SlideShare a Scribd company logo
1 of 250
Download to read offline
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
1
Juan Alberto Argomedo Samaniego
2
Pini, el viajero de la 12a de Córdoba, colonia Roma, d.f.
Juan Alberto Argomedo Samaniego ©
México d.f.
Contacto
pini30@outlook.com
045 (33) 3456 2151
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
3
El viajero de la 12a de Córdoba,
colonia Roma, d.f.
PINI
DE HABER NACIDO
100 AÑOS ANTES,
HUBIESE SIDO PIRATA.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
4
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
5
PINI, CIUDADANO DEL MUNDO
El libro que tiene usted en sus manos, generoso lector, es
una bitácora de odiseas personales y es, al unísono, una
aventura más. A mis 83 años no he podido remediar mi
propensión al viaje y a creer en la posibilidad, siempre más
grande, de embellecer el sentido de vivir permitiéndose el
goce sin alejarse del equilibrio y de la productividad, como
precaución y centro mismo de este contento. Ante el riesgo
de perderse en el anonimato que propicia el miedo, me pro-
puse emprender la búsqueda de mi propia presencia, con la
camaradería universal como filosofía vital.
El cosmopolita conoce que el tiempo es un flujo constan-
te de posibilidades. La emergencia de buscarse en la alegría
y la trashumancia, no permite más camino que la improvi-
sación, trazar el mapa mientras se avanza, sin cesar, en este
interminable ejercicio de desprendimiento y de fe, la de un
ser decidido, que actúa en consecuencia de sus deseos.
Este tipo de aventurero pretendí ser (delego al lector la
voz que juzgará si lo he logrado) sin imposiciones externas,
con un gusto cuya embriaguez tenía su manantial en los su-
cesos mismos, que eran ya celebración del cumplimiento
de nuevas rutas autoimpuestas. Conviví con todo tipo de
seres y estuve en todo tipo de situaciones, con la seguridad
que dona el autocontrol y la amabilidad (no sin una pizca
de impulsividad necesaria que luego da lugar a la anécdota
lúdica) y de otras aptitudes de quien atiende a su sentido de
sobrevivencia pero, sobre todo, aprende a disfrutarlo, pues a
éste se está apegado en tierras extranjeras.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
6
Quiero, sencillamente, homenajear a la vida, enfatizando
que el simple hecho de respirar es un signo insuficiente de
existencia. Con la vida estoy agradecido y por ello, sin más
pretensión que la de compartir con algunos seres que me
rodean o que anduvieron conmigo siempre, tal o cual tra-
mo, día, hora, o un pequeño pero significativo instante.
Pretendo resaltar el agradecimiento, además, con to-
dos los que participaron de estos hechos: familia, amores,
amigos, enemigos. En todos habité o me habitaron, con sus
palabras, actos, ausencias, para saberse aprendiz de otros y
en otros, experimentando o siendo espectador de la expe-
riencia. El cómo y el porqué participamos de la vida es la
forma que damos a la materia prima de existir, que es tiem-
po. Tiempo con el que escribimos en la página invisible que
leerá, en su corazón, aquel que me recuerde. Yo intenté la jo-
vialidad, la autenticidad, la solidaridad y el arrojo, como los
instrumentos para escribir que de este modo fui feliz y sigo
aquí, a pesar de que el peligro y las adversidades no fueron
pocas, aunque tampoco ni muchas, sino sencillamente las
que tuvo que absorber mi aprendizaje de bohemio y trota-
mundos, ciudadano del mundo que encontró en todo esto,
como un tesoro imperecedero, el valor de la amistad.
¿Y el amor? ¿Qué con el amor? Se preguntará alguno,
en respuesta inmediata a mis afirmaciones anteriores. Del
amor fui víctima y victimario, supe encontrar en la mujer
el significado de esta vida, pues es en éste donde se dan las
temperaturas más altas de la alegría, la tristeza, y sus va-
riantes en nostalgia, melancolía, morriña, soledad, incluso
muerte, pero siempre resurrección. Pues bien, quise plas-
mar aquí lo que el amor me ha dado y me ha quitado, con el
que sigo en deuda por tanta y experiencia, sin dejar jamás de
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
7
complacerse en este interminable noviciado. La mujer hiere
tal como enamora: sin misericordia. La mujer cura y se da
tal como hiere: siempre apasionada. Mujeres tuve muchas
y aunque las diferencias entre ellas fueron causa definitiva
de mi asombro y, no pocas veces, de mi espanto, todas ha-
cían coincidir su importancia en mi vida: la de desaprender,
también, porque la vida es más bella a partir de la inocencia,
con el favor de lo insospechado, a lo que me arrojé como un
novicio empedernido.
Dejo en sus manos, pues, lo más valioso de mi vida, no
este libro, por supuesto, sino los recuerdos que a través de
éste revivo y comparto. Enhorabuena, amigo lector, y muy
buen viaje.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
8
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
9
DE HABER NACIDO
100 AÑOS ANTES,
HUBIESE SIDO PIRATA.
PINI
Juan Alberto Argomedo Samaniego
10
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
11
DE CALIFORNIA A SALVATIERRA
Nací fuera de México, en California, donde mi padre, des-
pués de finalizar labores diplomáticas en los Ángeles (allí
conoció a mi madre y contrajo nupcias), fue transferido al co-
nocido Centro de Caza y Pesca de San Diego.
California fue pues el primer punto del mapa, porque la
vida, que para mí no era más que un lapso de tiempo habi-
table, sería un perenne camino. Punto que pronto sufriría,
en esa necesaria sucesión de movimiento, su hermosa trans-
mutación en línea, principio físico de todo viaje.
Aunque siempre me basté a mí mismo y éste es uno
los orgullos más grandes que me constituyen, lo cierto es que
compartí el vientre materno con mi hermano. Nacimos cuates,
circunstancia que habría de ser determinante en mi carácter y
mis decisiones posteriores, como el lector podrá ir adivinándo-
lo. No fuimos los primogénitos: estos honores fueron de mi
hermana Ana María, cinco años mayor que nosotros.
A penas nacimos y mis padres se mudaron. Fue hacia
pueblo de Salvatierra mi primera mudanza (lugar que ya poco
recuerdo), y ésta, el acto inaugural de mi vocación en la tras-
humancia. Allí mi padre tuvo una gran y bella casa, figurando
como uno de los hacendados importantes del lugar, vecino in-
mediatodesuhermanaAuroraysushijos.Miabuelo,quienvi-
vía a sólo un par de calles de distancia, tenía también una casa
amplia y agraciada que hoy en día hospeda a las operaciones
de banamex, como suele suceder con las casas céntricas y bo-
nitas del país: bienes siempre ofertados a las grandes empresas
nacionales y trasnacionales.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
12
Es oportuno aquí nombrar a la principal gestora del mi
nombre de batalla. Mi sobrenombre, “Pini”, fue el resultado
del jugueteo verbal de mi tía Aurora. Para todos los gemelos
o cuates de todos los tiempos se tiene un mote genérico, a
dúo, y nosotros no fuimos la excepción. El nuestro se nos
otorgó a muy temprana edad, cuando ninguno de los dos, ni
mi hermana mayor, teníamos la capacidad verbal para sec-
cionar las frases en palabras: “Pin y Pon”, nos decían; “Pini-y
Pon” fue lo que entendimos (en una suerte lúdica el primer
vocablo jaló a la solitaria conjunción). Resultado de una de-
fectuosa pronunciación infantil o de las “simplonadas” a las
que dio lugar dicha ocurrencia, se me fue quedando “Pini”
(neologismo, hasta donde sé), y este es el decir con el que
aún se me identifica. Nuestros alias no fueron vistos, por
mi parte, como un menoscabo. Por el contrario, hasta el día
de hoy y con gran agrado, respondo al nombre de Pini y es
así como me recuerdan en los diferentes lugares del mundo
donde puse algunas huellas.
De ahí partimos hacia el lugar donde, por albergar mi
niñez y adolescencia, echaría hondísimas raíces mi nostal-
gia: la ciudad de México, urbe que sería el pivote y temporal
descanso de mi hiperactividad geográfica.
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
13
PRIMEROS PASOS, CIUDAD DE MÉXICO
Nosasentamosenunadelasmáshermosaseimportantes(más
aun en aquellos días) calles de la colonia Roma: la Doceava de
Córdoba. Allí habitamos una singular caterva de amigos, los
que habría de frecuentar a partir de entonces durante toda la
vida, en reuniones anuales o semestrales, para compartir nues-
tras anécdotas, comulgar y disentir, reír, degustar alimentos
y vinos, pero sobre todo para ponernos al tanto de lo que el
otro ha producido o recorrido, en medio de agradables tardea-
das-veladas destinada a compartir los más valiosos recuerdos.
Grato destino el de mi origen, pues inauguré la aven-
tura de mi vida en el núcleo mismo de una centralización
cultural muy evidente y, también, dadas las circunstancias
históricas (un país virgen en muchos de los sentidos, hos-
pitalario, vamos, ávido de inclusiones), asistí con asombro a
un festín multicutural que habría de marcar de forma defi-
nitiva una filosofía vital: aquí y allá, donde estuviese, se me
reconocería por una facilidad innata para la camaradería y
por una investidura de ciudadano del mundo.
Mi calle la caminaban alemanes, franceses, norteameri-
canos y, por supuesto, mexicanos venidos de todos los rin-
cones de la república. Llamaba la atención la presencia de la
comunidad judía, sus atavíos y sus costumbres sincretizadas
con lo nuestro. No puedo dejar de nombrar su sentido sec-
tario de la convivencia, pese a estar inmersos en esta galería
de disfrutables disimilitudes. Recuerdo con claridad la sina-
goga a la que se asistía asiduamente y a la que difícilmente
los niños mexicanos (o, para ser precisos, cualquiera que no
Juan Alberto Argomedo Samaniego
14
fuese de ascendencia judía) podríamos tener acceso. Quizá
por el antisemitismo que por supuesto existe, uno a uno los
niños judíos con los que tuvimos oportunidad de cohabitar,
fueron alejándose de nosotros en la medida que la costum-
bre judía (los lineamientos paternales) se parecía más a una
adultez precoz impuesta por las creencias religiosas, unas
que no podían rechazar y que, sin duda, fueron mermando
la libertad y la candidez infantil de nuestros juegos: crecían
y se distanciaban de lo que consideraban diferente, y así por
muchas generaciones, los niños judíos de la cuadra se aleja-
ron del resto poco a poco.
Como es bien sabido, la ciudad de México estaba en vías
de desarrollo. Si bien ya era una ciudad importante, no cabe
ya la comparación con el monstruo urbano de nuestros días.
La rumba, el danzón, la vida bohemia, la propensión al es-
parcimiento, la productividad empresarial, el desarrollo de
la prensa y los otros medios de comunicación que no muy
lejos de nosotros encontraría importantes protagonistas so-
ciales posteriores y, cabe recalcar, la seguridad y la tranqui-
lidad… son algunos de los tópicos de la riqueza cultural que
manifestaba esta nueva patria.
En esa época aún éramos bebés “de pecho”. Para mi madre
era pesado abastecer a ambos con sus preciados frutos mater-
nos, por los que decidieron, ella y mi padre, contratar una no-
driza. Pini —para servirles— el elegido para beber el alimento
donado, signo que, curiosamente, pareciera haber marcado
dos diferentes destinos: Pon fue la vida doméstica, la tranquili-
dad del núcleo familiar y sus apegos; Pini fue el aventurero hi-
peractivo… el desapegado, pues, dirían las generalizaciones;
el que fue feliz a lo largo de este libro: esa tajada de gloria
que la vida le ha brindado.
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
15
La nodriza, por cierto, iba con nosotros a todos lados. Y
fue testigo de nuestras primeras diabluras, la que repetiría-
mos oficiosamente durante toda la niñez. Recuerdo aquella
vez que en el parque tuvimos una disputa entre “carnales”
(dicen que éramos “tremendos”) y así rompimos una cá-
mara profesional que tuvo que pagar mi padre, luego del
reclamo y del natural enojo del fotógrafo, que hacía tomas
confiado a la estabilidad de su “tripié”.
Cursamos el “jardín de niños” recibiendo, además, clases
particulares de una maestra. A veces nos llevaba al parque y
nos compraba globos… aún recuerdo con alegría esos días.
Pronto nos enviaron a estudiar a la escuela de mi hermana,
la Benito Juárez. El de nuestra intendente doméstica (la se-
ñora Flores Meyer, hija de un alemán) asistía con nosotros.
Luego,enprimeraño,fuimosalInstitutoInglés.Alamaes-
tra que nos tocó le decíamos “La Mocha”, porque le faltaba un
pedazo de nariz (?). Pobre, porque además recuerdo que al
finalizar el año no hubo suficiente alumnado y la escuela tuvo
que cerrar. Pon acreditó su pase de año. Pini (hablo en terce-
ra persona en estos casos) reprobó. Así que mi hermano fue
adelantado un año de aprendizaje académico en lo venidero.
Mis padres averiguaron y dieron con otra institución si-
milar en la calle de Chiapas, entre Mérida y la Piedad (la
Piedad era lo que es ahora la avenida Cuauhtémoc), el Cole-
gio Roma. La directora de la institución, quien también im-
partía clases, era la mismísima madre de Carlos Madrazo,
el influyente político mexicano.
En esa escuela pasé dos años. Recuerdo que en ese tiem-
po a Madrazo le comenzó a remunerar el ejercicio burocrá-
tico, tanto que, dicen, sacó a su mamá de trabajar, y que por
ello la escuela Roma cerró, y volvimos a la Benito Juárez.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
16
Yo entré a cuarto y Pon a quinto. Signo de mexicani-
dad, costumbre, pues, es que uno tenga que (a propósito de
los madrazos) agarrase a golpes a cada cambio de escuela.
Talvez para obtener respeto y aceptación. Yo no inventé la
cultura, es casi al contrario. El caso es que así eran ya las
reglas, y así llegó el buen día en que, en cumplimiento de
mis conductas colectivas de identidad, casi como un ritual
(tras el cual te dejaban de molestar por el resto del año), tuve
que liarme a trancazos con uno. Luego con otro, y así… En
el primer “tiro” me fue bien y del segundo no me quejo. Los
nuevos compañeros me aceptaron en sus círculos de amigos.
Pon reprobó ese año, por lo que nos tocó juntitos en
quinto, a la distancia que tomaban nuestras bancas con-
tiguas. Compartíamos el salón con un par de gemelos, de
cuya relación entre los cuatro recuerdo cierta antipatía que
alguna vez nos llevó a pelear. El maestro nos pilló en el acto
y, haciendo uso de un insólito método correctivo, el escar-
miento ideado consistió en hacernos continuar con la pelea
frente al resto de los compañeros, hasta que después de un
round o dos nos separo. Siempre recordaré este sentido muy
claro del espectáculo que nuestro tutor escolar le imprimió
al asunto, no tengo palabras. Lo extraño y lo chusco es que
funcionó, al menos por un buen rato.
MIS AMIGOS DE LA DOCEABA DE DÓRDOBA
Quiero advertir la única norma de este caprichoso capítulo
a algunos puede parecer ocioso o excesivo: el ejercicio es el
de recordar nombres y lugares de mi barrio, ese lugar tran-
quilo, donde se podía jugar en las calles dada la ausencia de
tráfico y de delincuencia, dada la confianza entre esa pobla-
ción cuya cifra moderada permitía un mejor calidad de vida,
un mejor aprovechamiento de los espacios y del tiempo.
Todos los vecinos de la Doceava de Córdoba continuamos
en contacto. En su mayoría profesionistas, la gente de esta
calle es y fue gente cuya amistad se agradece y no en pocos
casos ha crecido: gente hermosa que estimo y que respeto.
A este capítulo, pues, llamémosle paréntesis. Es un re-
cordatorio de personas específicas que fueron actores claves
de aquellos días. Aquí me permito el gusto de recordarlos y
donar su historia a más de algún lector ajeno a nuestra vida.
Empezando por la calle de Córdoba y Chiapas, recuerdo
la farmacia del Doctor Solís, ya su ayudante “Conchita”, una
intendente simpática y chaparrita. En una vía privada vivía
Abelardo Montaño, y al fondo los Bentley, donde tiempo
después habitaron Aveleyra.
En la privada 220 vivía Maleras, un español gruñón y
quizá un poco paranoico, tendencia evidente en los canda-
dos de la reja de su casa, que hacía cerrar y abrir a quienes
compartían el pasillo con él, reja que nos impedía convivir
con cierto amigos después de cierta hora. Después de las 7
u 8 de la noche, “El Maleras” llegaba y lo hacíamos enojar
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
17
Juan Alberto Argomedo Samaniego
18
con una canción: “Malerón bonbón” “Malerón bon-bon”, y
cuando reaccionaba, acercándose para llamarnos la atención,
corríamos. Era un señor avaro, según decían, que no sacaba a
su hija (con la que vivía solo) por no gastar su dinero.
En la “privada” contigua, en el lado opuesto, vivían los
García Torres, Javier y Lupita. Javier era tartamudo. “Ja-ja-
javier” respondía si le preguntabas por su nombre, humor
involuntario que ameritó su apodo: “El Jaja”.
Después seguían los Martín del Campo, 2 hermanos, un
oficial de tránsito y un muchacho que, pobrecillo, sufría de
alguna deficiencia mental. Así, supongo que influenciado
por alguna película o qué se yo, se subió a la azotea del de-
partamento de un piso y pretendió usar un paraguas como
paracaídas. Cayó feo, obvio, y se fracturó un hueso del bra-
zo. En la casa que albergó este último hecho vivieron luego
los López Guerrero, eran 4 hermanos: las chica era Gracie-
la, “Chela”, una muchacha bastante bella, después le seguía
Adolfo y le decíamos “Bobys”, luego “Lalo” y por último la
mayor, “Licha”. Más al fondo vivía Aurora Ortiz.
Ya más abajo, vivió Salvador Sierra el cual, por cierto,
siendo chamaco se sacó la lotería (o al menos eso es lo que
se dijo) y escondió el dinero detrás de un ladrillo, lugar que
el padre descubrió. Encontró un dineral, como 50 mil pesos,
y aprovechó la menoría de edad de su hijo —el chamaco
tenía sólo 14 años— para administrar el dinero y así fue que
puso una imprenta.
En el departamento que sigue vivieron Jorge, Filemón y
la hermana Mónica. Seguía una casa grande (las casa eran
todas casi igualitas) donde vivían unos judíos cuya hija se
llamaba René. Esto colindaba con una privada donde ha-
bitaba el paisano Javier García Torres que vivía en la parte
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
19
alta que colindaba con la azotea. Éste se hizo novio de René
y cuentan que por ello los judíos decidieron vender su pro-
piedad y cambiar su domicilio.
En la casa contigua compartían sus espacios dos herma-
nas, una hermosísima, delgada y de ojos azules, y la otra
gorda… En fin… Después los Musali, familia millonaria. Y
todos estos últimos también eran judíos.
Otros vecinos fueron los Murrieta, quienes venían desde
Teziutlán, Puebla. Más adelante se cambiaron los Levinson:
María, Olga, Arnoldo, “Chata” y Alejandro, uno de ellos se-
ría luego presidente del Club Pumas.
Enfrente vivían los hermanos Michel. Luego vivió ahí
Manuel Carmono, venían del sureste, adelante estaba el
doctor Athie, y en el sótano habitaba un estudiante de me-
dicina, el entonces joven Manolo Bustamante.
Luego seguían las “Leonas”. Así les decíamos a unas chi-
cas porque una de ellas en cierta ocasión le arrojó a su no-
vio, en la cara, todas las cartas que éste le había enviado.
En otra privada, también bonita, al entrar el número 1
vivieron los García Besné, mejor conocidos como los “Pin-
güinos”. En el número 2 vivían los Flores Meyer: Marthita, o
“Tatas”, la niña de nuestra edad, Luis, 2 años mayor, y Alfre-
do Fello, que distaba de su edad con 5 años. En el 3 vivía “El
Pollo”, cuyo padre tenía un negocio de insecticidas. Después
se encontraban los Fernández: Margarita, Cristina, Lucila y
“Pepe”, quienes estaban bajo la tutela de su tía, una costurera
del barrio, ya que el padre trabajaba de noche.
Al departamento 1, de los García Besné, se mudó una
amiga, muy popular en la colonia Roma, la “Nena Dupont”.
Al dos, luego, se cambiaron Blanquita, Mireya y Serigo el
“Tito”, la familia Olave.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
20
Donde antes vivía el “Pollo” llegaron los Fernández y al 4
arribaron los Santana: Daniel el “Chacho Santana” (al que más
adelante le llamamos “El poeta Santana”, por los discursos tre-
mendos que se aventaba), y sus hermanas, María y “Chofi”.
En la privada 223, había un departamento que daba a la
calle, donde vivía Reyna Musali, a quien Novello le gritaba
“reina de la mierda”, para luego afirmar que él era Napoleón.
Ella era neurasténica, por cierto.
En La 221 estaban los Peniche, yucatecos; en el 2, los
Contreras, unas amigas de Veracruzl lindísimas; en el 3, no
me acuerdo (así pasa); en el cuatro nosotros, y arriba unas
mujeres gemelas, también judías. La sinagoga estaba en la
calle de Córdoba, calle que daba casi al Estadio Nacional.
Según un ritual de aquel entonces entre la sociedad ju-
día, los sábados no debían apagar las luces. Esto lo sabíamos
bien ya que cada noche del sábado nos esperaban a mí o a
mi hermano para que lo hiciéramos por ellos (encenderlas)
y a cambio nos regalaban fruta, dulces o 5 centavos.
Adelante, en el 6, vivían los Cabaviie, y en el 7 los Nag-
man, ambos integrantes de familias judías. El padre de esta
última era el que brindaba perfume en la sinagoga. Salía a
las 6 de la mañana para hacerlo: llevaba una botella llena del
líquido aromático y, no sé por qué, les echaba en las manos
a cada uno de los visitantes.
Luego, al departamento 1 lo abandonaron los yucatecos y
llegaron los García Vigueras: los hermanos “Nacho” y “Fito”,
su papá, un personaje muy conocido, era el “Mayor Vigue-
ras”. Al poco tiempo, fuimos nosotros quienes ocupamos el
departamento 2.
Más adelante, al número 6 se mudó la “Dulce de Meneos”,
o algo así, una mujer muy guapa y esbelta, que junto con el
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
21
“Globo de Cantolla” (así moteábamos a su hermana debido
a su extrema obesidad) vivían bajo la tutela de su mamá,
quien tenían en su casa una rockola, la que usaba para bailar
con sus invitados a quienes además siempre ofrecía unos
tragos. Uno de nuestros pasatiempos era espiarla y mirar
cómo bailaba con ellos.
En la siguiente casa vivían los Micha, familia de la cono-
cida periodista Adela Micha. En seguida se encontraban las
3 hermanas Contreras: María, Yolanda y “Chela”. Señoritas
que nunca salían. Ahí les daba por reunirse a los de Cór-
doba, los niños más grandes, su familia hacía posadas en la
casa de los Athie quienes luego formaron un conjunto que
llamaron “Los son sin son”. El que cantaba era Jorge Aguina-
co y resto del conjunto era “Pepe”, Kindi, el Avelardo Mon-
taño, el “Flaco”, Fello Flores Meyer y Manolo Bustamante.
Muchos se fueron de allí, pero como las posadas eran tan
concurridas y hermosas, año con año volvieron.
Nosotros, nuestra “palomilla”, nomás nos dedicábamos
a jugar, sobre todo en la casa de los Murrieta ya que era el
único lugar donde había un faro con luz y por las noches,
ya que oscurecía, nos íbamos a jugar futbol, a la “cebollita”
o a las canicas.
Después se cambio ahí Toño Ríos Zertuche, a quien “El
pollo” comenzó a decirle cuñado pues le gustaba Consuelo,
su hermana… total que al último terminaron “agarrándo-
se” a golpes. Consuelo era la mayor y sí, valía la pena unos
trancazos y más, pues era bellísima, inclusive llegó a ser la
“Reina de la primavera”, y se lució en un carro alegórico por
toda Chapultepec. Su otro hermano, Carlos, era de mi edad
o más chico, a los 9 o 10 años le hicieron un cumpleaños, en
el edificio del Hotel Waldos del parque México (que después
Juan Alberto Argomedo Samaniego
22
fue un Seguro Social). Fuimos todos, había payasos, corría-
mos, nos dieron regalos, fue una cosa hermosa.
Pronto llegó a la doceava la familia Manuel Castellón
Abreu, desde Chiapas, y se quedaron en la antes casa de los
Ríos Zertuche. Eran varias señoras y Manuel, que era de mi
edad, comenzó a juntarse con nosotros. Para entrarle a la
palomilla tenía que medir sus fuerzas con uno de su tama-
ño y me eligieron a mí. Me acuerdo que le saqué el mole.
Cuando sangró de la nariz empezó a llorar y mientras le
ofrecimos un pañuelo dijo: “No, no. Dejen que me muera,
ay, dejen que me desangre…” Y es que así murió mi papá,
de una hemorragia. Creo que luego se levantó, se limpió y
seguimos jugando.
Eran pleitos muy bonitos porque era uno contra uno, ja-
más se metían otros. Él y yo llegamos a pelear hasta 2 o 3
veces, hasta que al final llegamos a ser los mejores amigos.
Después se cambiaron allá por el Deportivo Hacienda; yo
los visitaba seguido, la mamá tenía una casa donde vivían
muchas muchachas huérfanas. Dicen que el Gobierno le
daba cierta cantidad por muchacha que recibiera.
En la calle de Córdoba, todos éramos fantásticos… jugá-
bamos beisbol y futbol, en ese entonces no había muchos
coches y cuando alguien avisaba que venía uno, solo nos
parábamos tantito para luego seguir jugando. Había un se-
ñor grande que iba a jugar con nosotros beis bol, era nues-
tro picher y se ponía a jugar con nosotros, era mi papá.
También patinábamos, bailábamos el trompo, jugábamos a
las escondidillas, pero todo era juego, todos los juegos en
realidad eran muy sanos. A cada rato nos íbamos al Esta-
dio Nacional, luego empezamos a juntarnos en la escuela
Benito Juárez.
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
23
La parte de atrás de la escuela colindaba con el Depor-
tivo Hacienda y había una rejilla por donde mi hermano
y yo nos colábamos para entrar, pero todos los sábados mi
hermano, yo y mis amigos, nos volábamos por ahí al Depor-
tivo Hacienda, ya después fuimos socios del deportivo y nos
hicimos buenos nadadores, competíamos hasta en clavados
contra otros grupos deportivos. Joaquín Capilla, por ejem-
plo, era tan bueno que el profesor le dijo que tenía mucho
futuro pero que necesitaba practicar en trampolines de 10
m, cosa que en el Deportivo Hacienda no existía, pero sí en
el Deportivo Chapultepec. Allá lo llevo y estuvo practican-
do hasta que llegó a competir en las olimpiadas. La primera
vez llegó con medalla de bronce, la segunda con medalla de
plata y la tercera con medalla de oro, en la plataforma de 10
m. Era una maravilla como nadador y clavadista. “Toño” y
yo tratábamos de aprender clavados, eran muy ágiles… yo
no tanto, más bien era bueno en natación.
Había un amigo, que se era Víctor Lomelí… cuando se
graduó de Ingeniero se casó con la hermana de Fidel Castro.
Cuando venía, platicaba que su esposa, la hermana de Fidel,
y él, se paseaba con dos o tres guaruras.
En el otro salón estaba mi hermano, “Pon” ese año nos
separaron, cuando terminamos el sexto año.
Nosotros éramos un grupo de muchachos muy educados,
si había pleitos y uno le mentaba la madre a otro, le aplicába-
mos “la ley del hielo”, no lo dejábamos jugar y nadie le dirigía
unas palabras, hasta que comprendía su falta y pedía perdón.
En el otro salón estaba mi hermano el “Pon” ese año nos
separaron, cuando terminamos el sexto año.
Nuestros padres se cambiaron de la calle de Córdoba a la
Avenida Durango, esta era una avenida muy bonita, vivía-
Juan Alberto Argomedo Samaniego
24
mos casi esquina con Cozumel y había un bulevar hermoso.
La calle que seguía era la calle Salamanca y ya en la esquina
estaba la Plaza de Toros la Condesa. Cuando vino Manolete (el
diestro torero) el boleto más barato era de cinco pesos, pero
los podíamos vender hasta en 50, así que mi hermano y yo nos
levantamos a las cuatro de la mañana para comprar boletos
y a mi papá le explicábamos nuestra salida tan tempranopor-
que dizque teníamos partido de futbol… la noche anterior
pasábamos la noche en la sala. Inclusive nuestros primos nos
daban 20 o 25 pesos por los boletos, éramos tremendos.
De nuestras visitas al cine (en esa época estaba el cine
Royal, Roma, etc.) recuerdo que a la salida había una dul-
cería que daba al 2 por 1… comprábamos muchos dulces y
luego los íbamos a venderlos con los vecinos o los sábados
que había futbol americano en el Estadio Nacional, íbamos
a los partidos y nos dedicábamos a vender los dulces, con
un peso por cada peso invertido como ganancia. No se me
olvida que una vez saliendo de un partido del estadio había
unos globos y recolectamos unos 10 ó 15, estábamos muy
contentos: íbamos por la calle con todos nuestros globos
y cuando llegamos a la esquina estaban los grandes de la
palomilla: “Oye ¿Qué hacen con eso?”, a lo que nosotros
respondimos que los recolectamos gratis pues los estaban
regalando. Y respondieron: “¡No! ¡No!, tírenlos o reviénte-
los, no son globos sino condones. Y es que en el estadio la
gente los infla. “Tírenlos o los van a regañar su mamá”, nos
dijeron entre risas.
El señor que trabaja en el cine poniendo las películas es-
taba un poco dañado de su piel, o como dicen, “cacarizo”.
Cuando éste se equivocada o querían que ya comenzara la
película, le gritaban “¡Cácaro!, ¡Cácaro!”… y esto comenzó
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
25
a hacerse costumbre en los cines de toda la república, por
decirlo así, se volvió un grito emblemático.
Los jueves o miércoles eran días que en el cine daban 2
y hasta 3 películas por 25 centavos. En ese tiempo no tenía-
mos dinero, pues nos daban máximo 5 centavos, y entonces
visitábamos a mi tía Aurora, y por visitarla ya sea a Pon o
a mí nos daba 20 centavos a cada uno. Si pensábamos en
ir al cine lo primero que teníamos qué hacer realizar esta
misión. También recolectábamos botellas, nos daban 2 o
3 centavos por cada una, íbamos con los vecinos, con las
señoras, preguntando si tenían botellas, nos daban algunas
y las vendíamos. Al final, incluso nos alcanzaba para una
bolsa de pepitas. En el cine veíamos episodios que ahora ya
no existen: “El imperio submarino”, los episodios de “El ala-
crán”, o “Flash Gordon”.
En los billares Roma había puros muchachos malos, pe-
leoneros, bravísimos y enfrente se encontraba el swing club
hermoso, lo alquilaban para bodas o fiestas de “quince años”,
siempre había baile con un conjunto. Los domingos venían
de otras colonias de la Juárez, de la Doctores, e iban a bailar
pero siempre se encontraban con los del Billar Roma que se
decían los amos, terminaban de pleito, en la calle, era una
cosa horrorosa.
En las navidades a todos los muchachos nos traían pati-
nes ya cuando se empezaban a raspar y pasaba otra tempo-
rada compramos una tabla, agarramos un patín, una caja
de jabón (de madera) y nos hacíamos carritos para patinar.
Todo el día jugábamos, pero de verdad que buenos ami-
gos llegamos a ser, siempre unidos, la mayoría íbamos a la
escuela Benito Juárez y otros a escuelas particulares.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
26
CÓMO Y CUÁNDO NACE
LA ESPINITA POR VIAJAR
Cuando terminamos mi hermano y yo la primaria teníamos
14 años. Una hermana era novia de uno, otra de otro, en fin
se iban cambiando, la más bonita era “Chela” (fue novia de
Aveleira y luego de Filemón y cuando estaba con Filemón)
“Chela” tenía como amiga a Mireya, que vivía en la priva-
da donde habitaban los Flores Meyer. Empezaron a pensar
en conseguirle un novio a Mireya para salir los 4, entonces
pensaron en mí: me preguntaron si me gustaba Mireya para
novia, a lo que les contesté que sí. Un buen día le pregunté
a Mireya que si quería ser mi novia, y aunque ella era muy
tímida me dijo que sí. Acto seguido le pedí que me diera un
beso, recibí un rotundo “no” y luego vi como salió corriendo
directo a su casa. Ese fue mi noviazgo más corto: no duró
más de un minuto.
Empezamos a hacer un grupo de futbol americano. Exis-
tía la liga mayor, la intermedia y la tercera… no había una
cuarta pero nosotros la creamos al jugar contra otras colo-
nias. Mi hermano el “Pon” que estaba más grande que yo
jugaba en la tercera, y era el que nos entrenaba. Luego yo
logré jugar en la tercera. “Pon” siguió jugando, yo no, debi-
do a lo siguiente:
Por esa época, conocí a una persona que le decían “El
Portero” (su mamá era la portera en la privada de la calle
Chiapas) quien acababa de regresar de los Estados Unidos
en camión. Una noche, platicando con él (yo ya en ese tiem-
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
27
po me nacía el ímpetu de aventura, lo traía en la cabeza)
intentábamos acordar cómo podía irme a Estados Unidos.
Le conté que yo había nacido allá y que tenía mi acta de na-
cimiento. Él me dijo que llevando el acta podía pasar a Es-
tados Unidos sin ningún problema y ya estando en el lugar,
trabajando en el campo, me conseguía chamba.
Esa misma noche conté a mis padres que me quería ir a
Estados Unidos, que quería aprender a hablar inglés como
ellos (por cierto que se ponían a platicar en dicho idioma
cuando no querían que nos enteráramos de lo que iban ha-
cer: era una forma de ocultarnos lo que tramaban). Como
es natural mi papá dijo que no… “el día que te largues no te
vuelvo a recibir en la casa”.
Era muy estricto mi viejo, nos dominaba sólo con sus
ojos. Cuando estábamos en la mesa nos decía: los niños
oyen, ven y se callan la boca. No nos dejaba hablar en la
mesa cuando había gente grande, nada, ni siquiera hacer su-
gerencias. Volviendo al tema, continúo: Me dijo: “Ya te digo:
tú te vas y no regresas a esta casa porque no te recibo y a
todo esto, ¿Por qué esas ganas de largarte?” En ese instante,
lo primero que pensé fue en mi hermana: era muy dura con
nosotros, por cualquier cosa nos golpeaba con el cepillo y
como era mayor no podíamos hacerle nada, ni tratarla de
detener porque nos acusaba con mi papá, ella era la into-
cable, abusaba totalmente de nosotros. Entonces contesté:
“Mira papá, ya no soporto a mi hermana, me trata muy mal,
yo ya no quiero vivir en esta casa con ella (me acuerdo que
esa misma noche regañaron a mi hermana, una de las pocas
veces que sucedió… la tuvo duro con esa plática). Mi padre
dijo: “Aquí tienes escuela, estás en tu casa, que vas hacer allá,
no conoces a nadie, y luego… con este muchacho ¿Cómo
Juan Alberto Argomedo Samaniego
28
vas a trabajar en el campo?, nosotros tuvimos hacienda, yo
sé lo que es trabajar la tierra, tú no sabes tú no naciste para
eso.” Luego, dirigiéndose a mi hermana exclamó: “Que sea
la última vez que golpeas a tu hermano, si tienes algo contra
él por alguna falta suya, me lo dices a mí, yo me encargo de
castigarlo pero tú no tienes derecho y mucho menos de gol-
pear. Pues total… mi papá me convenció de quedarme pero
la espinita siguió ahí.
Luego de un tiempo, llegaron a la ciudad, a unos cursos
de verano de la calle Durango, unas estudiantes alemanas.
En esa misma privada vivían Ericka y Hedy, también ale-
manas. Bromeaba mucho con ellas ya que era la época de
Hitler, les hablaba de éste y ellas me correteaban.
Yo tenía un negocio de unas ratas blancas. La primera la
tenía en la cocina, arriba, donde estaba el trastero, en una
cajita. Un día llego una amiga de mi mamá a la casa (que
también tenía una de estas especies de rata) y vio al ratón
y dijo: “Ya no quiero que esté en la casa, dile a Pin que si la
quiere vaya por ella a la casa, yo se la regalo”. Así conseguí
la parejita. Yo tenía a “Pancho”, un machito y la que me dio
era hembra entonces, a quien llamé “Pancha”… Pues como
a los 2 meses ya tenían como 8 crías, a cada rato se volvían a
cruzar y tenían de 7 a 9 ratoncitos. En la azotea de la casa del
lado derecho estaba el cuarto de la mujer que ayudaba a mi
madre en las tareas del hogar… luego estaba su baño y no
había escalera, pero por donde estaba el lavadero nos mon-
tábamos al techito (había un cuarto que era como bodega
de unos 70 cm de alto) fue donde yo comencé a cuidar a las
ratas, ahí les llevaba su comida, las sobras de la casa, todo lo
que nadie se comía. Las ratas empezaron a hacer sus casas
y reproducirse a tal grado que llegue a tener como 100 o
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
29
120 ratones. Y pues ya los vendía, los llevaba a la plaza Mira
Valle y en una fuente muy grande enfrente estaba la escuela
“Alberto Correa” y cuando salían los muchachos las echaba
a la fuente y se ponían a nadar, a los niños les llamaba la
atención pero muchos no tenían dinero, entonces les daba el
domicilio de mi casa y les decía que ahí las podían comprar
y que costaban 1 peso cada rata. No faltaba quien llegara
a la casa por una rata. Siempre vendía las más grandes, las
que ya habían criado 3 o 4 veces. Con eso me compré una
bicicleta y me iba en ella con una cajita atrás en la parrilla
con los ratones.
El “Pon” era tremendo con mis papás y conmigo, tomaba
mi bicicleta, teníamos puros pleitos, cuando vivíamos en la
calle de Córdoba, nos decían: “A ver quién le gana a quién”, y
eso bastaba para que nos agarrábamos a golpes, yo creo que
unas dos veces por semana pasaba esto. Cuando me pegaba,
corría y se refugiaba en la farmacia del Doctor Solís, a veces
íbamos con este doctor a ayudarle y nos pagaba con dulces.
Era un ir y venir a la farmacia.
“Conchita”, la ayudante del doctor Solís era chaparri-
ta, medía como 125 cm, pero ya era una mujer de grande
edad… pues como yo estaba chaparrito y “Pon” alto, en mi
casa decían que me iban a casar con “Chonchita”, bromea-
ban diciendo que ya la habían pedido para mí ya que te-
níamos la misma altura. Por esto me ponía a llorar y me
cantaban una canción, la del “chaparro enojado”, y yo hacía
unos tremendos corajes con eso.
En la misma privada (de Ericka y Hedy) había un mu-
chacho llamado Carlos Villareal, el “Mamonero” (le decían
así porque decía muchas mentiras, era casi una especie de
enfermedad que tenía). Su mamá era una viuda, tenía un
Juan Alberto Argomedo Samaniego
30
departamento antes de donde estaban las alemanas, y en
este alquilaba cuartos para los cursos de verano. Yo empecé
a ir con Carlos y un día le pregunté a una americana que
también estudiaba los ya mencionados cursos: “Oye ¿Crees
que tenga problemas para ir a Estados Unidos puesto que
yo nací allá? Me pidió que le mostrara mi acta de nacimien-
to, fui por el acta, la saqué de los papeles de mi papá y se
la enseñé. Después de esto me preguntó qué edad tenía, yo
acababa de cumplir los 18 años. Me dijo que entonces si me
podía ir. Fui a la embajada americana a preguntar y allí me
dijeron que yo podía viajar a donde yo quisiera, solo tenía que
llegar a la frontera para que me dejaran pasar.
Empecé a vender todos los ratones. A propósito, por ese
tiempo mi hermana ya se había recibido de contadora pri-
vada. Yo con mi afán de irme empecé a ahorrar, para esto
ya me había conseguido un trabajo. Por las tardes iba a la
escuela y por las mañanas trabajaba con el Licenciado Vir-
ginio Galindo era muy conocido pues era uno de los dueños
del directorio de teléfonos de México, tenía mucho dinero
en acciones.
Cada vez que me sobraban 60 o 70 pesos los cambiaba
por dólares, hasta que llegó la hora. Para esto mi hermano
me comentó que dos de los Bentley que vivieron en Córdo-
ba estaban viviendo en Estados Unidos, uno en Chicago y el
otro en San Francisco (para esto mi hermano aún no sabía
de mis intenciones de irme a Estados Unidos) así que apro-
veche y contacté a Tomy (el que vivía en Chicago), por me-
dio de su mamá obtuve su domicilio y le escribí para decirle
sobre mis intenciones de irme para allá. Él me respondió
que me recibiría, y con esto quedé completamente decidido
a emprender mi primer viaje.
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
31
Cuando mis padres cumplían 25 años de casados (por
septiembre) le dije a mi hermano que me quería ir pero le
pedí que no fuera a decir nada. Vendí mi bicicleta por 100
pesos y con esto me fui a Insurgentes, pues allí salían los ca-
miones a las 8 de la mañana, se hacían 28 horas a la frontera,
no tenían baño pero el camión se detenía cuando había opor-
tunidad para buscar uno o comer algo. El hermano menor de
Tomy fue a despedirme.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
32
MIS PRIMERAS AVENTURAS
Salí rumbo a Laredo y cuando llegué a la frontera me crucé,
me acuerdo que le dije al de migración: “Ahí está mi acta de
nacimiento”, y para identificarme llevaba una credencial de
la secundaria 3. Me hizo algunas preguntas para corroborar
que fuera yo, cuando vio que no mentía, me dejó pasar.
Por fin estaba en los Estados Unidos, y me sentía conten-
to aunque mis únicas pertenencias fueran una cajita con un
pantalón y una camisa. Llegue de puros “aventones” hasta
Chicago, pero antes de llegar se me hizo de noche, en Texas.
La gente ya no me quería llevar así que llegué a un motel
y enfrente había una troca de volteo”, y como no tenía reja
decidí meterme a dormir a la caja trasera. Cuando empe-
zó a amanecer, escuché un niño que decía: “Papá, papá hay
un señor allí”..., cuando llegó el señor le tuve que pedir una
disculpa, excusándome que se me hizo de noche, le dije que
venía de México e iba rumbo a Chicago. Me dijo que no me
preocupara, hasta me ofreció un aventón y acepte, cuando
íbamos por carretera el señor me dijo que él en su rancho
tenía muchos empleados mexicanos, me ofreció trabajo y le
dije que claro sí, que yo le podía servir. Me preguntó si había
trabajado antes y le dije que no, y fue cuando me dijo que
mejor le siguiera buscando puesto, pues como no tenía ex-
periencia no iba si quiera a sacar para la comida. Entonces,
seguí mi camino.
Recuerdo que llegué a una tienda donde vendían pasti-
llas, allí atendía una gringa, le hablé en español y ella res-
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
33
pondió en inglés, y por supuesto yo nada le entendía. Ella
me dijo: “¿Mexican?” y yo respondí moviendo mi cabeza, y
eso bastó para que me corriera, había unos negritos en un
carro y se burlaron de mi. En ese tiempo la discriminación
era más dura, les hablo de 1948.
Por la carretera me levantó una pareja, ella era de Nueva
York y él era un ranchero texano, iban para Dallas Texas
para que de allí ella tomara un camión hacía Nueva York,
habían comprado pollo para comer en el camino, me ofre-
cieron las sobras de su pollo y me supo re sabroso. El texano
me aconsejó que de Dallas tomará un camión hacía Chica-
go, ya estaba cerca y tal vez no me saldría caro. Le hice caso
y compré con mis ahorros un boleto para Chicago por 19
dólares. Lo que me ayudó mucho para que me levantaran en
la carretera fue que soy rubio y de ojos azules.
Duramos casi un día en llegar y cuando llegamos ya era
de noche. Tuve suerte en encontrar una mujer que me ayu-
dó a encontrar al domicilio de mi amigo. Tomé un camión
que me dejó cerca, ya era de noche. Cuando logré encontrar
el domicilio, toqué y salió una mujer que hablaba español, le
dije: “Soy Pini, hermano de Pon. Le escribí a Tomy y me dijo
que me podía quedar con el” ella me contestó que pasara,
que Tomy era su esposo. Ella era una mujer puertorrique-
ña y estaba embarazada. Tenían dos camas pequeñas: una
donde dormía ella y Tomy y otra donde dormía un amigo
de ellos el cual venía de Monterrey y trabaja de mesero. Me
tocó dormir con su amigo, en la misma cama. Tomy me dijo
“te va a tocar dormir con él, se la arreglan como puedan” a
mí no me importó y allí me quedé.
Ya por la mañana acompañé a la mujer de Tomy al mer-
cado, me preguntó si tenía Seguro Social, le dije que no y
Juan Alberto Argomedo Samaniego
34
me dijo que fuéramos a que lo sacara. Me lo dieron fácil,
en 15 minutos. Al otro día me fui solo al centro para bus-
car trabajo, no estaba lejos, estaba como a 5 calles. Llegue al
Hotel Palmer House… no se me olvida que ahí estaba “Tito
Guisar”, el gran actor mexicano que alguna vez compartió
papeles protagónicos con el mismísimo Jorge Negrete.
Como no sabía hablar inglés sólo les decía: “work, work”.
Me pasaron con un señor que me habló en inglés, yo sólo res-
pondí: “no english”. Había otra persona que sí hablaba espa-
ñol y dijo: “Oye dice el señor que hasta qué grado estudiaste”,
yo le respondí que hasta la secundaria, y me dijo que el dueño
me iba a dar trabajo de auxiliar de mesero (el que ayuda a le-
vantar los platos sucios de la mesa) pero como sí tenía algo de
educación me dio un mejor puesto, que era sacando hielos de
una máquina, junto con otro muchacho mexicano.
Platicábamos mucho y un día me dijo que ya se iba a salir
porque le habían ofrecido un mejor trabajo en Pop Corn,
me recomendó que fuera a ver si a mí también me daban un
puesto. El trabajo era de noche, 12 horas seguidas pero pa-
gaban muy bien. Le pedí a Tomy que me dijera cómo llegar
al domicilio. Me contrataron rápidamente ya que tenía se-
guro, me dieron a elegir un horario, uno es de 5:00 am a 5:00
pm y el otro de 6:00 pm a 6:00 am. Acepté, al día siguiente
tomé mi chamarra y me presenté a trabajar.
Cuando llegué ya estaba mi otro amigo, mi trabajo era
tomar unas canastas y llenarlas de unas tiritas de maíz que
salían de una máquina que estaba en el sótano. En el lugar
habían dos hombres, al parecer afroamericanos, que pese a
estar bien tarugos tenían el mejor trabajo: se la pasaban sen-
tados, viendo la máquina sin hacer nada. Las canastas con
las que yo trabajaba eran muy pesadas, en un principio me
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
35
costó mucho trabajo levantarlas, pero no me rendí, pasando
el tiempo mis brazos eran más fuertes.
El dueño le entró curiosidad de saber quién era yo puesto
que en la fábrica había pura gente grande y yo era el más
joven, habían mujeres puertorriqueñas, mexicanas y hom-
bres mexicanos. Me pregunté qué andaba haciendo por acá
y le conté que yo soy nacido en Estados Unidos pero que
vivía en México desde niño y por esto mismo no hablaba
inglés. Pues al señor le caí bien y me dio otro puesto y éste
se trataba de llevar en cajas, al piso de abajo y por medio de
un elevador, los productos de maíz para que las mujeres los
empacaran. A estas mujeres les gustaba ponerme rojo di-
ciéndome “mi amor” y dándome besitos. Cada oportunidad
que tenía me iba con las muchachas a platicar hasta que el
dueño se enteró y me llamó la atención porque entorpecía
el trabajo de mis queridas amigas, me advirtió que si volvía
a llegar con ellas me iba a liquidar. Pasaron dos días y el
elevador se detuvo ahí con las muchachas y una me dijo:
“espérate mexicano” no me quedé mucho tiempo pero esto
hizo que al día siguiente el dueño me liquidara y me quedé
sin trabajo.
Para ese tiempo, el chico de Monterrey y yo, habíamos
alquilado un cuarto entre los dos, pero solo tenía una cama
matrimonial. Mi amigo era cocinero así que por las mañanas
hacía el desayuno. Pagábamos 8 dólares a la semana. Después
él me dio la noticia de que le habían ofrecido trabajo en un
restaurante, en una colonia mexicana, y pues me iba a dejar,
porque su novia era la dueña del restaurante y quería que tra-
bajaran y vivieran juntos. Cuando él se fue y yo sin trabajo
se me empezó a terminar el dinero, ya no podía pagar el
alquiler así que opté por esconderme en las noches en una
Juan Alberto Argomedo Samaniego
36
ventanita que daba hacía un baño deshabitado donde había
una tina en la que yo podía dormir, cubierto de periódicos,
era muy triste mi situación, era horrendo todo eso.
Llegó la navidad y me la pasé sin trabajo, ya no tenía ni
para comer, a veces iba a buscar a Tomy para que él o sus
amigos mariguanos me prestaran unas monedas para co-
mer. El día de navidad, sin dinero y solo, me puse a llorar
ahí, en ese mismo cuarto, en esa misma tina, y fue, quizá, la
navidad más triste que he pasado.
Cuando llegó el año nuevo mi situación era la misma.
Había un puertorriqueño que me invitaba a comer arroz
con frijoles negros, él vivía con otros tres, que cooperaban
con 50 centavos para la comida (siempre era la misma) muy
amables me dijeron que no me preocupara, ya cuando tu-
viera trabajo les pagaba la comida de todos los días.
Encontré por fin un trabajo, donde tenía que aplastar con
una maquinita latas, ese trabajo estaba muy a gusto, pero al
mes se terminó el trabajo. En esa temporada estaban salien-
do militares a la guerra.
Me puse de nuevo a buscar trabajo y llegué a una pastele-
ría donde obtuve mi tercer puesto, había un extranjero muy
neurótico, no sé si era Sueco o Suizo, y me pusieron de su
ayudante. Cualquier cosa que no me saliera bien se enoja-
ba y gritaba quién sabe qué cosas: yo ni le entendía. Estaba
loco ese desgraciado. Por todo me acusaba con el dueño,
hasta que los mandé al diablo, me dieron mi dinero y por
mi cuenta me salí.
Llegue al Mechandise Mark, el edificio más grande de
Chicago donde había muchos restaurantes adentro, donde
pedí trabajo y me lo dieron. Levantaba platos y los llevaba
a lavar. Entraba a las 6 de la mañana pero salía como a las 6
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
37
de la tarde, me iba muy bien, los meseros me compartían de
sus propinas. Ya tenía dinero para comprarme mi hambur-
guesa y mi refresco diario. Había convenciones a diario, ya
que los judíos en ese tiempo estaban peleando para recon-
quistar Israel: estaban en guerra.
Había un bar que se llamaba el Bugs Bunny (en ese tiem-
po yo era menor de edad, no tenía los 21 años) pero de todos
modos me dejaban entrar. Una de esas veces llegó un gringo
que llevaba caguamas de medio galón, entonces el gringo
(que era de mi edad) me dijo que si le ayudaba a comprar, ya
que a él no le vendían… Le ayudé a comprar y como forma
de agradecimiento me invitó a su casa donde vivía con 3.
Me fui a tomar con ellos. Él llego a ser mi mejor amigo de
toda la vida, compartíamos cuarto, comida, y hasta novias...
Un día los 3 decidieron irse de regreso a su tierra Alabama,
ahorraron para un carro del año 1929, de esos cuadrados to-
davía del tiempo de los gangsters. Me dijeron que ya se iban y
pues como sabían que yo estaba solo me dijeron que si no me
quería ir con ellos, y que podría vivir con una de ellos. Yo, con
mi espíritu aventurero, no lo pensé mucho y me fui.
Los cuatro salimos rumbo a Alabama, el mayor tenía
unos 35 y los otros dos eran de mi edad. Llegamos a Kentuc-
ky, había un río con un puente y lo bajamos. Nos metimos
a nadar, compramos pan, preparamos sándwiches. Al día
siguiente llegamos a Alabama y cada quien se fue a su casa y
yo me fui con Richard, tenía varias hermanas muy amables.
Me presentó con su mamá y le contó mi historia, le advirtió
también que sabía poco inglés.
A unas cuadras de la casa, estaba el parque Jordan que
era un parque hermoso, la palomilla de ese lugar me invita-
ba a jugar beisbol y futbol americano. Uno de ellos hablaba
Juan Alberto Argomedo Samaniego
38
español de apellido Castillo. Vivía con su pareja y tenían una
niña llamada Gloria, como ellos trabajaban y yo era de con-
fianza me dieron la llave de su casa para cuidar a la niña, iba
y la traía a la escuela, esta pareja se portaba muy bien con-
migo. Un día llegaron y me dijeron que cerca de allí habían
unos mexicanos que vendían tamales, les dijeron que ellos
tenían un amigo (o sea yo) que si le daban trabajo y ellos les
dijeron que con gusto me darían chamba. Me presenté y por
las noches me iba a vender tamales, pero no vendía mucho
así que decidí darles las gracias y buscar otra cosa, pero no
encontraba trabajo.
Un día decidí ir a visitar a Charly Pierce, un amigo de
mayor edad. Charly me invitó a un lugar donde cada sábado
había Square Dance, donde me divertí mucho bailando. Al
terminar la velada, Charly iba a llevar a una amiga suya a su
casa. En el trayecto decidió parar en un lugar donde unos
“negritos” vendían whisky de maíz, del que hacen clan-
destinamente en los cerros. Me emborraché y no recuerdo
mucho de esa noche pero, al despertar, un tipo me estaba
picando en la sien con una pistola, maldiciéndome y ame-
nazando con que me iba a matar. Yo no entendí nada hasta
un momento después: Charly, mi amigo, estaba con su mu-
jer en el momento en que el señor de la pistola llegó… Char-
ly tuvo que huir (me lo dijo luego), corrió entre los maizales
mientras el tipo le intentó disparar varias veces sin lograr
darle. Pues yo estaba allí metido hasta el cuello en esa bron-
ca ajena. La señora intentaba defenderme, argumentando
que yo era apenas un chiquillo y que no tenía nada qué ver
con el asunto… incluso intentó golpear al marido pero éste
la tiró al suelo y regresó diciéndome “te largas en este ins-
tante o te mato”. La señora me dijo que lo mejor era que me
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
39
fuera, así que encendí el motor y ella me dijo cómo poner las
velocidades, pues yo no sabía manejar. Pues me fui rumbo
a la carretera, que estaba a unos 30 m de distancia, pero al
llegar la crucé por completo y fui a dar a una zanja donde
quedó varado el auto. Al salir del carro había mucha gen-
te mirándome, misma que recomendó que me fuera antes
de que llegara la policía. Uno de los señores que estaban en
ese escándalo me llevó hasta Birmingham. Allí encontré a
Charly, le conté lo sucedido después de su huída y él me dijo
que no me preocupara, que él iría a recoger el carro.
Yackie me dijo que le estaba yendo mal, estaba trabajan-
do con su papá, pero sólo le daban 2 dólares por todo el día,
ya estaba cansado porque su papá y su mamá eran alcohóli-
cos, así que me dijo que por qué mejor no nos regresábamos
a Chicago él y yo, acepté y a los 3 días partimos de regreso.
Llegamos a Milwaukee Ave., a buscar trabajo, y un judío
que tenía 3 edificios nos rentó un cuarto y nos ofreció trabajo
a ambos, nos dijo que nos pagaba a dólar la hora y cuando un
edificio se desocupara nosotros lo teníamos que pintar y por
esto nos daría 8 dólares. Pero había días que no había cham-
ba así que seguí buscando trabajo. Llegué a una fábrica don-
de chambeaban polacos que habían venido de la guerra de
Polonia, era gente sin estudios (por los demás considerados
como “brutos”) empezamos a trabajar mi amigo y yo pero él
no aguanto y se salió yo, espere un mes más, mientras junta-
ba unos 50 dólares para seguir buscando trabajo. Cuando me
salí le seguimos ayudando al judío pintando cuartos, mi ami-
go y yo no la llevábamos muy bien pero a él le gustaba mucho
tomar y fumar, esa era nuestra mayor diferencia.
Empecé a trabajar en restaurantes, conocí a muchos mu-
chachos, todos ellos mexicanos, había una colonia de mexi-
Juan Alberto Argomedo Samaniego
40
canos y en ella estaba un cine llamado La Villita, allí me iba
con ellos a ver películas mexicanas. Nos íbamos a bailar y
uno de ellos me ponía un sombrero, me sentaban al final del
lugar y me daban un cigarro para que la gente no notara que
era menor de edad. Ahí empecé a fumar y beber cerveza.
Seguía viviendo con mi amigo, por las noches salíamos a
pasear, ambos teníamos unas novias gringas y nos las cam-
biábamos, pero solo las besábamos, una era muy bonita, la
otra estaba muy flaca pero estaba enamorada de mi amigo,
así que yo andaba con la bonita. Nos metíamos a un carro
unos adelante otros atrás y nos cambiábamos las novias. No
teníamos donde dormir (esa vez) así que nos fuimos detrás
de un camión como a una cuadra de ahí, pero a la una de
la mañana llegó una patrulla preguntando qué estábamos
haciendo allí (yo me puse nervioso porque esa noche me
dejaron cuidando una bolsa de marihuana pero no la vie-
ron). Les dijimos que por la mañana íbamos a comenzar a
trabajar a media cuadra de ahí, con el judío, pintando de-
partamentos, pues no nos creyeron y nos hicieron llevarlos
con el judío para que vieran que no mentíamos y así fue
como ellos corroboraron nuestra versión. El judío, de nom-
bre Bob (el Sr. Bob) nos hizo pasar para dormir ahí y por la
mañana nos dio de desayunar la señora. Nos quería mucho,
nos daba un lugar para dormir y por la mañana le trabajá-
bamos, pero como no había tanto qué hacer allí, recomendó
que buscáramos en otro lado.
Así no la llevamos un tiempo hasta que se acercaba el
fin del año, entonces decidimos ahorrar para ir a México
(mi mamá escribía para que regresara a casa). Se convenció
cuando le hablé de los 8 días de posadas, también le dije que
no habría ningún problema si se quedaba en casa. Así que
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
41
planeamos mandar las maletas a Laredo Texas, llegando allá
recogerlas, cruzarnos y llegar de ride hasta México.
Nos fuimos en puros aventones, de mañana, tarde y no-
che. Cada vez que nos recogían nos preguntaban si ya co-
mimos y las personas nos invitaban una hamburguesa, nos
invitaban el café, nos regalaban un dólar, una cajetilla de
cigarros… En ese entonces no había gente “malilla”, no ha-
bía mucha droga, en ese entonces era muy bonito y nosotros
éramos unos chamacos… teníamos 19 años. Nos pregun-
taban a qué íbamos a México y les contaba que yo era de la
Ciudad de México y que íbamos a mi casa a pasar Navidad.
Pues las personas siempre trataban de dejarnos en una bue-
na orilla de la carretera para no caminar mucho y que nos
dieran otro aventón rápidamente.
Me acuerdo que llegamos a Dallas, bajamos caminando,
pero fue un tramo corto como de 20 minutos y había un res-
taurante pequeñísimo en forma de triángulo como, de unos
5 m cuadrados más o menos. Pedimos un café que en ese
tiempo valía 5 centavos y nos sentamos (ya habíamos pedi-
do aventones toda la noche estábamos cansados). Recuerdo
en ese lugar había un dibujo, donde estaba un mexicano con
sombrero, echado junto a un cactus, recargado durmiendo
y este dibujo decía: “No perros, ni mexicanos, bienvenidos”
(estaba escrito en inglés) y mi amigo Jackie hizo señas con su
dedo como diciendo “qué bueno que no pareces mexicano”.
Seguimos pidiendo aventones, llegamos a la frontera,
tomamos nuestras maletas. Y de allí nos fuimos a México,
pero ahora nos fuimos en camión y recuerdo que nos costa-
ba como 8 o 10 dólares.}
Juan Alberto Argomedo Samaniego
42
DE VUELTA EN CASA
Cuando llegamos a casa, mamá nos recibió. Jackie platicaba
con mis papás en inglés, se vacilaban entre ellos. Por cierto
que nos quedábamos en el cuarto de atrás y compartíamos
una cama doble.
En las posadas salíamos a divertirnos, lo presenté con
mis amigos de Durango y rápidamente encajó con ellos, lo
invitaban a tomar, porque eso sí, a Jackie le encantaba to-
mar. También se hizo amigo de Erika y de Hedy. Se hizo
novio de Hedy. La familia de Hedy tenía dinero, trabajaban
en la casa de valores. Así puso un negocio pequeño, donde
fabricaban muñequitos de Disney, que se pintaban. Él nos
llevaba a los cabarés y pagaba todo.
PREPARATIVOS PARA VOLVER
A LA AVENTURA
En una de las posadas Jackie se emborrachó, los muchachos
lo empujaron y empezándolo a provocar para pelear logra-
ron que nos liáramos a golpes con ellos hasta que nos sepa-
raros. Ese día llegué a dormir como a las 4 de la mañana.
Ya cuando desperté mi mamá me dijo: “¿Sabes lo que paso
anoche?” Me contó que Jackie agarró su maleta, se fue al
parque y se quedó dormido, llegó la policía por él, y lo lle-
varon a mi casa, para confirmar si no mentía diciendo que
vivía con nosotros.
Después Jackie me contó que mi mamá le dijo que si quería
irse a Alabama ella le pagaba el pasaje, siempre y cuando yo
no me fuera con él. Yo le dije que no aceptar pues no quería
quedarme, nos teníamos que regresar juntos a Estados Unidos.
Fuimos con Carlos, el que les alquilaba cuartos a los tu-
ristas, para ver si Jackie podía quedarse con él y Carlos dijo
que sí, esto mientras se regresaban a Estados Unidos. En la
plática con Carlos. Nos dijo que quería irse con nosotros a
Estados Unidos, su mamá decía que si lo podíamos ayudar
lo ayudáramos. Y había un muchacho, “Cuenca”, que era
muy bravo Y tenía un documento como del Seguro Social,
que se había encontrado o lo compró, no sé, le pedimos que
nos prestara ese papel para que Carlos pasara la frontera. El
documento decía: “Identificación, marca especial: tatuajes
en brazo izquierdo, Mispha” (que era un nombre bíblico).
Para esto Jackie y yo habíamos aprendido que si tomabas
43
Juan Alberto Argomedo Samaniego
44
un lápiz, le amarrabas 2 agujas y usabas tinta china, podías
hacer una tatuaje; pues le hicimos la marca en su brazo iz-
quierdo, le sanó la cicatriz y hasta quedó bonito, al menos
era una tatuaje real. Sería fácil pasarlo de este modo.
Otro muchacho, Luis Orodica, era hijo de un diputado,
tenían mucho dinero, vivían por el donde estaba el Ejército
nacional… éste se quería ir con nosotros pero estaba muy
chamaco, de apenas 16 años, y no queríamos llevarlo. Nos
dijo que su papá tenía una gasolinera y que podía sacar bi-
lletes para el pasaje, entonces nosotros le dijimos que sí.
Carlos tenía tíos en California y nos iban a aceptar a los
4, pero antes debíamos pasar a Torreón a ver si sus tíos que
vivían ahí le prestaban dinero. Pusimos la fecha para el día
siguiente y ya por la mañana estábamos listos Carlos, Jackie
y yo, el otro no llegó y eso fue bueno porque estaba muy
chiquillo. Nos fuimos los 3 a Buena Vista, compramos bole-
tos en un tren de tercera, con bancas de madera, y este nos
dejó hasta Torreón. Fue un viaje muy pesado ya que el tren
se llenó de más, Carlos se paró y le quitaron su lugar, una
señora se sentó casi en mis piernas así que mejor me paré,
terminamos en un escalón, compartiéndolo cuando uno y
otro estábamos cansados.
Cuando llegamos a Torreón ya no teníamos dinero, pero
lo positivo es que Carlos llegaría con su familia de Torreón
para que le prestarán. Pero lamentablemente no tenían dine-
ro y no podían recibirnos a nosotros, solo a Carlos. Le dijeron
que pasara a Ciudad Juárez donde otro de sus parientes tenía
una reguladora de maíz y seguramente el sí podría prestarle.
Llegamos al paso Texas en la noche, sólo Jackie y yo, Car-
los nos alcanzaría allá, mientras conseguía dinero. Llegamos
con una de mis parientes que vivía allí, le expliqué que no
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
45
teníamos dinero, íbamos de paso y no teníamos dónde dor-
mir, ella muy amable nos hizo pasar y por la mañana nos
dio de desayunar. Mi tía me dio el domicilio de mi prima
que anteriormente había ido a México, ella era muy bonita y
llegó a ser reina de una famosa maraca de automóviles. Pues
la fuimos a visitar, le contamos lo que nos pasó y nos dio 10
dólares y un café a cada uno. Eso fue excelente, en realidad.
Seguimos nuestro camino hasta que decidimos quedar-
nos en un Hotel de segunda, era muy barato. Abajo del Ho-
tel había una cantina que tiene un corredizo por debajo del
lado derecho y había gente tomando y orinando. Era ho-
rrible (jaja). Pasaron los días hasta que Jackie decidió re-
gresarse a Alabama, por lo mismo que no teníamos dinero
ni comida. Lo acompañé a la carretera y en cuestión de 10
minutos se lo llevaron. Yo me quedé con unos primos y al
siguiente día llegó Carlos.
Aprovechamos que en la frontera había tantos soldados
que fácilmente se podía pasar ya que no tenían mucho tiem-
po de checar bien los documentos. Llegamos al paso Texas
y de allí puro aventón hasta que llegamos a las doce de la
noche a un pueblo Las Cruces, de Nuevo México. Encontra-
mos un tráiler con lona y ahí nos metimos a dormir. A las
3 o 4 de la mañana ya no aguantaba el frio. Así que mejor
me levanté para sentarme en un café que estaba enfrente,
en cuanto me bajé, él se despertó todo asustado y me pre-
guntó a dónde iba (estaba asustado pobrecito). Le dije que
no aguantaba el frío y que prefería sentarme en el café y me
dijo que mejor iba conmigo, cuando se paró calló de frente
con las rodillas dobladas, no sabía hasta ese momento que
tenía problemas con sus rodillas y con el frío no resistieron
el esfuerzo de levantar su propio cuerpo.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
46
Por la mañana nos dieron un aventón y el pobrecillo
señor llevaba su lonche y no lo ofreció. Qué amabilidad la
suya. Llegamos a un pueblo de Arizona, no recuerdo bien
el nombre, algo así como “Globe”. Habían pocas casas (en
ese tiempo yo ya hablaba mejor el inglés). Le dije a una per-
sona que íbamos para los Ángeles pero no teníamos dine-
ro, le dije que mi camisa estaba nueva que se la vendía en
un dólar, el señor me dijo: “cómo crees que te voy a dejar
sin camisa, mejor toma el dólar” le agradecí y con eso fui a
comprar leche, pan y “boloni” para hacernos unos sándwi-
ches. Le dije a Carlos que ya sabía cómo hacerle para sacar
dinero, solo era hacer lo mismo que con la persona anterior:
les daría pena aceptar la camisa y nos darían dinero. Ya por
la noche, en un aventón, íbamos entrando como a un cerro
donde había un motel. El señor que nos llevaba dijo que
preguntáramos a ver si nos podíamos quedar ahí ya que el
ya no podía llevarnos, nos bajamos y encontramos un baño
pequeñito, le dije a Carlos que nos quedáramos allí, pero
al poco tiempo llegó un señor chaparrito y nos preguntó
que estábamos haciendo ahí, le dije que no teníamos dónde
quedarnos y respondió que él tampoco, que ese era su lugar
de dormir. Pues los 3 nos acomodamos como pudimos, uno
en la taza, otro a un ladito y otro en el pedazo que quedaba.
A las 6 de la mañana seguimos pidiendo aventones. Íba-
mos en un tráiler con cabina y cama para dormir, en la cabi-
na había una peluca y una foto, en ese momento nos dimos
cuenta que esta persona era gay. El tipo nos dijo que si ya
habíamos comido, le dijimos que no y salió a comprarnos
comida. Le dije a Carlos que si qué hacíamos, Carlos dijo
que esperáramos y que si las cosas se ponían feas nos baja-
ríamos y seguiríamos pidiendo aventones. Pasaron como
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
47
tres horas cuando esta persona llegó y nos dijo: “les traje
una hamburguesa a cada uno, fui por un amigo mío, para
que estuviéramos aquí los 4”. Me miró y me dijo “Tú ponte
aquí” y yo le dije que no, lo siento. Se molestó y nos dijo que
no nos iba a molestar pero cuando amaneciera teníamos
que irnos, pues muy temprano salimos hasta que llegamos a
los Ángeles. No pasó “a mayores”.
Estando allí, Carlos llamó a su familia para avisar que
ya habíamos llegado, la familia nos recibió muy bien, cada
quien tenía su cama y nos dijeron que mañana mismo iba a
ayudarnos a buscar trabajo. Ese día nos llevaron a comer y a
pasear. Por cierto la hija de esa familia estaba recién casada
con un italiano llamado “Pachino”, como el artista, era abo-
gado y tenía mucho dinero, tenía su casa propia y dos o tres
que rentaba, el también nos llevó a pasear.
A los dos días el tío me dijo que tenía un amigo que ven-
día tamales, tenía una fábrica donde los hacía y me quería
dar trabajo. Me esperó al día siguiente a las seis de la maña-
na en una calle cercana. El trabajo era hacer masa y relleno,
pero lo demás lo hacía una máquina que sacaba los tamales
en tiras como de 12 cm, después se envolvían en una hoja de
elote, estuve 3 o 4 días, hasta que me cansé y le dije a Carlos
que mejor me iba a ir a Alabama con mi amigo, al fin Carlos
ya estaba con su familia y trabajando.
Antes de irme la Tía de Carlos me dio el domicilio de una
tía mía que vivía en los Ángeles, fui a visitarla me recibió
muy bien, me dijo que vivía con su hijo y el estaba arriba,
pero que no me recomendaba subir a visitarlo porque se la
pasaba drogado, ya que estuvo en la Guerra, terminó he-
rido, le inyectaban morfina para el dolor y se hizo adicto,
ahora el mismo gobierno le paga la morfina.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
48
Seguí con los aventones hacia Alabama pero eran avento-
nes cortos, terminé caminando por el desierto, con un calor
terrible a la salida de California, no me recogían y pasaban
muy pocos por esa inhóspita zona, recuerdo que traía una
chamarra de cuero y mientras caminaba la aventaba de puro
coraje. En el camino encontré a un señor que me aconsejó que
mejor me fuera en tren, llegué a la estación y ya había como
unos ocho vagabundos encima del tren y yo también me subí.
Esos vagabundos eran muy humanos, vivían gozando.
Como había tirado mi chamarra en el desierto porque
no la necesitaba, uno de ellos que ya iba a bajarse del tren
me dio su chamarra que era de soldado. Después me tuve
que bajar de ese tren para tomar uno de carga y cuando me
iba a subir a ese tren un muchacho me dijo que me podía ir
dentro del tren por donde estaba la máquina y no hay pro-
blema, él y sus amigos eran los que le ponían el carbón a la
máquina del tren. En la noche ya estábamos en Arkansas,
me pidieron que me bajara porque ahí ellos se quedaban,
era una estación de tren muy grande.
Me salí, caminé y me encontré una cafetería, me senté
a pedir un café, cuando de repente llega el maquinista y le
pregunta a la muchacha: “¿Qué le pidió?” la muchacha le
respondió: “un café” y él le dijo que me preparara una ham-
burguesa y él la pagaba. Me pidió que me fuera atrás de la
cocina a lavarme la cara, mi cara me dolía, no podía ni to-
carla de tan quemado que estaba, cuando llegué al lavabo,
unos afroamericanos trabajadores no pudieron contenerse
y se echaron a reír al verme. Cuando salgo miré a la gen-
te y todos estaban riéndose de mí, y es que mi cara estaba
toda llena de hollín por el humo de la chimenea… nomás
me brillaban mis ojos claros entre la penumbra total que
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
49
los enmarcaba. Me avergoncé tanto que me comí rápido la
hamburguesa para salirme e ir buscar otro tren.
Me dormí en una banca de estación y por la mañana
tomé otro tren, cuando estábamos en Misipi se me acercó
un policía a decirme que me largara, yo le dije que por qué,
y él me tiró una cachetada, sacó una pistola revolver y me
apuntó. Me dijo que aquí no andaban vagabundos en trenes.
Me llevó a la estación y me dijo que esta vez la pasaba pero
que si me veía en dirección a los trenes me iba a meter a la
cárcel 3 meses por vagancia y, no sólo eso, sino que también
esos 3 meses me pondrían a trabajar. Cuando me salí, él mi-
raba si iba para la carretera o en dirección a las vías.
Me fui por la carretera y un doctor me levantó, ya en
confianza me dijo que tenía un hijo menor que yo pero que
estaba medio sonso y quería presentármelo para ser amigos
ya que yo era más aventurero, pensaba que así se le quitarían
los miedos a su hijo. Me invito a comer y ahí platicando con
el del restaurante me dijo que su esposa estaba a punto de
tener un bebé y que necesitaba un nuevo ayudante, ofreció
me quedara unos meses trabajando allí. Mientras platicába-
mos el doctor aprovechó para ir por su hijo.
Cuando el señor volvió me trajo una caja de ropa fina
muy buena y veinte dólares, me dijo que su hijo no estaba
pero que, mientras, me dejaba eso.
Le dije al señor del restaurante que la verdad quería lle-
gar a Alabama por mi amigo para irnos a Chicago. El señor
me deseó buen camino y yo partí.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
50
RUMBO A CHICAGO
Decidí, una mañana, ir a encontrarme con mi amigo Jac-
kie, que se había separado del grupo desde que estuvimos
en El Paso Texas. Sus padres vivían en Alabama, así que
arribe hasta su domicilio para preguntar por él, averiguar si
había tomado ruta por Chicago.
El padre de Jackie (recuerdo que padecía de alcoholismo),
vendía frutas y verduras en “la picata”, por ello, cuando llegué
a sus aposentos, sólo encontré a la madre de mi amigo. Me
recibió bien pero tenía para mí malas noticias: Jackie estaba
en la cárcel, a causa de una riña con un chofer de los camiones
urbanos. No supo decirme más detalles, pero me envió con
Cristina, la hermana mayor del susodicho, pues era ella quien
sabía “a ciencia cierta” los porqués de la situación.
Cristina era ya una señora y vivía muy humildemente con
su marido. Cuando la visité me contó que Jackie andaba bo-
rracho (lo que no era extraño para mí), que al transbordar el
transporte urbano el chofer le quiso impedir el acceso, dado lo
notorio de su estado. La versión oficial fue que Jackie provocó
la riña, que llegó la policía y, como era natural, se lo llevaron.
A su llegada el marido agregó que ellos no tenían dinero,
pero que venderían su escopeta para pagar la fianza de su
hermano, y cuando éste saliera de prisión le comunicarían
de mi visita y lo enviaría conmigo, a Chicago, a donde me
dirigí después de aceptar quedarme con ellos una noche (su
generosidad me convido a quedarme allí hasta que Jackie
quedara en libertad).
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
51
No sé si fue por todo lo acontecido con Jackie en relación
a los camiones, pero esta vez me fui en tren. Dormí, y poco
antes de llegar a la estación de tren, mientras mis compañeros
de vagón estaban totalmente ebrios, miré por la ventanilla y
pensé: “A esta hora, quisiera ser un ranchero, que reciente-
mente se levantó para disfrutar su desayuno para atender sus
tierras, para iniciar la jornada, rodeado de aire puro…”.
Media hora después de estos pensamientos y esa visión
en duermevela de la borrachera en el vagón, llegamos a la
estación. De allí partí de ride hacia la calle Milwauke, donde
tenía unos amigos que seguramente estarían dispuestos a
brindarme hospedaje. Una vez instalado comencé a buscar
trabajo, encontré una vacante en un restorán francés habi-
tado por un piano, velas tenues, lujos y gente adinerada que
dejaba, obvio, excelentísimas propinas que me compartían
los meseros. Mi trabajo era sencillo: levantar los platos y
acercarlos a quien habría de lavarlos.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
52
EN LA CÁRCEL, CON EL ESTÓMAGO VACÍO
A los pocos días, como lo previeron su hermana y su cuña-
do, Jackie fue puesto en libertad y viajó, sabrá dios cómo,
hasta Chicago. Nos mudamos a un cuarto que rentaba el ju-
dío, a quien a veces le ayudábamos a pintar las habitaciones
desocupadas. Éramos como hermanos, salíamos siempre
juntos a conocer chicas norteamericanas, nos sentábamos
en unas gradas cualquiera y teníamos largas charlas. En los
tiempos en los que un plato de carne con chile, en un res-
torán, te costaba 25 centavos, asistíamos frecuentemente a
comer a un establecimiento en especial, donde con esa can-
tidad quedábamos perfectamente satisfechos.
Un día salimos a cenar a ese mentado lugar. Eran las
once de la noche. Nos paró una patrulla para interrogarnos
y quedaron convencidos de que regresaríamos a casa. Por
supuesto, seguimos rumbo al restorán, cuando la “autori-
dad” se había marchado.
Al parecer, no fue una gran decisión, pues al encontrarnos
de nuevo con la misma patrulla, los policías nos arrestaron y
pasamos la noche entera en la delegación.
Nuestro apetito nocturno nos puso varias veces más
frente a frente, camino al restorán, y toda vez nos envió de
regreso, con todo y nuestras ganas de un platillo de deliciosa
carne de veinticinco centavos. El conductor de esa patrulla
nos odiaba.
De ese tiempo recuerdo a dos preciosas amigas: Betty
y Oredel. Aquélla estaba enamorada de Jackie y ésta salía
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
53
conmigo. Una sureña muy bella. Nos volvimos inseparables,
una cosa muy especial. También recuerdo a Carlos Ramírez,
un amigo mexicano que frecuentaba. Un día me lo encon-
tré con un parche en la nariz. Luego supe que su anterior
nariz no le gustaba y que por ello lo operaron. Se la dejaron
de lujo, como de artista, una cosa muy bonita. El caso es,
pues, que me recomendó a su mismo doctor, después de ver
mis problemas para respirar, contingencia de una riña entre
contra otro mexicano, allá en la calle Durango.
Me operaron y me dejaron un poco mejor la nariz. Era
un dolor insoportable después de la intervención.
Carlos y su hermosa nueva nariz viajarían a México para
pasar Navidad con sus paisanos, en compañía de unas ami-
gas. Su plan era viajar en autobús hasta Laredo y luego hacia
su país. Sonaba bien el plan y acepté la invitación que me hizo
de acompañarlos. Aunque nos separamos en la frontera, un
sábado, lo recuerdo bien, los acompañé a beber unas cervezas
en un salón de la colonia Guerrero, ya en México. Allí Carlos
y yo gustábamos de ir al Salón “Los Ángeles” a beber y bailar.
Fue allí donde comenzó mi afición por el baile.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
54
RUMBO A NUESTRO ACOSTUMBRADO
VIAJE A ACAPULCO
Antes de regresarnos, decidimos ir a Acapulco, como cada
año. Llegábamos a casa de la familia Luiquidiano, los cuales
rentaban unas camas de lona, quienes nos rentaban unas ca-
mas de lona (de esas que se abren) y nos quedábamos en un
patio adaptado como habitación, medio techado, por dos
pesos la noche. Allí llegaban siempre unos 8 o 12 amigos de
la palomilla.
Todos llevábamos poco dinero ese año, así que nos
separamos: yo me fui de aventón, como era mi costumbre.
El primer aventón me dejó en Taxco. Allí me senté, levanté
a mano para pedir el nuevo ride, y me levantaron dos mu-
chachos norteamericanos que iban directo hacia Acapulco.
Al llegar allí les di las gracias y me encontré con mis amigos,
a quienes esa misma noche conté mi buena fortuna.
Volví a encontrarme con los norteamericanos al
día siguiente, en la playa, a quienes invitamos a “la roque-
ta”, un lugar a donde íbamos simplemente a divertirnos.
Como nosotros éramos buenos nadadores (y ahorrado-
res además) nos iríamos nadando, pero recomendamos a
ellos rentar una ancha y encontrarnos allá, pero prefirie-
ron acompañarnos a nuestro modo. De regreso volvimos
igual, nadando, pero sin los amigos extranjeros, quienes
rentaron una lancha, después de todo. Los volvimos a en-
contrar al día siguiente, conversando con tres chicas gua-
pas mexicanas. Como las chicas eran tres y ellos dos, me
invitaron. No pude dejar de decir que sí, y terminamos en
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
55
la terraza de su hotel, escuchando música y bebiendo unos
tragos. Quedamos amigos y me dieron su teléfono de De-
troit, adjuntando el comentario de que en su ciudad había
mucho trabajo en el negocio de los autos.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
56
DE REGRESO HACIA CHICAGO
Después de estar allí unos cuantos días y volver a la ciu-
dad, mi hermano Pon, Jorge Aveleira y yo (los tres teníamos
pasaporte y acta de nacimiento norteamericana) decidimos
partir hacia Chicago. Nos despedimos de nuevo de la fami-
lia y partimos a mi modo: de ride.
Así llegamos hasta Laredo, Texas, mostramos nues-
tros papeles y pasamos la frontera. Allí decidimos comprar
un boleto y turnarnos: dos de aventón y uno en autobús,
pues era difícil que nos levantaran a los tres en la carretera.
Primero le tocó a Pon, hasta Dallas. De Dallas a Misuri, le
tocó a Jorge.
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
57
EL BIGOTE DE “PON” Y EL DESTINO
El bigote de Pon fue un factor importante en el curso de
nuestrodestino.Parecebromaperonoloes.Yolehabíareco-
mendado a Pon quitarse el bigote para disimular su notoria
mexicanidad. Me ignoró y fue por ello que nos molestaron
durante el viaje. En una de esas veces, nos perseguían unos
muchachos en bicicletas, persiguiéndonos y diciéndonos de
cosas. Fue también por el bigote que una patrulla nos paró
y dudo de nuestra nacionalidad debido a nuestro aspecto,
más claro en Pon, de mexicanos. Mostramos identificacio-
nes y dijimos ser norteamericanos criados en México. Eso
ayudo pero fue debido al bigote que nos salvamos de caer
presos nuevamente. La policía buscaba a un preso que tenía
cierto parecido con Pon, incluso en la estatura, casi en todo,
salvo en el bigote. Fue el condenado pero bendito bigote el
que hizo a los policías desdecirse de sus sospechas y hasta
recomendarnos el tren para evitarnos problemas. Después
de todo Pon tuvo razón. Los polis argumentaron que el pa-
saje costaba sólo un dólar y se ofrecieron a llevarnos hasta la
estación más cercana. Nos convencieron.
De ride llegamos a Misuri y encontramos a Aveleyra. Yo
estaba todo desvelado y cansado, por lo que les pedí hacer
uso de mi turno para ir en camión hasta Chicago, y una
vez allí enviarles dinero para que me alcanzaran del mismo
modo. Aceptaron y llegué por fin a casa de Jackie, en la her-
mosa ciudad de Chicago.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
58
UN AÑO MÁS EN CHICAGO
Yackie me envió con Sam, el dueño de los departamentos
donde trabajaba, para pedir un adelanto de su sueldo y en-
viarles “el giro”. Llegaron a media noche a casa de Yackie,
quien nos hospedó a todos nosotros en un cuarto, donde
preparábamos espagueti que compramos con el dinero que
nos quedaba hasta que fuimos encontrando trabajo. Pon fue
el primero en encontrar trabajo en un fábrica. Luego Jorge
encontró trabajo en un restorán de hot-dogs, ayudándole al
dueño. Yo no me preocupé porque mi suerte para conseguir
trabajo me lo procuraba. Así fue como, rápidamente, en una
zona industrial me contrataron en la fabricación de piezas
de autos. La paga era buena y el dueño me permitió llevar-
me a Jorge a trabajar conmigo. Luego me cambiaron a otro
departamento. Las piezas que debía fabricar en este nuevo
espacio eran más complicadas, levaban más tiempo y yo no
tenía la experiencia necesaria, por lo que comencé a ganar
menos. El dueño de la fábrica ignoro mis quejas al respecto
y, ese mismo día, renuncié.
Pronto y en esa misa zona encontré trabajo en un lugar
donde pintaban camas para el ejército. Allí me volvieron a
hablar de Detroit: mucho trabajo, decían. Decidía irme a
Detroit y así lo comuniqué a Jorge y a Pon, quienes se entu-
siasmaron cuando agregué que les enviaría dinero para que
fueran conmigo a trabajar allá. Pon era el más feliz por esto,
puesto que su exnovia se acaba de mudar allá y, por suerte,
él tenía su dirección.
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
59
EN BUSCA DE UN MEJOR TRABAJO: DETROIT
Finalmente partí a Detroit y encontré una casa en la que
me cobraron 13 dólares la semana, con alimentos inclui-
dos. Esa misma semana busqué y contacté a los amigos
que conocí en Acapulco, quienes me recomendaron ir a
una fábrica de autos donde estaban contratando a mucha
gente. Entré a trabajar ese mismo día, con turno de 3 a 11
pm. Fue al cuarto a quinto día que escribí a mi hermano
con buenas noticias: ya estaba trabajando y tenía un lugar
para los tres.
Después me informé de otra fábrica de Westinghouse,
donde pagaban muy bien. El dueño había estado en la Gue-
rra Mundial, acababa de pasar. Me contó que un mexicano
había salvado su vida, estaba muy agradecido por eso, así
que como yo era mexicano me dio trabajo. Como era bueno
para las matemáticas, me dio trabajo memorizando núme-
ros de series y ayudando a los demás a hacer pedidos.
Mi amigo y mi hermano llegaron a Detroit y comenzaron
a trabajar en una fábrica de galletas.
A Pon le conseguí trabajo luego donde mismo que yo, y
como era alto lo contrataron especialmente para alcanzar
las cajas en lo más alto de todo lo almacenado.
Después fuimos a saludar, para mayor alegría de Pon, a la
familia de su ex novia. La señora de la casa nos dijo que su hijo
en dos días se iba a las fuerzas armadas, en la zona de aviación,
asíqueibaateneruncuartodesocupadoynoloofrecióenren-
ta. Nos agradó mucho la idea y nos quedamos con esa familia.
Después nos compramos un coche que, por cierto, nos
Juan Alberto Argomedo Samaniego
60
salió muy barato: 45 dólares cada uno. En ese tiempo era yo el
que manejaba mejor y llevaba a todos a sus respectivos trabajos.
Una vez llegó Tony, un alemán. Éste era el nuevo novio
de la ex novia de “Pon”, no lo presentaron y nos hicimos
buenos amigos.
Después del tiempo uno de los que trabajaba con noso-
tros nos comentó que tenía un departamento, con recama-
ra, cocina, baño y patio; estaba rentándolo, fuimos a verlo y
nos gustó. Para esto Jorge no quiso irse con nosotros porque
se le hacía más complicado, él se quedó. Para esto Tony, el
alemán, nos dijo que si podía irse a vivir con nosotros 2,
aceptamos y nos fuimos los 3.
Tony tocaba el acordeón y un domingo fuimos a escu-
charlo. Nos divertimos mucho, bailamos un baile sencillo
estilo alemán y de ahí en adelante nos gustó frecuentarlo a
él y a su grupo de amigos alemanes para escucharlos ejecu-
tando su música.
Jorge siguió viviendo con los Rivera y todos seguimos
con la misma rutina ya descrita: el trabajo, los amigos, los
pequeños viajes…
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
61
PIN Y PON EN DETROIT, Y DE VUELTA A MÉXICO
Un día fuimos a visitarlos, a él y a Betty. Decidimos ir al cine.
Betty se sentó entre Pon y yo y, al poco rato de que comenzó
la película, ella osó intentar tomarme de la mano. Ella ya no
estaba con el alemán y tampoco pensaba volver con Pon,
por lo que comprendí que sus intereses se dirigían hacia mí.
Continuó, me puso la mano en la pierna, se me acurrucó
luego en un abrazo que no logró disimular muy bien pues
Pon de se percató de la situación. Al regresar a casa hable
con mi hermano muy en serio. Le dije que no quería que
por despecho hiciera algo en contra de quien fuera, que yo
no lo iba a aceptar. Que el simple hecho de que Bety había
sido su novia no era motivo suficiente. Agregué que, como
yo no le había hecho mucho caso, ella iba a querer volver
con él (con Pon) por despecho. Le sugerí que respondiera
como hombre, que regresara con ella y se fuera a vivir a otro
lado. Pon me comentó que no tenía intenciones, ni la más
mínimas, de volver a tener una relación con Bety.
Los jueves, que era día de paga, nos dábamos el lujo de
comer un restorán mexicano muy bueno, donde nos cam-
biaban, además, nuestros respectivos cheques.
A mi hermano Pon siempre le gustaron las chicas bien
portadas, con ese aire inocente. Así, conoció a una escuincla
con la que le gustaba jugar canasta uruguaya y nos invitaba
a casa de su mamá para el efecto. Yo me aburría, así que
prefería irme al cine solo.
Se aproximaba la Navidad y teníamos intenciones, como
cada año, de ir a México. Los inconvenientes eran nuestro
Juan Alberto Argomedo Samaniego
62
auto, el que no creímos que resistiera hasta México, y por
ende, que debíamos trabajar duro para obtener otro auto
antes de la fecha y pagarlo mes con mes. Llegó diciembre y
logramos obtener el carro para nuestra aventura. Pedimos
25 días de descanso en el trabajo y partimos hacia nuestra
otra patria. No paramos en ningún hotel, el viaje fue direc-
to. Pon ya manejaba así que me ayudaba en los tramos más
ligeros o sencillos para manejar, y yo en los difíciles o más
traficados. Mientras uno manejaba e otro dormía y así llega-
mos a casa, en medio de un muy grato recibimiento. Luego de
unos días, en los que disfrutamos de las fiestas Navideñas que
incluyen las tan bonitas posadas, nos fuimos en nuestro auto
recién adquirido hacia Acapulco, como era de suponerse.
El viaje fue hermoso, tal como se repetía después de cada
Navidad, dejándonos con las ganas de volver al año siguien-
te y compartir con nuestra “palomilla”.
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
63
EL DESAFORTUNADO ACCIDENTE DE PON
De regreso a Detroit, Pon venía manejando. Le advertí que
cuando llegáramos a Jacala me despertara para manejar, ya que
era más complicada esa zona. Me quedé dormido y desperté
sólo al escuchar un grito. Me encontré dentro del auto, que
daba vueltas y vueltas. El tarugo de mi hermano iba más rápido
de lo normal y terminamos volcados. Al terminar el aparatoso
accidente yo salí por la venta, buscando a Pon, pues este no se
encontraba ya dentro del carro. Al salir lo encontré aproximán-
dose hacia mí por la carretera. Había salido volando y se aca-
baba de levantar. Recogíamos las maletas cuando un repentino
dolor dobló a mi hermano y lo hizo caer al piso: se había frac-
turado la columna vertebral. Cuando por fin logramos dar con
un doctor, éste nos dijo que no nos podían atender allí, que de-
bíamos llamar a una ambulancia para un traslado. Decidimos
llamaramamáyellaasuvezllamoanuestropadrequienenvió
una camioneta (ya que trabajaba en gobernación) misma que
nos llevó de regreso hacia la capital en México.
A la distancia de 6 puertas, en la calle Durango, nuestra
calle, había un sanatorio muy bueno y fue allí donde nos asis-
tieron. Mi hermano quedó incapacitado por varias semanas,
en las que tuvo que llevar puesto un yeso que lo inmovilizaba.
Recuerdo que durante las posadas me había hecho novio
de Gloria, una dama muy bonito de ojos azules a la que, a mi
regreso, invité a mi casa. Mi padre se enteró de que estába-
mos allí y no le gustó nada la situación. Tuve una riña fuerte
con él, incluso mi madre llegó después gritando, pero Gloria
no se enteró de nada.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
64
SOLIDARIDAD CON MIS AMIGOS:
EL CRUCE DEL RÍO COLORADO
Cuando ya pensaba regresarme a Estados Unidos “Chato” y
el “Poeta Santana” querían irse conmigo, les dije que como
ya no tenía dinero y me pensaba ir en camión hasta el cruce
y de allí en aventón. El papá de “Chato” era nuestro doctor
de toda la vida y dijo que si nos llevábamos a su hijo (menor
que yo por 2 años) pagaba el pasaje. Les dije que fueran a
sacar la visa y en cuestión de 2 días se las dieron. Pon se
quedó, rehabilitándose.
Cuando estábamos en el cruce los metieron a unas ofi-
cinas y cuando salieron me informaron que los mandaron
de regreso, yo no podía dejarlos solos así que buscamos la
forma de cruzar por el río. Estuvimos como 4 días, hasta
que ellos lograron cruzarse mientras que yo pasaba por el
puente, pero como no podíamos arriesgarnos a comprar un
boleto de camión ya que los podían agarrar, decidimos ir-
nos en tren.
Cuando íbamos en los vagones llovió, terminamos mo-
jados y nos secamos con el mismo calor del cuerpo. El tren
hizo una parada en un pueblo, el que cuidaba el tren nos
dijo: “miren muchacho aquí vamos a estar como 20 o 30
min, cerca hay un café por si quieren comprar algo”. Les
dije a mis amigos que yo me iba solo para que no los viera
la migra, compré 3 hamburguesas y 3 cafés, cenamos y al
tomarnos un café nos calentamos un poco. Cuando llega-
mos a San Antonio nos bajamos, nos metimos al pueblo a
buscar un hotel para dormir. Rentamos un cuarto para los
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
65
tres, ellos se quedaron allí mientras yo iba a las cantinas, me
metí a una a preguntar si la migra estaba muy pesada en ese
lugar, la persona que le pregunté (aparte de invitarme una
coca cola) me dijo que él podía ayudarme: “Hay una parada
a la salida de San Antonio, ahí no hay migración, pues están
solo en la estación, yo los llevo para allá, hablo por teléfono
y pido que pasen a recogerlos, paso por ustedes al hotel”.
Todo salió perfecto, llegamos hasta Chicago, felices de
la vida, y luego de allí hacia la calle Milwaukee. Pensaba
que tenía que irme a Detroit sino quería perder mi chamba,
pero por lo pronto la salvación era Chicago porque ahí esta-
ba Jackie y de una forma u otra estaríamos bien.
Renté un cuarto para los 3, en ese lugar había muchos
puertorriqueños, fui a conseguir chamba, primero llevé a
“Chato” y le dieron trabajo en una fábrica, después el Cha-
cho fuimos a un lugar donde arreglaban motores eléctricos,
él sabía de eso pues es lo que estudió, pero como no hablaba
inglés no se lo dieron. El señor del edificio nos dijo que tenía
motores para que le arreglara, Chacho se quedó arreglándo-
los y, mientras tanto, salí. Al volver me encontré con un gran
escándalo: la intervención de Chacho sobre los motores ha-
bía causado la baja de luz de todo el edificio; el dueño estaba
muy molesto y le dijo: “Lárgate de aquí, ya no te quiero aquí,
mira nada más lo que hiciste…”. Y así fue como tuvimos que
abandonar el lugar.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
66
PINI EN LA MARINA NORTEAMERICANA
Me llegó, en ese tiempo, una carta del servicio militar, don-
de se leí que era una orden de carácter obligatorio que yo me
presentara, y que de otro modo me buscarían. Me presenté.
Allí me realizaron un examen médico para corroborar que
me encontraba en buenas condiciones, por lo que me die-
ron a elegir entre el oficio de soldado o marino, a lo que pre-
ferí el último, puesto que me imaginaba grandes aventuras y
me llamaba la atención su porte de guerreros. Me pidieron
que me presentara el próximo lunes, por la tarde, para salir
en tren rumbo a Carolina del Sur. Para esto, le dije a “Cha-
cho” que tomara mi acta de nacimiento para ver si podría
ayudarle el documento para encontrar un mejor trabajo, y
e anuncié mi salida a Detroit, donde avisaría de mi nueva
aventura en el servicio militar y, al mismo tiempo, pondría
al tanto a nuestros patrones sobre la condición médica de
Pon, quien quería volver a su trabajo una vez que se en-
contrar bien recuperado. Así fue, fui y vine en poco tiempo
cumpliendo con el cometido. En Chicago se quedaron mis
dos amigos. Como despedida nos emborrachamos. De esa
vez recuerdo que “Chacho”, pasado de copas, un poco más
que nosotros, vomitó y comenzó a invocar a una tal “Che-
la”: “Ah, estoy enfermo… pero del corazón… Chela, estoy
enamorado de Chelita… Ah… no importa si muero: ¡Estoy
enamorado de Chelita!”.
Al día siguiente, temprano, salí hacia la estación de tren.
El viaje fue muy singular: otra borrachera, una grande. Éra-
mos unos 100 o 150 los que nos embarcamos en esa nueva
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
67
aventura. Cuando por fin llegamos al pueblo ya nos espera-
ban los Sargentos para trasladarnos, al otro día por la maña-
na, a París Island, una pequeña isla, obvio, donde recibiría-
mos entrenamiento. Nos dejaron allí muy temprano, en el
lugar donde recibimos el desayuno. Eran unos tipos fuertes
groseros. Nos llamaban imbéciles, idiotas; nos amenazaban,
nos amedrentaban diciéndonos: “no saben en lo que se me-
tieron; nos los vamos a “madrear”, les romperemos todo el
hocico hasta que se hagan hombres de verdad; en cuanto
terminen el desayuno se salen; pueden fumar por turnos,
pero no tardarse más de 15 minutos; si alguien se tarda más,
se las verá con nosotros… así le va a ir…” Comimos rapidí-
simo para poder fumar.
La rigurosidad en el manejo de la disciplina era bastante.
Por ejemplo, ese día, nos indicaron que no querían colillas
por el piso: se debían deshacer por completo pero el papel
debía guardarse, una vez que se haya tirado el tabaco restante.
Nuevamente nos subieron a unos camiones y nos lle-
varon a unas barracas donde otros nos estaban esperando,
llegando nos dijeron que nos quitáramos la ropa, nos die-
ron unas bolsitas para ponerla y entramos, totalmente des-
nudos, a un lugar donde nos ponían inyecciones una del
lado derecho y otra del lado izquierdo, fueron como 6 o 7
y nunca supe para que fueron. Nos mandaron a otro lado
donde nos raparon el cabello y luego nos mandaron bañar.
Al salir nos dieron una toalla a cada uno y ropa de trabajo.
Ahí nos asignaron 2 barracas (un pelotón se forma como de
80 y eran como 38 o 40 en cada barraca). Nos dieron 3 cam-
bios de ropa incluyendo la interior. No pusieron a tender
y destender las camas unas 10 veces; luego de un rato nos
llevaron al comedor para recibir una ración de alimentos; al
Juan Alberto Argomedo Samaniego
68
regresar fue la misma rutina de tender y destender la cama
fueron como 2 horas. Como a las 6 nos dieron la cena y al
terminar continuamos, otra vez, acomodando y desacomo-
dando la cama. Un sargento pasaba por el pasillo y tiraba
una moneda sobre las sábanas para ver si estaban bien he-
cho el trabajo, si la moneda no saltaba un poco, ordenaba
que realizara la misma acción otras 5 veces.
A las 5am del día siguiente nos levantaron y nos man-
daron a las regaderas y rasurarnos; todos andábamos a la
carrera porque si se te hacia tarde te golpeaban. No tenía-
mos descanso, marchábamos unas 14 horas al día. Depués
de una semana nos mandaron a “los obstáculos”. Había un
gordito que, debido a su peso, no lograba pasar una pared
de 2metros; cada vez que caía le daban una golpiza, el pobre
dejó de comer y solo tomaba agua; como al mes bajó unos
15 kilos para lograr pasar la pared. También nos daban 5
minutos para armar y otros 5 minutos para desarmar un
arma (un rifle M-1).
Un día amanecí con temperatura corporal muy alta, así
que no me metí a la regadera y tampoco me rasuré. Cuando
nombraron lista preguntaron si alguno no se había rasura-
do, levanté la mano y me dijo el sargento que por la noche lo
visitara. Cuando se hizo noche me mandaron llamar y me dije-
ron que fuera con el Sargento y que me llevara mi rasuradora.
Cuando llegué el sargento me ordenó que tomara una cubeta
y me la pusiera en la cabeza. Con ésta encima, como pude, me
rasuré, sin agua ni jabón. Me raspé tanto que me saqué la san-
gre, el sargento tomó una escoba y le dio un golpe a la cubeta
que llevaba a modo de casco. Quedé todo atarantado.
Cuando hacíamos fila el sargento pedía 2 voluntarios y
todos rehuíamos por miedo. Se acercaba a nosotros y, mo-
Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba
69
lestos, cacheteaban a quien se le diera la gana por el sólo he-
cho de no participar. Luego pedían 3 y de volada, por miedo,
nos ofrecíamos. El sargento decía: “Ahora sí, estúpidos…
¿Saben para qué los quiero? Para que corran 20 veces, ida
y vuelta, y el que se canse me las paga.” Todo era disciplina.
Juan Alberto Argomedo Samaniego
70
LA FRACTURA EN MI MANO
Y LOS CAMBIOS INESPERADOS
Unos de los obstáculos era una alberca no muy profunda
como de 30cm con una cuerda en medio. Tenías que brin-
car, tomar la cuerda y saltar del otro lado. Eso ya antes lo
habíamos hecho y yo era de los primeros de la fila. Recuerdo
que cuando lo intentamos mojamos a uno de los Sargentos.
El mismo dirigente nos puso luego un obstáculo que no se
podía lograr. Cuando quise tomar la cuerda me la quitó y
pegué contra el borde de la alberca, me detuve con las 2 ma-
nos pero el cuerpo siguió hacia adelante y fue así como me
lastimé la muñeca.
No dije nada, por miedo, pero cuando ya no aguantaba
el dolor le dije a otro sargento sobre mi accidente, me vio mi
muñeca y estaba completamente hinchada. Me llevaron a la
clínica, me checaron, me dieron unas pastillas y me inyec-
taron, me sacaron radiografías y así supieron que mi mano
estaba rota. Como en la isla no había como enyesarme me
mandaron a un pueblo en Carolina del Sur. Me tuvieron 2
o 3 días hasta que me operaron. Al salir de la cirugía me
enyesaron por 3 meses.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.
Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.

More Related Content

What's hot (16)

Ventayovski
VentayovskiVentayovski
Ventayovski
 
Reflexiones el olivo
Reflexiones el olivoReflexiones el olivo
Reflexiones el olivo
 
Tomo ii, besos
Tomo ii, besosTomo ii, besos
Tomo ii, besos
 
Cuaderno 1 Amalgama
Cuaderno 1 AmalgamaCuaderno 1 Amalgama
Cuaderno 1 Amalgama
 
El patriarcado
El patriarcadoEl patriarcado
El patriarcado
 
Ponencia Gonzalo Pérez. Pasajes y Vivencias Humildes
Ponencia Gonzalo Pérez. Pasajes y Vivencias HumildesPonencia Gonzalo Pérez. Pasajes y Vivencias Humildes
Ponencia Gonzalo Pérez. Pasajes y Vivencias Humildes
 
Amor y amistad
Amor y amistadAmor y amistad
Amor y amistad
 
para mi amigo verdader
para mi amigo verdaderpara mi amigo verdader
para mi amigo verdader
 
Perú / Lima / Inés Sierra
Perú / Lima / Inés Sierra Perú / Lima / Inés Sierra
Perú / Lima / Inés Sierra
 
A través del Monzón
A través del MonzónA través del Monzón
A través del Monzón
 
Poesias y poemas de Mario benedetti #1
Poesias y poemas de Mario benedetti #1Poesias y poemas de Mario benedetti #1
Poesias y poemas de Mario benedetti #1
 
Cuento mi querida Sarita
Cuento mi querida SaritaCuento mi querida Sarita
Cuento mi querida Sarita
 
Leonor
LeonorLeonor
Leonor
 
Benedetti
Benedetti Benedetti
Benedetti
 
Benedetti 2
Benedetti 2Benedetti 2
Benedetti 2
 
Nostalgia
NostalgiaNostalgia
Nostalgia
 

Similar to Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.

1939 real R. ORTIZ
1939 real   R. ORTIZ1939 real   R. ORTIZ
1939 real R. ORTIZrobertoortiz
 
Perez de san roman, carmen charo recuerdos del camino
Perez de san roman, carmen charo   recuerdos del caminoPerez de san roman, carmen charo   recuerdos del camino
Perez de san roman, carmen charo recuerdos del caminoLoqueSea .
 
Del sufrimiento a la paz. Ignacio Larrañaga
Del sufrimiento a la paz. Ignacio LarrañagaDel sufrimiento a la paz. Ignacio Larrañaga
Del sufrimiento a la paz. Ignacio Larrañagainfocatolicos
 
1 co.incidir 93 nov 2021
1 co.incidir 93 nov 20211 co.incidir 93 nov 2021
1 co.incidir 93 nov 2021maliciapino
 
Proyecto 001 Carmen Solo / España / Ciclos Lunares
Proyecto 001 Carmen Solo / España / Ciclos LunaresProyecto 001 Carmen Solo / España / Ciclos Lunares
Proyecto 001 Carmen Solo / España / Ciclos LunaresEl taller del artista
 
Tópicos clasicos
Tópicos clasicosTópicos clasicos
Tópicos clasicosbelenge
 
Libro Reflexionemos de Martha Rivero ExaUDEM LPS '76
Libro Reflexionemos de Martha Rivero ExaUDEM LPS '76Libro Reflexionemos de Martha Rivero ExaUDEM LPS '76
Libro Reflexionemos de Martha Rivero ExaUDEM LPS '76ExaUDEM
 
Las huellas en el rostro
Las huellas en el rostroLas huellas en el rostro
Las huellas en el rostroNorman Rivera
 
PublicacióN Volver A Los 17 Ceia San Javier
PublicacióN Volver A Los 17 Ceia San JavierPublicacióN Volver A Los 17 Ceia San Javier
PublicacióN Volver A Los 17 Ceia San JavierFrancisco Cisternas
 
De certezas terremoto y miga de pan
De certezas terremoto y miga de panDe certezas terremoto y miga de pan
De certezas terremoto y miga de paneducacionsinescuela
 
Bucay, Jorge: El camino del encuentro
Bucay, Jorge: El camino del encuentroBucay, Jorge: El camino del encuentro
Bucay, Jorge: El camino del encuentroMugares
 
Boletín Literario MAL DE OJO. numero 07, julio
Boletín Literario MAL DE OJO. numero 07, julioBoletín Literario MAL DE OJO. numero 07, julio
Boletín Literario MAL DE OJO. numero 07, julioIsabel Guerrero
 
Lanzamiento de un libro honesto
Lanzamiento de un libro honestoLanzamiento de un libro honesto
Lanzamiento de un libro honestoJulián Carreño
 

Similar to Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F. (20)

1939 real R. ORTIZ
1939 real   R. ORTIZ1939 real   R. ORTIZ
1939 real R. ORTIZ
 
Perez de san roman, carmen charo recuerdos del camino
Perez de san roman, carmen charo   recuerdos del caminoPerez de san roman, carmen charo   recuerdos del camino
Perez de san roman, carmen charo recuerdos del camino
 
Del sufrimiento a la paz. Ignacio Larrañaga
Del sufrimiento a la paz. Ignacio LarrañagaDel sufrimiento a la paz. Ignacio Larrañaga
Del sufrimiento a la paz. Ignacio Larrañaga
 
El xi mandamiento
El xi mandamientoEl xi mandamiento
El xi mandamiento
 
Libro de la Feria de Marmolejo 2016
Libro de la Feria de Marmolejo 2016Libro de la Feria de Marmolejo 2016
Libro de la Feria de Marmolejo 2016
 
1 co.incidir 93 nov 2021
1 co.incidir 93 nov 20211 co.incidir 93 nov 2021
1 co.incidir 93 nov 2021
 
Proyecto 001 Carmen Solo / España / Ciclos Lunares
Proyecto 001 Carmen Solo / España / Ciclos LunaresProyecto 001 Carmen Solo / España / Ciclos Lunares
Proyecto 001 Carmen Solo / España / Ciclos Lunares
 
Tópicos clasicos
Tópicos clasicosTópicos clasicos
Tópicos clasicos
 
Libro Reflexionemos de Martha Rivero ExaUDEM LPS '76
Libro Reflexionemos de Martha Rivero ExaUDEM LPS '76Libro Reflexionemos de Martha Rivero ExaUDEM LPS '76
Libro Reflexionemos de Martha Rivero ExaUDEM LPS '76
 
Las huellas en el rostro
Las huellas en el rostroLas huellas en el rostro
Las huellas en el rostro
 
PublicacióN Volver A Los 17 Ceia San Javier
PublicacióN Volver A Los 17 Ceia San JavierPublicacióN Volver A Los 17 Ceia San Javier
PublicacióN Volver A Los 17 Ceia San Javier
 
De certezas terremoto y miga de pan
De certezas terremoto y miga de panDe certezas terremoto y miga de pan
De certezas terremoto y miga de pan
 
Cadáveres Exquisitos 1.0
Cadáveres Exquisitos 1.0Cadáveres Exquisitos 1.0
Cadáveres Exquisitos 1.0
 
4710
47104710
4710
 
El discurso que no será
El discurso que no seráEl discurso que no será
El discurso que no será
 
Bucay, Jorge: El camino del encuentro
Bucay, Jorge: El camino del encuentroBucay, Jorge: El camino del encuentro
Bucay, Jorge: El camino del encuentro
 
Juvenal y juliana
Juvenal y julianaJuvenal y juliana
Juvenal y juliana
 
Boletín Literario MAL DE OJO. numero 07, julio
Boletín Literario MAL DE OJO. numero 07, julioBoletín Literario MAL DE OJO. numero 07, julio
Boletín Literario MAL DE OJO. numero 07, julio
 
Lanzamiento de un libro honesto
Lanzamiento de un libro honestoLanzamiento de un libro honesto
Lanzamiento de un libro honesto
 
Catalejo/6
Catalejo/6Catalejo/6
Catalejo/6
 

Pini. El viajero de la 12ª de Córdoba, colonia Roma, D.F.

  • 1. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 1
  • 2. Juan Alberto Argomedo Samaniego 2 Pini, el viajero de la 12a de Córdoba, colonia Roma, d.f. Juan Alberto Argomedo Samaniego © México d.f. Contacto pini30@outlook.com 045 (33) 3456 2151
  • 3. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 3 El viajero de la 12a de Córdoba, colonia Roma, d.f. PINI DE HABER NACIDO 100 AÑOS ANTES, HUBIESE SIDO PIRATA.
  • 4. Juan Alberto Argomedo Samaniego 4
  • 5. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 5 PINI, CIUDADANO DEL MUNDO El libro que tiene usted en sus manos, generoso lector, es una bitácora de odiseas personales y es, al unísono, una aventura más. A mis 83 años no he podido remediar mi propensión al viaje y a creer en la posibilidad, siempre más grande, de embellecer el sentido de vivir permitiéndose el goce sin alejarse del equilibrio y de la productividad, como precaución y centro mismo de este contento. Ante el riesgo de perderse en el anonimato que propicia el miedo, me pro- puse emprender la búsqueda de mi propia presencia, con la camaradería universal como filosofía vital. El cosmopolita conoce que el tiempo es un flujo constan- te de posibilidades. La emergencia de buscarse en la alegría y la trashumancia, no permite más camino que la improvi- sación, trazar el mapa mientras se avanza, sin cesar, en este interminable ejercicio de desprendimiento y de fe, la de un ser decidido, que actúa en consecuencia de sus deseos. Este tipo de aventurero pretendí ser (delego al lector la voz que juzgará si lo he logrado) sin imposiciones externas, con un gusto cuya embriaguez tenía su manantial en los su- cesos mismos, que eran ya celebración del cumplimiento de nuevas rutas autoimpuestas. Conviví con todo tipo de seres y estuve en todo tipo de situaciones, con la seguridad que dona el autocontrol y la amabilidad (no sin una pizca de impulsividad necesaria que luego da lugar a la anécdota lúdica) y de otras aptitudes de quien atiende a su sentido de sobrevivencia pero, sobre todo, aprende a disfrutarlo, pues a éste se está apegado en tierras extranjeras.
  • 6. Juan Alberto Argomedo Samaniego 6 Quiero, sencillamente, homenajear a la vida, enfatizando que el simple hecho de respirar es un signo insuficiente de existencia. Con la vida estoy agradecido y por ello, sin más pretensión que la de compartir con algunos seres que me rodean o que anduvieron conmigo siempre, tal o cual tra- mo, día, hora, o un pequeño pero significativo instante. Pretendo resaltar el agradecimiento, además, con to- dos los que participaron de estos hechos: familia, amores, amigos, enemigos. En todos habité o me habitaron, con sus palabras, actos, ausencias, para saberse aprendiz de otros y en otros, experimentando o siendo espectador de la expe- riencia. El cómo y el porqué participamos de la vida es la forma que damos a la materia prima de existir, que es tiem- po. Tiempo con el que escribimos en la página invisible que leerá, en su corazón, aquel que me recuerde. Yo intenté la jo- vialidad, la autenticidad, la solidaridad y el arrojo, como los instrumentos para escribir que de este modo fui feliz y sigo aquí, a pesar de que el peligro y las adversidades no fueron pocas, aunque tampoco ni muchas, sino sencillamente las que tuvo que absorber mi aprendizaje de bohemio y trota- mundos, ciudadano del mundo que encontró en todo esto, como un tesoro imperecedero, el valor de la amistad. ¿Y el amor? ¿Qué con el amor? Se preguntará alguno, en respuesta inmediata a mis afirmaciones anteriores. Del amor fui víctima y victimario, supe encontrar en la mujer el significado de esta vida, pues es en éste donde se dan las temperaturas más altas de la alegría, la tristeza, y sus va- riantes en nostalgia, melancolía, morriña, soledad, incluso muerte, pero siempre resurrección. Pues bien, quise plas- mar aquí lo que el amor me ha dado y me ha quitado, con el que sigo en deuda por tanta y experiencia, sin dejar jamás de
  • 7. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 7 complacerse en este interminable noviciado. La mujer hiere tal como enamora: sin misericordia. La mujer cura y se da tal como hiere: siempre apasionada. Mujeres tuve muchas y aunque las diferencias entre ellas fueron causa definitiva de mi asombro y, no pocas veces, de mi espanto, todas ha- cían coincidir su importancia en mi vida: la de desaprender, también, porque la vida es más bella a partir de la inocencia, con el favor de lo insospechado, a lo que me arrojé como un novicio empedernido. Dejo en sus manos, pues, lo más valioso de mi vida, no este libro, por supuesto, sino los recuerdos que a través de éste revivo y comparto. Enhorabuena, amigo lector, y muy buen viaje.
  • 8. Juan Alberto Argomedo Samaniego 8
  • 9. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 9 DE HABER NACIDO 100 AÑOS ANTES, HUBIESE SIDO PIRATA. PINI
  • 10. Juan Alberto Argomedo Samaniego 10
  • 11. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 11 DE CALIFORNIA A SALVATIERRA Nací fuera de México, en California, donde mi padre, des- pués de finalizar labores diplomáticas en los Ángeles (allí conoció a mi madre y contrajo nupcias), fue transferido al co- nocido Centro de Caza y Pesca de San Diego. California fue pues el primer punto del mapa, porque la vida, que para mí no era más que un lapso de tiempo habi- table, sería un perenne camino. Punto que pronto sufriría, en esa necesaria sucesión de movimiento, su hermosa trans- mutación en línea, principio físico de todo viaje. Aunque siempre me basté a mí mismo y éste es uno los orgullos más grandes que me constituyen, lo cierto es que compartí el vientre materno con mi hermano. Nacimos cuates, circunstancia que habría de ser determinante en mi carácter y mis decisiones posteriores, como el lector podrá ir adivinándo- lo. No fuimos los primogénitos: estos honores fueron de mi hermana Ana María, cinco años mayor que nosotros. A penas nacimos y mis padres se mudaron. Fue hacia pueblo de Salvatierra mi primera mudanza (lugar que ya poco recuerdo), y ésta, el acto inaugural de mi vocación en la tras- humancia. Allí mi padre tuvo una gran y bella casa, figurando como uno de los hacendados importantes del lugar, vecino in- mediatodesuhermanaAuroraysushijos.Miabuelo,quienvi- vía a sólo un par de calles de distancia, tenía también una casa amplia y agraciada que hoy en día hospeda a las operaciones de banamex, como suele suceder con las casas céntricas y bo- nitas del país: bienes siempre ofertados a las grandes empresas nacionales y trasnacionales.
  • 12. Juan Alberto Argomedo Samaniego 12 Es oportuno aquí nombrar a la principal gestora del mi nombre de batalla. Mi sobrenombre, “Pini”, fue el resultado del jugueteo verbal de mi tía Aurora. Para todos los gemelos o cuates de todos los tiempos se tiene un mote genérico, a dúo, y nosotros no fuimos la excepción. El nuestro se nos otorgó a muy temprana edad, cuando ninguno de los dos, ni mi hermana mayor, teníamos la capacidad verbal para sec- cionar las frases en palabras: “Pin y Pon”, nos decían; “Pini-y Pon” fue lo que entendimos (en una suerte lúdica el primer vocablo jaló a la solitaria conjunción). Resultado de una de- fectuosa pronunciación infantil o de las “simplonadas” a las que dio lugar dicha ocurrencia, se me fue quedando “Pini” (neologismo, hasta donde sé), y este es el decir con el que aún se me identifica. Nuestros alias no fueron vistos, por mi parte, como un menoscabo. Por el contrario, hasta el día de hoy y con gran agrado, respondo al nombre de Pini y es así como me recuerdan en los diferentes lugares del mundo donde puse algunas huellas. De ahí partimos hacia el lugar donde, por albergar mi niñez y adolescencia, echaría hondísimas raíces mi nostal- gia: la ciudad de México, urbe que sería el pivote y temporal descanso de mi hiperactividad geográfica.
  • 13. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 13 PRIMEROS PASOS, CIUDAD DE MÉXICO Nosasentamosenunadelasmáshermosaseimportantes(más aun en aquellos días) calles de la colonia Roma: la Doceava de Córdoba. Allí habitamos una singular caterva de amigos, los que habría de frecuentar a partir de entonces durante toda la vida, en reuniones anuales o semestrales, para compartir nues- tras anécdotas, comulgar y disentir, reír, degustar alimentos y vinos, pero sobre todo para ponernos al tanto de lo que el otro ha producido o recorrido, en medio de agradables tardea- das-veladas destinada a compartir los más valiosos recuerdos. Grato destino el de mi origen, pues inauguré la aven- tura de mi vida en el núcleo mismo de una centralización cultural muy evidente y, también, dadas las circunstancias históricas (un país virgen en muchos de los sentidos, hos- pitalario, vamos, ávido de inclusiones), asistí con asombro a un festín multicutural que habría de marcar de forma defi- nitiva una filosofía vital: aquí y allá, donde estuviese, se me reconocería por una facilidad innata para la camaradería y por una investidura de ciudadano del mundo. Mi calle la caminaban alemanes, franceses, norteameri- canos y, por supuesto, mexicanos venidos de todos los rin- cones de la república. Llamaba la atención la presencia de la comunidad judía, sus atavíos y sus costumbres sincretizadas con lo nuestro. No puedo dejar de nombrar su sentido sec- tario de la convivencia, pese a estar inmersos en esta galería de disfrutables disimilitudes. Recuerdo con claridad la sina- goga a la que se asistía asiduamente y a la que difícilmente los niños mexicanos (o, para ser precisos, cualquiera que no
  • 14. Juan Alberto Argomedo Samaniego 14 fuese de ascendencia judía) podríamos tener acceso. Quizá por el antisemitismo que por supuesto existe, uno a uno los niños judíos con los que tuvimos oportunidad de cohabitar, fueron alejándose de nosotros en la medida que la costum- bre judía (los lineamientos paternales) se parecía más a una adultez precoz impuesta por las creencias religiosas, unas que no podían rechazar y que, sin duda, fueron mermando la libertad y la candidez infantil de nuestros juegos: crecían y se distanciaban de lo que consideraban diferente, y así por muchas generaciones, los niños judíos de la cuadra se aleja- ron del resto poco a poco. Como es bien sabido, la ciudad de México estaba en vías de desarrollo. Si bien ya era una ciudad importante, no cabe ya la comparación con el monstruo urbano de nuestros días. La rumba, el danzón, la vida bohemia, la propensión al es- parcimiento, la productividad empresarial, el desarrollo de la prensa y los otros medios de comunicación que no muy lejos de nosotros encontraría importantes protagonistas so- ciales posteriores y, cabe recalcar, la seguridad y la tranqui- lidad… son algunos de los tópicos de la riqueza cultural que manifestaba esta nueva patria. En esa época aún éramos bebés “de pecho”. Para mi madre era pesado abastecer a ambos con sus preciados frutos mater- nos, por los que decidieron, ella y mi padre, contratar una no- driza. Pini —para servirles— el elegido para beber el alimento donado, signo que, curiosamente, pareciera haber marcado dos diferentes destinos: Pon fue la vida doméstica, la tranquili- dad del núcleo familiar y sus apegos; Pini fue el aventurero hi- peractivo… el desapegado, pues, dirían las generalizaciones; el que fue feliz a lo largo de este libro: esa tajada de gloria que la vida le ha brindado.
  • 15. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 15 La nodriza, por cierto, iba con nosotros a todos lados. Y fue testigo de nuestras primeras diabluras, la que repetiría- mos oficiosamente durante toda la niñez. Recuerdo aquella vez que en el parque tuvimos una disputa entre “carnales” (dicen que éramos “tremendos”) y así rompimos una cá- mara profesional que tuvo que pagar mi padre, luego del reclamo y del natural enojo del fotógrafo, que hacía tomas confiado a la estabilidad de su “tripié”. Cursamos el “jardín de niños” recibiendo, además, clases particulares de una maestra. A veces nos llevaba al parque y nos compraba globos… aún recuerdo con alegría esos días. Pronto nos enviaron a estudiar a la escuela de mi hermana, la Benito Juárez. El de nuestra intendente doméstica (la se- ñora Flores Meyer, hija de un alemán) asistía con nosotros. Luego,enprimeraño,fuimosalInstitutoInglés.Alamaes- tra que nos tocó le decíamos “La Mocha”, porque le faltaba un pedazo de nariz (?). Pobre, porque además recuerdo que al finalizar el año no hubo suficiente alumnado y la escuela tuvo que cerrar. Pon acreditó su pase de año. Pini (hablo en terce- ra persona en estos casos) reprobó. Así que mi hermano fue adelantado un año de aprendizaje académico en lo venidero. Mis padres averiguaron y dieron con otra institución si- milar en la calle de Chiapas, entre Mérida y la Piedad (la Piedad era lo que es ahora la avenida Cuauhtémoc), el Cole- gio Roma. La directora de la institución, quien también im- partía clases, era la mismísima madre de Carlos Madrazo, el influyente político mexicano. En esa escuela pasé dos años. Recuerdo que en ese tiem- po a Madrazo le comenzó a remunerar el ejercicio burocrá- tico, tanto que, dicen, sacó a su mamá de trabajar, y que por ello la escuela Roma cerró, y volvimos a la Benito Juárez.
  • 16. Juan Alberto Argomedo Samaniego 16 Yo entré a cuarto y Pon a quinto. Signo de mexicani- dad, costumbre, pues, es que uno tenga que (a propósito de los madrazos) agarrase a golpes a cada cambio de escuela. Talvez para obtener respeto y aceptación. Yo no inventé la cultura, es casi al contrario. El caso es que así eran ya las reglas, y así llegó el buen día en que, en cumplimiento de mis conductas colectivas de identidad, casi como un ritual (tras el cual te dejaban de molestar por el resto del año), tuve que liarme a trancazos con uno. Luego con otro, y así… En el primer “tiro” me fue bien y del segundo no me quejo. Los nuevos compañeros me aceptaron en sus círculos de amigos. Pon reprobó ese año, por lo que nos tocó juntitos en quinto, a la distancia que tomaban nuestras bancas con- tiguas. Compartíamos el salón con un par de gemelos, de cuya relación entre los cuatro recuerdo cierta antipatía que alguna vez nos llevó a pelear. El maestro nos pilló en el acto y, haciendo uso de un insólito método correctivo, el escar- miento ideado consistió en hacernos continuar con la pelea frente al resto de los compañeros, hasta que después de un round o dos nos separo. Siempre recordaré este sentido muy claro del espectáculo que nuestro tutor escolar le imprimió al asunto, no tengo palabras. Lo extraño y lo chusco es que funcionó, al menos por un buen rato.
  • 17. MIS AMIGOS DE LA DOCEABA DE DÓRDOBA Quiero advertir la única norma de este caprichoso capítulo a algunos puede parecer ocioso o excesivo: el ejercicio es el de recordar nombres y lugares de mi barrio, ese lugar tran- quilo, donde se podía jugar en las calles dada la ausencia de tráfico y de delincuencia, dada la confianza entre esa pobla- ción cuya cifra moderada permitía un mejor calidad de vida, un mejor aprovechamiento de los espacios y del tiempo. Todos los vecinos de la Doceava de Córdoba continuamos en contacto. En su mayoría profesionistas, la gente de esta calle es y fue gente cuya amistad se agradece y no en pocos casos ha crecido: gente hermosa que estimo y que respeto. A este capítulo, pues, llamémosle paréntesis. Es un re- cordatorio de personas específicas que fueron actores claves de aquellos días. Aquí me permito el gusto de recordarlos y donar su historia a más de algún lector ajeno a nuestra vida. Empezando por la calle de Córdoba y Chiapas, recuerdo la farmacia del Doctor Solís, ya su ayudante “Conchita”, una intendente simpática y chaparrita. En una vía privada vivía Abelardo Montaño, y al fondo los Bentley, donde tiempo después habitaron Aveleyra. En la privada 220 vivía Maleras, un español gruñón y quizá un poco paranoico, tendencia evidente en los canda- dos de la reja de su casa, que hacía cerrar y abrir a quienes compartían el pasillo con él, reja que nos impedía convivir con cierto amigos después de cierta hora. Después de las 7 u 8 de la noche, “El Maleras” llegaba y lo hacíamos enojar Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 17
  • 18. Juan Alberto Argomedo Samaniego 18 con una canción: “Malerón bonbón” “Malerón bon-bon”, y cuando reaccionaba, acercándose para llamarnos la atención, corríamos. Era un señor avaro, según decían, que no sacaba a su hija (con la que vivía solo) por no gastar su dinero. En la “privada” contigua, en el lado opuesto, vivían los García Torres, Javier y Lupita. Javier era tartamudo. “Ja-ja- javier” respondía si le preguntabas por su nombre, humor involuntario que ameritó su apodo: “El Jaja”. Después seguían los Martín del Campo, 2 hermanos, un oficial de tránsito y un muchacho que, pobrecillo, sufría de alguna deficiencia mental. Así, supongo que influenciado por alguna película o qué se yo, se subió a la azotea del de- partamento de un piso y pretendió usar un paraguas como paracaídas. Cayó feo, obvio, y se fracturó un hueso del bra- zo. En la casa que albergó este último hecho vivieron luego los López Guerrero, eran 4 hermanos: las chica era Gracie- la, “Chela”, una muchacha bastante bella, después le seguía Adolfo y le decíamos “Bobys”, luego “Lalo” y por último la mayor, “Licha”. Más al fondo vivía Aurora Ortiz. Ya más abajo, vivió Salvador Sierra el cual, por cierto, siendo chamaco se sacó la lotería (o al menos eso es lo que se dijo) y escondió el dinero detrás de un ladrillo, lugar que el padre descubrió. Encontró un dineral, como 50 mil pesos, y aprovechó la menoría de edad de su hijo —el chamaco tenía sólo 14 años— para administrar el dinero y así fue que puso una imprenta. En el departamento que sigue vivieron Jorge, Filemón y la hermana Mónica. Seguía una casa grande (las casa eran todas casi igualitas) donde vivían unos judíos cuya hija se llamaba René. Esto colindaba con una privada donde ha- bitaba el paisano Javier García Torres que vivía en la parte
  • 19. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 19 alta que colindaba con la azotea. Éste se hizo novio de René y cuentan que por ello los judíos decidieron vender su pro- piedad y cambiar su domicilio. En la casa contigua compartían sus espacios dos herma- nas, una hermosísima, delgada y de ojos azules, y la otra gorda… En fin… Después los Musali, familia millonaria. Y todos estos últimos también eran judíos. Otros vecinos fueron los Murrieta, quienes venían desde Teziutlán, Puebla. Más adelante se cambiaron los Levinson: María, Olga, Arnoldo, “Chata” y Alejandro, uno de ellos se- ría luego presidente del Club Pumas. Enfrente vivían los hermanos Michel. Luego vivió ahí Manuel Carmono, venían del sureste, adelante estaba el doctor Athie, y en el sótano habitaba un estudiante de me- dicina, el entonces joven Manolo Bustamante. Luego seguían las “Leonas”. Así les decíamos a unas chi- cas porque una de ellas en cierta ocasión le arrojó a su no- vio, en la cara, todas las cartas que éste le había enviado. En otra privada, también bonita, al entrar el número 1 vivieron los García Besné, mejor conocidos como los “Pin- güinos”. En el número 2 vivían los Flores Meyer: Marthita, o “Tatas”, la niña de nuestra edad, Luis, 2 años mayor, y Alfre- do Fello, que distaba de su edad con 5 años. En el 3 vivía “El Pollo”, cuyo padre tenía un negocio de insecticidas. Después se encontraban los Fernández: Margarita, Cristina, Lucila y “Pepe”, quienes estaban bajo la tutela de su tía, una costurera del barrio, ya que el padre trabajaba de noche. Al departamento 1, de los García Besné, se mudó una amiga, muy popular en la colonia Roma, la “Nena Dupont”. Al dos, luego, se cambiaron Blanquita, Mireya y Serigo el “Tito”, la familia Olave.
  • 20. Juan Alberto Argomedo Samaniego 20 Donde antes vivía el “Pollo” llegaron los Fernández y al 4 arribaron los Santana: Daniel el “Chacho Santana” (al que más adelante le llamamos “El poeta Santana”, por los discursos tre- mendos que se aventaba), y sus hermanas, María y “Chofi”. En la privada 223, había un departamento que daba a la calle, donde vivía Reyna Musali, a quien Novello le gritaba “reina de la mierda”, para luego afirmar que él era Napoleón. Ella era neurasténica, por cierto. En La 221 estaban los Peniche, yucatecos; en el 2, los Contreras, unas amigas de Veracruzl lindísimas; en el 3, no me acuerdo (así pasa); en el cuatro nosotros, y arriba unas mujeres gemelas, también judías. La sinagoga estaba en la calle de Córdoba, calle que daba casi al Estadio Nacional. Según un ritual de aquel entonces entre la sociedad ju- día, los sábados no debían apagar las luces. Esto lo sabíamos bien ya que cada noche del sábado nos esperaban a mí o a mi hermano para que lo hiciéramos por ellos (encenderlas) y a cambio nos regalaban fruta, dulces o 5 centavos. Adelante, en el 6, vivían los Cabaviie, y en el 7 los Nag- man, ambos integrantes de familias judías. El padre de esta última era el que brindaba perfume en la sinagoga. Salía a las 6 de la mañana para hacerlo: llevaba una botella llena del líquido aromático y, no sé por qué, les echaba en las manos a cada uno de los visitantes. Luego, al departamento 1 lo abandonaron los yucatecos y llegaron los García Vigueras: los hermanos “Nacho” y “Fito”, su papá, un personaje muy conocido, era el “Mayor Vigue- ras”. Al poco tiempo, fuimos nosotros quienes ocupamos el departamento 2. Más adelante, al número 6 se mudó la “Dulce de Meneos”, o algo así, una mujer muy guapa y esbelta, que junto con el
  • 21. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 21 “Globo de Cantolla” (así moteábamos a su hermana debido a su extrema obesidad) vivían bajo la tutela de su mamá, quien tenían en su casa una rockola, la que usaba para bailar con sus invitados a quienes además siempre ofrecía unos tragos. Uno de nuestros pasatiempos era espiarla y mirar cómo bailaba con ellos. En la siguiente casa vivían los Micha, familia de la cono- cida periodista Adela Micha. En seguida se encontraban las 3 hermanas Contreras: María, Yolanda y “Chela”. Señoritas que nunca salían. Ahí les daba por reunirse a los de Cór- doba, los niños más grandes, su familia hacía posadas en la casa de los Athie quienes luego formaron un conjunto que llamaron “Los son sin son”. El que cantaba era Jorge Aguina- co y resto del conjunto era “Pepe”, Kindi, el Avelardo Mon- taño, el “Flaco”, Fello Flores Meyer y Manolo Bustamante. Muchos se fueron de allí, pero como las posadas eran tan concurridas y hermosas, año con año volvieron. Nosotros, nuestra “palomilla”, nomás nos dedicábamos a jugar, sobre todo en la casa de los Murrieta ya que era el único lugar donde había un faro con luz y por las noches, ya que oscurecía, nos íbamos a jugar futbol, a la “cebollita” o a las canicas. Después se cambio ahí Toño Ríos Zertuche, a quien “El pollo” comenzó a decirle cuñado pues le gustaba Consuelo, su hermana… total que al último terminaron “agarrándo- se” a golpes. Consuelo era la mayor y sí, valía la pena unos trancazos y más, pues era bellísima, inclusive llegó a ser la “Reina de la primavera”, y se lució en un carro alegórico por toda Chapultepec. Su otro hermano, Carlos, era de mi edad o más chico, a los 9 o 10 años le hicieron un cumpleaños, en el edificio del Hotel Waldos del parque México (que después
  • 22. Juan Alberto Argomedo Samaniego 22 fue un Seguro Social). Fuimos todos, había payasos, corría- mos, nos dieron regalos, fue una cosa hermosa. Pronto llegó a la doceava la familia Manuel Castellón Abreu, desde Chiapas, y se quedaron en la antes casa de los Ríos Zertuche. Eran varias señoras y Manuel, que era de mi edad, comenzó a juntarse con nosotros. Para entrarle a la palomilla tenía que medir sus fuerzas con uno de su tama- ño y me eligieron a mí. Me acuerdo que le saqué el mole. Cuando sangró de la nariz empezó a llorar y mientras le ofrecimos un pañuelo dijo: “No, no. Dejen que me muera, ay, dejen que me desangre…” Y es que así murió mi papá, de una hemorragia. Creo que luego se levantó, se limpió y seguimos jugando. Eran pleitos muy bonitos porque era uno contra uno, ja- más se metían otros. Él y yo llegamos a pelear hasta 2 o 3 veces, hasta que al final llegamos a ser los mejores amigos. Después se cambiaron allá por el Deportivo Hacienda; yo los visitaba seguido, la mamá tenía una casa donde vivían muchas muchachas huérfanas. Dicen que el Gobierno le daba cierta cantidad por muchacha que recibiera. En la calle de Córdoba, todos éramos fantásticos… jugá- bamos beisbol y futbol, en ese entonces no había muchos coches y cuando alguien avisaba que venía uno, solo nos parábamos tantito para luego seguir jugando. Había un se- ñor grande que iba a jugar con nosotros beis bol, era nues- tro picher y se ponía a jugar con nosotros, era mi papá. También patinábamos, bailábamos el trompo, jugábamos a las escondidillas, pero todo era juego, todos los juegos en realidad eran muy sanos. A cada rato nos íbamos al Esta- dio Nacional, luego empezamos a juntarnos en la escuela Benito Juárez.
  • 23. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 23 La parte de atrás de la escuela colindaba con el Depor- tivo Hacienda y había una rejilla por donde mi hermano y yo nos colábamos para entrar, pero todos los sábados mi hermano, yo y mis amigos, nos volábamos por ahí al Depor- tivo Hacienda, ya después fuimos socios del deportivo y nos hicimos buenos nadadores, competíamos hasta en clavados contra otros grupos deportivos. Joaquín Capilla, por ejem- plo, era tan bueno que el profesor le dijo que tenía mucho futuro pero que necesitaba practicar en trampolines de 10 m, cosa que en el Deportivo Hacienda no existía, pero sí en el Deportivo Chapultepec. Allá lo llevo y estuvo practican- do hasta que llegó a competir en las olimpiadas. La primera vez llegó con medalla de bronce, la segunda con medalla de plata y la tercera con medalla de oro, en la plataforma de 10 m. Era una maravilla como nadador y clavadista. “Toño” y yo tratábamos de aprender clavados, eran muy ágiles… yo no tanto, más bien era bueno en natación. Había un amigo, que se era Víctor Lomelí… cuando se graduó de Ingeniero se casó con la hermana de Fidel Castro. Cuando venía, platicaba que su esposa, la hermana de Fidel, y él, se paseaba con dos o tres guaruras. En el otro salón estaba mi hermano, “Pon” ese año nos separaron, cuando terminamos el sexto año. Nosotros éramos un grupo de muchachos muy educados, si había pleitos y uno le mentaba la madre a otro, le aplicába- mos “la ley del hielo”, no lo dejábamos jugar y nadie le dirigía unas palabras, hasta que comprendía su falta y pedía perdón. En el otro salón estaba mi hermano el “Pon” ese año nos separaron, cuando terminamos el sexto año. Nuestros padres se cambiaron de la calle de Córdoba a la Avenida Durango, esta era una avenida muy bonita, vivía-
  • 24. Juan Alberto Argomedo Samaniego 24 mos casi esquina con Cozumel y había un bulevar hermoso. La calle que seguía era la calle Salamanca y ya en la esquina estaba la Plaza de Toros la Condesa. Cuando vino Manolete (el diestro torero) el boleto más barato era de cinco pesos, pero los podíamos vender hasta en 50, así que mi hermano y yo nos levantamos a las cuatro de la mañana para comprar boletos y a mi papá le explicábamos nuestra salida tan tempranopor- que dizque teníamos partido de futbol… la noche anterior pasábamos la noche en la sala. Inclusive nuestros primos nos daban 20 o 25 pesos por los boletos, éramos tremendos. De nuestras visitas al cine (en esa época estaba el cine Royal, Roma, etc.) recuerdo que a la salida había una dul- cería que daba al 2 por 1… comprábamos muchos dulces y luego los íbamos a venderlos con los vecinos o los sábados que había futbol americano en el Estadio Nacional, íbamos a los partidos y nos dedicábamos a vender los dulces, con un peso por cada peso invertido como ganancia. No se me olvida que una vez saliendo de un partido del estadio había unos globos y recolectamos unos 10 ó 15, estábamos muy contentos: íbamos por la calle con todos nuestros globos y cuando llegamos a la esquina estaban los grandes de la palomilla: “Oye ¿Qué hacen con eso?”, a lo que nosotros respondimos que los recolectamos gratis pues los estaban regalando. Y respondieron: “¡No! ¡No!, tírenlos o reviénte- los, no son globos sino condones. Y es que en el estadio la gente los infla. “Tírenlos o los van a regañar su mamá”, nos dijeron entre risas. El señor que trabaja en el cine poniendo las películas es- taba un poco dañado de su piel, o como dicen, “cacarizo”. Cuando éste se equivocada o querían que ya comenzara la película, le gritaban “¡Cácaro!, ¡Cácaro!”… y esto comenzó
  • 25. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 25 a hacerse costumbre en los cines de toda la república, por decirlo así, se volvió un grito emblemático. Los jueves o miércoles eran días que en el cine daban 2 y hasta 3 películas por 25 centavos. En ese tiempo no tenía- mos dinero, pues nos daban máximo 5 centavos, y entonces visitábamos a mi tía Aurora, y por visitarla ya sea a Pon o a mí nos daba 20 centavos a cada uno. Si pensábamos en ir al cine lo primero que teníamos qué hacer realizar esta misión. También recolectábamos botellas, nos daban 2 o 3 centavos por cada una, íbamos con los vecinos, con las señoras, preguntando si tenían botellas, nos daban algunas y las vendíamos. Al final, incluso nos alcanzaba para una bolsa de pepitas. En el cine veíamos episodios que ahora ya no existen: “El imperio submarino”, los episodios de “El ala- crán”, o “Flash Gordon”. En los billares Roma había puros muchachos malos, pe- leoneros, bravísimos y enfrente se encontraba el swing club hermoso, lo alquilaban para bodas o fiestas de “quince años”, siempre había baile con un conjunto. Los domingos venían de otras colonias de la Juárez, de la Doctores, e iban a bailar pero siempre se encontraban con los del Billar Roma que se decían los amos, terminaban de pleito, en la calle, era una cosa horrorosa. En las navidades a todos los muchachos nos traían pati- nes ya cuando se empezaban a raspar y pasaba otra tempo- rada compramos una tabla, agarramos un patín, una caja de jabón (de madera) y nos hacíamos carritos para patinar. Todo el día jugábamos, pero de verdad que buenos ami- gos llegamos a ser, siempre unidos, la mayoría íbamos a la escuela Benito Juárez y otros a escuelas particulares.
  • 26. Juan Alberto Argomedo Samaniego 26 CÓMO Y CUÁNDO NACE LA ESPINITA POR VIAJAR Cuando terminamos mi hermano y yo la primaria teníamos 14 años. Una hermana era novia de uno, otra de otro, en fin se iban cambiando, la más bonita era “Chela” (fue novia de Aveleira y luego de Filemón y cuando estaba con Filemón) “Chela” tenía como amiga a Mireya, que vivía en la priva- da donde habitaban los Flores Meyer. Empezaron a pensar en conseguirle un novio a Mireya para salir los 4, entonces pensaron en mí: me preguntaron si me gustaba Mireya para novia, a lo que les contesté que sí. Un buen día le pregunté a Mireya que si quería ser mi novia, y aunque ella era muy tímida me dijo que sí. Acto seguido le pedí que me diera un beso, recibí un rotundo “no” y luego vi como salió corriendo directo a su casa. Ese fue mi noviazgo más corto: no duró más de un minuto. Empezamos a hacer un grupo de futbol americano. Exis- tía la liga mayor, la intermedia y la tercera… no había una cuarta pero nosotros la creamos al jugar contra otras colo- nias. Mi hermano el “Pon” que estaba más grande que yo jugaba en la tercera, y era el que nos entrenaba. Luego yo logré jugar en la tercera. “Pon” siguió jugando, yo no, debi- do a lo siguiente: Por esa época, conocí a una persona que le decían “El Portero” (su mamá era la portera en la privada de la calle Chiapas) quien acababa de regresar de los Estados Unidos en camión. Una noche, platicando con él (yo ya en ese tiem-
  • 27. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 27 po me nacía el ímpetu de aventura, lo traía en la cabeza) intentábamos acordar cómo podía irme a Estados Unidos. Le conté que yo había nacido allá y que tenía mi acta de na- cimiento. Él me dijo que llevando el acta podía pasar a Es- tados Unidos sin ningún problema y ya estando en el lugar, trabajando en el campo, me conseguía chamba. Esa misma noche conté a mis padres que me quería ir a Estados Unidos, que quería aprender a hablar inglés como ellos (por cierto que se ponían a platicar en dicho idioma cuando no querían que nos enteráramos de lo que iban ha- cer: era una forma de ocultarnos lo que tramaban). Como es natural mi papá dijo que no… “el día que te largues no te vuelvo a recibir en la casa”. Era muy estricto mi viejo, nos dominaba sólo con sus ojos. Cuando estábamos en la mesa nos decía: los niños oyen, ven y se callan la boca. No nos dejaba hablar en la mesa cuando había gente grande, nada, ni siquiera hacer su- gerencias. Volviendo al tema, continúo: Me dijo: “Ya te digo: tú te vas y no regresas a esta casa porque no te recibo y a todo esto, ¿Por qué esas ganas de largarte?” En ese instante, lo primero que pensé fue en mi hermana: era muy dura con nosotros, por cualquier cosa nos golpeaba con el cepillo y como era mayor no podíamos hacerle nada, ni tratarla de detener porque nos acusaba con mi papá, ella era la into- cable, abusaba totalmente de nosotros. Entonces contesté: “Mira papá, ya no soporto a mi hermana, me trata muy mal, yo ya no quiero vivir en esta casa con ella (me acuerdo que esa misma noche regañaron a mi hermana, una de las pocas veces que sucedió… la tuvo duro con esa plática). Mi padre dijo: “Aquí tienes escuela, estás en tu casa, que vas hacer allá, no conoces a nadie, y luego… con este muchacho ¿Cómo
  • 28. Juan Alberto Argomedo Samaniego 28 vas a trabajar en el campo?, nosotros tuvimos hacienda, yo sé lo que es trabajar la tierra, tú no sabes tú no naciste para eso.” Luego, dirigiéndose a mi hermana exclamó: “Que sea la última vez que golpeas a tu hermano, si tienes algo contra él por alguna falta suya, me lo dices a mí, yo me encargo de castigarlo pero tú no tienes derecho y mucho menos de gol- pear. Pues total… mi papá me convenció de quedarme pero la espinita siguió ahí. Luego de un tiempo, llegaron a la ciudad, a unos cursos de verano de la calle Durango, unas estudiantes alemanas. En esa misma privada vivían Ericka y Hedy, también ale- manas. Bromeaba mucho con ellas ya que era la época de Hitler, les hablaba de éste y ellas me correteaban. Yo tenía un negocio de unas ratas blancas. La primera la tenía en la cocina, arriba, donde estaba el trastero, en una cajita. Un día llego una amiga de mi mamá a la casa (que también tenía una de estas especies de rata) y vio al ratón y dijo: “Ya no quiero que esté en la casa, dile a Pin que si la quiere vaya por ella a la casa, yo se la regalo”. Así conseguí la parejita. Yo tenía a “Pancho”, un machito y la que me dio era hembra entonces, a quien llamé “Pancha”… Pues como a los 2 meses ya tenían como 8 crías, a cada rato se volvían a cruzar y tenían de 7 a 9 ratoncitos. En la azotea de la casa del lado derecho estaba el cuarto de la mujer que ayudaba a mi madre en las tareas del hogar… luego estaba su baño y no había escalera, pero por donde estaba el lavadero nos mon- tábamos al techito (había un cuarto que era como bodega de unos 70 cm de alto) fue donde yo comencé a cuidar a las ratas, ahí les llevaba su comida, las sobras de la casa, todo lo que nadie se comía. Las ratas empezaron a hacer sus casas y reproducirse a tal grado que llegue a tener como 100 o
  • 29. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 29 120 ratones. Y pues ya los vendía, los llevaba a la plaza Mira Valle y en una fuente muy grande enfrente estaba la escuela “Alberto Correa” y cuando salían los muchachos las echaba a la fuente y se ponían a nadar, a los niños les llamaba la atención pero muchos no tenían dinero, entonces les daba el domicilio de mi casa y les decía que ahí las podían comprar y que costaban 1 peso cada rata. No faltaba quien llegara a la casa por una rata. Siempre vendía las más grandes, las que ya habían criado 3 o 4 veces. Con eso me compré una bicicleta y me iba en ella con una cajita atrás en la parrilla con los ratones. El “Pon” era tremendo con mis papás y conmigo, tomaba mi bicicleta, teníamos puros pleitos, cuando vivíamos en la calle de Córdoba, nos decían: “A ver quién le gana a quién”, y eso bastaba para que nos agarrábamos a golpes, yo creo que unas dos veces por semana pasaba esto. Cuando me pegaba, corría y se refugiaba en la farmacia del Doctor Solís, a veces íbamos con este doctor a ayudarle y nos pagaba con dulces. Era un ir y venir a la farmacia. “Conchita”, la ayudante del doctor Solís era chaparri- ta, medía como 125 cm, pero ya era una mujer de grande edad… pues como yo estaba chaparrito y “Pon” alto, en mi casa decían que me iban a casar con “Chonchita”, bromea- ban diciendo que ya la habían pedido para mí ya que te- níamos la misma altura. Por esto me ponía a llorar y me cantaban una canción, la del “chaparro enojado”, y yo hacía unos tremendos corajes con eso. En la misma privada (de Ericka y Hedy) había un mu- chacho llamado Carlos Villareal, el “Mamonero” (le decían así porque decía muchas mentiras, era casi una especie de enfermedad que tenía). Su mamá era una viuda, tenía un
  • 30. Juan Alberto Argomedo Samaniego 30 departamento antes de donde estaban las alemanas, y en este alquilaba cuartos para los cursos de verano. Yo empecé a ir con Carlos y un día le pregunté a una americana que también estudiaba los ya mencionados cursos: “Oye ¿Crees que tenga problemas para ir a Estados Unidos puesto que yo nací allá? Me pidió que le mostrara mi acta de nacimien- to, fui por el acta, la saqué de los papeles de mi papá y se la enseñé. Después de esto me preguntó qué edad tenía, yo acababa de cumplir los 18 años. Me dijo que entonces si me podía ir. Fui a la embajada americana a preguntar y allí me dijeron que yo podía viajar a donde yo quisiera, solo tenía que llegar a la frontera para que me dejaran pasar. Empecé a vender todos los ratones. A propósito, por ese tiempo mi hermana ya se había recibido de contadora pri- vada. Yo con mi afán de irme empecé a ahorrar, para esto ya me había conseguido un trabajo. Por las tardes iba a la escuela y por las mañanas trabajaba con el Licenciado Vir- ginio Galindo era muy conocido pues era uno de los dueños del directorio de teléfonos de México, tenía mucho dinero en acciones. Cada vez que me sobraban 60 o 70 pesos los cambiaba por dólares, hasta que llegó la hora. Para esto mi hermano me comentó que dos de los Bentley que vivieron en Córdo- ba estaban viviendo en Estados Unidos, uno en Chicago y el otro en San Francisco (para esto mi hermano aún no sabía de mis intenciones de irme a Estados Unidos) así que apro- veche y contacté a Tomy (el que vivía en Chicago), por me- dio de su mamá obtuve su domicilio y le escribí para decirle sobre mis intenciones de irme para allá. Él me respondió que me recibiría, y con esto quedé completamente decidido a emprender mi primer viaje.
  • 31. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 31 Cuando mis padres cumplían 25 años de casados (por septiembre) le dije a mi hermano que me quería ir pero le pedí que no fuera a decir nada. Vendí mi bicicleta por 100 pesos y con esto me fui a Insurgentes, pues allí salían los ca- miones a las 8 de la mañana, se hacían 28 horas a la frontera, no tenían baño pero el camión se detenía cuando había opor- tunidad para buscar uno o comer algo. El hermano menor de Tomy fue a despedirme.
  • 32. Juan Alberto Argomedo Samaniego 32 MIS PRIMERAS AVENTURAS Salí rumbo a Laredo y cuando llegué a la frontera me crucé, me acuerdo que le dije al de migración: “Ahí está mi acta de nacimiento”, y para identificarme llevaba una credencial de la secundaria 3. Me hizo algunas preguntas para corroborar que fuera yo, cuando vio que no mentía, me dejó pasar. Por fin estaba en los Estados Unidos, y me sentía conten- to aunque mis únicas pertenencias fueran una cajita con un pantalón y una camisa. Llegue de puros “aventones” hasta Chicago, pero antes de llegar se me hizo de noche, en Texas. La gente ya no me quería llevar así que llegué a un motel y enfrente había una troca de volteo”, y como no tenía reja decidí meterme a dormir a la caja trasera. Cuando empe- zó a amanecer, escuché un niño que decía: “Papá, papá hay un señor allí”..., cuando llegó el señor le tuve que pedir una disculpa, excusándome que se me hizo de noche, le dije que venía de México e iba rumbo a Chicago. Me dijo que no me preocupara, hasta me ofreció un aventón y acepte, cuando íbamos por carretera el señor me dijo que él en su rancho tenía muchos empleados mexicanos, me ofreció trabajo y le dije que claro sí, que yo le podía servir. Me preguntó si había trabajado antes y le dije que no, y fue cuando me dijo que mejor le siguiera buscando puesto, pues como no tenía ex- periencia no iba si quiera a sacar para la comida. Entonces, seguí mi camino. Recuerdo que llegué a una tienda donde vendían pasti- llas, allí atendía una gringa, le hablé en español y ella res-
  • 33. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 33 pondió en inglés, y por supuesto yo nada le entendía. Ella me dijo: “¿Mexican?” y yo respondí moviendo mi cabeza, y eso bastó para que me corriera, había unos negritos en un carro y se burlaron de mi. En ese tiempo la discriminación era más dura, les hablo de 1948. Por la carretera me levantó una pareja, ella era de Nueva York y él era un ranchero texano, iban para Dallas Texas para que de allí ella tomara un camión hacía Nueva York, habían comprado pollo para comer en el camino, me ofre- cieron las sobras de su pollo y me supo re sabroso. El texano me aconsejó que de Dallas tomará un camión hacía Chica- go, ya estaba cerca y tal vez no me saldría caro. Le hice caso y compré con mis ahorros un boleto para Chicago por 19 dólares. Lo que me ayudó mucho para que me levantaran en la carretera fue que soy rubio y de ojos azules. Duramos casi un día en llegar y cuando llegamos ya era de noche. Tuve suerte en encontrar una mujer que me ayu- dó a encontrar al domicilio de mi amigo. Tomé un camión que me dejó cerca, ya era de noche. Cuando logré encontrar el domicilio, toqué y salió una mujer que hablaba español, le dije: “Soy Pini, hermano de Pon. Le escribí a Tomy y me dijo que me podía quedar con el” ella me contestó que pasara, que Tomy era su esposo. Ella era una mujer puertorrique- ña y estaba embarazada. Tenían dos camas pequeñas: una donde dormía ella y Tomy y otra donde dormía un amigo de ellos el cual venía de Monterrey y trabaja de mesero. Me tocó dormir con su amigo, en la misma cama. Tomy me dijo “te va a tocar dormir con él, se la arreglan como puedan” a mí no me importó y allí me quedé. Ya por la mañana acompañé a la mujer de Tomy al mer- cado, me preguntó si tenía Seguro Social, le dije que no y
  • 34. Juan Alberto Argomedo Samaniego 34 me dijo que fuéramos a que lo sacara. Me lo dieron fácil, en 15 minutos. Al otro día me fui solo al centro para bus- car trabajo, no estaba lejos, estaba como a 5 calles. Llegue al Hotel Palmer House… no se me olvida que ahí estaba “Tito Guisar”, el gran actor mexicano que alguna vez compartió papeles protagónicos con el mismísimo Jorge Negrete. Como no sabía hablar inglés sólo les decía: “work, work”. Me pasaron con un señor que me habló en inglés, yo sólo res- pondí: “no english”. Había otra persona que sí hablaba espa- ñol y dijo: “Oye dice el señor que hasta qué grado estudiaste”, yo le respondí que hasta la secundaria, y me dijo que el dueño me iba a dar trabajo de auxiliar de mesero (el que ayuda a le- vantar los platos sucios de la mesa) pero como sí tenía algo de educación me dio un mejor puesto, que era sacando hielos de una máquina, junto con otro muchacho mexicano. Platicábamos mucho y un día me dijo que ya se iba a salir porque le habían ofrecido un mejor trabajo en Pop Corn, me recomendó que fuera a ver si a mí también me daban un puesto. El trabajo era de noche, 12 horas seguidas pero pa- gaban muy bien. Le pedí a Tomy que me dijera cómo llegar al domicilio. Me contrataron rápidamente ya que tenía se- guro, me dieron a elegir un horario, uno es de 5:00 am a 5:00 pm y el otro de 6:00 pm a 6:00 am. Acepté, al día siguiente tomé mi chamarra y me presenté a trabajar. Cuando llegué ya estaba mi otro amigo, mi trabajo era tomar unas canastas y llenarlas de unas tiritas de maíz que salían de una máquina que estaba en el sótano. En el lugar habían dos hombres, al parecer afroamericanos, que pese a estar bien tarugos tenían el mejor trabajo: se la pasaban sen- tados, viendo la máquina sin hacer nada. Las canastas con las que yo trabajaba eran muy pesadas, en un principio me
  • 35. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 35 costó mucho trabajo levantarlas, pero no me rendí, pasando el tiempo mis brazos eran más fuertes. El dueño le entró curiosidad de saber quién era yo puesto que en la fábrica había pura gente grande y yo era el más joven, habían mujeres puertorriqueñas, mexicanas y hom- bres mexicanos. Me pregunté qué andaba haciendo por acá y le conté que yo soy nacido en Estados Unidos pero que vivía en México desde niño y por esto mismo no hablaba inglés. Pues al señor le caí bien y me dio otro puesto y éste se trataba de llevar en cajas, al piso de abajo y por medio de un elevador, los productos de maíz para que las mujeres los empacaran. A estas mujeres les gustaba ponerme rojo di- ciéndome “mi amor” y dándome besitos. Cada oportunidad que tenía me iba con las muchachas a platicar hasta que el dueño se enteró y me llamó la atención porque entorpecía el trabajo de mis queridas amigas, me advirtió que si volvía a llegar con ellas me iba a liquidar. Pasaron dos días y el elevador se detuvo ahí con las muchachas y una me dijo: “espérate mexicano” no me quedé mucho tiempo pero esto hizo que al día siguiente el dueño me liquidara y me quedé sin trabajo. Para ese tiempo, el chico de Monterrey y yo, habíamos alquilado un cuarto entre los dos, pero solo tenía una cama matrimonial. Mi amigo era cocinero así que por las mañanas hacía el desayuno. Pagábamos 8 dólares a la semana. Después él me dio la noticia de que le habían ofrecido trabajo en un restaurante, en una colonia mexicana, y pues me iba a dejar, porque su novia era la dueña del restaurante y quería que tra- bajaran y vivieran juntos. Cuando él se fue y yo sin trabajo se me empezó a terminar el dinero, ya no podía pagar el alquiler así que opté por esconderme en las noches en una
  • 36. Juan Alberto Argomedo Samaniego 36 ventanita que daba hacía un baño deshabitado donde había una tina en la que yo podía dormir, cubierto de periódicos, era muy triste mi situación, era horrendo todo eso. Llegó la navidad y me la pasé sin trabajo, ya no tenía ni para comer, a veces iba a buscar a Tomy para que él o sus amigos mariguanos me prestaran unas monedas para co- mer. El día de navidad, sin dinero y solo, me puse a llorar ahí, en ese mismo cuarto, en esa misma tina, y fue, quizá, la navidad más triste que he pasado. Cuando llegó el año nuevo mi situación era la misma. Había un puertorriqueño que me invitaba a comer arroz con frijoles negros, él vivía con otros tres, que cooperaban con 50 centavos para la comida (siempre era la misma) muy amables me dijeron que no me preocupara, ya cuando tu- viera trabajo les pagaba la comida de todos los días. Encontré por fin un trabajo, donde tenía que aplastar con una maquinita latas, ese trabajo estaba muy a gusto, pero al mes se terminó el trabajo. En esa temporada estaban salien- do militares a la guerra. Me puse de nuevo a buscar trabajo y llegué a una pastele- ría donde obtuve mi tercer puesto, había un extranjero muy neurótico, no sé si era Sueco o Suizo, y me pusieron de su ayudante. Cualquier cosa que no me saliera bien se enoja- ba y gritaba quién sabe qué cosas: yo ni le entendía. Estaba loco ese desgraciado. Por todo me acusaba con el dueño, hasta que los mandé al diablo, me dieron mi dinero y por mi cuenta me salí. Llegue al Mechandise Mark, el edificio más grande de Chicago donde había muchos restaurantes adentro, donde pedí trabajo y me lo dieron. Levantaba platos y los llevaba a lavar. Entraba a las 6 de la mañana pero salía como a las 6
  • 37. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 37 de la tarde, me iba muy bien, los meseros me compartían de sus propinas. Ya tenía dinero para comprarme mi hambur- guesa y mi refresco diario. Había convenciones a diario, ya que los judíos en ese tiempo estaban peleando para recon- quistar Israel: estaban en guerra. Había un bar que se llamaba el Bugs Bunny (en ese tiem- po yo era menor de edad, no tenía los 21 años) pero de todos modos me dejaban entrar. Una de esas veces llegó un gringo que llevaba caguamas de medio galón, entonces el gringo (que era de mi edad) me dijo que si le ayudaba a comprar, ya que a él no le vendían… Le ayudé a comprar y como forma de agradecimiento me invitó a su casa donde vivía con 3. Me fui a tomar con ellos. Él llego a ser mi mejor amigo de toda la vida, compartíamos cuarto, comida, y hasta novias... Un día los 3 decidieron irse de regreso a su tierra Alabama, ahorraron para un carro del año 1929, de esos cuadrados to- davía del tiempo de los gangsters. Me dijeron que ya se iban y pues como sabían que yo estaba solo me dijeron que si no me quería ir con ellos, y que podría vivir con una de ellos. Yo, con mi espíritu aventurero, no lo pensé mucho y me fui. Los cuatro salimos rumbo a Alabama, el mayor tenía unos 35 y los otros dos eran de mi edad. Llegamos a Kentuc- ky, había un río con un puente y lo bajamos. Nos metimos a nadar, compramos pan, preparamos sándwiches. Al día siguiente llegamos a Alabama y cada quien se fue a su casa y yo me fui con Richard, tenía varias hermanas muy amables. Me presentó con su mamá y le contó mi historia, le advirtió también que sabía poco inglés. A unas cuadras de la casa, estaba el parque Jordan que era un parque hermoso, la palomilla de ese lugar me invita- ba a jugar beisbol y futbol americano. Uno de ellos hablaba
  • 38. Juan Alberto Argomedo Samaniego 38 español de apellido Castillo. Vivía con su pareja y tenían una niña llamada Gloria, como ellos trabajaban y yo era de con- fianza me dieron la llave de su casa para cuidar a la niña, iba y la traía a la escuela, esta pareja se portaba muy bien con- migo. Un día llegaron y me dijeron que cerca de allí habían unos mexicanos que vendían tamales, les dijeron que ellos tenían un amigo (o sea yo) que si le daban trabajo y ellos les dijeron que con gusto me darían chamba. Me presenté y por las noches me iba a vender tamales, pero no vendía mucho así que decidí darles las gracias y buscar otra cosa, pero no encontraba trabajo. Un día decidí ir a visitar a Charly Pierce, un amigo de mayor edad. Charly me invitó a un lugar donde cada sábado había Square Dance, donde me divertí mucho bailando. Al terminar la velada, Charly iba a llevar a una amiga suya a su casa. En el trayecto decidió parar en un lugar donde unos “negritos” vendían whisky de maíz, del que hacen clan- destinamente en los cerros. Me emborraché y no recuerdo mucho de esa noche pero, al despertar, un tipo me estaba picando en la sien con una pistola, maldiciéndome y ame- nazando con que me iba a matar. Yo no entendí nada hasta un momento después: Charly, mi amigo, estaba con su mu- jer en el momento en que el señor de la pistola llegó… Char- ly tuvo que huir (me lo dijo luego), corrió entre los maizales mientras el tipo le intentó disparar varias veces sin lograr darle. Pues yo estaba allí metido hasta el cuello en esa bron- ca ajena. La señora intentaba defenderme, argumentando que yo era apenas un chiquillo y que no tenía nada qué ver con el asunto… incluso intentó golpear al marido pero éste la tiró al suelo y regresó diciéndome “te largas en este ins- tante o te mato”. La señora me dijo que lo mejor era que me
  • 39. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 39 fuera, así que encendí el motor y ella me dijo cómo poner las velocidades, pues yo no sabía manejar. Pues me fui rumbo a la carretera, que estaba a unos 30 m de distancia, pero al llegar la crucé por completo y fui a dar a una zanja donde quedó varado el auto. Al salir del carro había mucha gen- te mirándome, misma que recomendó que me fuera antes de que llegara la policía. Uno de los señores que estaban en ese escándalo me llevó hasta Birmingham. Allí encontré a Charly, le conté lo sucedido después de su huída y él me dijo que no me preocupara, que él iría a recoger el carro. Yackie me dijo que le estaba yendo mal, estaba trabajan- do con su papá, pero sólo le daban 2 dólares por todo el día, ya estaba cansado porque su papá y su mamá eran alcohóli- cos, así que me dijo que por qué mejor no nos regresábamos a Chicago él y yo, acepté y a los 3 días partimos de regreso. Llegamos a Milwaukee Ave., a buscar trabajo, y un judío que tenía 3 edificios nos rentó un cuarto y nos ofreció trabajo a ambos, nos dijo que nos pagaba a dólar la hora y cuando un edificio se desocupara nosotros lo teníamos que pintar y por esto nos daría 8 dólares. Pero había días que no había cham- ba así que seguí buscando trabajo. Llegué a una fábrica don- de chambeaban polacos que habían venido de la guerra de Polonia, era gente sin estudios (por los demás considerados como “brutos”) empezamos a trabajar mi amigo y yo pero él no aguanto y se salió yo, espere un mes más, mientras junta- ba unos 50 dólares para seguir buscando trabajo. Cuando me salí le seguimos ayudando al judío pintando cuartos, mi ami- go y yo no la llevábamos muy bien pero a él le gustaba mucho tomar y fumar, esa era nuestra mayor diferencia. Empecé a trabajar en restaurantes, conocí a muchos mu- chachos, todos ellos mexicanos, había una colonia de mexi-
  • 40. Juan Alberto Argomedo Samaniego 40 canos y en ella estaba un cine llamado La Villita, allí me iba con ellos a ver películas mexicanas. Nos íbamos a bailar y uno de ellos me ponía un sombrero, me sentaban al final del lugar y me daban un cigarro para que la gente no notara que era menor de edad. Ahí empecé a fumar y beber cerveza. Seguía viviendo con mi amigo, por las noches salíamos a pasear, ambos teníamos unas novias gringas y nos las cam- biábamos, pero solo las besábamos, una era muy bonita, la otra estaba muy flaca pero estaba enamorada de mi amigo, así que yo andaba con la bonita. Nos metíamos a un carro unos adelante otros atrás y nos cambiábamos las novias. No teníamos donde dormir (esa vez) así que nos fuimos detrás de un camión como a una cuadra de ahí, pero a la una de la mañana llegó una patrulla preguntando qué estábamos haciendo allí (yo me puse nervioso porque esa noche me dejaron cuidando una bolsa de marihuana pero no la vie- ron). Les dijimos que por la mañana íbamos a comenzar a trabajar a media cuadra de ahí, con el judío, pintando de- partamentos, pues no nos creyeron y nos hicieron llevarlos con el judío para que vieran que no mentíamos y así fue como ellos corroboraron nuestra versión. El judío, de nom- bre Bob (el Sr. Bob) nos hizo pasar para dormir ahí y por la mañana nos dio de desayunar la señora. Nos quería mucho, nos daba un lugar para dormir y por la mañana le trabajá- bamos, pero como no había tanto qué hacer allí, recomendó que buscáramos en otro lado. Así no la llevamos un tiempo hasta que se acercaba el fin del año, entonces decidimos ahorrar para ir a México (mi mamá escribía para que regresara a casa). Se convenció cuando le hablé de los 8 días de posadas, también le dije que no habría ningún problema si se quedaba en casa. Así que
  • 41. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 41 planeamos mandar las maletas a Laredo Texas, llegando allá recogerlas, cruzarnos y llegar de ride hasta México. Nos fuimos en puros aventones, de mañana, tarde y no- che. Cada vez que nos recogían nos preguntaban si ya co- mimos y las personas nos invitaban una hamburguesa, nos invitaban el café, nos regalaban un dólar, una cajetilla de cigarros… En ese entonces no había gente “malilla”, no ha- bía mucha droga, en ese entonces era muy bonito y nosotros éramos unos chamacos… teníamos 19 años. Nos pregun- taban a qué íbamos a México y les contaba que yo era de la Ciudad de México y que íbamos a mi casa a pasar Navidad. Pues las personas siempre trataban de dejarnos en una bue- na orilla de la carretera para no caminar mucho y que nos dieran otro aventón rápidamente. Me acuerdo que llegamos a Dallas, bajamos caminando, pero fue un tramo corto como de 20 minutos y había un res- taurante pequeñísimo en forma de triángulo como, de unos 5 m cuadrados más o menos. Pedimos un café que en ese tiempo valía 5 centavos y nos sentamos (ya habíamos pedi- do aventones toda la noche estábamos cansados). Recuerdo en ese lugar había un dibujo, donde estaba un mexicano con sombrero, echado junto a un cactus, recargado durmiendo y este dibujo decía: “No perros, ni mexicanos, bienvenidos” (estaba escrito en inglés) y mi amigo Jackie hizo señas con su dedo como diciendo “qué bueno que no pareces mexicano”. Seguimos pidiendo aventones, llegamos a la frontera, tomamos nuestras maletas. Y de allí nos fuimos a México, pero ahora nos fuimos en camión y recuerdo que nos costa- ba como 8 o 10 dólares.}
  • 42. Juan Alberto Argomedo Samaniego 42 DE VUELTA EN CASA Cuando llegamos a casa, mamá nos recibió. Jackie platicaba con mis papás en inglés, se vacilaban entre ellos. Por cierto que nos quedábamos en el cuarto de atrás y compartíamos una cama doble. En las posadas salíamos a divertirnos, lo presenté con mis amigos de Durango y rápidamente encajó con ellos, lo invitaban a tomar, porque eso sí, a Jackie le encantaba to- mar. También se hizo amigo de Erika y de Hedy. Se hizo novio de Hedy. La familia de Hedy tenía dinero, trabajaban en la casa de valores. Así puso un negocio pequeño, donde fabricaban muñequitos de Disney, que se pintaban. Él nos llevaba a los cabarés y pagaba todo.
  • 43. PREPARATIVOS PARA VOLVER A LA AVENTURA En una de las posadas Jackie se emborrachó, los muchachos lo empujaron y empezándolo a provocar para pelear logra- ron que nos liáramos a golpes con ellos hasta que nos sepa- raros. Ese día llegué a dormir como a las 4 de la mañana. Ya cuando desperté mi mamá me dijo: “¿Sabes lo que paso anoche?” Me contó que Jackie agarró su maleta, se fue al parque y se quedó dormido, llegó la policía por él, y lo lle- varon a mi casa, para confirmar si no mentía diciendo que vivía con nosotros. Después Jackie me contó que mi mamá le dijo que si quería irse a Alabama ella le pagaba el pasaje, siempre y cuando yo no me fuera con él. Yo le dije que no aceptar pues no quería quedarme, nos teníamos que regresar juntos a Estados Unidos. Fuimos con Carlos, el que les alquilaba cuartos a los tu- ristas, para ver si Jackie podía quedarse con él y Carlos dijo que sí, esto mientras se regresaban a Estados Unidos. En la plática con Carlos. Nos dijo que quería irse con nosotros a Estados Unidos, su mamá decía que si lo podíamos ayudar lo ayudáramos. Y había un muchacho, “Cuenca”, que era muy bravo Y tenía un documento como del Seguro Social, que se había encontrado o lo compró, no sé, le pedimos que nos prestara ese papel para que Carlos pasara la frontera. El documento decía: “Identificación, marca especial: tatuajes en brazo izquierdo, Mispha” (que era un nombre bíblico). Para esto Jackie y yo habíamos aprendido que si tomabas 43
  • 44. Juan Alberto Argomedo Samaniego 44 un lápiz, le amarrabas 2 agujas y usabas tinta china, podías hacer una tatuaje; pues le hicimos la marca en su brazo iz- quierdo, le sanó la cicatriz y hasta quedó bonito, al menos era una tatuaje real. Sería fácil pasarlo de este modo. Otro muchacho, Luis Orodica, era hijo de un diputado, tenían mucho dinero, vivían por el donde estaba el Ejército nacional… éste se quería ir con nosotros pero estaba muy chamaco, de apenas 16 años, y no queríamos llevarlo. Nos dijo que su papá tenía una gasolinera y que podía sacar bi- lletes para el pasaje, entonces nosotros le dijimos que sí. Carlos tenía tíos en California y nos iban a aceptar a los 4, pero antes debíamos pasar a Torreón a ver si sus tíos que vivían ahí le prestaban dinero. Pusimos la fecha para el día siguiente y ya por la mañana estábamos listos Carlos, Jackie y yo, el otro no llegó y eso fue bueno porque estaba muy chiquillo. Nos fuimos los 3 a Buena Vista, compramos bole- tos en un tren de tercera, con bancas de madera, y este nos dejó hasta Torreón. Fue un viaje muy pesado ya que el tren se llenó de más, Carlos se paró y le quitaron su lugar, una señora se sentó casi en mis piernas así que mejor me paré, terminamos en un escalón, compartiéndolo cuando uno y otro estábamos cansados. Cuando llegamos a Torreón ya no teníamos dinero, pero lo positivo es que Carlos llegaría con su familia de Torreón para que le prestarán. Pero lamentablemente no tenían dine- ro y no podían recibirnos a nosotros, solo a Carlos. Le dijeron que pasara a Ciudad Juárez donde otro de sus parientes tenía una reguladora de maíz y seguramente el sí podría prestarle. Llegamos al paso Texas en la noche, sólo Jackie y yo, Car- los nos alcanzaría allá, mientras conseguía dinero. Llegamos con una de mis parientes que vivía allí, le expliqué que no
  • 45. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 45 teníamos dinero, íbamos de paso y no teníamos dónde dor- mir, ella muy amable nos hizo pasar y por la mañana nos dio de desayunar. Mi tía me dio el domicilio de mi prima que anteriormente había ido a México, ella era muy bonita y llegó a ser reina de una famosa maraca de automóviles. Pues la fuimos a visitar, le contamos lo que nos pasó y nos dio 10 dólares y un café a cada uno. Eso fue excelente, en realidad. Seguimos nuestro camino hasta que decidimos quedar- nos en un Hotel de segunda, era muy barato. Abajo del Ho- tel había una cantina que tiene un corredizo por debajo del lado derecho y había gente tomando y orinando. Era ho- rrible (jaja). Pasaron los días hasta que Jackie decidió re- gresarse a Alabama, por lo mismo que no teníamos dinero ni comida. Lo acompañé a la carretera y en cuestión de 10 minutos se lo llevaron. Yo me quedé con unos primos y al siguiente día llegó Carlos. Aprovechamos que en la frontera había tantos soldados que fácilmente se podía pasar ya que no tenían mucho tiem- po de checar bien los documentos. Llegamos al paso Texas y de allí puro aventón hasta que llegamos a las doce de la noche a un pueblo Las Cruces, de Nuevo México. Encontra- mos un tráiler con lona y ahí nos metimos a dormir. A las 3 o 4 de la mañana ya no aguantaba el frio. Así que mejor me levanté para sentarme en un café que estaba enfrente, en cuanto me bajé, él se despertó todo asustado y me pre- guntó a dónde iba (estaba asustado pobrecito). Le dije que no aguantaba el frío y que prefería sentarme en el café y me dijo que mejor iba conmigo, cuando se paró calló de frente con las rodillas dobladas, no sabía hasta ese momento que tenía problemas con sus rodillas y con el frío no resistieron el esfuerzo de levantar su propio cuerpo.
  • 46. Juan Alberto Argomedo Samaniego 46 Por la mañana nos dieron un aventón y el pobrecillo señor llevaba su lonche y no lo ofreció. Qué amabilidad la suya. Llegamos a un pueblo de Arizona, no recuerdo bien el nombre, algo así como “Globe”. Habían pocas casas (en ese tiempo yo ya hablaba mejor el inglés). Le dije a una per- sona que íbamos para los Ángeles pero no teníamos dine- ro, le dije que mi camisa estaba nueva que se la vendía en un dólar, el señor me dijo: “cómo crees que te voy a dejar sin camisa, mejor toma el dólar” le agradecí y con eso fui a comprar leche, pan y “boloni” para hacernos unos sándwi- ches. Le dije a Carlos que ya sabía cómo hacerle para sacar dinero, solo era hacer lo mismo que con la persona anterior: les daría pena aceptar la camisa y nos darían dinero. Ya por la noche, en un aventón, íbamos entrando como a un cerro donde había un motel. El señor que nos llevaba dijo que preguntáramos a ver si nos podíamos quedar ahí ya que el ya no podía llevarnos, nos bajamos y encontramos un baño pequeñito, le dije a Carlos que nos quedáramos allí, pero al poco tiempo llegó un señor chaparrito y nos preguntó que estábamos haciendo ahí, le dije que no teníamos dónde quedarnos y respondió que él tampoco, que ese era su lugar de dormir. Pues los 3 nos acomodamos como pudimos, uno en la taza, otro a un ladito y otro en el pedazo que quedaba. A las 6 de la mañana seguimos pidiendo aventones. Íba- mos en un tráiler con cabina y cama para dormir, en la cabi- na había una peluca y una foto, en ese momento nos dimos cuenta que esta persona era gay. El tipo nos dijo que si ya habíamos comido, le dijimos que no y salió a comprarnos comida. Le dije a Carlos que si qué hacíamos, Carlos dijo que esperáramos y que si las cosas se ponían feas nos baja- ríamos y seguiríamos pidiendo aventones. Pasaron como
  • 47. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 47 tres horas cuando esta persona llegó y nos dijo: “les traje una hamburguesa a cada uno, fui por un amigo mío, para que estuviéramos aquí los 4”. Me miró y me dijo “Tú ponte aquí” y yo le dije que no, lo siento. Se molestó y nos dijo que no nos iba a molestar pero cuando amaneciera teníamos que irnos, pues muy temprano salimos hasta que llegamos a los Ángeles. No pasó “a mayores”. Estando allí, Carlos llamó a su familia para avisar que ya habíamos llegado, la familia nos recibió muy bien, cada quien tenía su cama y nos dijeron que mañana mismo iba a ayudarnos a buscar trabajo. Ese día nos llevaron a comer y a pasear. Por cierto la hija de esa familia estaba recién casada con un italiano llamado “Pachino”, como el artista, era abo- gado y tenía mucho dinero, tenía su casa propia y dos o tres que rentaba, el también nos llevó a pasear. A los dos días el tío me dijo que tenía un amigo que ven- día tamales, tenía una fábrica donde los hacía y me quería dar trabajo. Me esperó al día siguiente a las seis de la maña- na en una calle cercana. El trabajo era hacer masa y relleno, pero lo demás lo hacía una máquina que sacaba los tamales en tiras como de 12 cm, después se envolvían en una hoja de elote, estuve 3 o 4 días, hasta que me cansé y le dije a Carlos que mejor me iba a ir a Alabama con mi amigo, al fin Carlos ya estaba con su familia y trabajando. Antes de irme la Tía de Carlos me dio el domicilio de una tía mía que vivía en los Ángeles, fui a visitarla me recibió muy bien, me dijo que vivía con su hijo y el estaba arriba, pero que no me recomendaba subir a visitarlo porque se la pasaba drogado, ya que estuvo en la Guerra, terminó he- rido, le inyectaban morfina para el dolor y se hizo adicto, ahora el mismo gobierno le paga la morfina.
  • 48. Juan Alberto Argomedo Samaniego 48 Seguí con los aventones hacia Alabama pero eran avento- nes cortos, terminé caminando por el desierto, con un calor terrible a la salida de California, no me recogían y pasaban muy pocos por esa inhóspita zona, recuerdo que traía una chamarra de cuero y mientras caminaba la aventaba de puro coraje. En el camino encontré a un señor que me aconsejó que mejor me fuera en tren, llegué a la estación y ya había como unos ocho vagabundos encima del tren y yo también me subí. Esos vagabundos eran muy humanos, vivían gozando. Como había tirado mi chamarra en el desierto porque no la necesitaba, uno de ellos que ya iba a bajarse del tren me dio su chamarra que era de soldado. Después me tuve que bajar de ese tren para tomar uno de carga y cuando me iba a subir a ese tren un muchacho me dijo que me podía ir dentro del tren por donde estaba la máquina y no hay pro- blema, él y sus amigos eran los que le ponían el carbón a la máquina del tren. En la noche ya estábamos en Arkansas, me pidieron que me bajara porque ahí ellos se quedaban, era una estación de tren muy grande. Me salí, caminé y me encontré una cafetería, me senté a pedir un café, cuando de repente llega el maquinista y le pregunta a la muchacha: “¿Qué le pidió?” la muchacha le respondió: “un café” y él le dijo que me preparara una ham- burguesa y él la pagaba. Me pidió que me fuera atrás de la cocina a lavarme la cara, mi cara me dolía, no podía ni to- carla de tan quemado que estaba, cuando llegué al lavabo, unos afroamericanos trabajadores no pudieron contenerse y se echaron a reír al verme. Cuando salgo miré a la gen- te y todos estaban riéndose de mí, y es que mi cara estaba toda llena de hollín por el humo de la chimenea… nomás me brillaban mis ojos claros entre la penumbra total que
  • 49. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 49 los enmarcaba. Me avergoncé tanto que me comí rápido la hamburguesa para salirme e ir buscar otro tren. Me dormí en una banca de estación y por la mañana tomé otro tren, cuando estábamos en Misipi se me acercó un policía a decirme que me largara, yo le dije que por qué, y él me tiró una cachetada, sacó una pistola revolver y me apuntó. Me dijo que aquí no andaban vagabundos en trenes. Me llevó a la estación y me dijo que esta vez la pasaba pero que si me veía en dirección a los trenes me iba a meter a la cárcel 3 meses por vagancia y, no sólo eso, sino que también esos 3 meses me pondrían a trabajar. Cuando me salí, él mi- raba si iba para la carretera o en dirección a las vías. Me fui por la carretera y un doctor me levantó, ya en confianza me dijo que tenía un hijo menor que yo pero que estaba medio sonso y quería presentármelo para ser amigos ya que yo era más aventurero, pensaba que así se le quitarían los miedos a su hijo. Me invito a comer y ahí platicando con el del restaurante me dijo que su esposa estaba a punto de tener un bebé y que necesitaba un nuevo ayudante, ofreció me quedara unos meses trabajando allí. Mientras platicába- mos el doctor aprovechó para ir por su hijo. Cuando el señor volvió me trajo una caja de ropa fina muy buena y veinte dólares, me dijo que su hijo no estaba pero que, mientras, me dejaba eso. Le dije al señor del restaurante que la verdad quería lle- gar a Alabama por mi amigo para irnos a Chicago. El señor me deseó buen camino y yo partí.
  • 50. Juan Alberto Argomedo Samaniego 50 RUMBO A CHICAGO Decidí, una mañana, ir a encontrarme con mi amigo Jac- kie, que se había separado del grupo desde que estuvimos en El Paso Texas. Sus padres vivían en Alabama, así que arribe hasta su domicilio para preguntar por él, averiguar si había tomado ruta por Chicago. El padre de Jackie (recuerdo que padecía de alcoholismo), vendía frutas y verduras en “la picata”, por ello, cuando llegué a sus aposentos, sólo encontré a la madre de mi amigo. Me recibió bien pero tenía para mí malas noticias: Jackie estaba en la cárcel, a causa de una riña con un chofer de los camiones urbanos. No supo decirme más detalles, pero me envió con Cristina, la hermana mayor del susodicho, pues era ella quien sabía “a ciencia cierta” los porqués de la situación. Cristina era ya una señora y vivía muy humildemente con su marido. Cuando la visité me contó que Jackie andaba bo- rracho (lo que no era extraño para mí), que al transbordar el transporte urbano el chofer le quiso impedir el acceso, dado lo notorio de su estado. La versión oficial fue que Jackie provocó la riña, que llegó la policía y, como era natural, se lo llevaron. A su llegada el marido agregó que ellos no tenían dinero, pero que venderían su escopeta para pagar la fianza de su hermano, y cuando éste saliera de prisión le comunicarían de mi visita y lo enviaría conmigo, a Chicago, a donde me dirigí después de aceptar quedarme con ellos una noche (su generosidad me convido a quedarme allí hasta que Jackie quedara en libertad).
  • 51. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 51 No sé si fue por todo lo acontecido con Jackie en relación a los camiones, pero esta vez me fui en tren. Dormí, y poco antes de llegar a la estación de tren, mientras mis compañeros de vagón estaban totalmente ebrios, miré por la ventanilla y pensé: “A esta hora, quisiera ser un ranchero, que reciente- mente se levantó para disfrutar su desayuno para atender sus tierras, para iniciar la jornada, rodeado de aire puro…”. Media hora después de estos pensamientos y esa visión en duermevela de la borrachera en el vagón, llegamos a la estación. De allí partí de ride hacia la calle Milwauke, donde tenía unos amigos que seguramente estarían dispuestos a brindarme hospedaje. Una vez instalado comencé a buscar trabajo, encontré una vacante en un restorán francés habi- tado por un piano, velas tenues, lujos y gente adinerada que dejaba, obvio, excelentísimas propinas que me compartían los meseros. Mi trabajo era sencillo: levantar los platos y acercarlos a quien habría de lavarlos.
  • 52. Juan Alberto Argomedo Samaniego 52 EN LA CÁRCEL, CON EL ESTÓMAGO VACÍO A los pocos días, como lo previeron su hermana y su cuña- do, Jackie fue puesto en libertad y viajó, sabrá dios cómo, hasta Chicago. Nos mudamos a un cuarto que rentaba el ju- dío, a quien a veces le ayudábamos a pintar las habitaciones desocupadas. Éramos como hermanos, salíamos siempre juntos a conocer chicas norteamericanas, nos sentábamos en unas gradas cualquiera y teníamos largas charlas. En los tiempos en los que un plato de carne con chile, en un res- torán, te costaba 25 centavos, asistíamos frecuentemente a comer a un establecimiento en especial, donde con esa can- tidad quedábamos perfectamente satisfechos. Un día salimos a cenar a ese mentado lugar. Eran las once de la noche. Nos paró una patrulla para interrogarnos y quedaron convencidos de que regresaríamos a casa. Por supuesto, seguimos rumbo al restorán, cuando la “autori- dad” se había marchado. Al parecer, no fue una gran decisión, pues al encontrarnos de nuevo con la misma patrulla, los policías nos arrestaron y pasamos la noche entera en la delegación. Nuestro apetito nocturno nos puso varias veces más frente a frente, camino al restorán, y toda vez nos envió de regreso, con todo y nuestras ganas de un platillo de deliciosa carne de veinticinco centavos. El conductor de esa patrulla nos odiaba. De ese tiempo recuerdo a dos preciosas amigas: Betty y Oredel. Aquélla estaba enamorada de Jackie y ésta salía
  • 53. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 53 conmigo. Una sureña muy bella. Nos volvimos inseparables, una cosa muy especial. También recuerdo a Carlos Ramírez, un amigo mexicano que frecuentaba. Un día me lo encon- tré con un parche en la nariz. Luego supe que su anterior nariz no le gustaba y que por ello lo operaron. Se la dejaron de lujo, como de artista, una cosa muy bonita. El caso es, pues, que me recomendó a su mismo doctor, después de ver mis problemas para respirar, contingencia de una riña entre contra otro mexicano, allá en la calle Durango. Me operaron y me dejaron un poco mejor la nariz. Era un dolor insoportable después de la intervención. Carlos y su hermosa nueva nariz viajarían a México para pasar Navidad con sus paisanos, en compañía de unas ami- gas. Su plan era viajar en autobús hasta Laredo y luego hacia su país. Sonaba bien el plan y acepté la invitación que me hizo de acompañarlos. Aunque nos separamos en la frontera, un sábado, lo recuerdo bien, los acompañé a beber unas cervezas en un salón de la colonia Guerrero, ya en México. Allí Carlos y yo gustábamos de ir al Salón “Los Ángeles” a beber y bailar. Fue allí donde comenzó mi afición por el baile.
  • 54. Juan Alberto Argomedo Samaniego 54 RUMBO A NUESTRO ACOSTUMBRADO VIAJE A ACAPULCO Antes de regresarnos, decidimos ir a Acapulco, como cada año. Llegábamos a casa de la familia Luiquidiano, los cuales rentaban unas camas de lona, quienes nos rentaban unas ca- mas de lona (de esas que se abren) y nos quedábamos en un patio adaptado como habitación, medio techado, por dos pesos la noche. Allí llegaban siempre unos 8 o 12 amigos de la palomilla. Todos llevábamos poco dinero ese año, así que nos separamos: yo me fui de aventón, como era mi costumbre. El primer aventón me dejó en Taxco. Allí me senté, levanté a mano para pedir el nuevo ride, y me levantaron dos mu- chachos norteamericanos que iban directo hacia Acapulco. Al llegar allí les di las gracias y me encontré con mis amigos, a quienes esa misma noche conté mi buena fortuna. Volví a encontrarme con los norteamericanos al día siguiente, en la playa, a quienes invitamos a “la roque- ta”, un lugar a donde íbamos simplemente a divertirnos. Como nosotros éramos buenos nadadores (y ahorrado- res además) nos iríamos nadando, pero recomendamos a ellos rentar una ancha y encontrarnos allá, pero prefirie- ron acompañarnos a nuestro modo. De regreso volvimos igual, nadando, pero sin los amigos extranjeros, quienes rentaron una lancha, después de todo. Los volvimos a en- contrar al día siguiente, conversando con tres chicas gua- pas mexicanas. Como las chicas eran tres y ellos dos, me invitaron. No pude dejar de decir que sí, y terminamos en
  • 55. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 55 la terraza de su hotel, escuchando música y bebiendo unos tragos. Quedamos amigos y me dieron su teléfono de De- troit, adjuntando el comentario de que en su ciudad había mucho trabajo en el negocio de los autos.
  • 56. Juan Alberto Argomedo Samaniego 56 DE REGRESO HACIA CHICAGO Después de estar allí unos cuantos días y volver a la ciu- dad, mi hermano Pon, Jorge Aveleira y yo (los tres teníamos pasaporte y acta de nacimiento norteamericana) decidimos partir hacia Chicago. Nos despedimos de nuevo de la fami- lia y partimos a mi modo: de ride. Así llegamos hasta Laredo, Texas, mostramos nues- tros papeles y pasamos la frontera. Allí decidimos comprar un boleto y turnarnos: dos de aventón y uno en autobús, pues era difícil que nos levantaran a los tres en la carretera. Primero le tocó a Pon, hasta Dallas. De Dallas a Misuri, le tocó a Jorge.
  • 57. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 57 EL BIGOTE DE “PON” Y EL DESTINO El bigote de Pon fue un factor importante en el curso de nuestrodestino.Parecebromaperonoloes.Yolehabíareco- mendado a Pon quitarse el bigote para disimular su notoria mexicanidad. Me ignoró y fue por ello que nos molestaron durante el viaje. En una de esas veces, nos perseguían unos muchachos en bicicletas, persiguiéndonos y diciéndonos de cosas. Fue también por el bigote que una patrulla nos paró y dudo de nuestra nacionalidad debido a nuestro aspecto, más claro en Pon, de mexicanos. Mostramos identificacio- nes y dijimos ser norteamericanos criados en México. Eso ayudo pero fue debido al bigote que nos salvamos de caer presos nuevamente. La policía buscaba a un preso que tenía cierto parecido con Pon, incluso en la estatura, casi en todo, salvo en el bigote. Fue el condenado pero bendito bigote el que hizo a los policías desdecirse de sus sospechas y hasta recomendarnos el tren para evitarnos problemas. Después de todo Pon tuvo razón. Los polis argumentaron que el pa- saje costaba sólo un dólar y se ofrecieron a llevarnos hasta la estación más cercana. Nos convencieron. De ride llegamos a Misuri y encontramos a Aveleyra. Yo estaba todo desvelado y cansado, por lo que les pedí hacer uso de mi turno para ir en camión hasta Chicago, y una vez allí enviarles dinero para que me alcanzaran del mismo modo. Aceptaron y llegué por fin a casa de Jackie, en la her- mosa ciudad de Chicago.
  • 58. Juan Alberto Argomedo Samaniego 58 UN AÑO MÁS EN CHICAGO Yackie me envió con Sam, el dueño de los departamentos donde trabajaba, para pedir un adelanto de su sueldo y en- viarles “el giro”. Llegaron a media noche a casa de Yackie, quien nos hospedó a todos nosotros en un cuarto, donde preparábamos espagueti que compramos con el dinero que nos quedaba hasta que fuimos encontrando trabajo. Pon fue el primero en encontrar trabajo en un fábrica. Luego Jorge encontró trabajo en un restorán de hot-dogs, ayudándole al dueño. Yo no me preocupé porque mi suerte para conseguir trabajo me lo procuraba. Así fue como, rápidamente, en una zona industrial me contrataron en la fabricación de piezas de autos. La paga era buena y el dueño me permitió llevar- me a Jorge a trabajar conmigo. Luego me cambiaron a otro departamento. Las piezas que debía fabricar en este nuevo espacio eran más complicadas, levaban más tiempo y yo no tenía la experiencia necesaria, por lo que comencé a ganar menos. El dueño de la fábrica ignoro mis quejas al respecto y, ese mismo día, renuncié. Pronto y en esa misa zona encontré trabajo en un lugar donde pintaban camas para el ejército. Allí me volvieron a hablar de Detroit: mucho trabajo, decían. Decidía irme a Detroit y así lo comuniqué a Jorge y a Pon, quienes se entu- siasmaron cuando agregué que les enviaría dinero para que fueran conmigo a trabajar allá. Pon era el más feliz por esto, puesto que su exnovia se acaba de mudar allá y, por suerte, él tenía su dirección.
  • 59. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 59 EN BUSCA DE UN MEJOR TRABAJO: DETROIT Finalmente partí a Detroit y encontré una casa en la que me cobraron 13 dólares la semana, con alimentos inclui- dos. Esa misma semana busqué y contacté a los amigos que conocí en Acapulco, quienes me recomendaron ir a una fábrica de autos donde estaban contratando a mucha gente. Entré a trabajar ese mismo día, con turno de 3 a 11 pm. Fue al cuarto a quinto día que escribí a mi hermano con buenas noticias: ya estaba trabajando y tenía un lugar para los tres. Después me informé de otra fábrica de Westinghouse, donde pagaban muy bien. El dueño había estado en la Gue- rra Mundial, acababa de pasar. Me contó que un mexicano había salvado su vida, estaba muy agradecido por eso, así que como yo era mexicano me dio trabajo. Como era bueno para las matemáticas, me dio trabajo memorizando núme- ros de series y ayudando a los demás a hacer pedidos. Mi amigo y mi hermano llegaron a Detroit y comenzaron a trabajar en una fábrica de galletas. A Pon le conseguí trabajo luego donde mismo que yo, y como era alto lo contrataron especialmente para alcanzar las cajas en lo más alto de todo lo almacenado. Después fuimos a saludar, para mayor alegría de Pon, a la familia de su ex novia. La señora de la casa nos dijo que su hijo en dos días se iba a las fuerzas armadas, en la zona de aviación, asíqueibaateneruncuartodesocupadoynoloofrecióenren- ta. Nos agradó mucho la idea y nos quedamos con esa familia. Después nos compramos un coche que, por cierto, nos
  • 60. Juan Alberto Argomedo Samaniego 60 salió muy barato: 45 dólares cada uno. En ese tiempo era yo el que manejaba mejor y llevaba a todos a sus respectivos trabajos. Una vez llegó Tony, un alemán. Éste era el nuevo novio de la ex novia de “Pon”, no lo presentaron y nos hicimos buenos amigos. Después del tiempo uno de los que trabajaba con noso- tros nos comentó que tenía un departamento, con recama- ra, cocina, baño y patio; estaba rentándolo, fuimos a verlo y nos gustó. Para esto Jorge no quiso irse con nosotros porque se le hacía más complicado, él se quedó. Para esto Tony, el alemán, nos dijo que si podía irse a vivir con nosotros 2, aceptamos y nos fuimos los 3. Tony tocaba el acordeón y un domingo fuimos a escu- charlo. Nos divertimos mucho, bailamos un baile sencillo estilo alemán y de ahí en adelante nos gustó frecuentarlo a él y a su grupo de amigos alemanes para escucharlos ejecu- tando su música. Jorge siguió viviendo con los Rivera y todos seguimos con la misma rutina ya descrita: el trabajo, los amigos, los pequeños viajes…
  • 61. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 61 PIN Y PON EN DETROIT, Y DE VUELTA A MÉXICO Un día fuimos a visitarlos, a él y a Betty. Decidimos ir al cine. Betty se sentó entre Pon y yo y, al poco rato de que comenzó la película, ella osó intentar tomarme de la mano. Ella ya no estaba con el alemán y tampoco pensaba volver con Pon, por lo que comprendí que sus intereses se dirigían hacia mí. Continuó, me puso la mano en la pierna, se me acurrucó luego en un abrazo que no logró disimular muy bien pues Pon de se percató de la situación. Al regresar a casa hable con mi hermano muy en serio. Le dije que no quería que por despecho hiciera algo en contra de quien fuera, que yo no lo iba a aceptar. Que el simple hecho de que Bety había sido su novia no era motivo suficiente. Agregué que, como yo no le había hecho mucho caso, ella iba a querer volver con él (con Pon) por despecho. Le sugerí que respondiera como hombre, que regresara con ella y se fuera a vivir a otro lado. Pon me comentó que no tenía intenciones, ni la más mínimas, de volver a tener una relación con Bety. Los jueves, que era día de paga, nos dábamos el lujo de comer un restorán mexicano muy bueno, donde nos cam- biaban, además, nuestros respectivos cheques. A mi hermano Pon siempre le gustaron las chicas bien portadas, con ese aire inocente. Así, conoció a una escuincla con la que le gustaba jugar canasta uruguaya y nos invitaba a casa de su mamá para el efecto. Yo me aburría, así que prefería irme al cine solo. Se aproximaba la Navidad y teníamos intenciones, como cada año, de ir a México. Los inconvenientes eran nuestro
  • 62. Juan Alberto Argomedo Samaniego 62 auto, el que no creímos que resistiera hasta México, y por ende, que debíamos trabajar duro para obtener otro auto antes de la fecha y pagarlo mes con mes. Llegó diciembre y logramos obtener el carro para nuestra aventura. Pedimos 25 días de descanso en el trabajo y partimos hacia nuestra otra patria. No paramos en ningún hotel, el viaje fue direc- to. Pon ya manejaba así que me ayudaba en los tramos más ligeros o sencillos para manejar, y yo en los difíciles o más traficados. Mientras uno manejaba e otro dormía y así llega- mos a casa, en medio de un muy grato recibimiento. Luego de unos días, en los que disfrutamos de las fiestas Navideñas que incluyen las tan bonitas posadas, nos fuimos en nuestro auto recién adquirido hacia Acapulco, como era de suponerse. El viaje fue hermoso, tal como se repetía después de cada Navidad, dejándonos con las ganas de volver al año siguien- te y compartir con nuestra “palomilla”.
  • 63. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 63 EL DESAFORTUNADO ACCIDENTE DE PON De regreso a Detroit, Pon venía manejando. Le advertí que cuando llegáramos a Jacala me despertara para manejar, ya que era más complicada esa zona. Me quedé dormido y desperté sólo al escuchar un grito. Me encontré dentro del auto, que daba vueltas y vueltas. El tarugo de mi hermano iba más rápido de lo normal y terminamos volcados. Al terminar el aparatoso accidente yo salí por la venta, buscando a Pon, pues este no se encontraba ya dentro del carro. Al salir lo encontré aproximán- dose hacia mí por la carretera. Había salido volando y se aca- baba de levantar. Recogíamos las maletas cuando un repentino dolor dobló a mi hermano y lo hizo caer al piso: se había frac- turado la columna vertebral. Cuando por fin logramos dar con un doctor, éste nos dijo que no nos podían atender allí, que de- bíamos llamar a una ambulancia para un traslado. Decidimos llamaramamáyellaasuvezllamoanuestropadrequienenvió una camioneta (ya que trabajaba en gobernación) misma que nos llevó de regreso hacia la capital en México. A la distancia de 6 puertas, en la calle Durango, nuestra calle, había un sanatorio muy bueno y fue allí donde nos asis- tieron. Mi hermano quedó incapacitado por varias semanas, en las que tuvo que llevar puesto un yeso que lo inmovilizaba. Recuerdo que durante las posadas me había hecho novio de Gloria, una dama muy bonito de ojos azules a la que, a mi regreso, invité a mi casa. Mi padre se enteró de que estába- mos allí y no le gustó nada la situación. Tuve una riña fuerte con él, incluso mi madre llegó después gritando, pero Gloria no se enteró de nada.
  • 64. Juan Alberto Argomedo Samaniego 64 SOLIDARIDAD CON MIS AMIGOS: EL CRUCE DEL RÍO COLORADO Cuando ya pensaba regresarme a Estados Unidos “Chato” y el “Poeta Santana” querían irse conmigo, les dije que como ya no tenía dinero y me pensaba ir en camión hasta el cruce y de allí en aventón. El papá de “Chato” era nuestro doctor de toda la vida y dijo que si nos llevábamos a su hijo (menor que yo por 2 años) pagaba el pasaje. Les dije que fueran a sacar la visa y en cuestión de 2 días se las dieron. Pon se quedó, rehabilitándose. Cuando estábamos en el cruce los metieron a unas ofi- cinas y cuando salieron me informaron que los mandaron de regreso, yo no podía dejarlos solos así que buscamos la forma de cruzar por el río. Estuvimos como 4 días, hasta que ellos lograron cruzarse mientras que yo pasaba por el puente, pero como no podíamos arriesgarnos a comprar un boleto de camión ya que los podían agarrar, decidimos ir- nos en tren. Cuando íbamos en los vagones llovió, terminamos mo- jados y nos secamos con el mismo calor del cuerpo. El tren hizo una parada en un pueblo, el que cuidaba el tren nos dijo: “miren muchacho aquí vamos a estar como 20 o 30 min, cerca hay un café por si quieren comprar algo”. Les dije a mis amigos que yo me iba solo para que no los viera la migra, compré 3 hamburguesas y 3 cafés, cenamos y al tomarnos un café nos calentamos un poco. Cuando llega- mos a San Antonio nos bajamos, nos metimos al pueblo a buscar un hotel para dormir. Rentamos un cuarto para los
  • 65. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 65 tres, ellos se quedaron allí mientras yo iba a las cantinas, me metí a una a preguntar si la migra estaba muy pesada en ese lugar, la persona que le pregunté (aparte de invitarme una coca cola) me dijo que él podía ayudarme: “Hay una parada a la salida de San Antonio, ahí no hay migración, pues están solo en la estación, yo los llevo para allá, hablo por teléfono y pido que pasen a recogerlos, paso por ustedes al hotel”. Todo salió perfecto, llegamos hasta Chicago, felices de la vida, y luego de allí hacia la calle Milwaukee. Pensaba que tenía que irme a Detroit sino quería perder mi chamba, pero por lo pronto la salvación era Chicago porque ahí esta- ba Jackie y de una forma u otra estaríamos bien. Renté un cuarto para los 3, en ese lugar había muchos puertorriqueños, fui a conseguir chamba, primero llevé a “Chato” y le dieron trabajo en una fábrica, después el Cha- cho fuimos a un lugar donde arreglaban motores eléctricos, él sabía de eso pues es lo que estudió, pero como no hablaba inglés no se lo dieron. El señor del edificio nos dijo que tenía motores para que le arreglara, Chacho se quedó arreglándo- los y, mientras tanto, salí. Al volver me encontré con un gran escándalo: la intervención de Chacho sobre los motores ha- bía causado la baja de luz de todo el edificio; el dueño estaba muy molesto y le dijo: “Lárgate de aquí, ya no te quiero aquí, mira nada más lo que hiciste…”. Y así fue como tuvimos que abandonar el lugar.
  • 66. Juan Alberto Argomedo Samaniego 66 PINI EN LA MARINA NORTEAMERICANA Me llegó, en ese tiempo, una carta del servicio militar, don- de se leí que era una orden de carácter obligatorio que yo me presentara, y que de otro modo me buscarían. Me presenté. Allí me realizaron un examen médico para corroborar que me encontraba en buenas condiciones, por lo que me die- ron a elegir entre el oficio de soldado o marino, a lo que pre- ferí el último, puesto que me imaginaba grandes aventuras y me llamaba la atención su porte de guerreros. Me pidieron que me presentara el próximo lunes, por la tarde, para salir en tren rumbo a Carolina del Sur. Para esto, le dije a “Cha- cho” que tomara mi acta de nacimiento para ver si podría ayudarle el documento para encontrar un mejor trabajo, y e anuncié mi salida a Detroit, donde avisaría de mi nueva aventura en el servicio militar y, al mismo tiempo, pondría al tanto a nuestros patrones sobre la condición médica de Pon, quien quería volver a su trabajo una vez que se en- contrar bien recuperado. Así fue, fui y vine en poco tiempo cumpliendo con el cometido. En Chicago se quedaron mis dos amigos. Como despedida nos emborrachamos. De esa vez recuerdo que “Chacho”, pasado de copas, un poco más que nosotros, vomitó y comenzó a invocar a una tal “Che- la”: “Ah, estoy enfermo… pero del corazón… Chela, estoy enamorado de Chelita… Ah… no importa si muero: ¡Estoy enamorado de Chelita!”. Al día siguiente, temprano, salí hacia la estación de tren. El viaje fue muy singular: otra borrachera, una grande. Éra- mos unos 100 o 150 los que nos embarcamos en esa nueva
  • 67. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 67 aventura. Cuando por fin llegamos al pueblo ya nos espera- ban los Sargentos para trasladarnos, al otro día por la maña- na, a París Island, una pequeña isla, obvio, donde recibiría- mos entrenamiento. Nos dejaron allí muy temprano, en el lugar donde recibimos el desayuno. Eran unos tipos fuertes groseros. Nos llamaban imbéciles, idiotas; nos amenazaban, nos amedrentaban diciéndonos: “no saben en lo que se me- tieron; nos los vamos a “madrear”, les romperemos todo el hocico hasta que se hagan hombres de verdad; en cuanto terminen el desayuno se salen; pueden fumar por turnos, pero no tardarse más de 15 minutos; si alguien se tarda más, se las verá con nosotros… así le va a ir…” Comimos rapidí- simo para poder fumar. La rigurosidad en el manejo de la disciplina era bastante. Por ejemplo, ese día, nos indicaron que no querían colillas por el piso: se debían deshacer por completo pero el papel debía guardarse, una vez que se haya tirado el tabaco restante. Nuevamente nos subieron a unos camiones y nos lle- varon a unas barracas donde otros nos estaban esperando, llegando nos dijeron que nos quitáramos la ropa, nos die- ron unas bolsitas para ponerla y entramos, totalmente des- nudos, a un lugar donde nos ponían inyecciones una del lado derecho y otra del lado izquierdo, fueron como 6 o 7 y nunca supe para que fueron. Nos mandaron a otro lado donde nos raparon el cabello y luego nos mandaron bañar. Al salir nos dieron una toalla a cada uno y ropa de trabajo. Ahí nos asignaron 2 barracas (un pelotón se forma como de 80 y eran como 38 o 40 en cada barraca). Nos dieron 3 cam- bios de ropa incluyendo la interior. No pusieron a tender y destender las camas unas 10 veces; luego de un rato nos llevaron al comedor para recibir una ración de alimentos; al
  • 68. Juan Alberto Argomedo Samaniego 68 regresar fue la misma rutina de tender y destender la cama fueron como 2 horas. Como a las 6 nos dieron la cena y al terminar continuamos, otra vez, acomodando y desacomo- dando la cama. Un sargento pasaba por el pasillo y tiraba una moneda sobre las sábanas para ver si estaban bien he- cho el trabajo, si la moneda no saltaba un poco, ordenaba que realizara la misma acción otras 5 veces. A las 5am del día siguiente nos levantaron y nos man- daron a las regaderas y rasurarnos; todos andábamos a la carrera porque si se te hacia tarde te golpeaban. No tenía- mos descanso, marchábamos unas 14 horas al día. Depués de una semana nos mandaron a “los obstáculos”. Había un gordito que, debido a su peso, no lograba pasar una pared de 2metros; cada vez que caía le daban una golpiza, el pobre dejó de comer y solo tomaba agua; como al mes bajó unos 15 kilos para lograr pasar la pared. También nos daban 5 minutos para armar y otros 5 minutos para desarmar un arma (un rifle M-1). Un día amanecí con temperatura corporal muy alta, así que no me metí a la regadera y tampoco me rasuré. Cuando nombraron lista preguntaron si alguno no se había rasura- do, levanté la mano y me dijo el sargento que por la noche lo visitara. Cuando se hizo noche me mandaron llamar y me dije- ron que fuera con el Sargento y que me llevara mi rasuradora. Cuando llegué el sargento me ordenó que tomara una cubeta y me la pusiera en la cabeza. Con ésta encima, como pude, me rasuré, sin agua ni jabón. Me raspé tanto que me saqué la san- gre, el sargento tomó una escoba y le dio un golpe a la cubeta que llevaba a modo de casco. Quedé todo atarantado. Cuando hacíamos fila el sargento pedía 2 voluntarios y todos rehuíamos por miedo. Se acercaba a nosotros y, mo-
  • 69. Pini, el viajero de la doceaba de Córdoba 69 lestos, cacheteaban a quien se le diera la gana por el sólo he- cho de no participar. Luego pedían 3 y de volada, por miedo, nos ofrecíamos. El sargento decía: “Ahora sí, estúpidos… ¿Saben para qué los quiero? Para que corran 20 veces, ida y vuelta, y el que se canse me las paga.” Todo era disciplina.
  • 70. Juan Alberto Argomedo Samaniego 70 LA FRACTURA EN MI MANO Y LOS CAMBIOS INESPERADOS Unos de los obstáculos era una alberca no muy profunda como de 30cm con una cuerda en medio. Tenías que brin- car, tomar la cuerda y saltar del otro lado. Eso ya antes lo habíamos hecho y yo era de los primeros de la fila. Recuerdo que cuando lo intentamos mojamos a uno de los Sargentos. El mismo dirigente nos puso luego un obstáculo que no se podía lograr. Cuando quise tomar la cuerda me la quitó y pegué contra el borde de la alberca, me detuve con las 2 ma- nos pero el cuerpo siguió hacia adelante y fue así como me lastimé la muñeca. No dije nada, por miedo, pero cuando ya no aguantaba el dolor le dije a otro sargento sobre mi accidente, me vio mi muñeca y estaba completamente hinchada. Me llevaron a la clínica, me checaron, me dieron unas pastillas y me inyec- taron, me sacaron radiografías y así supieron que mi mano estaba rota. Como en la isla no había como enyesarme me mandaron a un pueblo en Carolina del Sur. Me tuvieron 2 o 3 días hasta que me operaron. Al salir de la cirugía me enyesaron por 3 meses.