1. Arzobispado de Arequipa
Domingo 7
de febrero
del 2016
CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL
Tomo prestado el nombre de esta conocida
novela, pero no para comentar el extenso
diálogo entre el joven Zavalita y el viejo
Ambrosio en el bar “La Catedral”, sino para
referirme a la conversación que se viene
repitiendo todos los días, a lo largo de varias
horas cada día, en nuestra Catedral deArequipa.
Son dos conversaciones muy distintas, porque
mientras la finalidad de la primera es descubrir
al culpable de un crimen, la finalidad de la
segunda es encontrarse con aquel que perdona el
crimen. Esta segunda conversación la vienen
teniendo numerosas personas cada día con los
sacerdotes que los esperan en los confesionarios
que hemos puesto en el atrio de nuestra Catedral.
Hasta ahí, casi sin intervalo, van llegando
jóvenes y adultos para conversar con Dios a
través del sacerdote. En la intimidad del
sacramento de la confesión, cada uno dice sus
pecados y Dios se los perdona gratuitamente,
configurándose así un bello diálogo de amor que
hace posible que los dos que conversan, el
confesor y el penitente, experimenten la
misericordiadeDios yelgozodelasalvación.
Algunos de estos confesores, la mayoría de los
cuales son jóvenes, me han dicho que muchas
personas se están confesando después de largos
años y salen renovadas por las palabras de
aliento que el sacerdote les da y, sobre todo,
porque en breves minutos quedan liberados de
una tremenda carga, el pecado, que durante
muchos años los tenía agobiados y les impedía
desarrollarse como personas. Esto nos confirma
la importancia de que en este Año Santo, al que
nos ha convocado el Papa Francisco,
redescubramos la belleza del sacramento de la
Confesión y la grandeza de la misericordia de
Dios. El hombre contemporáneo, muy seguro de
sí mismo por los adelantos de la técnica y de la
ciencia, y adormecido por la cultura del
bienestar, tal vez incluso sin darse cuenta ha
endurecido su corazón y, como dijo el santo
Papa Juan Pablo II “tiende además a marginar de
la vida y arrancar del corazón humano la idea
misma de la misericordia” (Dives in
misericordia, 2). De esta manera, las relaciones
interpersonales, sea en la familia como en el
trabajo o en otros ámbitos de la sociedad, se
vuelven cada vez más frías y distantes y, por
tanto, menos humanas. Se pierde la ternura, se
extingue la capacidad de perdón, cunde el
cálculo egoísta y el mundo se convierte en un
inmenso desierto poblado por millones de
personas que comparten un espacio geográfico
pero se sienten cada vez menos amadas y más
abandonadasasu propiasuerte.
En estas circunstancias, el sacramento de la
Confesión configura una excelente oportunidad
para experimentar aquello que no encontramos
en el mundo: acogida en nuestra diversidad,
comprensión de nuestra debilidad, compasión
ante nuestros sufrimientos, esperanza pese a
nuestras frustraciones y perdón de nuestros
pecados; en una palabra, amor gratuito de Dios
que no se cansa de esperarnos para introducirnos
en la fiesta de la casa paterna para la cual nos ha
creado. “Vengan a mí los que están cansados y
agobiados y yo les daré descanso”, dice Jesús en
el Evangelio. No dejes pasar esta oportunidad,
Jesús desea tener contigo una conversación
sanadora y, para eso, te espera en los
confesionarios que hemos puesto en el atrio de la
Catedral.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
LA ColumnA
De Mons. Javier Del Río Alba