierda, a todo el país.
Heberto estaba ya en campaña. Había surgido con gran expec-
tación la tendencia democrática en el PRI exigiendo un proceso
abierto para elegir al candidato presidencial y Cárdenas encabeza-
ba la rebelión. Al ser designado Carlos Salinas, renunció al PRI y
formó el Frente Democrático Nacional. A él se sumaron el PARM
y el PPS. Y de pronto apareció Aguilar Talamantes anunciando la
transformación del PST en el Partido del Frente Cardenista de Re-
9. construcción Nacional y, además, daba su apoyo a Cuauhtémoc
Cárdenas. Lo que nos había dicho meses atrás, y que todos creí-
mos que era una estratagema por su forma de hacer las cosas,
cobraba forma.
En el PMS, sin embargo, se llegó a creer que Cárdenas no crece-
ría. Se pensaba que, apenas saliera de Michoacán, el ingeniero
no iba a tener el mismo apoyo. Pronto se supo que en el partido
había fallado el olfato político.Mientras el ingeniero imantaba a
las masas,Heberto sólo tenía buenos eventos en Juchitán, en la
costa de Guerrero, en el centro de Chiapas, en la capital veracru-
zana, en el D.F., en el Estado de México y en algunas ciudades de
Oaxaca. Yo llegué a organizarle algunos buenos mítines en Jaral
del Progreso y en León. Pero cuando iba el ingeniero, metía ocho
mil en Irapuato, en Celaya diez mil, en Pénjamo cinco mil y en
Guanajuato otro tanto. Cárdenas, sin duda, era todo un fenómeno
electoral.
Entonces yo les decía a mis compañeros: “Los cuadros socialistas
estamos al margen de la principal movilización política que haya-
mos visto en nuestras vidas”. Al poco tiempo, ya era unánime en
el PMS el planteamiento de una declinación a favor de Cárdenas.
Pero por respeto a Heberto, por respeto al proceso, por mantener
la unidad, por no romper al PMS que se acababa de constituir un
año antes, en ese momento nadie se atrevió a escalar hacia una
exigencia para que Heberto declinara. Siempre se le dio su lugar.
Cárdenas, mientras tanto, buscaba a nuestros dirigentes. Hubo
múltiples reuniones con Gilberto, con Arnoldo Martínez, con
Jorge Alcocer, con Graco, con Zambrano. Todos ellos tenían con-
10. tacto y veían las condiciones para una declinación.Muchos nos
hacían llamados para luchar juntos contra Salinas.
La presión creció en el PMS porque Cárdenas no aparecía en te-
levisión, no tenía espectaculares, no tenía nada. Y, sin embargo,
crecía. La gente hablaba de él, en el campo y en las ciudades y
caminaba y caminaba y la ola cardenista era cada vez mayor.
Vine al D.F. a hablar con Gilberto Rincón para expresarle mis va-
loraciones. Y él me dijo:
—Carlos, todos compartimos tus preocupaciones, pero Heber-
to no acepta y no queremos lastimarlo; es nuestro candidato y el
proceso de unidad nos costó mucho trabajo. Pero tienes razón, te-
nemos que convencer a Heberto.
Y así pasó abril, mayo y Heberto no aceptaba por ningún motivo
la declinación. Decía: “Tengo legitimidad, fui electo en una elec-
ción abierta, somos la izquierda unificada.
No me está yendo tan mal en la gira”.
Fue a finales de mayo, cuando estaba muy claro que la contien-
da era entre Cárdenas y Salinas. Heberto aceptó que se hicie-
ra una encuesta. Por primera vez usábamos ese instrumento.
Jorge Alcocer y Eduardo González impulsaron la encuesta y se
tomó la decisión de ponerle especial énfasis en las plazas donde
Heberto había tenido las concentraciones más importantes. El
resultado fue contundente. Heberto traía el 2 por ciento en la
intención del voto nacional. Cárdenas superaba el 30 por ciento.
Con la encuesta enfrente, Heberto dijo:
—No tengo nada más que decir—
11. Pero puso condiciones y pactó con Cuauhtémoc: uno, si gana-
mos hacemos un gobierno democrático, y le pusieron contenido
al programa de gobierno. Dos, si no ganamos, no hay acuerdo con
el gobierno, no hay integración al gabinete, no hay regreso al PRI.
Entonces vino la declinación pública, la euforia nacional.
Esto ocurrió el 7 de junio de 1988. Un día después fue el primer
encuentro público entre Cuauhtémoc y Heberto en Guanajuato. A
mí me tocó recibir a Cárdenas en Apaseo el Grande. Ahí lo conocí.
—Ingeniero —me presenté—, soy Carlos Navarrete, secretario
general del PMS en Guanajuato, cuente con…
—Muchas gracias —me interrumpió Cárdenas, y no dijo más.
Me subí al presídium y en ese momento comencé a tragar sapos
porque ahí estaban los dirigentes estatales de Aguilar Talamantes.
No quise ni saludarlos.
−•−
E L INGENIERO CÁRDENAS arrancó su campaña presidencial con
un PRD que tenía el 12 por ciento de las simpatías ciudadanas. Y
a eso hubo que sumarle otro elemento: la irrupción del fenómeno
político llamado Vicente Fox.
En los meses previos a la elección del 2000, en todos los partidos
de oposición y entre la ciudadanía misma estaba claro que luego
de setenta años en el poder había llegado ya el momento de sa-
car al PRI de Los Pinos. Y para ello se contaba con dos candidatos
naturales: Cárdenas y Fox.
12. Por ello fue que desde que Andrés Manuel era presidente nacional
se aceptó en el PRD la posibilidad de buscar una candidatura úni-
ca con el PAN, y para ello se iniciaron pláticas, las cuales continuó
luego Amalia García al llegar a la dirigencia nacional del partido.
Manuel Camacho elaboró lo que llamó “El cronograma de la
transición”, que no era otra cosa que el protocolo del acuerdo de
lo que pasaría entre el 2000 y el 2006, con cámaras mayoritarias
en manos del PAN y el PRD, con un presidente de esta coalición.
Los temas espinosos, el aborto, el petróleo y otros, se dejaron a
un lado. Pero todo sufrió una gran afectación cuando Diego Fer-
nández de Cevallos se incorporó al grupo negociador. Traía una
opinión totalmente adversa a que eso ocurriera y, a la hora de co-
locar el método para la elección del candidato, vino una posición
irreconciliable.
El PAN, Fox y Diego proponían que el candidato se resolvie-
ra en una serie de encuestas nacionales. Cárdenas decía que
no, y pedía una elección en urnas en todo el país. Nunca se
pudo acordar el método conveniente para postular candidato.
Se rompió el acuerdo y se fueron los dos por su cuenta.
Por esos días, López Obrador se encontraba en Tabas- co reali-
zando su llamada Gira de los Mil Pueblos. Buscaba por entonces
volver a ser candidato a la gubernatura de Tabasco. Pero en el Dis-
trito Federal al PRD le hacía falta alguien con su prestigio político.
Y entonces muchos en el partido voltearon hacia Tabasco. Fueron
a buscar a Andrés Manuel. Éste lo pensó, lo consultó con Cárde-
nas y se vino a buscar la candidatura por la Jefatura de Gobierno
de la Ciudad de México.
13. Definido entonces que no habría alianza con el PAN, el PRD
inició el proceso electoral de ese año con la esperanza centrada en
dos candidaturas: la de Cárdenas por la Presidencia y la de Andrés
Manuel por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Aun-
que cada una en condiciones diferentes: en el D.F. el puntero era
Andrés Manuel, mientras que el ingeniero arrancaba con apenas
el 12 por ciento en las preferencias electorales.
Y sabiendo cómo estábamos en las encuestas, todos cerramos
filas con Cárdenas. Fue, sin duda, la candidatura de la gratitud, del
respeto, del reconocimiento a lo que había hecho el ingeniero des-
de 1988.Volvió a brotar nuestro espíritu de hombres y mujeres de
partido. El ingeniero sabía en dónde estaba parado. Conocía los
sondeos.Hizo un recorrido extraordinario, un esfuerzo personal
que lo llevó a tener plazas y mítines con grandes concentraciones.
Pero Cárdenas no pudo superar el 19 por ciento, Labastida se cayó
y Fox ganó la elección.
En el D.F., Marcelo Ebrard, candidato por el Partido del Centro
Democrático, había declinado a favor de Andrés Manuel y esos
votos contribuyeron a darle al PRD el pequeñísimo margen para
ganarle a Santiago Creel.
−•−
Y O ESTUVE en la casa de campaña de Cárdenas aquel 2 de julio
de 2000, cuando el ingeniero decidió en su despacho salir a reco-
nocer que Fox había ganado. No se congratuló de que Fox hubiese
14. triunfado, no lo felicitó. Es más, esbozó su duda de que eso termi-
nara bien. “Los resultados no me favorecieron, hay un giro en el
país con otro partido, la derecha llega al gobierno, y no creo que
sea lo mejor para el país. Pero vamos a ver, ésa fue la decisión de
los electores.”
Salí poco después de las siete de la noche. A esa hora, en la radio,
anunciaron que el presidente Zedillo daría un mensaje. Me dirigí
a Monterrey 50, sede del PRD. Iba por avenida Chapultepec cuan-
do escuché a Zedillo reconociendo que su partido había perdi-
do la Presidencia y que Fox era el ganador.Me hice a un lado del
carril, para escuchar bien.
Tuve plena conciencia de que estaba viviendo un cambio funda-
mental en el país, por lo que habíamos luchado tantos años, pero
era una sensación agridulce. No había sido una sorpresa que el
ingeniero perdiera, lo preveíamos desde que había empezado
la campaña, y eso era una gran tristeza. Pero había también una
cierta satisfacción de decir: por fin, el PRI está fuera del gobierno,
perdió la Presidencia.
Yo conocía muy bien a Fox y nunca me entusiasmó; ni como
gobernador, ni como candidato, ni como presidente. La relación
con Fox empezó mal en 88 y terminó peor en 2006. Nunca le tuve
confianza, ni esperanza, ni expectativas, ni nada, porque lo cono-
cía muy bien. Sabía el tipo de persona que era, pero esa sensación
agridulce me invadió toda esa noche. La sensación de decir: soy
un mexicano que está viendo a sus cuarenta y cuatro años de edad
la alternancia, la derrota del PRI. Mi esfuerzo ha sido parte de eso
también.
15. Y entonces repasé mi vida, mis veinticinco años de carrera políti-
ca hasta ese momento. Todo esto que he contado hasta ahora. Un
recuento histórico de lo que viví desde 1975 hasta el 2000. Y me
decía, una y otra vez: “Qué bueno, al fin el PRI está fuera de Los
Pinos. Pero no somos nosotros”.
Estaba ahí, en mi Dodge blanco modelo 97, estacionado fren-
te al acueducto. Y me provocaba tristeza ver la tercera derrota de
Cárdenas.
Recordé que los instantes anteriores, en su casa de campaña,
habían sido muy emotivos. Yo estaba parado en la escalera de ac-
ceso a sus oficinas superiores, en su comité de campaña en Polan-
co, viendo cómo su gente lo arropaba, el largo aplauso de recono-
cimiento al que yo me sumé. Pero en ese momento pensé: “Claro
que sabíamos que esto iba a pasar, claro que teníamos conoci-
miento de cómo iba a terminar esta campaña”. Pero independien-
temente de que lo supiéramos, Cardenas era un hombre que había
hecho un esfuerzo extraordinario durante su campaña; que había
hecho lo que sabe hacer; que había dicho lo que sabe decir; que
le había propuesto al país lo que él creía era lo mejor. Y resultaba
doloroso reconocer que lo que él había iniciado en el 88, no lo vie-
ra coronado. Y que doce años después otro personaje fuera quien
asumía el papel que a él le correspondía.
Años después me han preguntado si no me arrepentí de ha-
ber apoyado a Cárdenas. Siempre he dicho que no. Nunca. Y
de ello da prueba una historia: En los días de campaña, Amalia
convocó a una sesión de la Comisión Política en un restaurante.
Fueron los gobernadores Alfonso Sánchez Anaya, Ricardo
16. Monreal, la dirigencia nacional y los líderes de las corrientes
nacionales del partido. Se trataba de hacer una evaluación de la
campaña. Todos estábamos conscientes de dónde nos encontrá-
bamos parados.Y, de pronto, el gobernador Monreal sugirió en
la mesa que debíamos evaluar la posibilidad de cerrar filas con el
candidato opositor para garantizar la derrota del PRI. Jamás dijo
explícitamente que Cárdenas debía renunciar a favor de Fox, pero
sí planteó, hasta dónde era conveniente, la declinación por Fox.
Lo dijo así:
—Debemos evaluar si es el momento de unificar a la oposición
para garantizar que el PRI salga del gobierno, sería una decisión
estratégica, como la que Heberto tomó en el 88 y que le dio el giro
a la elección presidencial. Unificar las oposiciones, nosotros no
tenemos posibilidades.
Su planteamiento no fue mal recibido, por cierto. Pero el pri-
mero que le contestó categóricamente fui yo. —No, Ricardo. El
ingeniero Cárdenas es el ingeniero Cárdenas para nosotros. Es el
fundador del PRD, es el hombre de las batallas desde el 87 para
acá, es nuestro emblema en el PRD. Sumarnos a Fox hoy sería
sumarnos en forma incondicional sin ninguna garantía. Yo
conozco a Fox, no le tengo confianza, así ganara la Presidencia no le
auguro un éxito. Lo conozco y no creo que la izquierda gane mucho
sumándose. Creo que con quien debemos estar hasta el final es con
Cárdenas, aunque perdamos. A mí me tocó atajar, y lo hice
con convicción. Nunca más se volvió a hablar del tema.