1. Arzobispado de Arequipa
Domingo 30
de agosto
del 2015
UN TESORO EN LA FAMILIA
Esta semana hemos celebrado el Día del Adulto
Mayor. Por lo general, en todas las familias hay
adultos mayores, es decir personas que han
llegado a la ancianidad.Atodos ellos, les envío un
cordial saludo y el sincero agradecimiento de la
Iglesia en Arequipa por su invalorable aporte a la
familia y a la sociedad. Como varias veces ha
dicho el Papa Francisco, los ancianos son la
memoria de un pueblo. Sin ellos, sin esa
memoria, el pueblo corre el riesgo de perder su
propia identidad. Además, los ancianos suelen
tener aquella sabiduría que se adquiere a lo largo
de la vida, entre éxitos y fracasos. Es la sabiduría
que permite ver las cosas y los acontecimientos
en su justa perspectiva. “La vejez es la coronación
de los escalones de la vida. En ella se cosechan
frutos: frutos de lo aprendido y lo experimentado,
frutos de lo realizado y lo conseguido, frutos de lo
sufrido y soportado”, dijo san Juan Pablo II en un
discurso dirigido a ancianos el año 1980. Por eso,
prescindir de los ancianos en la formación de las
nuevas generaciones es como querer construir un
edificio sin cimientos, es decir una sociedad
frágily vulnerable.
La vida es un don de Dios, que hemos de saber
valorar, respetar y promover en todas sus etapas.
La dignidad del ser humano no se reduce ni,
mucho menos, se pierde cuando está afectado por
alguna enfermedad o cuando se debilitan las
fuerzas y la autonomía se ve limitada. Por el
contrario, cuando las consecuencias del
envejecimiento natural se acogen con serenidad y
paciencia, desde la fe en el amor misericordioso
de Dios, se vive en una nueva dimensión que
permite comprender mejor el verdadero sentido
de la existencia humana. Es cierto que en la
ancianidad hay muchas cosas que no se pueden
hacer como cuando uno era joven; pero hay otras
tantas que sí se pueden hacer y que configuran,
precisamente, el gran aporte propio de los adultos
mayores a su propia familia y a la sociedad. Entre
ellas quisiera destacar la oración y el consejo. Al
no tener que cumplir una jornada laboral ni andar
con las prisas que la sociedad impone a los
jóvenes y adultos, la tercera edad es un tiempo
propicio para dedicarse más a la oración en favor
de la propia familia y del mundo, que tanto lo
necesitan. Asimismo, desde la madurez
alcanzada y desde la conciencia de las
limitaciones humanas y de la grandeza de Dios, se
sopesan mejor las cosas y los acontecimientos, lo
cual permite dar mejores consejos a los hijos y a
losnietos,propiosoajenos.
En síntesis, la presencia de los ancianos en la
familia es fundamental para que ésta se realice
como Iglesia doméstica y cumpla a cabalidad su
misión como célula fundamental de la sociedad.
¡Cuántos de nosotros hemos visto en nuestros
abuelos y abuelas un ejemplo de fe viviente!
¡Cuántos niños experimentan día a día el amor a
través de la ternura de sus abuelitos! Por eso, ante
lo que el Papa Francisco llama la “cultura del
descarte”, que tiende a deshacerse de los ancianos
como si fueran objetos inútiles, Dios nos invita a
acoger la tercera edad como un don suyo para la
persona, la familia y la sociedad. Los adultos
mayores no son una carga sino un tesoro.
Pidámosle a nuestra Mamita de Chapi que nos
conceda la gracia de saber valorarlos, cuidarlos y
rodearlos de amor y ternura. Y a nuestros
queridos ancianos, permítanme recordarles que,
como dijo el Papa Juan Pablo II: “no hay edad de
retiro para cumplir la voluntad de Dios que nos
quieresantos.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
LA ColumnA
De Mons. Javier Del Río Alba